En la Casa Blanca existe un asesor especial para estudiar las nuevas posibilidades que brindarán los ordenadores en materia de información y de comunicación. Este asesor ha sido, hasta 1967, William Knox, que dirigió, durante veinte años, los laboratorios de investigación de la «Standard Oil» de New Jersey. En su calidad de consejero presidencial, Knox hizo una exposición del futuro del ordenador, de la cual ofrecemos aquí lo más esencial.
Por primera vez desde la invención de la escritura,
el hombre tendrá muy pronto la posibilidad de comunicar —de transferir información— utilizando
simultáneamente los dos medios que tiene a su
disposición: la escritura y la palabra. Podrá servirse de la considerable cantidad de documentación (impresa) que
existe actualmente en el mundo, y que está teóricamente a su disposición, de
una manera tan ágil, directa y sencilla
como si estuviera conversando con su vecino. Esto es lo que la moderna
tecnología de los nuevos ordenadores tiene que aportarnos.
Hasta hace quinientos años, las
informaciones se transmitían de una persona a otra, ya por la palabra, ya
por la escritura
a mano. Había, naturalmente, muy poca gente que dispusiera de tiempo
suficiente para adquirir estos conocimientos y estas informaciones. Entonces
se produjo la primera revolución
con la invención de la imprenta por Gutenberg. La escasa documentación acumulada durante varios milenios
pudo ponerse, así, a disposición de
un mayor número de personas.
Y, en consecuencia, fueron más numerosos los
autores que empezaron
a poner sus trabajos y sus ideas por escrito. No es simple coincidencia que el
siglo que siguió a aquel invento y, por consiguiente, a la creación de los
libros, fuese, en Europa, el del Renacimiento.
Dos y tres siglos más tarde, la busca constante de
mejores medios
de comunicación y de transmisión de información, condujo sucesivamente a la
invención del telégrafo, el teléfono, el fonógrafo y la fotografía.
Unas décadas después, se inventó la radio. De esta manera, la tecnología
multiplicó, en medio siglo, las posibilidades de transmisión de la
información. Y a partir
de entonces el hombre tuvo varios medios a su disposición. Pero con una
cortapisa: podía comunicar, bien oralmente, bien por escrito, pero no
de ambos modos a la vez. Hasta el advenimiento de la electrónica.
Ésta provocó una
revolución tecnológica que se halla en curso. Su impacto sobre la sociedad
moderna tiene que ser radical. Y el gap suplementario que habrá de
producir esta revolución
entre los países de tecnología avanzada y todos los demás, plantea
problemas impresionantes. Desde este momento, es ya concebible que nos
veamos imposibilitados de comunicar,
simplemente de comunicar, con los que no hayan seguido, en sus medios técnicos, los decisivos
progresos que estamos en camino de
diseminar en nuestra estructura industrial, y que llegarán a cambiar su
propia naturaleza.
Esta revolución en los métodos de
información se ha producido a consecuencia de una verdadera explosión en el
ritmo de investigación y desarrollo de la industria americana, por impulso del Gobierno
federal. Este ritmo ha traído consigo un aumento paralelo del número
de documentos publicados. Los
métodos tradicionales de transferencia de nuevas informaciones científicas y
técnicas, por ejemplo los periódicos especializados,
han tenido que interrumpirse, mientras aparecía y se multiplicaba un
nuevo medio de comunicación: el informe técnico.
En la actualidad, se publican, en los Estados Unidos, unos cien mil informes técnicos y científicos
anuales. Además, los novecientos
artículos insertos en las revistas científicas y técnicas, y más de siete mil
libros de> estudio que se publican anualmente (el
doble de los que se publicaban hace sólo diez años).
Nos vemos, pues, obligados a reconsiderar completamente nuestros métodos de transferencia de
informaciones.
En la actualidad, formamos todos los años un 10 por ciento más de ingenieros y sabios que
el año anterior. Ahora bien, no sólo aumenta
de manera casi dramática el volumen de la información, sino que la rapidez con que esta información es utilizada por la industria sigue un ritmo paralelo.
