Nancy Dominguez
Napo no pudo
decir ni una palabra más, todas se le atragantaron, se sentía ofendido, dolido
y sobre todo traicionado por Pío. ¡El peor día lo acababa de vivir en un
desastroso encuentro! Se marchó vacío de ilusiones y con deseos de encontrarse
con la muerte en cualquier parte.
Salió mirando a Pio con total desprecio, y estando en el andén, no supo hacia dónde dirigirse. Por costumbre, caminó a la derecha por una calle empedrada que empataba con la calle de casi un kilómetro de largo, surcada por samanes que estiraban sus largas ramas hacia la carretera formando un perfecto arco verde. Napo caminaba despacio como si le faltara el aire. Sintió alivio al percibir el fresco de la sombra y el sonido del viento entre las hojas. Con la lentitud de sus pasos, comenzó a sentir que sus pensamientos empezaban a volver como ráfagas de fuego provenientes de algún tenebroso lugar a donde habían escapado. Se sentía devastado, jamás había tenido una experiencia semejante a esa.
Decidió ir a buscar a
su única amiga y confidente, apenas ella lo vio le notó en su rostro la expresión
de un intenso dolor en el alma.
-¡Pero por favor, qué
te pasó!
-Por ahora no quiero
hablar de nada, dame un tiempo mientras me repongo.
-Está bien… el tiempo
es tuyo.
Su amiga le sirvió un
aguardiente doble y puso la botella en la mesita de la sala. Al segundo trago
le pidió que pusiera el disco “Pesares” de Julio Jaramillo, si lo tenía.
-Sí, si lo tengo,
esperate un momento, lo voy a poner.
El disco comenzó a
sonar y Napo se puso a susurrar la canción.
-“Que me dejó tu amor
que no fueran pesares, acaso tú me diste tan sólo un momento de felicidad…”
Napo no aguantó, se
cogió la cabeza y se puso a llorar con sollozos, su amiga paró la grabadora y
lo abrazo.
-Qué te pasó amigo mío,
es tan grave, dime cómo puedo ayudarte.
-Ese maldito del que
era mi suegro, es un mal nacido, me tuvo tramado todo este tiempo. Caí
redondito, sí que me hace falta vivir… ¿sabes?
-Cómo así, ¿y él qué
tiene que ver en todo esto? Hace muy poco me contaste que por fin habías
conseguido novia y que era una buena muchacha.
-Ese maldito tiene que
ver en todo, me fue urdiendo en su maraña que no me dejó percibir la realidad.
-Bueno y qué pasó con
tu novia.
-Ni yo mismo entiendo qué
diablos fue lo que pasó…
Se llamaba Napoleón. Hacía
poco se había graduado de abogado y, decidió seguir trabajando en el bufete donde
había realizado la práctica como ayudante en el litigio de casos civiles y
penales. En el primer piso del mismo edificio donde trabajaban, se encontraba la
remontadora de calzado de Pío. Era un espacio muy pequeño y Pio lo había empapelado,
de piso a techo, con sugestivos almanaques de mujeres en vestido de baño. Como
ya no tenía dónde colocar más, algunos almanaques los pegaba encima de otros. El
mismo Pio había construido una mesita de madera con varios compartimientos para
separar el tamaño de las puntillas. A los clientes los sentaba en unos bancos
bajitos que él mismo había tapizados con pedacitos de cuero que había cocido
con un grueso hilo. Por todo el edificio se expandía el fuerte olor de las
tintas, de los betunes, de los pegantes y de los cueros nuevos que Pio
utilizaba en la remontadora. Napo frecuentemente le tocaba utilizar sus
servicios. Pio siempre le daba prioridad aunque no tuviera ni un solo centavo
para pagarle, le daba crédito, sabía que le pagaban los veinte de cada mes. Las
circunstancias, los habían llevado a
convertirse en entrañables amigos. Napo se quedaba con Pío a la hora del
almuerzo, hablaban de todo, pero disfrutaba mucho cuando Pío se refería a su
aventurera vida antes de decidirse a formar su propia familia. Al escucharlo,
Napo pensaba de todo lo que se había perdido.
En el poco tiempo que
llevaban de amigos, Pío se empezó a intrigar de por qué Napo nunca tocaba el
tema de mujeres. Pío decidió guardar cierta reserva frente al tema temía
encontrarse con una sorpresa, que a lo mejor se la tenía bien guardada su
amigo.
