Jesús Rico
Velasco
Mientras ubicaba
un lugar para vivir en Cali, mi hermana mayor, me acogió en su casa del barrio
la Flora. Mi alcoba en el segundo piso me permitía otear desde mi ventana a una preciosa vecina que pasaba caminando a la
hora del almuerzo.
«Se llama Olga
Lucía», dijo mi hermana, advirtiendo mi
interés. «Si supieras…», continuó diciendo. «Estaba casada con un médico que resultó con un problema psiquiátrico y no
pudieron vivir juntos. Dicen que era
esquizofrénico. Aida, la mamá, me contó que están tramitando un proceso de
anulación del matrimonio ante la iglesia católica». En un ratico de conversación
me echo todo el rollo que reforzó mis intenciones de conquistarla. Desde la
ventana mi mirada la seguía y en mi mente la imaginaba con vestidos variados y
faldas a la altura de la rodilla. Me fascinaba verla pasar con unos pantalones
largos, medio apretados, que mostraban sus curvas de mujer con un trasero que
“sacaba la cara por ella”. Era una caleña bonita, de buena estatura, pelo castaño a la altura del hombro, ojos
negros, piel canela, y un cuerpo de porte de reina con caminado elegante.
Mi situación no
era muy fácil. A la hora de la verdad era un hombre casado pero con un
matrimonio en declive. Elsita decidió quedarse en los Estados Unidos para
terminar sus estudios del doctorado. Se
rehusaba de manera tajante a residir en
Cali. Sentía pena por ella pues en el fondo tenía razón. Hacia la mitad del mes de julio durante sus vacaciones de verano vino a visitarme,
pienso que en un intento por salvar nuestra relación. Estaba ya instalado en mi
nuevo apartamento en el barrio Santa Teresita.
Una agencia de
arrendamientos me ayudó a encontrar este apartamento en un edificio en un
barrio muy agradable en la zona oeste de
la ciudad la ciudad. Los cinco apartamentos estaban en venta. Me gustó uno en el segundo piso con ventanas hacia la calle.
En cuestión de pocas semanas ya tenía un
lugar definido para vivir. Compre algunos muebles, una cama bonita, un comedor
para cuatro personas, una nevera y los implementos de cocina.
Elsita hacía un
gran esfuerzo para acomodarse a las condiciones del apartamento sin aire
acondicionado, ni zonas sociales y a la vida en Cali, en especial al clima. La
piel blanca de su cara se tornaba roja como un tomate maduro. Sus piernas también
coloradas, se hinchaban. No resistía el calor de la ciudad, se sofocaba con una
sudoración un poco alérgica. En definitiva, este no era el ambiente para una
vida permanente conmigo y yo no me quería mover, para mi era el mejor vividero del
mundo. Esta visita confirmó nuestra inminente separación.
Unos meses después
de su visita, recibí por correo una citación de un juez en los Estados Unidos por “abandono
de hogar” (“Gross negret off duty”) . Cuando me llegó la citación, me hice el
pendejo. No le presté atención al proceso, pero decidí de iniciar
el trámite de separación de cuerpos en la diócesis de Cali.
Visitaba a mi hermana
con relativa frecuencia para mirar a la linda vecina que vivía diagonal a la
casa. Una tarde en vísperas de puente festivo la vi pasar. Salí velozmente
hacia mi carro y la alcancé doblando la
esquina para coger el bus. Me acerqué bastante a la acera, bajé el vidrio de la
ventana y mirándola con coquetería le pregunté:
«¿Para dónde va vecina?. Yo soy el hermano de
Blanca, recién llegado a la ciudad».
«Mucho gusto, me
llamo Olga Lucia. Voy al trabajo y tengo que llegar antecito de las dos de la
tarde» .
«Si quiere, yo
puedo llevarla.» .
«No, cómo se le
ocurre. Me da pena, además yo no lo conozco».
«Tranquila, conmigo
no hay problema. Para mi es un gusto ».
Yo noté que mi presencia
y galantería le agradó y a pesar del esfuerzo que hizo para evitar subirse al
carro al final se subió. Se notaba algo nerviosa. Yo me sentía todo un don
Juan. Intercambiamos unas pocas palabras. Logré contarle que había llegado de
estudiar en Estados Unidos y trabajaba
en un proyecto con la Universidad del Valle y las Naciones Unidas. Todo cortico
porque el tiempo no daba para más. Le pedí su número del teléfono y cayó como
sardina en anzuelo nuevo. Me sentía complacido de haberla interceptado y dar
los primeros pasos para una posible relación.
Para la navidad
de ese año 1973. Recién llegado de los
Estados Unidos, hablando inglés y con un
doctorado (Ph.D) me sentía como un globo inflado. El Dr. Agualimpia fue organizando el grupo de
Colimplas para tener profesionales en la
mayoría de los campos de la salud. Uno de los
sociólogos era el Dr. Donald Conmover. Con el tiempo llegó a ser el director del
Centro de idiomas Colombo americano por
muchos años. Entre los médicos recuerdo al Dr. Hipólito Pabón, ilustre
salubrista cedido al grupo por la Universidad del Valle (Departamento de
Medicina Social), muy brillante. Nos
daba cátedra en las reuniones programadas, entre una y dos horas, diarias en
una mesa redonda que facilitaba el intercambio.
