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miércoles, 18 de mayo de 2022

Los quintos

 

Jesús Rico Velasco

En agosto de 1953, caminando sobre mis doce años, trataba de superar la muerte de mi papá, el despido presuroso como estudiante en el seminario de los maristas en Popayán, y la noticia del inesperado matrimonio de mi mamá. No recuerdo bien cuándo, cómo, ni por qué, mi mamá resultó envuelta en relaciones amorosas con José Sepúlveda, uno de nuestro inquilinos en una de las casas  de alquiler que teníamos en el Peñón.

La volqueta de mi papá y el camión Fargo se habían quedado en el taller de los Sepúlveda por años. Ellos los repararon y posteriormente  los negociaron con mi mamá. El tiempo pasó y mi mamá se casó con Don José quien se organizó como el jefe del hogar y empezó a manejar los pocos dineros que quedaban. Durante el tiempo que pasamos juntos su comportamiento fue bastante aceptable. Nos manejó con  fuerza, mucho orden y disciplina, que nos ayudó de todas maneras a continuar viviendo y llevar una vida cotidiana   orientada hacia el logro académico en mi caso personal.

Hubo siempre un distanciamiento en nuestra manera de ser, una lejanía en nuestras relaciones, pero lo recuerdo con mucho cariño. Yo estuve alejado de su existencia por muchos años mientras vivió con mi mamá. Él  no pudo resistir sus neurosis  hasta que un buen día sacó su revolver y  se disparó un tiro en la cien para terminar su existencia sobre la tierra, cuando yo ya era un adulto  y trabajaba en el África en el año de 1977. El insomnio pervasivo, las tormentas depresivas, y las dolencias incontrolables le hacían su vida diaria imposible. La ruta del suicidio le señaló un camino menos doloroso para salir de la vida.

Mientras las cosas del relato  cotidiano  van y vienen: los pagos de los servicios públicos, la compra del mercado en la galería central de El Calvario , los gastos pequeños de todos lo días controlados con mucho esmero en el cuaderno de la tienda.  Todo se fue    resolviendo con los arriendos de las dos casas que nos había dejado mi papá. Mi padrastro se encargaba de mantener todo en orden, con mi mamá  dirigiendo la cocina, una empleada del servicio para barrer, trapear, lavar la ropa y planchar. 

Mi futuro inmediato era incierto frente a las dificultades económicas que confrontábamos en nuestra casa del Peñón. Antes de irme para el seminario era un estudiante normal en la educación primaria privada en el colegio de San Luis Gonzaga que quedaba en el centro de la ciudad .

El sostenimiento económico de mi año de permanencia en el seminario lo soportó con mucho cariño mis familiares. Ahora tenía frente a mi una situación económica familiar difícil de resolver para continuar mis estudios de la escuela primaria que era el  centro de toda mi preocupación. 

A finales del mes de agosto se precipitó la decisión de continuar los estudios para terminar la primaria. Mi hermano José había pasado el año estudiando en la Escuela pública Isaías Gamboa que quedaba  a 100 metros de nuestra casa en la esquina de la calle  cuarta oeste con la avenida Colombia. En mi caso, juntos con mi mamá y mi padrastro, visitamos al rector del colegio de los maristas   para solicitar los documentos necesarios para continuar estudiando y terminar la educación primaria. No fue muy difícil, recordaban mi presencia como estudiante de todos los años de primaria en San Luis Gonzaga .

El secretario del colegio nos pidió que regresáramos en unos dos o tres días por los    certificados de estudios y  la libreta de  calificaciones como estudiante en el seminario. Unos días despues regresamos y nos dieron los documentos en donde se registraba la terminación del cuarto año de primaria en el seminario, con una aprobación “satisfactoria” con notas entre 4 y 5.  No me había ido mal. Pensé que mi mal comportamiento en el último mes de junio  pasado marcaría desastrosamente mi pasantía por el seminario. Sin embargo, las cosas se olvidan, y los hechos señalan nuevas  oportunidades para seguir viviendo en este mundo de los mortales.