Una mañana, Napo pasó
por el taller de Pío con una mujer casi de su misma edad para que le arreglara
el tacón del zapato. A la hora del almuerzo Pío sin saludarlo le pregunto:
-¿Esa muchacha es su
novia?
-No… cómo se le ocurre
eso Pio, ella es la secretaria del bufete y está casada.
Napo aprovechó para
desahogarse, le confesó que él era un desastre en eso de conquistar mujeres.
-Mire Pio es vergonzoso
para mí, admitir que a esta altura de mi vida no haya tenido todavía mi primera
novia. En mi casa sospechan que a lo mejor soy un mariquita.
Pío lo escuchaba
atento, mientras su rostro dejaba entrever una socarrona satisfacción.
-Pero eres un abogado y
de por sí, eso es muy atractivo para las mujeres.
-Pues sí, no te lo
niego, pero la verdad… me gustaría conocer una buena mujer, hacendosa y
respetuosa, mi intención es casarme pronto para progresar…
-En eso estoy de
acuerdo contigo y te aconsejo que es mejor casarse con una mujer docilita y que
se dedique a las labores del hogar.
A Pío se le iluminó
súbitamente la mirada, mientras pensaba: con este hombre le puedo hacer ganar
la lotería a una de mis hijas que ya está lista para que se case. Aprovechó
para contarle que era padre de cinco hijos y que tenía dos hermosas hijas. Que la
mayor de ellas, estaba ya en edad de matrimonio. Le ponderó que sabía
desempeñar a la perfección todas las tareas que se hacían en el hogar. Le
enfatizó también, que ya había terminado el bachillerato y que aún no había
tenido novio.
-Ummm, qué interesante,
¿y es posible que yo la pueda conocer?
-¡Pues claro! Si quiere
vaya mañana domingo por la tarde y se la presento con el mayor gusto.
Al otro día, pasadas
las cuatro de la tarde, Napo fue a la casa de Pío a conocer a Victoria. Ella, ya
estaba enterada de la visita y sentía gran curiosidad por conocer al joven que
su papá elogiaba como un verdadero caballero, resaltándole, al mismo tiempo, sus
méritos académicos. El papá le había dado el permiso, por anticipado, de aceptarlo
como novio, si Napo se lo insinuaba. Conversaron animadamente hasta la llegada
de la noche. En el momento de la despedida, de forma repentina, Napo la abrazó
apretándola un poco sobre su pecho, ella le correspondió y se animó a
susurrarle en la oreja:
-Mañana por la noche
vengo a visitarte ¿Está bien?
-Entonces ¿ya somos
novios? -preguntó ella con una voz apenas
susurrada.
-Claro que sí -le dijo
arrimando sus labios a los de ella.
Victoria sintió como si
levitara, todo su cuerpo estaba desbocado en un río de sensaciones que nunca
había experimentado. Cerró los ojos para lograr retener la grata sensación, no quería
que desapareciera y reproducía con su imaginación la fuerza de sus brazos
apretándola. Respiraba lentamente buscando en el ambiente ese indescriptible
olor a hombre. Ya estaba experimentando que era una eternidad el tiempo que
faltaba hasta el día siguiente para volver a estar junto a él. Un sentimiento
de culpa y miedo le desvanecieron el placer que sentía. En su cabeza le
retumbaban las advertencias que su mamá y las otras mujeres de su familia le
habían hecho, debía tener cuidado con las cosas que experimentaba con los
hombres, porque casi siempre salían preñadas y abandonadas a su suerte.
Al otro día, mientras
acompañaba a desayunar al papá le contó sin rodeos, que Napo y ella ya eran
novios. Uso un tono distinto con la intensión de que él viera un cambio en
ella. Tomó la decisión de decírselo
antes de que se lo preguntara, pues era evidente que quería saber qué había
pasado con ese caballero que le había llevado.
Quería que el tiempo
volara y que llegara la tarde rápido para ir a contarle a su mejor amiga.
-¡Ni te imaginas lo que
me pasó anoche!
-Pues, ¡ya! cuéntamelo
todo, a ver a qué te atreviste.
-¡Ya tengo novio! Mi papá me habló de él el sábado y el domingo en
la noche ya éramos novios. Hablaba en un tono cantado, improvisando una extraña
danza. Esta mañana cuando mi papá salía para el trabajo me sacó de la casa y me
dijo al oído: ya te darás cuenta que nos ganamos la lotería con ese abogado, y
por favor, no me vas a defraudar hablándole de esas tonterías que tenés en la
cabeza, te lo advierto desde ahora
-¿Y quién es ese
billete de lotería que te llevó tu papá?
