Adriana Lucía Yepes
Sale Asher como siempre muy temprano a su faena de pesca, aún
es de noche y su mujer duerme. El día de Adelina inicia más tarde cuando debe
despertar a los niños para ir a la escuela. Él la mira por un momento, le da un
beso en la frente y la observa una vez más. Siente su cuerpo tibio, se deleita
al verla semidesnuda. Sus trenzas diminutas, su color de piel un poco más claro
que el suyo, su abuela era “paña”, blanca nacida en el continente. La observa
con deseo y nostalgia, por no poder disfrutarla en ese momento. Ella sigue
durmiendo una hora más, hasta la preparación del desayuno para sus hijos Tony y
Zery, de 6 y 4 años de edad. Prepara domplin,
chocolate y huevo. Empaca sus loncheras con jhanny
kiek y jugo. Levanta a los chicos, quienes repiten mama no. Ih suun rieen. Plizz no mom. Adelina sonríe, los levanta e
inician su rutina antes de ir a estudiar en First Sound Bay School. Al llegar, se
inclina los besa y les da como siempre su recomendación unu laan evyting.
Adelina regresa y en el camino se detiene un momento para
observar el mar. Mágico, colorido como una paleta iluminada de varios colores,
sereno y terco que se acerca y se devuelve, acompañado del sol caprichoso y
tibio. Mira más allá, corales desprendidos y hojas de palma arrancadas lanzadas
al camino ante la furia del mar y la brisa. Ella entonces le dice: ayer estabas
furioso, por nada. ¿Cómo puedes estar tan molesto y luego tan calmado como si
nada hubiera pasado?, ¿por qué te pareces a tanta gente que conozco? Continúa,
pobre Asher, tuvo que salir a pescar tan temprano. Anoche hizo frio y no
dormimos bien.
Sigue caminando. Avanza hasta la casa de su madre, quien se
encuentra tomando café con pan isleño, amasado con leche de coco que ya no se
consigue tan fácil. Se reúnen frente al mar, el mismo que las ha visto crecer, madurar
y envejecer, ambas han construido su historia de vida allí. En el mismo lugar,
frente al mar tibio, colorido y caprichoso que aman y sienten como propio
porque les proporciona todo, comida, juego para sus hijos, miedo y respeto
cuando esta malhumorado. Hablan un rato como viejas amigas, se unen en la
complicidad de ser mujeres que han vivido en un lugar simple. Hablan de los chicos
y su estudio, de Asher y el amor que los une desde niños, de lo que van a
preparar para el almuerzo y aún de su mala noche por la brisa fría y la lluvia.
Terminan el café y Adelina se despide de su madre: okie mom. Mii guain juom. A si yuu lieta.
Adelina lava la ropa a mano con la batea y el rayo que su
abuela le regaló hace muchos años. No le puede faltar su regueea que la acompaña
desde temprano, tararea algunas canciones piensa en todo y nada, en su vida
cotidiana, diáfana y simple, en sus hijos. Evoca su primera noche de amor con
Asher, sus ojos y su mirada deseosa, los olores y dulzura para amarla y el sexo
que disfrutan con placidez como cuando llega la calma al mar. Recuerda el beso
en la frente y el instante en que le dice mi
lov yu y su respuesta inmediata mi tu
Ash. Piensa cómo serán viejos y se
interroga: si Asher la amará igual, si estarán juntos, cuántos nietos tendrán; su
madre vivirá y podría seguir desayunando en su complicidad femenina. Sus pensamientos
se interrumpen tras un ademán ¿cómo saberlo?, ¿qué importa? Con su mirada
perdida en la línea del horizonte observa el sol y el mar en todo su esplendor.
Lo mira con asombro y absoluto placer. Donde espera envejecer para finalmente
morir al lado de sus antepasados. Pareciera que sus pensamientos le hubiesen
dado velocidad a su rutina. Comienza a preparar el almuerzo. Pescado en salsa
de coco, con sazón nativa dulzona y matizada con hierbas naturales que cultiva
en su patio trasero. Ella sabe cuánto lo disfruta su amado Ash. Habiendo
terminado su rutina descansa en su balcón. Súbitamente el cielo oscurece y los
truenos se descuelgan de las nubes que ensombrecen el día. La lluvia y la brisa
no dan espera. En segundos el día oscurece al igual que su mirada preocupada. Conoce
el riesgo que corre Asher cuando hay tormenta. Pasan las horas y Adelina se inquieta.
Aunque sabe lo recursivo y experto que es su hombre, quien tantas veces ha
sobrevivido a las inclemencias del clima y las furias de su indescifrable mar. Espera
que nada ocurra. Pasa el tiempo lentamente, aumenta su ansiedad y temor. Las
horas parecen eternas y Adelina no halla qué hacer. Se repite una y otra vez: nada
podrá ocurrirle. De repente, a lo lejos escucha a su querido Asher, quien desde
la orilla del mar exclama am jongry. Se
besan, se observan a los ojos. Los mismos que ahora lucen húmedos y temerosos,
pero emotivos al reencuentro. El deseo no da espera. A él le gusta observarla,
es hermosa. Ama su cuello y el contorno de su cuerpo, delgado, firme, tibio,
con su olor a tierra mojada que tanto le apasiona. La mira una vez más a contra
luz, a través de su vestido claro y translúcido con encajes en el pecho. Se
desean, se aman una y otra vez, se ríen y prosiguen hasta terminar enredados en
pasiones, olores, sabores y sábanas. Al
finalizar se observan en silencio, deleitados como cuando se saborea un plato
exquisito, con el arrullo del mar cercano y cómplice que va y viene como ellos.
Asher contempla a su Adelina, la besa en la frente, diciéndole: mi lov yu, y ella responde: mi tu Ash.
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