Jesús Rico Velasco
En agosto de 1953, caminando sobre mis doce años, trataba de superar la muerte de mi papá, el despido presuroso como estudiante en el seminario de los maristas en Popayán, y la noticia del inesperado matrimonio de mi mamá. No recuerdo bien cuándo, cómo, ni por qué, mi mamá resultó envuelta en relaciones amorosas con José Sepúlveda, uno de nuestro inquilinos en una de las casas de alquiler que teníamos en el Peñón.
La volqueta de mi papá y el camión Fargo se habían
quedado en el taller de los Sepúlveda por años. Ellos los repararon y posteriormente los negociaron con mi mamá. El tiempo pasó y
mi mamá se casó con Don José quien se organizó como el jefe del hogar y empezó
a manejar los pocos dineros que quedaban. Durante el tiempo que pasamos juntos
su comportamiento fue bastante aceptable. Nos manejó con fuerza, mucho orden y disciplina, que nos
ayudó de todas maneras a continuar viviendo y llevar una vida cotidiana orientada hacia el logro académico en mi
caso personal.
Hubo siempre un distanciamiento en nuestra manera de
ser, una lejanía en nuestras relaciones, pero lo recuerdo con mucho cariño. Yo
estuve alejado de su existencia por muchos años mientras vivió con mi mamá. Él no pudo resistir sus neurosis hasta que un buen día sacó su revolver y se disparó un tiro en la cien para terminar su
existencia sobre la tierra, cuando yo ya era un adulto y trabajaba en el África en el año de 1977. El insomnio pervasivo,
las tormentas depresivas, y las dolencias incontrolables le hacían su vida
diaria imposible. La ruta del suicidio le señaló un camino menos doloroso para
salir de la vida.
Mientras las cosas del relato cotidiano
van y vienen: los pagos de los servicios públicos, la compra del mercado
en la galería central de El Calvario , los gastos pequeños de todos lo días
controlados con mucho esmero en el cuaderno de la tienda. Todo se fue
resolviendo con los arriendos de
las dos casas que nos había dejado mi papá. Mi padrastro se encargaba de
mantener todo en orden, con mi mamá dirigiendo la cocina, una empleada del
servicio para barrer, trapear, lavar la ropa y planchar.
Mi futuro inmediato era incierto frente a las
dificultades económicas que confrontábamos en nuestra casa del Peñón. Antes de
irme para el seminario era un estudiante normal en la educación primaria privada
en el colegio de San Luis Gonzaga que quedaba en el centro de la ciudad .
El sostenimiento económico de mi año de
permanencia en el seminario lo soportó con mucho cariño mis familiares. Ahora
tenía frente a mi una situación económica familiar difícil de resolver para
continuar mis estudios de la escuela primaria que era el centro de toda mi preocupación.
A finales del mes de agosto se precipitó la
decisión de continuar los estudios para terminar la primaria. Mi hermano José
había pasado el año estudiando en la Escuela pública Isaías Gamboa que
quedaba a 100 metros de nuestra casa en
la esquina de la calle cuarta oeste con
la avenida Colombia. En mi caso, juntos con mi mamá y mi padrastro, visitamos
al rector del colegio de los maristas para solicitar los documentos necesarios para
continuar estudiando y terminar la educación primaria. No fue muy difícil, recordaban
mi presencia como estudiante de todos los años de primaria en San Luis Gonzaga .
El secretario del colegio nos pidió que
regresáramos en unos dos o tres días por los
certificados de estudios y la libreta de
calificaciones como estudiante en el seminario. Unos días despues
regresamos y nos dieron los documentos en donde se registraba la terminación
del cuarto año de primaria en el seminario, con una aprobación “satisfactoria”
con notas entre 4 y 5. No me había ido
mal. Pensé que mi mal comportamiento en el último mes de junio pasado marcaría desastrosamente mi pasantía
por el seminario. Sin embargo, las cosas se olvidan, y los hechos señalan
nuevas oportunidades para seguir viviendo
en este mundo de los mortales.
