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lunes, 19 de marzo de 2018

Un pequeño preguntón


  

Adriana Lucia Yepes 



Una tarde de consulta médica en el lugar de siempre, pequeño, cálido por la música y el aroma dulzón de una vela, pero un tanto frío por la temperatura ambiente. La médica inicia su jornada ubicándose frente al computador, en ese preciso momento ingresa Esilda y saluda, lleva un vestido colorido y ajustado que muestra todo y no muestra nada, finalmente cubre gran parte de su ser. Ella ingresa despacio con el sabor que la caracteriza, trae consigo sus “males” como suele denominar sus enfermedades. De la mano su hijo Casimiro de 8 años, de ojos negros, grandes y expresivos, pestañas largas y de piel caoba reluciente, un tanto más clara que la de su madre.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Mi pescador


Adriana Lucía Yepes 



Sale Asher como siempre muy temprano a su faena de pesca, aún es de noche y su mujer duerme. El día de Adelina inicia más tarde cuando debe despertar a los niños para ir a la escuela. Él la mira por un momento, le da un beso en la frente y la observa una vez más. Siente su cuerpo tibio, se deleita al verla semidesnuda. Sus trenzas diminutas, su color de piel un poco más claro que el suyo, su abuela era “paña”, blanca nacida en el continente. La observa con deseo y nostalgia, por no poder disfrutarla en ese momento. Ella sigue durmiendo una hora más, hasta la preparación del desayuno para sus hijos Tony y Zery, de 6 y 4 años de edad. Prepara domplin, chocolate y huevo. Empaca sus loncheras con jhanny kiek y jugo. Levanta a los chicos, quienes repiten mama no. Ih suun rieen. Plizz no mom. Adelina sonríe, los levanta e inician su rutina antes de ir a estudiar en First Sound Bay School. Al llegar, se inclina los besa y les da como siempre su recomendación unu laan evyting.

viernes, 9 de marzo de 2018

La carta del caudillo


 Socorro Rivera


“Los abuelos nunca mueren, se vuelven invisibles”
                                                          Anónimo

Mis abuelos se casaron en Manizales, donde se conocieron, se fueron a vivir a Pereira, a una casa heredada por mi abuela de su tío Pablito, muerto en el famoso crimen del pañuelo rojo, famoso, porque nunca se resolvió. A Pablito lo mataron ahorcado con el pañuelo rojo que lucía en el bolsillo de su saco, por robarle las morrocotas de oro. Nunca se casó, por eso lo heredaron sus sobrinos, entre los que estaba mi abuela.

jueves, 8 de marzo de 2018

Dos historias de una partida


                                                    Karol Ríos


      Eran las ocho de las noche y nos preparábamos para dormir. Algo en el ambiente advertía que la noche sería diferente. Aunque nos sentíamos felices, estábamos un poco agotadas por el trajín del día. Esta vez, no leeríamos cuentos antes dormir. Casi sin darnos cuenta empezamos a narrar una historia que habíamos llorado juntas y de la que poco hablábamos.
Con nuestra cabeza apoyada sobre la almohada y la luz tenue que nos invitaba a descansar, empezamos a contar la historia.
“Había una vez una pequeña princesa que vivía con su padre, y su madre en las maravillosas tierras de la felicidad...”

Lo acordado



                                   Nancy Dominguez
           
         Napo no pudo decir ni una palabra más, todas se le atragantaron, se sentía ofendido, dolido y sobre todo traicionado por Pío. ¡El peor día lo acababa de vivir en un desastroso encuentro! Se marchó vacío de ilusiones y con deseos de encontrarse con la muerte en cualquier parte.