Bertha Luz Velásquez P
Estas fechas de festivales en la ciudad, como el del tango, nos motiva a buscar en el baúl y en la memoria recuerdos que se convierten en nostalgia; pero sentirse nostálgico no necesariamente es sentirse triste, es aquello que sentimos cuando encontramos en un rincón lejos del Ipod y los CDs, pero cerca de los casettes y los libros viejos, aquellos acetatos, que sin motivo consciente nos resistimos a tirar.
Y no es que por nuestra edad nos apeguemos al pasado o resistamos aceptar lo que nos ofrece el presente. Cómo no es una maravilla llevar en un bolsillo orquestas y músicos en cantidades ilimitadas, y sin moverse del sitio, seleccionar lo que deseamos escuchar, con la “ventaja”? de escucharlo solo, porque increíblemente podemos reunirnos a escuchar música en compañía, sin la obligación de compartirla; cada cual puede escuchar lo suyo.
Sin embargo, quién de nuestra generación no sintió una cercanía y un contacto casi íntimo con su ídolo, cuando acariciábamos la carátula con su foto, mientras escuchábamos sus canciones en el tornamesa o radiola que de acuerdo con el presupuesto, ocupaba un lugar más o menos importante en las salas de nuestras casas? El nuevo long play era motivo de celebración; contábamos con “DJ” especializados, por lo general el anfitrión o dueño de la casa, que nos mostraba su trasero mientras en lo que era casi un ritual, cambiaba los discos para complacer la audiencia reunida en su sala.
Es una delicia, a medida que desempolvamos estas que ya son reliquias, regalo oportuno y práctico de enamorados y amigos, y ver cómo aparecen las imágenes de nuestros cantantes y artistas preferidos, que en su mayoría se han ido, o están tan viejos como nosotros, y lo mejor, ver aparecer también fechas y dedicatorias firmadas por aquellos que compartieron con nosotros momentos de alegría, cumpleaños, enamoramientos, romance y por qué no de lágrimas, y vivimos nuevamente los momentos con “el perfume del ayer” como dice en su “Nostalgia” el maestro Héctor Ochoa.
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