El hermano Provincial, cuyo nombre no me acuerdo,
nos informó ese día de la apertura de un proyecto educativo impulsado por la Normal de Varones que se llamaba “la Concentración de Quintos”,
y se ubicaba exactamente en el parque
Santa Rosa en la esquina de la calle 10 con carrera 10, en donde por pura
coincidencia me había dejado la chiva a
mi regreso del seminario. El día de las matriculas, en la última semana de
agosto estaba haciendo la fila para ingresar en la Escuela pública de la Concentración
de Quintos. Sin muchos detalles fui aceptado
como alumno regular para comenzar las clases en la primera semana de
septiembre.
La Concentración quedaba en una casona de esquina
inmensa de la vieja Cali en la calle 10 # 9-98. Tenía un portón grande de madera con dos naves que
llevaban a un Zaguán corredor para
llegar al primer patio central en donde se ubicaban las primeras cinco aulas
más las oficinas de la dirección. En el
patio de atrás habían otras cinco aulas y los sanitarios para todos los
estudiantes.
Mal contados habían unos 25 estudiante en cada
salón, para un total escolar de aproximadamente 250 estudiantes en quinto año
escolar. El proyecto pretendía concentrar un grupo de estudiantes que
pertenecían o todas las escuelas
publicas de la ciudad, como un año
preparatorio de selección de los mejores para continuar su bachillerato en el
reconocido colegio de Santa Librada.
Recuerdo al rector, el profesor Francisco Montes Hidrobo ( Paco Montes), quien dirigía
la escuela con mano dura, y siempre llevaba una barita de bambú en la mano que lo
acompañaba por todos los pasillos de la escuela en todo momento, y la utilizaba para dar “suaves” golpes en las piernas peladas de los
calzones cortos de los alumnos mal
portados.
El rector Montes era un hombre joven, elegante de buen
talante, bien vestido con un traje azul turquí,
corbata a la moda que manejaba la Concentración con mucho esmero,
disciplina y orden. El profesor
Heriberto Parra era el director de mi salón “Curso C”, quien me quería mucho y me trataba con cariño por ser uno
de los mejores estudiantes en la clase.
El día del maestro le regalé con ayuda de mi mamá una
camisa de cuello marca “arrow” que lo hizo sentir feliz. La usaba con mucha
frecuencia a pesar de que le quedaba un poquito grande y las mangas se le
salían mucho por debajo del saco. Me recomendó con entusiasmo para continuar mis estudios de bachillerato en
el colegio de Santa Librada en donde fui aceptado por mis excelentes calificaciones. Mi salón de clase era una de
las antiguas alcobas de la casona que tenía dos ventanas hacia la carrera 10 y
una ventana que daba hacia el corredor del patio central en donde se juagaba un
poco en los recreos entre clase y clase.
La mayoría de los profesores asistían a la escuela vestidos con saco y corbata,
manteniendo la altura impuesta por el rector Montes. Otros profesores que
recuerdo, eran el maestro Hattman de origen alemán, muy caballeroso y amigable
con los estudiantes. También muy reconocido por todos los estudiantes era el
profesor Pastor Campos Pérez que con gran entusiasmo apoyó un grupo de
estudiantes que en la promoción anterior dirigieron un
proyecto periodístico denominado “El Estudiante” dirigido y administrado
por los alumnos de la Concentración de Quintos, jóvenes entre los 10 y los 12
años.
Iván Pérez Delgado, un gran amigo que también estudió
en la concentración de quintos en el año anterior guarda copias del periódico y
por eso puedo anotar los nombres de los compañeros que manejaban el
tabloide. “El Estudiante” fue un proyecto periodístico reconocido oficialmente
por el Ministerio de Educación, de importante circulación en la ciudad de Cali,
que se vendía mensualmente por $0.10 pesos y era apoyado por el comercio local que quedaba en
las cercanías del centro de la ciudad y el barrio San Nicolás.
El director del periódico era Asbel López Arana, el
subdirector era Alberto Rico Patiño, el gerente Edgar Hidrobo Zapata, y el Administrador
Iván Pérez Delgado, quien llegó a ser mi gran amigo en el Colegio de Santa Librada, la Universidad
Nacional y seguimos unidos por los lazos de amistad hasta ahora, cuando ya nos
encontramos por encima de los ochenta años.
