Jesús Rico
Velasco
Los acontecimientos
que les voy a narrar están basados en hechos reales con algunos elementos
ficcionales sobre incidentes misteriosos que no podrán conocerse con precisión por estar por fuera
de la imaginación. Los fantasmas de la memoria regresan de los rincones de
nuestro subconsciente para traer el recuerdo de eventos que nos han ocurrido y que en su momento no tenían importancia, ni significado
trascendental. Se enredan en el secreto de lo que puede ocurrir por efectos del
azar, de un accidente, un posible acto íntimo de quitarse la vida o desaparecer como resultado de trastornos psicológicos:
angustia, miedo, depresión, o por un acto
criminal producto de mentes perversas, perpetuado en el silencio macabro de la mitad de la noche.
La mente crea un doble ambiente de enigma y
realidad. Los sonidos ocultos, el
susurro de las voces, el chirrido de una
puerta que se abre, el ruido del agua corriendo en una regadera. ¿Dónde encontrar los detalles para explicar
el golpe mortal cuando cayó al piso y se
abrió la cabeza o la violenta acción que partió en dos la
espina dorsal? ¿Una discusión o un
altercado de dos corazones atormentados en una noche de farra con el
efecto del licor incontrolado que
deciden tomar una ducha, y encerrarse en
el baño para intentar apaciguar los arrebatos? ¿Un asalto a mano armada con intenciones de robo y la huida con algunas huellas de violencia corporal? ¿Un acto premeditado de suicido? ¿Qué fue lo que realmente ocurrió esa noche del 7 de marzo del 2007 en la
habitación 120 de un hotel cinco estrellas en la ciudad de Cartagena?
En esa parte del
hotel éramos pocos con el huésped de la habitación del frente. Lo vimos al
llegar y lo saludamos, era un hombre de unos 50 años, bajito y con pinta de no
ser colombiano. Durante el almuerzo lo distinguimos en la zona de la
piscina con una mujer joven bonita, y en
la cena con una dama vestida de negro con unos ojos verdes que llamaban la
atención. Los saludamos por cortesía.
Esa noche
disfrutamos de una celebración muy animada en el hotel, los asistentes hacían
gala de máscaras y estrambóticos vestidos, bebían y bailaban al son de la
música caribeña. Nosotros regresamos a la habitación antes de la media noche
por consideración con nuestra pequeña hija. En dos ocasiones mi esposa me despertó para
decirme que escuchaba voces de una pareja discutiendo y puertas que se azotaban. Yo no escuché nada, no le presté atención, le
dije que intentara dormir que debía ser la algarabía de la celebración que
llegaba hasta la habitación.
Al día siguiente las ganas de disfrutar del
ambiente marino nos llevaron a pasar todo el día entre el mar, la piscina y el
restaurante para regresar en horas de la tarde.
Mientras caminábamos por el pasillo hacia la habitación sentimos un olor
desagradable de esos que se meten profundo por la nariz hasta la garganta. Llamamos a la recepción y nos dijeron que de pronto sería por el área de basuras que quedaba muy cerca pero que le darían alguna solución.
Al tercer día, como
acostumbraba, me levanté temprano, fui al baño
y me vestí para salir a caminar. Mi esposa me acompañó hasta la puerta, recogí
el periódico que dejaban todos los días en una bolsa de plástico colgada
de la manija, se lo entregué y salí con
cuidado para no despertar a nuestra
hija que disfrutaba de los sueños de sus tres primeros años de vida. Al pasar
por la habitación de nuestro vecino pisé un charco de algo chorreado y viscoso
como una especie de jugo o algo parecido.
Cuando regresé
eran las 7 de la mañana, supe que ya había venido una persona del aseo a
limpiar el jugo regado en el pasillo. Algo sigue saliendo por
debo de la puerta de la habitación de nuestro vecino- dije alarmado mientras señalaba
con mi dedo el piso. Se veía clarísimo
un charco de sangre aumentado por la
creciente luminosidad del día. El espantoso
olor se apoderó del corredor. Con la mirada puesta sobre el líquido espeso y controlando las náuseas
que me provocaban el olor a podrido, empecé a atar cabos haciendo memoria del vecino que
habíamos visto el primer día en
la piscina y en el restaurante con compañía
femenina. Recordé que mi esposa me había despertado en horas de la
madrugada porque escuchaba voces lejanas de personas discutiendo. El sonido de una puerta que se abría o se cerraba,
unos pasos suaves saliendo de la habitación y
una posible figura siniestra que
entre los asistentes a la celebración se
confundiría para salir fácilmente del hotel sin levantar sospechas.
