Eduardo Toro G.
“Si recuerdas algo que te vuelve a
estremecer, escríbelo, vale la pena”
Celeste es una gata común y corriente. Tiene de especial que es nuestra gata. Su piel es gris y lustrosa, adornada con manchas blancas y lunares amarillos. Llegó a nuestras vidas en el mes de mayo de 2.015 y, desde entonces, vive como la gata de una reina, tendida sobre la cama del huésped, entre cojines y juguetes. A Celeste se le dio la oportunidad de ser madre siendo muy joven todavía, pero a los dos meses de un feliz parto le proporcionamos la angustia del destete de sus crías y agregamos a su dolor de madre la pena de la castración. Sabemos que Celeste no nos guarda rencor, contrario a eso, extraña nuestras ausencias y celebra los regresos con cariñosos ronroneos. ¿será que los gatos no tienen espacio para el rencor en sus recuerdos?
Un amanecer de mayo de 2.018. nos despertó un ruido, tan
fuerte y extraño, que hizo que todos nos levantáramos a investigar lo que
pasaba en el solar. En la obscuridad apreciamos las linternas enormes de un
gato que no ñarreaba, sino que mugía como un toro en el bramadero. Le disparamos con la manguera del jardín, lo
espantamos con ramas. Todas las diligencias fueron inútiles, pues nada pudo
acallar los bramidos del extraño visitante. Finalmente amaneció, todos
trasnochados buscamos en el solar las huellas del culpable de tan mala noche y
allí estaba el maldito gato impasible, silencioso, mojado, desconfiado. echado
sobre el planchón del depósito de trebejos. Asumimos que era un gato perdido y
alejado de sus amos, solo le podríamos ofrecer agua y concentrado para gatos,
que imaginamos Celeste compartió gustosa.
El extraño visitante hizo del planchón de los trebejos su querencia
gatuna, fue poco amistoso, solo permitía acercarnos a pocos pasos de su lugar
escogido y en las noches correteaba por el techo en un descomunal tropel de
bestias. No era grata su visita.
Un día. a la hora del almuerzo vimos, con asombro, cuando Celeste
entraba al cuarto de huéspedes acompañada de un monumental gato. Escena que nos
hizo comprender que la gata era la dueña de casa, el extraño visitante su
invitado especial y nosotros unos simples e impertinentes observadores.
El forastero comenzó a reconocer su nuevo hogar desplazándose
sigiloso por todos los rincones de la casa. Se acostumbró a tomar su alimento
al lado de su anfitriona Celeste. Fue acatado y muy bien recibido por Paquirri,
nuestro perrito del alma.
Un animal de compañía, cualquiera que sea, necesita ser
llamado por un nombre y Samuel Eduardo resolvió que nuestro nuevo agregado a la
familia llevaría el rótulo de Míster Lukas. Bienvenido a nuestra casa, Míster
Lukas.
Lukas se desplazaba con la rara y elegante manera que tienen
los gatos Siameses; sus ojos eran grandes y en ellos se repetía un mar
sanandresano; la piel sedosa y, bajo el nacimiento de su cola, ostentaba dos
pelotas envueltas en fino peluche color
sepia, que exhibía con aristocrática elegancia.
Lukas y Celeste pasaban horas enteras contemplándose a los
pies de ramona, la muñeca de trapo, de pelo amarillo y ojos negros hechos con
puntadas de hilaza ¿Acaso Lukas relataba sus pasiones nocturnas y sus aventuras
donjuanescas por todos los tejados y terrazas del vecindario? ¿O tal vez Celeste
contaba su propia historia desde el día que nació hasta el día que la castraron?
Paquirri y Lukas celebraban todos los días, entre las seis y
la siete de la noche, el milagro de la amistad sincera, acompañados por Lucho
unas veces, otras por Samuel Eduardo, recorrían varias manzanas del barrio bajo
la mirada incrédula de los vecinos que no entendían cómo un gato disfrutaba de
una caminata de perro.
Tanta fue la popularidad de Lukas como gato metrosexual, que
pronto empezaron a llegar quejas de algunos vecinos sobre la paternidad de
Lukas, fueron tantas y tan repetidas que llegamos a pensar que se trataba de
demandas de alimentos. Sus donjuanescas aventuras y sus apasionadas y
escandalosas orgías de tejado alcanzaban a cubrir hasta veinte cuadras a la
redonda.
Lukas después de las faenas amorosas llegaba a casa extenuado
y herido, tanto que en varias ocasiones debimos acudir al veterinario para
curar sus heridas, tal como pasó alguna vez que casi pierde un ojo por un
zarpazo que recibió de otro engatusado, en duelo por una gata morisca.
Un día, mientras el veterinario curaba las heridas de Lukas,
le preguntamos si había manera de evitar estas molestias. La respuesta fue clara
y contundente: hay que caparlo. Para tales travesuras es la mejor, o mejor
dicho la única solución.
Zenovita, acuciosa y puntual, lavaba y curaba las heridas de
Lukas hasta dejarlo listo para encarar nuevas y sangrientas faenas de amor.
Un día del mes de marzo de 2.022, la tristeza inconsolable de
Celeste y Paquirri, nos hizo sospechar que Lukas se había ido de nuestra casa y
de nuestras vidas para no volver. Conociéndolo como lo conocimos pudimos
deducir que desde el caballete de la casa nos dijo adiós pensando, si es que lo
gatos tienen pensamiento: “mejor escapado que capado”
Querido míster Lukas: si no te has ido de esta vida, ten
presente que aquí está Celeste, esperando tu regreso, acostada a los pies de la
muda soledad de Ramona. También Paquirri te espera para dar las vespertinas y
alegres caminatas perrunas. Si has viajado a otra dimensión, imaginamos
entonces que estarás desplazando tu figura de galán incorregible; luciendo con
orgullo tus pelotas envueltas en peluche y haciendo tus acostumbradas diabluras
sobre las terrazas doradas del bien ganado y merecido cielo de los gatos.
Si lo ven, se destaca entre todos los felinos por su gallarda
figura y ostenta una cicatriz sobre el ojo derecho, díganle que aquí estamos
esperándolo con Celeste y Paquirri; acude a los nombres cariñosos de Lukas,
Lukencho o Lukaco; díganle, por favor, que nunca le diremos adiós; que tan solo
le decimos: Hasta luego Míster Lukas.
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