“A
mis amigos les adeudo la paciencia
de
tolerarme las espinas más agudas,
los
arrebatos de humor, la negligencia,
las
vanidades, los temores y las dudas”
Alberto
Cortés
J.Iván Perez
Introducción
En tiempos de crisis como los que nos
depara el segundo decenio de un siglo que se esperaba más propicio, no sobra ningún
aporte a la reflexión y a la introspección sobre lo que está ocurriendo durante
esta pandemia, en especial lo que toca con la unidad familiar.
No
deja de ser una paradoja que la proximidad e intimidad familiar, que se
acrecientan por causa del aislamiento forzoso a que nos somete tal calamidad
orbital, sea una amenaza para su integridad.
Estamos
convencidos de que las disciplinas de la salud y de la sanidad mental personal
y social, tienen cosas para proponer en favor de mantener y acrecentar la
unidad del grupo familiar. Por tal
razón, realizaremos una aproximación al análisis de lo que denominamos el <Síndrome
del Puercoespín>, para dar con ello nuestro aporte reflexivo a la
realidad que vivimos.
Para
cumplir el objetivo, acudiremos a los cinco elementos que integran la antigua y
siempre nueva metodología del sistema educativo denominado: Paradigma Pedagógico Ignaciano, y trabajaremos
con cada uno de ellos: Contextualización,
Experiencia, Reflexión, Acción y Evaluación.
1.
La Contextualización de la
realidad
Contextualizar es poner en contexto
algo; equivale a situar ese algo en las circunstancias adecuadas de tiempo,
modo y lugar; y aunque a estas alturas, todos estamos de pandemias y coronavirus, que se han vuelto
tan caseros como las facturas por pagar, se hace necesario que caigamos en
cuenta que existe otra entidad más silenciosa –si se quiere- pero no menos
mortal que el virus que tratamos de evitar o atacar.
Se
trata de algo que en el mundo de la salud se denomina Síndrome y que, para el
propósito de estas reflexiones, denominaremos: <Síndrome del Puercoespín>.
Sobre
el término Síndrome, nuestra real
academia del idioma lo define como: “Conjunto
de síntomas de una enfermedad”, lo que viene a equivaler a enfrentar no a
un enemigo en particular, sino a un conjunto de ellos, y posiblemente a una
legión; en este caso, una legión de virus mortales. Y mortales porque matan, y porque
lo hacen silenciosamente, y lo hacen de muchas formas: social, moral,
psicológica, y -a veces- puede llegar hasta la mortalidad física.
Lo
del apellido Puercoespín, es por
referencia a la naturaleza de un animalito que, por sus características (los
hay de diferentes clases), se define su grado de peligrosidad y aniquilamiento.
Ha sido dotado por la naturaleza de un cuerpo cubierto de púas -aparentemente
tan inocentes- como la piel de cualquiera de sus semejantes, pero tan temibles
y letales como el más colérico de los enemigos cuando se le importuna o
desafía.
Y
surge una primera pregunta: ¿Tendrá algo que ver eso con lo que nos está ocurriendo
aquí y ahora a nivel mundial? Y la respuesta categórica es: SÍ. Sobre todo, cuando se lo analiza a
la luz de las relaciones intrafamiliares, que adquieren características ultra
sensibles a causa de un encierro forzado de 24/7, sin duración prevenible.
2.
La Experiencia
Los
episodios amenazantes o dolorosamente violentos, experimentados alguna vez o en
alguna de las etapas de nuestro desarrollo personal, se convierten en el
combustible propicio para originar o disparar el tal Síndrome. Éste
se convierte en el artífice de los peores escenarios personales e
interpersonales en que deberemos mantenernos y actuar como convivientes.
Si
en la vida ordinaria la violencia intrafamiliar es una pandemia que corroe la
convivencia, a pesar de mantenernos la mayor parte del tiempo relativamente
alejados unos de otros por razones de compromisos personales y sociales, es en
este forzoso escenario, en el que cualquier detalle inconveniente, cualquier
interpretación equivoca, el comentario inoportuno o la errada adscripción de
sentido a una conducta, desnuda nuestras calidades y debilidades y la
agresividad deja aflorar nuestras puyas, puyas mortales como las del más
enfurecido puercoespín. Aparecerá la chispa que encienda el quebrantamiento de
una relación, o la destrucción de una autoimagen largamente construida por el
otro.