Por ejemplo, era casi imprevisible
que los aviones a reacción sustituyesen completamente a los aviones de hélices en menos de diez años. Este
ritmo tiene una consecuencia esencial. Antes, había tiempo para la reflexión. Los que tomaban las
decisiones de estrategia industrial o
política, disponían, en general, del tiempo necesario para obtener y ordenar la suma de informaciones requeridas. Actualmente, los métodos clásicos de
transferencia de informaciones han
quedado muy atrás; no responden ya a la demanda. Si siguiésemos fiando en ellos, las decisiones a tomar serían cada vez más azarosas.
La revolución
que empieza en los métodos de transferencia de
informaciones consistirá precisamente en permitir que las ideas puedan ser utilizadas de manera racional y en
tiempo útil.
En sus comienzos, hace algunos años, el ordenador
fue sobre todo utilizado para efectuar operaciones de contabilidad y de
cálculo. En lo sucesivo, su aportación esencial será la de constituir un
instrumento de transferencia y de tratamiento de la información, en todos los sentidos de la
palabra. Este instrumento se hallará en
condiciones de almacenar, digerir y tratar todos los problemas que se nos presentan en la vida industrial. La decisión podrá tomarse, pues, sobre la
base de opciones elaboradas.
En 1955, había unos mil ordenadores en los
Estados Unidos. Sabremos que
habrá ochenta mil antes de 1975. En la actualidad,
el Gobierno federal americano utiliza, él solo, unos dos mil.
El tamaño de los ordenadores, que
constituía un verdadero problema, se reduce actualmente en proporción
considerable. Sabemos que en 1980 el aparato que realizará las mismas operaciones que el que conocemos hoy día será mil veces
más pequeño. La rapidez de las operaciones realizadas habrá alcanzado el ritmo de mil
millones de operaciones por segundo. Y el coste de cada operación será
doscientas veces menor.
Los ordenadores de 1980 serán pequeños,
potentes y baratos. De manera que se hallarán a disposición de
todos aquellos que
los necesiten y quieran utilizarlos.
En la mayoría de los casos, el que utilice
el ordenador tendrá una pequeña consola, en su domicilio o en su oficina, conectada
directamente, sea cual fuere la distancia, a los grandes y más potentes
ordenadores que tendrán almacenados, en enormes memorias electrónicas, los
factores del conocimiento. Y los perfeccionamientos que se están realizando
actualmente en la relación
oral-escrita con el ordenador, harán que sea tan sencillo utilizarlo en el
conjunto de sus operaciones como lo es, hoy en día, conducir un automóvil (1).
Los progresos más apasionantes en el método de
información
por el ordenador se fundan en lo que llamamos ordenadores en «tiempo real».
Es decir, que el ordenador, y su memoria, lleguen a ser lo bastante
poderosos para operar, en unas fracciones de segundo, sobre una serie de
cuestiones, sin necesidad de proceder a operaciones de llamada. Lo cual
hace que el hombre que emplea el ordenador, en «tiempo real», pueda dialogar con él a
la velocidad de la conversación corriente.
Hoy en día, calculamos que el conjunto
de las informaciones reunidas en todas las bibliotecas del mundo representa
10lfl
signos (mil billones de signos). Esta documentación está enteramente agrupada
en forma de libros y otros documentos impresos. Y, al ritmo actual,
se duplica cada quince o veinte años. Una industria americana de ordenadores
acaba de anunciar
la próxima comercialización de un ordenador gigante, con memoria de acceso
directo, que podrá recoger y retener 10 " signos (un billón de
signos en una sola máquina). Cabe, pues,
(1) El especialista francés Roberí LatteS: director de
la «Sociedad de Información Aplicada» (fllial de la «SEMA»), dice: «Se
pedirá a los usuarios individuales un ligero esfuerzo, pero no mucho mayor que
el que realizan para aprender a conducir. 3f loa suspensos no serán más
frecuentes que en las licencias de conducción.»
presumir
que, en 1980, un pequeño
número de ordenadores podrán sustituir toda
la documentación escrita que exista en el mundo. Y estos ordenadores trabajarán en «tiempo real»; suministrarán
todas sus informaciones, respondiendo a las preguntas, al ritmo del diálogo normal.
