José Antonio
Cortés
Cuando Obdulio despertó no pudo moverse, estaba atado a una silla de
pies y manos. Su mujer de un golpe lo había dejado inconciente. Hasta él llegan los ruidos lejanos del caos que envuelve la
ciudad. Aún aturdido, quizás piensa que
lo que todos temían, está ocurriendo
como fue vaticinado hace varios meses. Según las profecías, una lluvia de asteroides aniquilará a
toda la humanidad, mañana 21 de diciembre a las seis horas. La gente, convencida de
que el final es inevitable, parece enloquecida. No hay electricidad, servicios públicos,
ni transporte. Obdulio desconcertado, se mira a sí mismo y ve a la mujer, pero
no entiende todavía lo que pasa.
La mujer asomada a la ventana mira
hacia la calle con el gesto alterado. Mientras toma un trago de la botella de
aguardiente que él traía, prende con gesto nervioso
un cigarrillo que aspira sin deleite. Su cabello, largo y deslucido tiene un
tinte que deja ver las canas. Con un vestido modesto, su cuerpo lánguido aún conserva
los rasgos de una hermosura no lejana. El marido la mira desconcertado, ella se
devuelve hasta él y le arroja el humo del cigarrillo en la cara.
─¡Qué
creías! ¿Qué te iba soportar toda la vida?
─¡¿Qué
te pasa carajo?!- brama el hombre -.
─¡Pasa que me harté! ¡Sí, me harté de ti
y de esta vida de mierda!¡Treinta años de maltrato y humillaciones!
─
¡Suéltame, carajo! - dice Obdulio con rabia, mientras intenta soltarse las
ataduras -.
─
¡Ya no mandas más!¡Ahí te vas a quedar!
─
¡Cálmate…!¡El mundo se va acabar…!
─¡Qué
se acabe! ¡Pero antes voy a acabar contigo! ¡Por las golpizas, por tus mozas y por
todas tus borracheras!
─¡Carajo…!
─¡No
quiero ni oírte! - le grita histérica, mientras le cubre la boca con cinta
pegante-.
Obdulio
se revuelve tratando en vano de zafarse
e impedir la mordaza.
─¿Creíste
qué nunca me iba a rebelar?
Se vuelve, y violenta, arroja contra
la pared varios platos y un jarrón.
Obdulio, un tipo ordinario, barrigón,
casi calvo y frisando los sesenta, observa a su mujer incrédulo.
En la azotea de enfrente, las últimas luces del sol de la tarde rebotan en la cerámica del
piso. Es una terraza semicubierta, amoblada y con vista. Varias personas
organizan sillas, una gran mesa con fritanga, botellas de licor y unos grandes
bafles. La
canción que suena atrapa su atención. Ella parece bajar la guardia. Permanece en
la ventana siguiendo el estribillo, toma un trago mientras lleva el ritmo con el
pie. Recuperando el gesto huraño, aspira largo el cigarrillo y soltando una
bocanada de humo, se vuelve hacia Obdulio,
quien cabecea y zapatea incómodo.
Mi madre me dijo: “Con ese tipo, vas a sufrir mucho…” ¡Y yo
de terca:« Que yo lo amo, que él va a cambiar ». ¡Y me empeciné contigo! Todavía recuerdo mi primera vez; tú,
apresurado como siempre y yo helada del susto; sólo tenía diecinueve años. Me regalabas flores, chocolates y hasta me escribías versos y
acrónimos amorosos; después, apenas escasamente me dabas un beso para el
cumpleaños. ¡Qué poco duró tu amor! A partir de allí fui sufriendo cada vez un poco,
hasta ahora; me veo y no me reconozco. ¡A veces me dan ganas de cogerme a garrotazos!
Toma un trago de aguardiente, enciende otro
cigarrillo y furiosa retaca:
Me
molesta que no puedas evitar mirar a todas las
mujeres en el restaurante, en la calle, en el cine o las que pasan, sin
disimularlo siquiera.¡Siempre has sido un perro sinvergüenza!¡Vivías
detrás de mis amigas y hasta de mi hermana!
Se le aproxima y lo abofetea.
¡Te acostaste con mi mejor amiga y la
hiciste tu amante! Ella misma me lo confesó. ¡Y me
rechazabas cuando me ponía amorosa! ¡Porque el sexo era solo cuando tú querías!
Pasaban semanas en que solo me mirabas para golpearme por cualquier motivo.
Luego llegabas
borracho y después de darme una golpiza me forzabas al sexo. ¿No te acuerdas? ¡Cuántas veces pensé en matarte!
