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miércoles, 14 de marzo de 2018

Mi pescador


Adriana Lucía Yepes 



Sale Asher como siempre muy temprano a su faena de pesca, aún es de noche y su mujer duerme. El día de Adelina inicia más tarde cuando debe despertar a los niños para ir a la escuela. Él la mira por un momento, le da un beso en la frente y la observa una vez más. Siente su cuerpo tibio, se deleita al verla semidesnuda. Sus trenzas diminutas, su color de piel un poco más claro que el suyo, su abuela era “paña”, blanca nacida en el continente. La observa con deseo y nostalgia, por no poder disfrutarla en ese momento. Ella sigue durmiendo una hora más, hasta la preparación del desayuno para sus hijos Tony y Zery, de 6 y 4 años de edad. Prepara domplin, chocolate y huevo. Empaca sus loncheras con jhanny kiek y jugo. Levanta a los chicos, quienes repiten mama no. Ih suun rieen. Plizz no mom. Adelina sonríe, los levanta e inician su rutina antes de ir a estudiar en First Sound Bay School. Al llegar, se inclina los besa y les da como siempre su recomendación unu laan evyting.

Adelina regresa y en el camino se detiene un momento para observar el mar. Mágico, colorido como una paleta iluminada de varios colores, sereno y terco que se acerca y se devuelve, acompañado del sol caprichoso y tibio. Mira más allá, corales desprendidos y hojas de palma arrancadas lanzadas al camino ante la furia del mar y la brisa. Ella entonces le dice: ayer estabas furioso, por nada. ¿Cómo puedes estar tan molesto y luego tan calmado como si nada hubiera pasado?, ¿por qué te pareces a tanta gente que conozco? Continúa, pobre Asher, tuvo que salir a pescar tan temprano. Anoche hizo frio y no dormimos bien.

Sigue caminando. Avanza hasta la casa de su madre, quien se encuentra tomando café con pan isleño, amasado con leche de coco que ya no se consigue tan fácil. Se reúnen frente al mar, el mismo que las ha visto crecer, madurar y envejecer, ambas han construido su historia de vida allí. En el mismo lugar, frente al mar tibio, colorido y caprichoso que aman y sienten como propio porque les proporciona todo, comida, juego para sus hijos, miedo y respeto cuando esta malhumorado. Hablan un rato como viejas amigas, se unen en la complicidad de ser mujeres que han vivido en un lugar simple. Hablan de los chicos y su estudio, de Asher y el amor que los une desde niños, de lo que van a preparar para el almuerzo y aún de su mala noche por la brisa fría y la lluvia. Terminan el café y Adelina se despide de su madre: okie mom. Mii guain juom. A si yuu lieta.

Adelina lava la ropa a mano con la batea y el rayo que su abuela le regaló hace muchos años. No le puede faltar su regueea que la acompaña desde temprano, tararea algunas canciones piensa en todo y nada, en su vida cotidiana, diáfana y simple, en sus hijos. Evoca su primera noche de amor con Asher, sus ojos y su mirada deseosa, los olores y dulzura para amarla y el sexo que disfrutan con placidez como cuando llega la calma al mar. Recuerda el beso en la frente y el instante en que le dice mi lov yu y su respuesta inmediata mi tu Ash. Piensa cómo serán  viejos y se interroga: si Asher la amará igual, si estarán juntos, cuántos nietos tendrán; su madre vivirá y podría seguir desayunando en su complicidad femenina. Sus pensamientos se interrumpen tras un ademán ¿cómo saberlo?, ¿qué importa? Con su mirada perdida en la línea del horizonte observa el sol y el mar en todo su esplendor. Lo mira con asombro y absoluto placer. Donde espera envejecer para finalmente morir al lado de sus antepasados. Pareciera que sus pensamientos le hubiesen dado velocidad a su rutina. Comienza a preparar el almuerzo. Pescado en salsa de coco, con sazón nativa dulzona y matizada con hierbas naturales que cultiva en su patio trasero. Ella sabe cuánto lo disfruta su amado Ash. Habiendo terminado su rutina descansa en su balcón. Súbitamente el cielo oscurece y los truenos se descuelgan de las nubes que ensombrecen el día. La lluvia y la brisa no dan espera. En segundos el día oscurece al igual que su mirada preocupada. Conoce el riesgo que corre Asher cuando hay tormenta. Pasan las horas y Adelina se inquieta. Aunque sabe lo recursivo y experto que es su hombre, quien tantas veces ha sobrevivido a las inclemencias del clima y las furias de su indescifrable mar. Espera que nada ocurra. Pasa el tiempo lentamente, aumenta su ansiedad y temor. Las horas parecen eternas y Adelina no halla qué hacer. Se repite una y otra vez: nada podrá ocurrirle. De repente, a lo lejos escucha a su querido Asher, quien desde la orilla del mar exclama am jongry. Se besan, se observan a los ojos. Los mismos que ahora lucen húmedos y temerosos, pero emotivos al reencuentro. El deseo no da espera. A él le gusta observarla, es hermosa. Ama su cuello y el contorno de su cuerpo, delgado, firme, tibio, con su olor a tierra mojada que tanto le apasiona. La mira una vez más a contra luz, a través de su vestido claro y translúcido con encajes en el pecho. Se desean, se aman una y otra vez, se ríen y prosiguen hasta terminar enredados en  pasiones, olores, sabores y sábanas. Al finalizar se observan en silencio, deleitados como cuando se saborea un plato exquisito, con el arrullo del mar cercano y cómplice que va y viene como ellos. Asher contempla a su Adelina, la besa en la frente, diciéndole: mi lov yu, y ella responde: mi tu Ash.



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