Otros cambios de la misma envergadura se están produciendo en
este momento en la tecnología de las comunicaciones por satélite. Muy
pronto, la comunicación intercontinental —e incluso
dentro de un mismo continente—, vía satélites, será el método más rápido y, a la larga, menos caro. La
fase ulterior consistirá en la
transferencia de imágenes al mismo ritmo que la transferencia de mensajes. Este desarrollo, que es aún bastante
costoso, debería ser corriente en 1980.
Lo que tratamos actualmente de poner en práctica es una utilización más
ordenada, más eficaz, menos costosa y aún más rápida de los grandes
ordenadores, por lo que llamamos time sharing (tiempo compartido).
El mismo ordenador responderá a
varias decenas y, después, a varios centenares de interlocutores, simultáneamente, sobre cuestiones
diferentes y mediante operaciones separadas.
El método para lograrlo es el siguiente: en los
segundos, o fracciones de segundo que median entre la respuesta dada por el
ordenador a la persona que le interroga y la nueva pregunta formulada por el
mismo interlocutor, después de un momento de reflexión, por corto que
éste sea, el ordenador pasa a otro interlocutor, o incluso a varios de ellos,
utilizando su capacidad
de trabajo hasta una mil millonésima de segundo, para responderles por
otras líneas, a la manera de una gran central telefónica que estuviera
conectada a un solo cerebro (la memoria central del ordenador, donde se
encuentran almacenados los datos). En este momento, se estudia la
posibilidad de que doscientos cincuenta interlocutores simultáneos pueden dirigirse al mismo
ordenador sobre cuestiones diferentes.
La comercialización
industrial del gran ordenador, empleado en
«tiempo real», por el método del time sharing, y con consolas
individuales a distancia utilizadas como simples teléfonos o teletipos, es el perfeccionamiento revolucionario que regirá el futuro.
El usuario no tendrá necesidad de escribir, de
imprimir, ni siquiera de golpear un teclado, sino que interpelará de palabra al ordenador, el
cual le responderá oralmente, al ritmo de una conversación de trabajo.
Este diálogo entre el usuario y el
ordenador puede ser, tanto un diálogo por transmisión inmediata de mensajes
impresos, como un diálogo
oral, respondiendo el ordenador como en una conversación telefónica. Un sistema
de esta naturaleza se emplea actualmente en
los Estados Unidos, para el «Stock Ex-change».
Se habla por teléfono al ordenador, para pedirle la cotización actual de tal o
cual acción, y el ordenador responde al otro extremo de la línea.
Las características que acabamos de
describir son importantes por lo siguiente: el usuario tiene a su disposición,
de manera instantánea, todas las informaciones registradas en la memoria del
ordenador. Esta memoria puede tener las dimensiones que hemos indicado, es decir, contener una
porción importante de toda la documentación impresa de todas las bibliotecas del mundo. Resulta difícil imaginar ahora
los perfeccionamientos que
permitirán estas técnicas nuevas, que representan un cambio verdadero y total en los sistemas de información y, por
ende, en la capacidad de trabajo. En todo caso, es indudable que, a
causa de este invento, la transformación de la
sociedad industrial será considerable (1).
Actualmente, el Gobierno federal de los Estados Unidos ha iniciado una serie de programas, en relación con las grandes
empresas, para la explotación racional de estos nuevos sistemas de información
y de intercambio. El presidente ha recibido ya el primer informe. Éste
recomienda, en particular, que el Gobierno asuma la responsabilidad de que, en
el plazo más
breve posible, quede registrado en ordenador un ejemplar de todos los documentos
científicos y técnicos que existen en el mundo. Él informe recomienda,
igualmente, que el Gobierno organice un sistema nacional e integrado para
la utili-
(1) La sociedad, en sentido industrial o económico, deberá
organizarse a base del
fenómeno informativo, pues éste aporta al hombre la ampliación de sus facultades cerebrales
y nerviosas, mientras
zación de la información científica y tecnológica en las
fábricas y
en las universidades.