Antonio José
Martínez, administrador
paisa dicharachero, compañero inicial de
farras y buen bebedor de aguardiente. Había llegado al grupo por recomendación
del Ministro de Economía en la administración del gobierno del momento. La disciplina
y organización que le dio el Dr. Agualimpia al grupo hizo que desertara
pronto. Le ayudé a conseguir un nuevo trabajo como administrador en la empresa
de mi cuñado.
Vicky era la
secretaria ejecutiva. Se encargaba de algunos manejos de administración financiera,
bancos, correspondencia y reproducción
de material bibliográfico. Las oficinas
estaban localizadas en el edificio de la Secretaria Municipal de Salud Publica
pero separadas físicamente de su sistema administrativo. Cada uno de los miembros del grupo tenía su oficina
privada para el trabajo permanente en la preparación de notas de discusión.
Durante mi tiempo
libre comencé a practicar tiro en el club de cazadores de Cali. Mi cuñado como presidente
facilitó mi ingreso como socio. Aproveché esta circunstancia también para incluir
otros miembros del grupo, entre ellos al Dr. Pabón y Antonio José Martinez. Adquirí
una pistola de tiro largo y una “Chiqui” de siete balas para entrenamiento y diversión los fines de
semana. Me entusiasmé e invité a Olga Lucía a practicar el tiro al blanco en el
club. Como yo era un hombre casado su mamá no estaba de
acuerdo en que saliera conmigo. Además ella con el apoyo de su familia estaba
tramitando también la anulación de su matrimonio. Los amoríos se tornaron complicados por el “que dirán” de la sociedad
y la familia. Pero a ella y a mi nos importaba poco. Acudíamos a artimañas para
vernos a escondidas de su familia pero al final todos sabían de nuestros
encuentros furtivos.
Las salidas en
grupo que Nancy una muy buena amiga de Olga Lucía promovía facilitaron los
encuentros amorosos. Ella tenía un novio, Jorge Horacio un economista de treinta
años. Salíamos los cuatro a departir en las
fuentes de soda. En esa época estaban en furor. Se conversaba en un ambiente
con música y alrededor de algunos tragos de cerveza o aguardiente. Algunos
fines de semanas hacíamos reuniones para
almorzar con un buen sancocho de gallina
hecho en leña con ayuda de doña Berta, la mamá de Nancy. En los pocos meses que
compartimos la vida se consolidó un grupo de amigos para compartir días
alegres, entretenidos y llenos de mucho amor.
Un día cualquiera
del mes de agosto recibí una llamada en mi oficina. Una visita inusitada de un
viejo amor, Patricia. Me dijo que estaba en Cali y se alojaba en el Hotel
Intercontinental con un grupo de turistas americanos . Desde que compartí
algunos meses de mi vida con ella en Washington me había comentado sobre su
interés muy particular en conocer el parque arqueológico de San Agustín. Y en
esta ocasión me pedía que la llevara. Por supuesto que no pude negarme. Tenía
una deuda con ella. El recorrido que me proponía era una aventura atractiva
pero medio peligrosa y arriesgada, pues en esa zona de Colombia hay presencia
de grupos guerrilleros.
Decidí recogerla bien
temprano en la madrugada y nos enfilamos en mi automóvil Zastava nuevo. Llegamos
a Popayán con indicaciones de un mapa de ruta a la población de La Plata en el Huila. La carretera era
destapada con una vía muy angosta y azarosa. Como pude atravesé el espacio que
lleva hacia la cordillera oriental y en
cuatro o cinco horas estábamos llegando a San Agustín. Es un
parque con una atmósfera especial. Lo
desconocido, tumbas, esculturas en piedra con formas antropomorfas de orígenes
de comunidades olvidadas, escenas de un pasado de varios siglos sin descifrar. Esa
noche intentamos reconstruir sin éxito por unas pocas horas nuestro amor del
pasado pero es muy difícil revivir el fuego de cenizas extintas. Al siguiente
día nos levantamos temprano y regresamos a Cali. Me despedí de ella, la deje en
el hotel. Con mucha ternura le di un
beso de despedida a esa mujer que en el
pasado fue mi salvación. Fue la última vez que supe de ella.
Regresé a mi
trabajo en Colimplas. Las actividades se centraban en la revisión de documentos
enviados por la OMS, organismo
patrocinador. Con cierta frecuencia se recibían extranjeros metidos en el mismo cuento de
Planificación y Evaluación de servicios de salud. Participación en
conferencias, conversatorios y
exposiciones sobre temas de interés en
el grupo. Se consolidó la idea de la
importancia de la promoción de la salud y la prevención de enfermedades. Se
buscaba que la responsabilidad de la salud se concentrara principalmente en el
comportamiento individual y familiar con
la ayuda de los servicios de salud.