Alguien,
a propósito de la realidad forzosa que experimentamos, opinaba: “el mundo se
está reconfigurando y no hay sectores que se escapen a la incertidumbre”.
Cierto, hay que hacerse conscientes de la emergencia de una nueva realidad, de
una manera distinta de asumir las cosas de la vida que nos atañen. Creemos que de
no hacernos conscientes de la obligación personal de participar activamente en
el proceso de la reconfiguración que se avecina, nos estaremos auto excluyendo
de la dirección de nuestro propio destino.
Hay
que caer en cuenta de que, cualquiera sea el cambio del mundo que nos circunda
por causa de esta pandemia, el cambio del que nos es propio, sigue siendo responsabilidad de cada uno y
sólo suya; seguimos siendo los arquitectos de nuestro propio destino. Lo que no
hagamos por nosotros mismos, nadie lo hará por nosotros.
Las experiencias de violencia
intrafamiliar, debidas a nuestra idiosincrasia y a las características
aportadas por la herencia genética y la herencia cultural propias de cada uno
de los miembros del grupo, avalan ésta y otras expresiones de violencia, nada
gratificantes para la forzosa convivencia que debemos compartir.
3.
La Reflexión – la Reconsideración
Este
elemento, catalogado como importantísimo dentro del paradigma, está
identificado como el proceso mediante el cual se hace emerger a la superficie
de lo consciente a toda experiencia personal que haya quedado inconsciente.
El
proceso está cimentado en dos operaciones fundamentales: el entender y el juzgar. La primera, es el chispazo que ilumina la
penumbra de la percepción inicial que
tenemos de algo, y la segunda, corresponde a la operación para verificar la adecuación entre lo entendido y lo
experimentado. Veamos cómo se aplicarían aquí.
El
<Síndrome
del Puercoespín> es equiparable -en la realidad- a un mecanismo de
defensa que consiste en un conjunto de elementos inconscientes, que utilizamos
para defendernos de emociones o
pensamientos que produzcan ansiedad, sentimientos depresivos o una herida en la
autoestima, cuando se hacen conscientes.
Los
mecanismos de defensa son heredados genéticamente o construidos culturalmente.
Como elementos inconscientes, hacen que reaccionemos de manera extrañamente
preconcebida o en forma de conductas incontroladas, y -a veces- peligrosas. Son
empleados cuando nos sentimos invadidos en nuestros espacios o se nos agrede, y
para ampararnos, acudimos a punzantes conductas con mayor grado de agresión o a
violentas actitudes sociales, sin apenas medir las consecuencias: son las espinas
con que nos protegemos.
Una
lección a tener en cuenta en las actuales circunstancias, -apuntaba alguien que
ponía a la reflexión como el más definitivo elemento- es que “nos ha obligado a reconocernos”. Sí, nos ha obligado a reconocernos como los
seres de luz y de sombras que somos, y que aceptemos tener una misión que
cumplir allí donde se nos destinó: a eso hemos venido a este planeta y para eso
sobreviviremos a situaciones así o peores, claro, si aceptamos que debemos involucrarnos
de forma consciente.
Y
antes de que el síndrome se convierta en algo propio de nuestro ser o de la
identidad del grupo familiar, y deje afectadas, tanto nuestra salud física como
la mental, debemos reconocer la capacidad de resiliencia que cada uno
ha cultivado en sí mismo y la que se ha podido construir en cada grupo de
referencia al que pertenezca. La vamos a necesitar para reinventarnos y
–definitivamente- para subsistir.
Una
última reflexión, a este propósito, nos la proporciona el apenas desaparecido
premio nobel alternativo de economía, el chileno Manfred Max Neef quien, para
referirse a la incertidumbre de las circunstancias que como ésta, debemos
afrontar para seguir realizándonos, acuñó la frase que viene muy bien al caso: “Hay que estar dispuestos a derivar en
estado de alerta”.
4.