Iracunda, le lanza un florero que se estrella contra
la pared sin golpearlo, hace una pausa mirándolo con rabia.
¡Después, arrodillado, me rogabas que te
perdonara! ¡Hipócrita! ¡Y yo, de idiota, te perdonaba! ¡Y a los pocos días, otra vez lo mismo o peor!¡Tenía que
atender bien
a tus amigotes, aunque son unos imbéciles que me comen con la mirada. No resisto más que estés apoltronado frente al televisor, pedorreando, rascándote las güevas y pidiendo comida y
cerveza. ¡No
aguanto que me grites delante de tus amigos!
Mientras él hace gestos, ella continúa.
Poco a poco me fuiste abandonando. Ahora me dirás que:
« El trabajo y las reuniones de la empresa me quitan mucho tiempo», pero yo sé
que eran las mujerzuelas y tus amigotes quienes te robaban todo el día y hasta
la noche.¡Jamás te importó dejarme sola! ¡A veces ni una puerca llamada en todo
el día! ¡Lo único que pedía era un poco de atención! ¡Fuera de la casa, un botarate; pero a
mí me tacañeabas todo! ¡Por
andar emparrandado y puteando casi perdemos hasta la casa! ¡Y no se te puede
decir nada! “¡Ahhh, usted sí que jode!”, es lo único que sabes decir.
La mujer toma un sorbo de la botella y enciende otro
cigarrillo.
Vives diciéndome que soy una mantenida, que gastaste un montón de dinero en mi tratamiento de
infertilidad, en “tu embeleco de tener hijos”, como me lo enrostraste en una
discusión. ¡Qué cruel fuiste! ¡No te imaginas cuanto me dolió! ¡Para qué un
hijo contigo, siquiera no lo tuve! Y
seguro ahora me dirás que debo agradecerte “Porque tú sin mí no eres nada”. ¡Debí matarte hace tiempo! ¡Ahh! ¿Pero matarte e irme a una cárcel? ¡No! ¡Tú no
vales la pena!
Los de la terraza, con gran regocijo y sonoras carcajadas,
beben
chocando las copas; conversan, fuman porros y aspiran con pitillos cocaína extendida
en líneas. Mientras unos bailan muy amacizados, otros emparejados se acarician
y besan sin recato. El volumen de la música
y la algarabía cada vez son más altos. Virgilio - el anfitrión - exhibiendo su gran
barriga, exhorta a todos alzando una botella
de whisky.
─ ¡El mundo se acaba! ¡Vamos a morir, pero de placeeerr!
Todos celebran alborozados con vivas y risotadas.
La mujer con gesto adusto se vuelve
hacia Obdulio.
Ahora me vas a decir que: « Sólo vives para celarme» ¡Y yo pregunto ¿qué mujer no es celosa? ¡Lo que me ha tocado aguantar por tus devaneos! Los
anónimos y las llamadas mudas. ¡Cómo me miraban con sorna cuando íbamos
juntos por la calle!¡Simulabas atracos, accidentes, heridas y moretones para desaparecerte!
¡Después me enteraba que andabas con una de tus queridas! ¡Tú y tus cuentos! ¿Qué creías? ¿Que iba a seguirte por
todos los moteles? ¿Que iba a hacerte
una escena de celos?
¡Veaaa! - hace una
señal vulgar -.
En la terraza, una morena y dos rubias voluptuosas, apoyadas en las barandas
metálicas que cercan la terraza, ríen mostrando toda la dentadura; chocan vasos y
manos con varios tipos que las tocan. Otras dos se manosean y besan con frenesí; al fondo, dos
hombres hacen lo mismo.
─ ¡Ja! ¡Qué zorras, cómo se dejan manosear! ¡Cuánto
darías por estar allá, metido en ese relajo!
Mientras Obdulio lucha contra la mordaza, la mujer se da cuenta
de su distracción pero retoma la diatriba.
¡No hay nadie más celoso que un tipo infiel! ¡Llegas tarde, haciéndote
el bravo! ¡Qué cinismo! Y casi temblabas de furia, cuando te dijeron que me
acostaba con un hombre que entraba a la casa cuando no estabas. ¿Qué tal? ¿Quieres saber la verdad? ¡No era uno, eran cinco! ¡Y
sí, eran mejores amantes que tú!
Obdulio rezonga, ella
hace una pausa larga y mirándolo, sonríe con malicia.
¿Te duele? ¡Pues no fue verdad! ¡Aunque te lo
merecías! ¡En cambio Raúl, que dices es gay, ese sí sabe tratar a una mujer! Y no es gay, es
un hombre, como quedan pocos !Me hizo sentir que yo valía la pena ¡No como tú, que
me tratas como si fuera una tarada. Raúl es distinto, es el hombre perfecto. ¡Ah!