-Pues verás, ellos dos
son muy amigos y trabajan en el mismo edificio. Es un abogado recién graduado y
se llama Napo, cuando recién lo vi, me pareció muy tímido, luego conversamos tan
sabroso que ninguno de los dos quería terminar. La voz de mi papá recordándonos
la hora, precipitó lo que ya te conté.
Alicia cayó en cuenta que
ese joven abogado era amigo de ella desde que se había creado el primer grupo
de catequesis de la parroquia del barrio donde vivían. Alicia se alegró por
Napo conocía de su timidez para cortejar a una mujer y también sabía de sus
intenciones de casarse. Nunca se hubiera podido imaginar que ese par se iba a
conocer de esa manera y, menos aún, que se ennoviarían de inmediato. Ella los
conocía, eran como el agua y el aceite. A Victoria la conocía desde su
adolescencia temprana y le facilitaba las bases para decidir y dirigir su
propia vida. Alicia, aprovechaba que tenía acceso a la biblioteca del colegio para
traerle libros y revistas.
A Victoria se le notaba
que estaba cultivando su intelecto, le disgustaban su papá y el hermano mayor
que siempre la desaprobaban con autoridad masculina. Cuando se enfrentaban,
ella aprovechaba la oportunidad para insistir sobre la decisión que había
tomado de estudiar en la universidad y, que
se negaba a repetir la vida de las mujeres de su familia, amas de casa llenas
de hijos y sumisión, sabía que sufrían en secreto, que no eran felices
dependientes absolutas del marido y ocupadas todo el tiempo atendiéndolos,
teniendo y cuidando hijos. Pero la costumbre en esos tiempos era que lo mejor
era tener un marido.
Napo cumplió con la
visita a Victoria ese lunes por la noche, saludó afectuosamente a Pío quien lo
invitó a sentarse en el único mueble que tenía la sala. Victoria estaba sentada
revolviéndose las manos sin saber cómo tenía que actuar en ese primer día de
visita de su novio. Pio los dejó solos en la sala llevándose de paso a los
demás hijos.
-Hola, te traje el periódico
de hoy, voy a seguírtelo trayendo.
-Qué bien, te lo
agradezco.
-Y… cuéntame ¿qué
hiciste hoy? No sabía la hora de terminar mi trabajo para venir a verte.
-Yo también estuve
esperando que llegara la noche.
Él le tomó una mano y
sintió que ambos las tenían frías. Hizo el intento de darle un beso pero ella
lo esquivó.
-Aquí no Napo, subamos
al segundo piso que hay una terracita.
La parte delantera de
la casa era de bahareque y la otra de ladrillo. Pio le había construido una
plancha para levantar un segundo piso. Victoria había organizado un rinconcito
con dos asientos y una mesita en la que había puesto un vaso con jugo y unos
dulces. Allí, ella sintió privacidad y le correspondió los besos y las
caricias.
Al principio, Napo le
hacía la visita a Victoria día de por medio sostenían unas conversaciones muy
animadas. Mientras tanto, Napo se iba desinhibiendo cada vez más con sus
caricias que saltaron del rostro a la espalda y terminaron en la cintura, la
apretaba mientras la besaba. Victoria le correspondía la mayoría de las veces,
pero en algunos momentos lo paraba en seco, se retiraba y no le daba ninguna
explicación, aunque él se lo suplicara.
En uno de esos días de
visita, Victoria le pidió a Napo que le hiciera visita solo los fines de semana,
porque ya había llegado el tiempo de iniciar su preparación para presentar los exámenes de admisión en la
universidad pública en la que ya estaba inscrita. Napo se quedó pasmado al
escucharla.
-¡Cómo así que vas a
hacer eso, si a mí no me has pedido permiso y tu papá nunca me ha hablado de
dejarte ir a la universidad!
-¿Cómo así que tengo
que pedirte permiso? ¡Ni más faltaba! De este tema ya hemos hablado, o fue que
se te olvidó. Y entre otras cosas ¿Mi papá qué tiene que ver en todo esto?
Napo se puso de pie y
subiendo el tono le contestó:
-Más bien te recomiendo
pensar en lo que nos estás haciendo a tu papá y a mí, y de verdad, no quiero
entrar en esta discusión con vos, sin antes hablar con tu papá.