El hermano Provincial, cuyo nombre no me acuerdo, nos informó ese día de la apertura de un proyecto educativo  impulsado por la Normal de Varones  que se llamaba “la Concentración de Quintos”, y se ubicaba  exactamente en el parque Santa Rosa en la esquina de la calle 10 con carrera 10, en donde por pura coincidencia  me había dejado la chiva a mi regreso del seminario. El día de las matriculas, en la última semana de agosto estaba haciendo la fila para ingresar en la Escuela pública de la Concentración de Quintos. Sin muchos detalles fui aceptado  como alumno regular para comenzar las clases en la primera semana de septiembre.

La Concentración quedaba en una casona de esquina inmensa de la vieja Cali en la calle 10 # 9-98. Tenía un  portón grande de madera con dos naves que llevaban  a un Zaguán corredor para llegar al primer patio central en donde se ubicaban las primeras cinco aulas más las oficinas de la dirección. En  el patio de atrás habían otras cinco aulas y los sanitarios para todos los estudiantes.

Mal contados habían unos 25 estudiante en cada salón, para un total escolar de aproximadamente 250 estudiantes en quinto año escolar. El proyecto pretendía concentrar un grupo de estudiantes que pertenecían  o todas las escuelas publicas de la ciudad,  como un año preparatorio de selección de los mejores para continuar su bachillerato en el reconocido colegio de Santa Librada.

Recuerdo al rector, el profesor Francisco  Montes Hidrobo ( Paco Montes), quien dirigía la escuela con mano dura, y siempre llevaba  una barita de bambú en la mano que lo acompañaba por todos los pasillos de la escuela en todo momento, y la   utilizaba para dar  “suaves” golpes en las piernas peladas de los calzones cortos  de los alumnos mal portados.

El rector Montes era un hombre joven, elegante de buen talante, bien vestido con un traje azul turquí,  corbata a la moda que manejaba la Concentración con mucho esmero, disciplina y orden.  El profesor Heriberto Parra era el director de mi salón “Curso C”, quien me  quería mucho y me trataba con cariño por ser uno de los mejores estudiantes  en  la clase.

El día del maestro le regalé con ayuda de mi mamá una camisa de cuello marca “arrow” que lo hizo sentir feliz. La usaba con mucha frecuencia a pesar de que le quedaba un poquito grande y las mangas se le salían mucho por debajo del saco. Me recomendó con entusiasmo  para continuar mis estudios de bachillerato en el colegio de Santa Librada en donde fui aceptado por mis excelentes  calificaciones. Mi salón de clase era una de las antiguas alcobas de la casona que tenía dos ventanas hacia la carrera 10 y una ventana que daba hacia el corredor del patio central en donde se juagaba un poco en los recreos entre clase y clase.

La mayoría de los profesores asistían a la  escuela vestidos con saco y corbata, manteniendo la altura impuesta por el rector Montes. Otros profesores que recuerdo, eran el maestro Hattman de origen alemán, muy caballeroso y amigable con los estudiantes. También muy reconocido por todos los estudiantes era el profesor Pastor Campos Pérez que con gran entusiasmo apoyó un grupo de estudiantes que en la promoción anterior dirigieron  un  proyecto periodístico denominado “El Estudiante” dirigido y administrado por los alumnos de la Concentración de Quintos, jóvenes entre los 10 y los 12 años.

Iván Pérez Delgado, un gran amigo que también estudió en la concentración de quintos en el año anterior guarda copias del periódico y por eso puedo anotar los nombres de los compañeros que manejaban el tabloide.  “El Estudiante” fue un  proyecto periodístico reconocido oficialmente por el Ministerio de Educación, de importante circulación en la ciudad de Cali, que se vendía mensualmente por $0.10 pesos y era  apoyado por el comercio local que quedaba en las cercanías del centro de la ciudad y el barrio San Nicolás.

El director del periódico era Asbel López Arana, el subdirector era Alberto Rico Patiño, el gerente Edgar Hidrobo Zapata, y el Administrador Iván Pérez Delgado, quien llegó a ser mi gran amigo en  el Colegio de Santa Librada, la Universidad Nacional y seguimos unidos por los lazos de amistad hasta ahora, cuando ya nos encontramos por encima de los ochenta años.

