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miércoles, 19 de febrero de 2025

 

Olores y sabores

 “Un  plato de comida contiene historia”

 


 Alexandra Correa

 En mi niñez los domingos salíamos a las ocho con papá a la galería Santa Helena. “El Gato”, así le decían al señor que nos cargaba los tres costales con comida. Era de contextura pequeña y fuerte, cargaba el peso que a otros se les dificultaba, se ganaba unos cuantos pesos para una labor que le suponía demasiado esfuerzo. 

El regateo era lo tradicional en la actividad de “hacer mercado”, pasar por cada puesto pidiendo descuentos. La costumbre de lo vívido se fue instalando en mí y perdura hasta hoy. ¿Quieren un descuento en la casa o para la empresa? Hágale mija que usted es buena para eso. En los viajes, restaurantes, almacenes de repuestos, no importa el país o el lugar, lo importante era pedir la rebaja.

 Con el paso de los años se ha vuelto más difícil que los comerciantes rebajen sus precios, resultado del constante aprendizaje en el área de mercadeo, costos de producción y ganancias.

 ¡Papá! cuando llegué a la galería te evoqué con aquel refrán “barriga llena, corazón contento” motivado por el deseo de tenernos a todos bien alimentados.

Los lujos estaban fuera de tu alcance, no había nada que demostrar al mundo, comíamos como reyes, vivíamos con el sentido de compartir. Allí radicaba nuestra felicidad.

 Los costales llegaban a casa en un carro moto, los hermanos debíamos arreglar, repartir, organizar, cortar y picar todos los alimentos para la semana. Era la comunión de la comida con la hermandad. La pelea semanal se producía alrededor de quién hacía o dejaba de hacer los quehaceres.

 Después de varias décadas volví en búsqueda del guanchale, producto utilizado en recetas italianas. Mi esposo tenía antojo de preparar pasta a la amatricciana, así quele dije <<madruguemos a la galería, seguro allí lo encontraremos>>. Bajamos del carro con la bolsa terciada al hombro, hoy no hay Gato que cargue costales. Nos perdimos en medio de callejones, carretas y puestos de verduras, frutas y carnes. Todo lo que abarcaba mi visión era apetitoso. Los vendedores vociferaban ¿Qué busca? ¿Le puedo ayudar? ¿Necesita algo?¡Mire señora los mejores precios! ¡Uff por Dios! ¡Qué colores, variedad y frescura!

 La zona de las comidas ofrecía caldo de pajarilla, costilla, tamales, chicharrones, morcillas, una variedad para cualquier paladar. Le dije a mi esposo

- ¿Querés un tintico?

- ¡De una!

 Al lado había un puestico con variedades.

-Ve  Alex, toda la vida he querido un masajeador para la cabeza, umm y también una cucharita pequeña de madera, bueno y ¿qué tal un exprimidor para hacer unas canasticas rellenas con camarón?

- Pero, pedí  rebaja.

 La vendedora toma su calculadora y a cada producto le aplica un descuento.

-Todo esta contabilizado no puedo darle más rebaja.

  ¿Qué puedo decir? Una variedad de productos por sesenta mil pesos. Dele señora cóbrese, dijo. Vergüenza me dio ofrecerle menos dinero. Mucho por tan poco.

 Mientras tomo el café me pregunto ¿En qué momento cambió nuestro ritmo de vida? Las ciudades crecieron, en cada barrio construyeron supermercados, la inmediatez, productos congelados, no perecederos inmersos en conservantes. La falta de tiempo para elaborar comidas hizo que llegaran los domicilios, las comidas rápidas.

 

Hace años la gente vivía en pueblos y bajaba a las plazas los domingos para comprar el mercado de la semana. La falta de sueño debido al trajín diario y los múltiples trabajos hicieron que nuestro cansancio se elevara exponencialmente los domingos. Definitivamente no hay tiempo para dejar preparado los alimentos de la semana. Hoy luchamos por tomar la caja con menos fila, demorarnos menos. Hemos cambiado la forma de ver y sentir la vida. Con cada paso que damos cambiamos olores, colores y sabores, por el hielo imperecedero.

 

Salgo de la galería camino al carro, con la bolsa grande de Fnac, en la cual me empacaron los libros que compré en el último viaje a Madrid, con una mínima de inversión y una máxima de felicidad para toda la semana.

 

Hechos históricos como la última cena de Jesús con sus apóstoles, rodeados de pan y vino en señal de despedida, momentos trascendentales como navidad, año nuevo, acción de gracias, el día de la madre, mesas con manjares y alrededor los seres queridos. Grandes cenas sellando tratados comerciales, un “si acepto” acompañado de un anillo como testigo de inolvidables momentos.

 

Es un homenaje a cada plato servido en casa que nos hicieron felices y marcaron la diferencia de gustos y costumbres. Somos el producto de lo que llevamos a nuestra boca, porque el cuerpo habla de lo que callan nuestras palabras.

 

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