Se fue sin despedirse, diciéndole
que vendría el otro fin de semana como ella se lo había solicitado.
Napo se fue caminando
muy despacio hasta su casa tratando de entender las intenciones de Victoria la conversación
lo había dejado desbaratado; sin embargo, se animaba pensando que Pio le había
dado mil razones con las que se había convencido de que Victoria era la mujer
perfecta para casarse.
Al otro día, Napo
realizó su trabajo sin mucha motivación, esperaba que llegara pronto el medio
día para ir al taller de Pío.
Antes del medio día
llegó el cartero al bufete con un sobre de la Gobernación Departamental,
dirigido al abogado Napoleón López Gutiérrez. Desde hacía seis meses estaba
esperando una respuesta. Con apuro abrió el sobre: “usted ha sido nombrado Juez
Promiscuo… y tiene cuatro meses para realizar los trámites para su posesión. Felicitaciones”.
Sin explicaciones volvió a introducir la carta en el sobre y salió corriendo para
el taller de Pío. Cuando leyó le dijo que nadie más que él para merecer el
cargo.
Victoria se había dado
cuenta que ganaba más cuando tomaba la iniciativa le comentó a su papá que le
había extrañado mucho la reacción de Napo cuando le habló de estudiar en la
universidad. Previendo que el papá seguramente iba a reaccionar violentamente,
le dijo con total decisión:
-Yo voy a ir a la
universidad con o sin su permiso, y menos aún, dizque pedirle permiso a Napo.
¡No faltaba más!
Sin darle tregua a su
papá para que empezara con sus amenazas le dijo que iba a ponerse a trabajar
para pagarse ella misma el estudio y, que la decisión la había tomado porque lo
había escuchado decirle, que lo mejor para ella era casarse.
Pío descontrolado grita
amenazante:
-¡No voy a dejarte ir a
la universidad y punto! ¡Y sí, lo que tenés que hacer es casarte con ese
abogado que te conseguí para que me desocupés la cama y la cuchara! ¡Ya estás
muy grandecita para que yo te siga manteniendo! ¡Mal agradecida!
A Napo se le notaba la
felicidad. Abrazó a Pio efusivamente, le dijo que se ganaba el derecho de llamarlo
suegro, porque podía pensar en casarse con su hija y ofrecerle una excelente
vida. Pensaron que lo mejor era que Napo estuviera casado para cuando se posesionara,
le garantizaba tranquilidad para iniciar su carrera hacia la magistratura. Le
comentó que a pesar de sentirse tan feliz con la noticia, también se sentía
preocupado por Victoria.
-Victoria me entero,
pero tranquilo nada de eso va a pasar. Yo tengo mis métodos para quitarle ese
embeleco, ya verás como la llevamos docilita al matrimonio.
-Confío en usted.
El domingo por la tarde
llegó Napo entusiasmado y feliz, seguro que iban a establecer con Victoria la
fecha de matrimonio, tenía la certeza que Pio había resuelto su preocupación. Victoria
lo recibió con frialdad absoluta, le pidió a Napo y a Pio que la acompañaran a
su habitación.
-Yo sé, porque me lo
han enseñado, que le debo obediencia y sumisión a mi padre y al que sea mi futuro
esposo y que las mujeres no tenemos derecho a tomar nuestras propias decisiones
sin la aprobación de los hombres. Sé, que lo mejor para mi es casarme contigo me
lo dijo mi papá gritándome, que me molería a palo si lo desobedecía. Para no
hablar más, doy por terminado este falso noviazgo y de paso confirmo que me he
liberado de una vez por todas del yugo de los hombres, empezando por mi papá.
No permitiré jamás, que ningún hombre me
diga a qué tengo derecho, ni mucho menos que levante su mano para castigarme. He
aprendido que las decisiones que tienen que ver con mi vida, son asunto mío y
ya conozco la brújula para saber hacia dónde dirigirme.
Victoria salió
lentamente de la habitación con su cuerpo erguido y firmeza en sus pisadas.
Napo al salir de la
casa le dijo a Pío:
-¡Usted señor me engañó
todo el tiempo, presentí que algo no iba bien con Victoria, pero sus razones y
su insistencia me volvían a convencer! ¡Esa mujer no necesita de un hombre para
lograr lo que ella quiere!
Excelente cuento, me transporte en el tiempo. A comiemzos del siglo XX. Mi abuela nos contaba historias cuando la mujer debía ser sumisa y para el hogar...increible
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