El periódico se publicó por primera vez en diciembre de 1952   y se consideraba como un proyecto de gran renombre en la ciudad de Cali y sobre todo entre los estudiantes de las escuelas públicas.  Era un  órgano cultural al servicio del escolar vallecaucano, con su lema “Dios, patria y estudio”, dirigido y administrado por los alumnos de la Concentración de 5º Grados.

En el primer numero, su editorial se tituló “Últimos días de Simón Bolívar” en homenaje al Libertador en su 122 aniversario de su muerte. Como una distinción a esos gestores del “El estudiante”, me regreso al pasado para traer esas letras maravillosas a la vida nuevamente. Durante ese año que me tocó vivir en el parque de Santa Rosa, se mencionaba su existencia y se esperaba que continuara funcionando. Lamentablemente durante mi permanencia en 1953 solamente quedaba su recuerdo de esos brillantes muchachos que hicieron realidad sus sueños. De ese periódico tomo nuevamente apartes de su editorial:

 

“-Se dirige a la costa de Atlántico con el deseo de seguir a Europa.

Por el camino de herradura de Facatativá y Guaduas, llega a Honda: aquí se embarca por el rio Magdalena en un champán...

Por el canal del Dique  llega a Cartagena, donde permanece del 24 de julio al 28 de septiembre…

Como la fragata que debía llevarlo a playas lejanas encalla en los bajos de la costa de Cartagena, se embarca para Barranquilla en donde permanece los meses de octubre y noviembre…

Acepta la invitación que le hace el hidalgo español don Joaquín de Mier y Benítez, de honrar su quinta de San Pedro Alejandrino cerca de Santa Marta. Lega allí el 1º de diciembre en el bergantín especial que este le ha enviado, hoy altar de la patria. El 6 de diciembre se aloja en San Pedro Alejandrino…

…el 10 recibe los santos sacramentos… lo bendice el propio obispo de Santa Marta, Hmo, señor Estévez. Ese mismo día dicta su testamento y su postrera proclama a los colombianos.”

          -Colombianos

Habéis presenciado mis esfuerzos para planear la libertad donde reinaba la tiranía. He trabajado con desinterés abandonando mi fortuna y aún mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiaban de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credibilidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y amor por la libertad. He sido victima de los perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono.

Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis más altos deseos. No aspiro otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la unión: los pueblos obedientes al actual gobierno para libertarse de la anarquía; ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales.

Colombianos mis últimos votos son por la felicidad de la paz. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos  y se consolide la unión, ya bajaré tranquilo al sepulcro.

Hacienda San Pedro Alejandrino a 10 de diciembre de 1830. Simón Bolívar.

 

La Concentración de Quintos era una escuela pública sin costo alguno para las familias. El horario era de 7:30 a 11:30 a.m y en la tarde regresábamos a las 2:00  para terminar hacia las cinco  de la tarde. Los sábados teníamos una jornada de medio día.

La mayoría de los estudiantes provenían de los estratos populares más cercanos al centro de la ciudad especialmente del barrio San Nicolás, el barrio Obrero, Bellas Artes, Popular, San Antonio, Bellavista, Siloé, y algunos del Peñón,  y los Libertadores,   que pertenecían a las escuelas públicas en donde el quinto año de primaria no estaba suficientemente bien  desarrollado. También la Concentración se tomaba como proyecto piloto de formación académica, en donde todos los profesores eran normalistas certificados, y los estudiantes que terminaban satisfactoriamente eran prácticamente admitidos en el colegio de Santa Librada para empezar el bachillerato.

El padre Marco Tulio Collazos era el párroco de la iglesia de Santa Rosa que queda al frente en el parque del mismo nombre y quien invitaba a los alumnos, profesores y padres de familia de la concentración  de quintos a participar de los oficios religiosos  los  domingos y días festivos. Colaboré en algunas ocasiones en el  coro de la iglesia en donde cantábamos algunos himnos gregorianos que había aprendido en el seminario.  

