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miércoles, 16 de noviembre de 2022

Desde mi ventana

                                                               Jesús Rico Velasco

 Mientras ubicaba un lugar para vivir en Cali, mi hermana mayor, me acogió en su casa del barrio la Flora. Mi alcoba en el segundo piso me permitía otear desde mi ventana a una preciosa vecina que pasaba caminando a la hora del almuerzo. 


«Se llama Olga Lucía»,  dijo mi hermana, advirtiendo mi interés. «Si supieras…», continuó diciendo.  «Estaba casada con un médico que  resultó con un problema psiquiátrico y no pudieron  vivir juntos. Dicen que era esquizofrénico. Aida, la mamá, me contó que están tramitando un proceso de anulación del matrimonio ante la iglesia católica». En un ratico de conversación me echo todo el rollo que reforzó mis intenciones de conquistarla. Desde la ventana mi mirada la seguía y en mi mente la imaginaba con vestidos variados y faldas a la altura de la rodilla. Me fascinaba verla pasar con unos pantalones largos, medio apretados, que mostraban sus curvas de mujer con un trasero que “sacaba la cara por ella”. Era una caleña bonita, de buena estatura,  pelo castaño a la altura del hombro, ojos negros, piel canela, y un cuerpo de porte de reina con caminado elegante.

 Mi situación no era muy fácil.  A la hora de la  verdad era un hombre casado pero con un matrimonio en declive. Elsita decidió quedarse en los Estados Unidos para terminar sus estudios del doctorado.  Se rehusaba de manera tajante  a residir en Cali. Sentía pena por ella pues en el fondo  tenía razón. Hacia la  mitad del mes de julio durante  sus vacaciones de verano vino a visitarme, pienso que en un intento por salvar nuestra relación. Estaba ya instalado en mi nuevo apartamento en el barrio Santa Teresita.

 Una agencia de arrendamientos me ayudó a encontrar este apartamento en un edificio  en  un barrio muy agradable en la  zona oeste de la ciudad la ciudad. Los cinco apartamentos estaban en venta. Me gustó uno  en el segundo piso con ventanas hacia la calle. En cuestión de pocas semanas  ya tenía un lugar definido para vivir. Compre algunos muebles, una cama bonita, un comedor para cuatro personas, una nevera y los implementos de cocina.

 Elsita hacía un gran esfuerzo para acomodarse a las condiciones del apartamento sin aire acondicionado, ni zonas sociales y a la vida en Cali, en especial al clima. La piel blanca de su cara se tornaba roja como un tomate maduro. Sus piernas también coloradas, se hinchaban. No resistía el calor de la ciudad, se sofocaba con una sudoración un poco alérgica. En definitiva, este no era el ambiente para una vida permanente conmigo y yo no me quería mover, para mi era el mejor vividero del mundo. Esta visita confirmó nuestra inminente separación.  

 Unos meses después de su visita, recibí por correo una citación  de un juez en los Estados Unidos por “abandono de hogar” (“Gross negret off duty”) . Cuando me llegó la citación, me hice el pendejo. No le presté atención al proceso,  pero decidí de   iniciar el trámite de separación  de  cuerpos en la diócesis de Cali.

 Visitaba a mi hermana con relativa frecuencia para mirar a la linda vecina que vivía diagonal a la casa. Una tarde en vísperas de puente festivo la vi pasar. Salí velozmente hacia mi carro y la alcancé doblando  la esquina para coger el bus. Me acerqué bastante a la acera, bajé el vidrio de la ventana  y  mirándola con coquetería  le pregunté:

  «¿Para dónde va vecina?. Yo soy el hermano de Blanca, recién llegado a la ciudad».

 «Mucho gusto, me llamo Olga Lucia. Voy al trabajo y tengo que llegar antecito de las dos de la tarde» .

 «Si quiere, yo puedo llevarla.» .

 «No, cómo se le ocurre. Me da pena, además yo no lo conozco».

 «Tranquila, conmigo no hay problema. Para mi es un gusto ».

 Yo noté que mi presencia y galantería le agradó y a pesar del esfuerzo que hizo para evitar subirse al carro al final se subió. Se notaba algo nerviosa. Yo me sentía todo un don Juan. Intercambiamos unas pocas palabras. Logré contarle que había llegado de estudiar en Estados Unidos  y trabajaba en un proyecto con la Universidad del Valle y las Naciones Unidas. Todo cortico porque el tiempo no daba para más. Le pedí su número del teléfono y cayó como sardina en anzuelo nuevo. Me sentía complacido de haberla interceptado y dar los primeros pasos para una posible relación.