Aparte de la Presidencia, varios organismos
federales han generalizado, durante los tres últimos años, el
empleo de ordenadores
gigantes para almacenar informaciones y participar en los trabajos de
elaboración. Entre otros, la Comisión de Energía Atómica, la NASA («National
Aeronautics and Space
Administration») para la exploración del espacio, la Biblioteca Nacional de Medicina,
el Ministerio de Defensa y el Ministerio de Comercio. Cada uno de ellos
tiene ordenadores gigantes
que trabajan en «.tiempo real-», con consolas terminales individuales, repartidas por el territorio nacional.
Hace ya varios años que la presión creciente de
la información,
que se ha multiplicado en diversas ramas profesionales, impide incluso que la
comunicación en forma impresa sea lo bastante rápida. El ordenador servirá de
medio esencial de documentación,
información e intercambio, incluso en los problemas cotidianos.
Desde hoy hasta 1980 prevemos la instalación de varios circuitos
nacionales de información electrónica, que, vinculando los grandes
ordenadores con los centros individuales, equivalen a lo que son, hoy día, los
servicios públicos de electricidad, agua y gas, y a base de tarifas del mismo
orden.
La aplicación de estos nuevos métodos a la
educación, que no
está todavía donde debiera, se anuncia como el progreso más espectacular de
los próximos doce años. Existe, en el punto de partida, un problema de
coste. Las escuelas y las universidades son, tradicionalmente, bastante pobres, y
no todas ellas se encuentran en condiciones de comprometerse en los nuevos programas
necesarios para la plena utilización de los ordenadores en materia de
educación. Pero, de hoy a 1980, dos factores habrán atenuado esta dificultad: la
intervención masiva
del Gobierno federal y la rápida disminución de los precios de programación
de los ordenadores.
En 1980, y probablemente antes, el conjunto de
escuelas y universidades americanas tendrá aparatos
conectados a los ordenadores
gigantes de las diferentes ramas del conocimiento. Y los programas de
educación por aula, y quizás incluso por alumno, serán adaptados y coordinados
directamente por los ordenadores. En todo caso, éste es nuestro plan.
La principal dificultad con que tropezaremos
para la utilización
de las nuevas tecnologías de información, será la aprensión de los mandos ante las transformaciones radicales que aquéllas traerán consigo. La generación actual de
los managers está demasiado
aferrada a métodos diferentes para sentirse tranquila. Pero, en los próximos años, por la fuerza de las cosas,
incluso en razón de las exigencias de la nueva tecnología, otra generación de managers tomará las
riendas del mando.
La necesidad fundamental es la de la adaptación a las técnicas
modernas; una necesidad, pues, de educación. Dado el ritmo del cambio que hemos de prever, la educación,
en el sentido clásico, será harto
insuficiente. Hará falta una readaptación
constante, y la posibilidad de ofrecer recycíages (1) a cada instante, a base de programas educativos
organizados, en todo caso, para aquellos que no quieran abandonar la vida
activa.
Se necesitarán docenas de millares de
especialistas en ordenadores, de los llamados «programadores». Después,
los propios
ordenadores harán de maestros y de programadores de su propia tecnología. Antes de
que llegue este período, es decir, antes de 1980, será necesario que
los responsables políticos hayan aprendido a dominar sus implicaciones.
(1) Acción de modificar la
orientación de un alumno a fln de que pase
un ciclo
de estudios para el cual parece adaptarse mejor. :— N. del T.
NOTA: Eran las once horas día en que falleció mi Padre ( 18 de abril de 1969 ) y durante su agonía le leí este capítulo y él, con sus ojos , me daba a entender que lo entendía
y le causaba admiración, pues aunque totalmente paralizado, conservó hasta el
final, su lucidez .Murió a la una de la tarde.
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