El padre Collazos era muy conocido en la ciudad por ser el impulsor de la construcción de las Tres Cruces en el cerro frente a la ciudad entre 1937 y 1938. Para nosotros era un animador de actividades comunales y de presencia para las festividades religiosas en la Concentración de Quintos.

 El parque era muy divertido en cualquier momento del día. Vendedores ambulantes iban y venían durante todo el día con sus misceláneas  comestibles, otras de cacharros, muchos cachivaches, pequeños elementos de uso domestico para la cocina. Muy importante  eran los quioscos con vendedores de libros viejos, revistas, magacines y tiras cómicas muy apreciadas y coleccionadas y cambiables  por algunos de nosotros. Entre ellas las series de Tarzán, El fantasma, Roy Rogers, el Llanero Solitario, los cuentos del Pato Donald, Condorito, y muchas otras revistas que ya no recuerdo.

También en el parque se hacían  elaboración de cartas y documentos,  se vendían billetes de lotería, y se asistía a una profusión de charlatanes y dicharacheros que ofrecían toda clase de medicinas y ungüentos elaborados por indígenas  de las selvas amazónicas, pomadas elaboradas con grasa de las culebras y víboras más peligrosas del mundo  que curaban de  todo.

 

Todo el día y en cualquier momento se escuchaban las voces de los vendedores:

 

--Venga, acérquese, vos caballero que pasáis por esta plaza, yo le puedo ayudar, para cualquier dolor del cuerpo, del alma, de las  muelas, de la cabeza, del estomago, de los ojos, o en cualquier parte en los brazos, en las piernas, en el hígado y en los riñones: yo le juro por mi madre santísima que  lo aprendí de los grandes chamanes y caciques , de los curanderos de mayor prestigio en el interior de la selva, “santa puchina china, nepotage sama guay, ni mandinga ni mangoya” te lo juro que te voy a curar…-- 

 

Una gran cantidad de vermífugos de muchos colores servían para la tos, problemas pulmonares, gastritis, diarreas, los dolores de muelas, se curaba la sífilis, las enfermedades venéreas entre ellas las gonorreas que se agarraban en  los antros de prostitución callejera que se veían muy cerca de la Galería central de El calvario y la Estación principal de buses que salían de allí para casi todos los barrios de la ciudad.

Algunos día me iba  en bus y otros de a pie de ida y vuelta para salir almorzar y regresar a la escuela. Pasaba por la Plaza de Caicedo y la Catedral en pleno centro de la ciudad, “miraba” solamente los deliciosos manjares de  la pastelería Italiana que quedaba sobre la carrera cuarta  y les   gritaba  “bonna sera italianini” mientras me arriaban la madre.

Otras veces   tomaba  la carrera cuarta pasando por la iglesia de la Merced, y el colegio femenino  de El amparo para llegar rápidamente al parque del Peñón que nos quedaba en la esquina con el Colegio de la Sagrada Familia. Íbamos y veníamos todos lo días solos o acompañados, en pequeños grupos  de escolares de todas los colegio públicos y privados.

Hacia junio de 1954 el año escolar se terminaba. Llego el día de la entrega de las libretas de calificación y el certificado de finalización de año para pasar al bachillerato. El director del curso “C” el profesor Parra con su camisa de cuello blanca y bien vestido con saco azul y pantalón café, en tono de orador calificado tomó la palabra y se dirigió a nosotros los únicos asistentes diciendo ( algo así como lo recuerdo ahora):

-Un paso adelante para continuar en su bachillerato. Se han cumplido todas las tareas. No hay perdedores ni vencidos,  todos son ganadores. Mis más sinceras felicitaciones.

Y simplemente tomó la lista y empezó a llamar en el orden de la clase. Cuando me llamó por mi nombre, con mucha alegría me pasó la libreta de calificaciones y el certificado de terminación del curso y me dijo: - Joven Rico, con estas calificaciones tiene asegurada su matricula el Colegio de Santa librada de Cali.

 

 

 

 

   

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