 Para la navidad de ese año 1973.  Recién llegado de los Estados Unidos, hablando inglés y con un  doctorado (Ph.D) me sentía como un globo inflado.  El Dr. Agualimpia fue organizando el grupo de Colimplas para tener profesionales  en la mayoría de los campos de la salud. Uno de los  sociólogos era  el Dr. Donald Conmover.  Con el tiempo llegó a ser el director del Centro de idiomas Colombo americano  por muchos años.  Entre los médicos  recuerdo al Dr. Hipólito Pabón, ilustre salubrista cedido al grupo por la Universidad del Valle (Departamento de Medicina Social), muy brillante.  Nos daba cátedra en las reuniones programadas, entre una y dos horas, diarias en una mesa redonda que facilitaba el intercambio.  Antonio José

Martínez, administrador paisa dicharachero, compañero inicial  de farras y buen bebedor de aguardiente. Había llegado al grupo por recomendación del Ministro de Economía en la administración del gobierno del momento. La disciplina y  organización que le dio  el Dr. Agualimpia al grupo hizo que desertara pronto. Le ayudé a conseguir un nuevo trabajo como administrador en la empresa de mi cuñado.

 Vicky era la secretaria ejecutiva. Se encargaba de algunos manejos de administración financiera, bancos, correspondencia y  reproducción de material bibliográfico.  Las oficinas estaban localizadas en el edificio de la Secretaria Municipal de Salud Publica pero separadas físicamente de su sistema administrativo.  Cada uno   de los miembros del grupo tenía su oficina privada para el trabajo permanente en la preparación de notas de discusión.

 Durante mi tiempo libre comencé a practicar tiro en el club de cazadores de Cali. Mi cuñado como presidente facilitó mi ingreso como socio. Aproveché esta circunstancia también para incluir otros miembros del grupo, entre ellos al Dr. Pabón y Antonio José Martinez. Adquirí una pistola de tiro largo y una “Chiqui” de siete balas  para entrenamiento y diversión los fines de semana. Me entusiasmé e invité a Olga Lucía a practicar el tiro al blanco en el club.   Como yo  era un hombre casado su mamá no estaba de acuerdo en que saliera conmigo. Además ella con el apoyo de su familia estaba tramitando también la anulación de su matrimonio. Los amoríos se tornaron  complicados por el “que dirán” de la sociedad y la familia. Pero a ella y a mi nos importaba poco. Acudíamos a artimañas para vernos a escondidas de su familia pero al final todos sabían de nuestros encuentros furtivos.

 Las salidas en grupo que Nancy una muy buena amiga de Olga Lucía promovía facilitaron los encuentros amorosos. Ella tenía un novio, Jorge Horacio un economista de treinta años. Salíamos los cuatro a departir en  las fuentes de soda. En esa época estaban en furor. Se conversaba en un ambiente con música y alrededor de algunos tragos de cerveza o aguardiente. Algunos fines de semanas hacíamos reuniones  para almorzar con un  buen sancocho de gallina hecho en leña con ayuda de doña Berta, la mamá de Nancy. En los pocos meses que compartimos la vida se consolidó un grupo de amigos para compartir días alegres, entretenidos y llenos de mucho amor.

 Un día cualquiera del mes de agosto recibí una llamada en mi oficina. Una visita inusitada de un viejo amor, Patricia.   Me dijo que estaba en Cali y se alojaba en el Hotel Intercontinental con un grupo de turistas americanos . Desde que compartí algunos meses de mi vida con ella en Washington me había comentado sobre su interés muy particular  en conocer  el parque arqueológico de San Agustín. Y en esta ocasión me pedía que la llevara. Por supuesto que no pude negarme. Tenía una deuda con ella. El recorrido que me proponía era una aventura atractiva pero medio peligrosa y arriesgada, pues en esa zona de Colombia hay presencia de grupos guerrilleros.

