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viernes, 19 de octubre de 2018

La puerta falsa



Hernán Arrieta Von Seca



Pasacorriendo es un pueblo olvidado en las montañas del Caribe colombiano, donde solían pasar cosas insólitas. Un día sus habitantes se propusieron por primera vez recolectar fondos para mejorar la iglesia y los dos pozos de agua salobre que consumía la población. La propuesta se hizo viable con un reinado aunque nadie sabía cómo hacerlo. La incertidumbre desapareció cuando un grupo de personas prestantes se reunió con el inspector de policía. Reconocieron que un solo policía, la ausencia de médico y sacerdote, la falta de energía eléctrica y agua permanente, no generaban seguridad para hacer un reinado de un mes de duración.

  El comité organizador, en su mayoría señoras, convocó a las mujeres más hermosas en el salón Papaupa donde en reñida competencia quedaron dos niñas para competir por la corona. Una en representación del barrio arriba y otra del barrio abajo.
  El pueblo estaba conformado por gente pacífica, familiar, trabajadora y honrada que decidió que a pesar de todo haría su carnaval de un mes con toda clase de disfraces. 
   El inspector leyó el bando con redoblante y trompeta en las calles y las esquinas. Ordenaron que se aceptaran y respetaran las normas de convivencia social durante las festividades. Las comitivas trabajaron en forma incansable. Todo era alegría en apoyo de una de las dos candidatas. Se hicieron comparsas, verbenas, bailes, venta de recordatorios, coronas, cetros, rifa de novillas y carreras de caballos. 
 La fiesta inició al ritmo de la banda de música, juglares y acordeoneros. Pero el dinero conduce al pecado. En los dos barrios se decía que se hacía mal uso del dinero recogido. Ambos comités exigieron una tesorera honrada pero aun así las malas lenguas siguieron diciendo que en el reinado había gato encerrado.
  Las futuras reinas iban acompañadas por sus novios a todas partes, se decía, que mal acompañadas. Había en el pueblo unas lenguas viperinas que conocían el historial de los almendrones, según los “oráculos”, unos sinvergüenzas, “irreverentes chachos” que no aman a las mujeres y siempre se burlaban de las que habían tenido como novias, usando el poder económico y familiar.
 Anunciaron a propósito de las festividades la llegada de un cura que solo iba una vez cada año a lomo de caballo para celebrar la misa, hacer los bautizos, los matrimonios y anunciar las fechas para los próximos matrimonios colectivos. El obispo iba cada diez años para celebrar la confirmación de niños, jóvenes, adultos y viejos.
 Se acordó que las candidatas desfilaran junto con las urnas y que en escrutinio público se contabilizara el dinero. Las dos candidatas recogieron la misma cantidad de dinero, las dos fueron reinas y fueron coronadas por sus respectivos novios, que con emoción anunciaron que se casarían en la ceremonia anunciada por el cura y el obispo.
 Pero las futuras esposas, la noche anterior al matrimonio, tuvieron a bien escaparse con dos hombres casados por la PUERTA FALSA, cómplice silenciosa de la fuga con los amores prohibidos.




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