La pasé increíble
con él; rogando por dentro que me pidiera ser suya. No pasó nada porque él no quiso;
nos despedimos con un beso en la mejilla. Él, seguro, no es de los que después
de hacer el amor, dan la espalda y a roncar! ¡Como haces siempre tú! Bueno,
como lo hacías. ¡Tú nunca tienes detalles conmigo!¡Nunca te acuerdas de mi
cumpleaños y menos del aniversario. Me puse el cabello rubio y ni siquiera lo
notaste ¡Me puedo poner un papagayo en la cabeza y no te darías cuenta!
Como un gesto automático revisa su cabello, inhala con fuerza el cigarrillo, soltando lentamente el humo, luego de un
instante de reflexión, continúa.
─ ¡Esta fue la última noche! ¡Al amanecer ya no estaremos! ¡Nunca me
imaginé que treinta años después, íbamos a terminar así! ¡Ahh! ¡No hay nada que
le quite a una está tierra del alma; es el alma podrida de aguantar tanta mierda!
Ya está anocheciendo, ella busca en los
cajones; saca dos velas y las enciende. A la luz de las velas, como
si fuera un muñeco de año viejo, se ve la figura fantasmagórica de Obdulio, quieto,
amarrado a la silla. La mujer se quiebra, toma otro trago, está a punto de llorar al comprender su orfandad.
Finalmente la culpa es mía, porque tú siempre fuiste un patán, desconsiderado, machista y mujeriego. Yo
misma siento pena por mí, de lo bajo que caí; pasar las noches en vela esperando al que no ha de venir;
añorando tus ronquidos de barco viejo, tu cuerpo obeso y sudoroso. Ahora que lo
pienso, yo no sé qué esperaba de ti.
Los de la terraza, desnudos, se besan, acarician y juegan al sexo
compartido. Varios se gozan a las chicas de la baranda, que gritan de placer.
El bullicio casi opacó la voz de la mujer, que exasperada
les grita por la ventana.
─ ¡Carajo! ¡Bájenle a esa bulla! ¡Degenerados!
La fiesta se
hizo oscura, encendieron antorchas. La nueva luz muestra los cuerpos entrelazados. Algunos hacen pausas
para beber, fumar y aspirar cocaína. La euforia del sexo oral embarga a la comunidad
de la terraza. Una rubia de senos inmensos jadea con dos tipos que la acometen
al mismo tiempo. A Virgilio, perdido en una maraña de senos, piernas y
traseros, solo se le ve la panza. Más allá, un hombre rocía con licor y lame,
el cuerpo de una morena. Al ritmo de la bachata, la luz de las antorchas
refleja en las paredes un revoltijo de apetitos lúbricos
y cuerpos desnudos.
La mujer, los mira con desprecio. Apura el último trago y con el pucho entre
los labios, mira la botella vacía. Tambaleándose la arroja a la terraza, pero
no llega a su destino.
─¡Depravados! ¡Cochinos! - les grita con voz entrecortada -.
Con la mirada confusa, se vuelve hacia Obdulio.
─ ¡Si
vieras qué relajo armaron en la casa del viejo Virgilio! ¿No oyes la bulla?
¡Qué viejo tan sinvergüenza! ¡Corrompidos! ¡Qué gente tan sucia! ¡Y esas viejas
borrachas se dejan coger de todos! ¡Mira eso! ¡Parece Sodoma y Gomorra!¡Cómo
serias de feliz metido entre esas zorras!
Ella con
paso vacilante se acerca al marido;en su rostro hay más fatiga que rabia. Pero
mientras se aproxima, el cuerpo de Obdulio es sacudido por fuertes y violentos espasmos. Con el rostro
amoratado y los ojos desorbitados, queda inmóvil y desmadejado sobre sus
ataduras. Ella, teniéndose en pie con dificultad lo llama y lo sacude. Las
piernas no le ayudan, se abraza al cuerpo inerte de Obdulio, pero se va deslizando despacio hasta quedar desmayada al pie.
Amaneció,
es 22 de diciembre.Una neblina vergonzante
cubre la desnudez de Virgilio y sus invitados. Hombres y mujeres se confunden
en un amasijo de cuerpos desvanecidos que aunque parecen muertos, respiran
quedamente. El olor de alcohol, sudor y sexo, satura la terraza. Un manto de
silencio corre por las calles vacías, mientras un viento insolente baila sobre la
ciudad desolada.
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