El periódico se publicó por primera vez en diciembre
de 1952 y se consideraba como un
proyecto de gran renombre en la ciudad de Cali y sobre todo entre los
estudiantes de las escuelas públicas.
Era un órgano cultural al servicio
del escolar vallecaucano, con su lema “Dios, patria y estudio”, dirigido y
administrado por los alumnos de la Concentración de 5º Grados.
En el primer numero, su editorial se tituló “Últimos días de Simón Bolívar” en
homenaje al Libertador en su 122 aniversario de su muerte. Como una distinción
a esos gestores del “El estudiante”, me regreso al pasado para traer esas
letras maravillosas a la vida nuevamente. Durante ese año que me tocó vivir en
el parque de Santa Rosa, se mencionaba su existencia y se esperaba que
continuara funcionando. Lamentablemente durante mi permanencia en 1953 solamente
quedaba su recuerdo de esos brillantes muchachos que hicieron realidad sus
sueños. De ese periódico tomo nuevamente apartes de su editorial:
“-Se dirige a la costa de Atlántico con
el deseo de seguir a Europa.
Por el camino de herradura de Facatativá
y Guaduas, llega a Honda: aquí se embarca por el rio Magdalena en un champán...
Por el canal del Dique llega a Cartagena, donde permanece del 24 de
julio al 28 de septiembre…
Como la fragata que debía llevarlo a
playas lejanas encalla en los bajos de la costa de Cartagena, se embarca para
Barranquilla en donde permanece los meses de octubre y noviembre…
Acepta la invitación que le hace el
hidalgo español don Joaquín de Mier y Benítez, de honrar su quinta de San Pedro
Alejandrino cerca de Santa Marta. Lega allí el 1º de diciembre en el bergantín especial
que este le ha enviado, hoy altar de la patria. El 6 de diciembre se aloja en
San Pedro Alejandrino…
…el 10 recibe los santos sacramentos… lo
bendice el propio obispo de Santa Marta, Hmo, señor Estévez. Ese mismo día
dicta su testamento y su postrera proclama a los colombianos.”
-Colombianos
Habéis presenciado mis esfuerzos para planear
la libertad donde reinaba la tiranía. He trabajado con desinterés abandonando
mi fortuna y aún mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que
desconfiaban de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra
credibilidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y amor por la
libertad. He sido victima de los perseguidores, que me han conducido a las
puertas del sepulcro. Yo los perdono.
Al desaparecer de en medio de vosotros,
mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis más altos deseos. No
aspiro otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar
por el bien inestimable de la unión: los pueblos obedientes al actual gobierno
para libertarse de la anarquía; ministros del santuario dirigiendo sus
oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las
garantías sociales.
Colombianos mis últimos votos son por la
felicidad de la paz. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, ya bajaré tranquilo
al sepulcro.
Hacienda San Pedro Alejandrino a 10 de
diciembre de 1830. Simón Bolívar.
La Concentración de Quintos era una escuela pública
sin costo alguno para las familias. El horario era de 7:30 a 11:30 a.m y en la
tarde regresábamos a las 2:00 para
terminar hacia las cinco de la tarde.
Los sábados teníamos una jornada de medio día.
La mayoría de los estudiantes provenían de los
estratos populares más cercanos al centro de la ciudad especialmente del barrio
San Nicolás, el barrio Obrero, Bellas Artes, Popular, San Antonio, Bellavista,
Siloé, y algunos del Peñón, y los
Libertadores, que pertenecían a las
escuelas públicas en donde el quinto año de primaria no estaba suficientemente
bien desarrollado. También la
Concentración se tomaba como proyecto piloto de formación académica, en donde
todos los profesores eran normalistas certificados, y los estudiantes que
terminaban satisfactoriamente eran prácticamente admitidos en el colegio de
Santa Librada para empezar el bachillerato.
El padre Marco Tulio Collazos era el párroco de la
iglesia de Santa Rosa que queda al frente en el parque del mismo nombre y quien
invitaba a los alumnos, profesores y padres de familia de la concentración de quintos a participar de los oficios
religiosos los domingos y días festivos. Colaboré en algunas
ocasiones en el coro de la iglesia en
donde cantábamos algunos himnos gregorianos que había aprendido en el seminario.