 Decidí recogerla bien temprano en la madrugada y nos enfilamos en mi automóvil Zastava nuevo. Llegamos a Popayán con indicaciones de un mapa de ruta a la población  de La Plata en el Huila. La carretera era destapada con una vía muy angosta y azarosa. Como pude atravesé el espacio que lleva hacia la cordillera oriental y  en cuatro  o cinco  horas estábamos llegando a San Agustín. Es un parque con una atmósfera especial.  Lo desconocido, tumbas, esculturas en piedra con formas antropomorfas de orígenes de comunidades olvidadas, escenas de un pasado de varios siglos sin descifrar. Esa noche intentamos reconstruir sin éxito por unas pocas horas nuestro amor del pasado pero es muy difícil revivir el fuego de cenizas extintas. Al siguiente día nos levantamos temprano y regresamos a Cali. Me despedí de ella, la deje en el hotel.  Con mucha ternura le di un beso de despedida  a esa mujer que en el pasado fue mi salvación. Fue la última vez que supe de ella.

 Regresé a mi trabajo en Colimplas. Las actividades se centraban en la revisión de documentos enviados  por la OMS, organismo patrocinador. Con cierta frecuencia se recibían  extranjeros metidos en el mismo cuento de Planificación y Evaluación de servicios de salud. Participación en conferencias, conversatorios  y exposiciones  sobre temas de interés en el grupo.  Se consolidó la idea de la importancia de la promoción de la salud y la prevención de enfermedades. Se buscaba que la responsabilidad de la salud se concentrara principalmente en el comportamiento  individual y familiar con la ayuda de los servicios de salud.

 Con frecuencia me reunía con el Dr. Jaime Rodríguez  jefe del Departamento de Medicina Social. Se manejaban tres proyectos reconocidos a nivel local e internacional. Uno  era el convenio con la Universidad de Tulane a través del “Centro Internacional de investigaciones y entrenamiento médico” (ICMRT por su nombre en inglés).  Allí conocí al Dr. William Bertrand como contrapartida de los cuerpos de paz. Una cálida amistad correspondida a muy temprana edad de nuestras profesiones que se ha prolongado hasta hoy por más de 50 años. En varias ocasiones durante sus viajes lo tuve como huésped en mi departamento de Santa Teresita.

 Otro proyecto muy importante era el acuerdo con la Facultad de Medicina para trabajar en el Desarrollo comunitario y salud en algunos barrios marginales de la ciudad de Cali. Barrios de invasión como  Unión de Vivienda popular.  Este proyecto tenía una extensión rural en el Municipio de Candelaria.  Los resultados se  publicaron  en las mejores revistas internacionales de salud pública. El Dr. Alfredo Aguirre Castaño y otros profesores mostraron cómo los  trabajos conjuntos con la comunidad en salud, mejoramiento de hogar, disponibilidad de agua potable, y sistemas  de alcantarillado tenían un impacto en la disminución de tasas de natalidad y de mortalidad especialmente infantil, y en  la salud de los niños a través de la vacunación y el control nutricional.

 La AID y otras agencias internacionales también apoyaban la enseñanza de la demografía en las escuelas de medicina como un aspecto muy importante, para la época, en el campo de la población. Este proyecto se programaba a través  del Centro Universitario para Investigaciones en Población (CUIP) que dirigía el Dr. Daniel Bermeo.

 Las cosas suceden por alguna razón. En noviembre  de ese año recibí una carta de invitación de las Naciones Unidas de la División de Población  para participar como asesor en la Republica de Chile.  Un país que hacía poco había pasado por un golpe de estado dado por el ejército nacional. No podía creerlo, en ese instante recordé la conversación con el Dr. Carrelton en Ontario Canadá. Había incluido mi nombre en la lista de posibles candidatos  para trabajar en proyectos en Latinoamérica. La carta venía de la Oficina de Cooperación Técnica que dirigía la Dra. Carmen Korn. Me dirigí de inmediato a la oficina del Dr. Agualimpia para informarle de la carta.  Para la fecha ya éramos muy buenos amigos. Me pidió  analizar detenidamente la situación social y política de Chile, versus la proyección que estaba tomando el trabajo que estábamos realizando. La decisión ya estaba tomada, era cuestión de algunas semanas para entregar mi cargo y asumir el nuevo reto.

 Envié la carta de aceptación a la Oficina de Cooperación Técnica de  las Naciones Unidas. A vuelta de correo recibí un mensaje con las indicaciones para reclamar un pasaje de avión de Cali a Nueva York y la reunión en que recibiría las pautas    sobre mi nuevo  trabajo  en el Servicio Nacional de Salud Publica de Chile.  Me dirigí  a la oficina del director  de la división de población para América  Latina. Una voz conocida me invitó a seguir. Bastante sorprendido le pregunté: 

«¿Usted no es Monseñor Guzmán que dirigió el CIENES en Bogotá?  »

 «Si, yo soy German Guzmán Campos, pero ya no soy sacerdote. Ahora trabajo como sociólogo. Llevo varios años aquí en Nueva York trabajando en el área de población ».