Las Acciones a emprender
Estar
dispuestos a ‘derivar en estado de
alerta’, significará aquí, pasar de la ‘reflexionática’
a la ‘axionática’, que será pasar
de emplear ríos de tinta para ‘hablar
de’, a tomar acciones efectivas en nuestra conducta. Para hacerlo, tendríamos, por ahora, tres cosas a proponer.
La primera será hacer un esfuerzo consciente para
. ¿Y cuál es el significado de ésto en el contexto que
analizamos? Pues nada más y nada menos que hacernos conscientes de lo que
somos: seres integrales e integrados; que estamos constituidos como un conjunto
de sistemas y subsistemas, que funcionan por la energía que somos y por los
sentimientos que generamos; que nuestro sistema inmunológico está movido por
las emociones que manejamos, y que nacen de pensamientos que impulsarán nuestras
conductas de violencia o de paz, según su propio origen.
Se
hace necesario caer en cuenta de que no vamos a salir de situaciones como ésta,
si nos sentamos a esperar (física o mentalmente) a que las soluciones lleguen
por arte de birlibirloque o –peor aún- que dejemos en manos de otros lo que
deberíamos hacer nosotros mancomunadamente, y sobre el ‘metro cuadrado’
personal.
Lo
segundo será entender, de una vez por todas, que aquí <lo obvio no es tan obvio>.
Lo que ésto significa es que, aunque la filosofía popular pregone que ‘no hay
mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista’, lo de hoy nos afecta hasta
los tuétanos; que se cuenta en hechos: número de afectados y número de muertos;
que la cosa va tan en serio, que no es tan obvio que de ésto vamos a salir todos
indemnes ‘si dios quiere’. Es cierto que la espiritualidad o lo que cada uno
tenga como ser supremo o supremo valor, velará y responderá por sus criaturas,
pero sería bueno recordar que fuimos creados libres y capaces, y se nos entregó
este planeta para que lo lleváramos a su pleno destino, gracias al empleo de la
capacidad de respuesta con la que fuimos dotados.
Y
lo tercero será que –de esta dolorosa experiencia- ‘aprehenderemos más de lo que nos
propongamos’. Claro, eso será así, si lo trabajamos desde ya y lo
emprendemos en conjunto. Pero, para tener los logros que deseamos, debemos aprehender
–de una vez por todas- que se hace necesario mudar nuestras espinas y vigilar
lo que las dispara, si es que definitivamente, no es posible erradicarlas para cultivar
la convivencia a la que aspiramos y nos merecemos.
5.
La Evaluación y la Motivación
Bien
es sabido que lo que no se evalúa no es susceptible de ser perfeccionado.
Igualmente, que hay que valorar la disposición personal y grupal a vigilar la
efectividad de los esfuerzos que realizamos para liberarnos del ‘síndrome’ y liberar también a la
convivencia, si es que está siendo víctima de él.
Dentro del paradigma, la evaluación
tiene que ver con el valor que se le da, tanto a la intencionalidad con que se
aborde la erradicación del síndrome, como a las acciones que se emprendan
efectivamente para lograrlo. Igual cosa deberá hacerse con los métodos y medios
con los que se intenten obtener los resultados.
De lo que se trata –en definitiva- es
de aprovechar los espacios de reflexión de esta atípica situación de convivencia,
para recrear conductas que sustituyan los actos de violencia entre miembros de
la familia que, al decir de las noticias que llegan de casi todas partes, se han
disparado exponencialmente en el día a día, parejos con la pandemia.
A modo de
cierre
Para cerrar lo
reflexionado hasta aquí, que no para darlo
por concluido -porque nada está aún concluido- queda el compromiso personal y
grupal del aporte que se nos está demandando (¡que se nos está exigiendo!) si
es que nos comprometemos con la superación de la otra epidemia descrita y causada
por el peligrosísimo .
hola Ivan. me parece bien traído a discusión esta problemática, porque en efecto es impresionante el dato de hoy sobre la violencia intrafamiliar, que de hecho siempre ha existido, pero ahora en esta convivencia "apretujada" se intensificó de manera exponencial. Mañana discutiremos mas sobre el tema.
ResponderEliminarGracias por tus reflexiones