El padre Collazos era muy conocido en la ciudad por
ser el impulsor de la construcción de las Tres Cruces en el cerro frente a la
ciudad entre 1937 y 1938. Para nosotros era un animador de actividades comunales
y de presencia para las festividades religiosas en la Concentración de Quintos.
El parque era
muy divertido en cualquier momento del día. Vendedores ambulantes iban y venían
durante todo el día con sus misceláneas
comestibles, otras de cacharros, muchos cachivaches, pequeños elementos
de uso domestico para la cocina. Muy importante
eran los quioscos con vendedores de libros viejos, revistas, magacines y
tiras cómicas muy apreciadas y coleccionadas y cambiables por algunos de nosotros. Entre ellas las
series de Tarzán, El fantasma, Roy Rogers, el Llanero Solitario, los cuentos del
Pato Donald, Condorito, y muchas otras revistas que ya no recuerdo.
También en el parque se hacían elaboración de cartas y documentos, se vendían billetes de lotería, y se asistía a
una profusión de charlatanes y dicharacheros que ofrecían toda clase de
medicinas y ungüentos elaborados por indígenas de las selvas amazónicas, pomadas elaboradas
con grasa de las culebras y víboras más peligrosas del mundo que curaban de todo.
Todo el día y en cualquier momento se escuchaban las
voces de los vendedores:
--Venga, acérquese, vos caballero que pasáis
por esta plaza, yo le puedo ayudar, para cualquier dolor del cuerpo, del alma,
de las muelas, de la cabeza, del
estomago, de los ojos, o en cualquier parte en los brazos, en las piernas, en
el hígado y en los riñones: yo le juro por mi madre santísima que lo aprendí de los grandes chamanes y caciques
, de los curanderos de mayor prestigio en el interior de la selva, “santa
puchina china, nepotage sama guay, ni mandinga ni mangoya” te lo juro que te
voy a curar…--
Una gran cantidad de vermífugos de muchos colores
servían para la tos, problemas pulmonares, gastritis, diarreas, los dolores de
muelas, se curaba la sífilis, las enfermedades venéreas entre ellas las
gonorreas que se agarraban en los antros
de prostitución callejera que se veían muy cerca de la Galería central de El
calvario y la Estación principal de buses que salían de allí para casi todos
los barrios de la ciudad.
Algunos día me iba en bus y otros de a pie de ida y vuelta para
salir almorzar y regresar a la escuela. Pasaba por la Plaza de Caicedo y la Catedral
en pleno centro de la ciudad, “miraba” solamente los deliciosos manjares
de la pastelería Italiana que quedaba
sobre la carrera cuarta y les gritaba
“bonna sera italianini” mientras me arriaban la madre.
Otras veces tomaba la carrera cuarta pasando por la iglesia de la
Merced, y el colegio femenino de El
amparo para llegar rápidamente al parque del Peñón que nos quedaba en la esquina
con el Colegio de la Sagrada Familia. Íbamos y veníamos todos lo días solos o acompañados,
en pequeños grupos de escolares de todas
los colegio públicos y privados.
Hacia junio de 1954 el año escolar se terminaba. Llego
el día de la entrega de las libretas de calificación y el certificado de
finalización de año para pasar al bachillerato. El director del curso “C” el
profesor Parra con su camisa de cuello blanca y bien vestido con saco azul y
pantalón café, en tono de orador calificado tomó la palabra y se dirigió a
nosotros los únicos asistentes diciendo ( algo así como lo recuerdo ahora):
-Un paso adelante para continuar en su bachillerato.
Se han cumplido todas las tareas. No hay perdedores ni vencidos, todos son ganadores. Mis más sinceras
felicitaciones.
Y simplemente tomó la lista y empezó a llamar en el
orden de la clase. Cuando me llamó por mi nombre, con mucha alegría me pasó la
libreta de calificaciones y el certificado de terminación del curso y me dijo:
- Joven Rico, con estas calificaciones tiene asegurada su matricula el Colegio
de Santa librada de Cali.
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