 «¡Ah, Que agradable sorpresa! Yo estudié Sociología en Bogotá con el Dr. Fals Borda, el padre Camilo Torres, Umaña Luna, y otros profesores que seguramente usted conoce »

 «Si, joven. Ya me enteré por su hoja de vida.  Estamos muy complacidos con su vinculación en la OCT. Dentro de poco tendrá la oportunidad de hablar con la Directora y conocer algunos compañeros que trabajan en el área de la población.  Le servirán de apoyo en su trabajo en  San Santiago de Chile.»

 Con una sonrisa sincera le contesté:  «Me siento también muy contento de verlo y  saber que usted será mi referente durante mi trabajo en Santiago.»

  «Hoy tendrá tiempo para hablar con el Dr. Al Zarate demógrafo. Será el asesor  que servirá de apoyo a sus  necesidades en Chile. Por favor, pase por las oficinas de la administración para firmar el contrato y las credenciales como asesor internacional de las Naciones Unidas.»

 El Dr. Zarate  me enseñó el documento completo del “Programa  de extensión de servicios  de salud materno infantil y bienestar familiar” (PESMIB) que se realizaría en el Ministerio de Salud. El propósito fundamental era apoyar al nuevo Gobierno  en la trasformación del sistema de  salud de la población chilena. Sostuve, también una corta reunión de saludo protocolario con la directora Dra. Carmen Korn. Firmé un contrato como asesor de las naciones unidas en Chile por un período inicial de tres años con alternativa de prolongación por otro período.

 Una combinación de tristeza y alegría se mezclaba en mi corazón. La nostalgia de tener que abandonar el amor que rondaba mi vida al lado de  Olga Lucia y los nuevos amigos como Nancy y Jorge Horacio. Pero por otro lado, la satisfacción de realizar un nuevo y desafiante trabajo. A pesar de tener plena conciencia del ambiente difícil de un país con una dictadura militar. Con el manejo del poder  con fuerza  y restricción de las libertades de una población.

 Ese amor de ventana, furtivo y chispeante  me arrebataba y hacía hervir de emoción mis anhelos amorosos. Con Olga Lucía, compartíamos todos los días en diciembre, antes de mi partida para aprovechar lo que veíamos como nuestros últimos encuentros. El futuro era  incierto para ambos.   Resuelto a continuar como hombre divorciado le propuse a Olga Lucía vernos  en Santiago cuando ya estuviera establecido. Las fiestas de Navidad las pasamos juntos, con nuestros amigos a la espera de mi partida. 

  Compartí la celebración del último día del año, domingo 31 de diciembre, con Olga Lucía, Jorge Horacio  y Nancy en su apartamento.  Al siguiente día, antes del viajar estuve todo el día en el apartamento de Santa teresita. con ella.  Me ayudó a empacar y arreglar los cosas del viaje.   Me despedí con un abrazo apretado y un beso lleno de ternura.

 Cansado me acosté para dormir un poco antes de salir en la madruga temprano hacia el aeropuerto.  Cuando mi cuerpo rendido deseaba dormir escuché el charrasquear de unas  guitarras que provenía de la  calle y entró por la ventana de mi alcoba.

 “Se va llenando la noche

con rumores de canción

y se enreda en tu ventana

mi serenata de amor”

 Desde mi ventana vi a Olga Lucia, Nancy y Jorge Horacio.  Me traían una serenata de despedida para alguien que no se sabía cuándo  volverían a ver. Escuché con atención todas las canciones. Sentía las fuertes palpitaciones de mi corazón debatiéndose entre la felicidad y el dolor. El cierre de la serenata fue con una última canción folclórica chilena:

 “Cuando pa´ Chile me voy cruzando la cordillera,

Late el corazón contento

Una chilena me espera,

Y cuando vuelvo de chile

Entre cerros y quebradas

Late el corazón contento

pues me espera una CALEÑA.”

 Agradecido y rendido me despedí de ellos como si fuera el último adiós. Quién iba a imaginar que unos meses después en abril de 1974, esa caleña, que se metía profundo en mi mente y en mi vida, llegaría a Santiago, con un  pasaje comprado por Jorge Horacio.  Quien según me cuenta ahora, a mis 80 años,  ¡nunca le pagué!

 

 

 

 

 

 

 

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