Llamé de inmediato
a la recepción: -
Es un charco de sangre lo
que sale de la puerta de la 120, ¿cómo lo trapean, y no se dan cuenta? Les dije con vos golpeada y colgué.
Encerrados en la
habitación los minutos transcurrieron como si fueran horas. No queríamos estar
más tiempo en esta habitación. Empezamos a organizar nuestra ropa en la maleta y en una bolsa las
cosas de la niña. Todo quedó en silencio serían las ocho de la mañana cuando
llegó una aseadora, limpio el piso y utilizó un aerosol para calmar el olor, al
verme me mostró que el huésped había
dejado el aviso colgado en la puerta que decía: "Favor no molestar¨. Tocó varias veces primero
con suavidad hasta aumentar el golpe y al no escuchar respuesta fue a llamar al
administrador. Intrigado acerqué la oreja a la puerta del vecino pero no
se escuchaba ni un sólo ruido. El administrador angustiado
llegó y nos informó que nos cambiarían de habitación. Descolgó el
aviso de la puerta sacó una llave y muy lentamente la fue abriendo. El piso estaba
húmedo la puerta del baño totalmente
abierta dejó escapar un olor profundo
cadavérico. Alcance a ver un
brazo que sobresalía de la bañera y un cuerpo en la tina
hacia el lado de salida de la ducha. Con pasos rápidos llevando la bolsa de pañales y la niña en brazos, mi
esposa sin detenerse, me dijo: Allí dejo la maleta para
que la lleves.
El
administrador dio instrucciones a la
aseadora para que de manera acelerada tratara de limpiar el cuarto de baño
y el piso que estaba demasiado impregnado hacia el lado del closet y la puerta
principal. Me pidió que por favor saliera y no dijera nada de lo que había
visto. La situación se puso
tensa por la presencia de otros huéspedes que querían saber qué estaba pasando.
Recogí la maleta, la arrastré hasta el final del pasillo y fui a la
nueva habitación en el tercer piso del
edificio principal con vista al mar. El botones que venía detrás de mí me llamó
para entregarme un enorme arreglo frutal
con peras, manzanas y uvas y una tarjeta
de la gerencia en la que nos pedían
disculpas por el incidente y solicitaban evitar comentarios de lo sucedido por el buen nombre del hotel y la comodidad de los otros
viajeros.
El corredor fue cerrado con una cinta amarilla
que impedía el paso, al igual que la torre de habitaciones, los pocos huéspedes
de otros pisos fueron desalojados y ubicados en otros cuartos. Se escuchaban algunos chismes de la imaginación
que apuntaban a que pudo ser un suicidio
por la manera como estaba el cadáver.
Por supuesto que
el chisme continuó y las ganas de saber
qué estaba pasando me llevó a curiosear
y caminar por el corredor del tercer piso con frecuencia para mirar a través de
un ventanal que estaba al final. Observé con perfección en la salida de los
alrededores del jardín y los juegos infantiles que daban hacia la habitación
del primero piso en donde ocurrieron los hechos, una ambulancia forense
estacionada discretamente, y cómo de manera ágil por la ventana del cuarto
sacaban el cuerpo sin vida envuelto en una bolsa negra. No hubo presencia de periodistas, ni gente
mirona, solamente funcionarios del hotel y dos agentes.
Al
siguiente día el edificio estaba habilitado y nuevos huéspedes ocupaban las habitaciones. Nunca se
enteraron de lo que pasó en ese lugar, en la habitación 120 del primer piso. Días
después en la prensa local apareció un
encabezado de periódico que decía:
“Comerciante puertorriqueño de 47 años de edad fue hallado muerto el martes
en una habitación de un prestigioso hotel. Se desconocen las causas de su
muerte. Las autoridades de emigración están haciendo todo lo posible por
contactar algunos de sus familiares en la ciudad de San Juan.”
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