Con frecuencia me
reunía con el Dr. Jaime Rodríguez jefe
del Departamento de Medicina Social. Se manejaban tres proyectos reconocidos a
nivel local e internacional. Uno era el
convenio con la Universidad de Tulane a través del “Centro Internacional de
investigaciones y entrenamiento médico” (ICMRT por su nombre en inglés). Allí conocí al Dr. William Bertrand como
contrapartida de los cuerpos de paz. Una cálida amistad correspondida a muy
temprana edad de nuestras profesiones que se ha prolongado hasta hoy por más de
50 años. En varias ocasiones durante sus viajes lo tuve como huésped en mi departamento
de Santa Teresita.
Otro proyecto muy
importante era el acuerdo con la Facultad de Medicina para trabajar en el
Desarrollo comunitario y salud en algunos barrios marginales de la ciudad de
Cali. Barrios de invasión como Unión de
Vivienda popular. Este proyecto tenía
una extensión rural en el Municipio de Candelaria. Los resultados se publicaron
en las mejores revistas internacionales de salud pública. El Dr. Alfredo
Aguirre Castaño y otros profesores mostraron cómo los trabajos conjuntos con la comunidad en salud,
mejoramiento de hogar, disponibilidad de agua potable, y sistemas de alcantarillado tenían un impacto en la disminución
de tasas de natalidad y de mortalidad especialmente infantil, y en la salud de los niños a través de la vacunación
y el control nutricional.
La AID y otras
agencias internacionales también apoyaban la enseñanza de la demografía en las
escuelas de medicina como un aspecto muy importante, para la época, en el campo
de la población. Este proyecto se programaba a través del Centro Universitario para Investigaciones
en Población (CUIP) que dirigía el Dr. Daniel Bermeo.
Las cosas suceden
por alguna razón. En noviembre de ese
año recibí una carta de invitación de las Naciones Unidas de la División de
Población para participar como asesor en
la Republica de Chile. Un país que hacía
poco había pasado por un golpe de estado dado por el ejército nacional. No podía
creerlo, en ese instante recordé la conversación con el Dr. Carrelton en Ontario
Canadá. Había incluido mi nombre en la lista de posibles candidatos para trabajar en proyectos en Latinoamérica.
La carta venía de la Oficina de Cooperación Técnica que dirigía la Dra. Carmen
Korn. Me dirigí de inmediato a la oficina del Dr. Agualimpia para informarle de
la carta. Para la fecha ya éramos muy
buenos amigos. Me pidió analizar
detenidamente la situación social y política de Chile, versus la proyección que
estaba tomando el trabajo que estábamos realizando. La decisión ya estaba
tomada, era cuestión de algunas semanas para entregar mi cargo y asumir el
nuevo reto.
Envié la carta de
aceptación a la Oficina de Cooperación Técnica de las Naciones Unidas. A vuelta de correo
recibí un mensaje con las indicaciones para reclamar un pasaje de avión de Cali
a Nueva York y la reunión en que recibiría las pautas sobre mi nuevo trabajo
en el Servicio Nacional de Salud Publica de Chile. Me dirigí a la oficina del director de la división de población para América Latina. Una voz conocida me invitó a seguir.
Bastante sorprendido le pregunté:
«¿Usted no es Monseñor
Guzmán que dirigió el CIENES en Bogotá? »
«Si, yo soy
German Guzmán Campos, pero ya no soy sacerdote. Ahora trabajo como sociólogo. Llevo
varios años aquí en Nueva York trabajando en el área de población ».
«¡Ah, Que
agradable sorpresa! Yo estudié Sociología en Bogotá con el Dr. Fals Borda, el
padre Camilo Torres, Umaña Luna, y otros profesores que seguramente usted
conoce »
«Si, joven. Ya me
enteré por su hoja de vida. Estamos muy
complacidos con su vinculación en la OCT. Dentro de poco tendrá la oportunidad de
hablar con la Directora y conocer algunos compañeros que trabajan en el área de
la población. Le servirán de apoyo en su
trabajo en San Santiago de Chile.»
Con una sonrisa
sincera le contesté: «Me siento también
muy contento de verlo y saber que usted
será mi referente durante mi trabajo en Santiago.»
«Hoy tendrá
tiempo para hablar con el Dr. Al Zarate demógrafo. Será el asesor que servirá de apoyo a sus necesidades en Chile. Por favor, pase por las
oficinas de la administración para firmar el contrato y las credenciales como
asesor internacional de las Naciones Unidas.»
El Dr. Zarate me enseñó el documento completo del “Programa de extensión de servicios de salud materno infantil y bienestar
familiar” (PESMIB) que se realizaría en el Ministerio de Salud. El propósito fundamental
era apoyar al nuevo Gobierno en la
trasformación del sistema de salud de la
población chilena. Sostuve, también una corta reunión de saludo protocolario con
la directora Dra. Carmen Korn. Firmé un contrato como asesor de las naciones
unidas en Chile por un período inicial de tres años con alternativa de prolongación
por otro período.
Una combinación de
tristeza y alegría se mezclaba en mi corazón. La nostalgia de tener que
abandonar el amor que rondaba mi vida al lado de Olga Lucia y los nuevos amigos como Nancy y
Jorge Horacio. Pero por otro lado, la satisfacción de realizar un nuevo y
desafiante trabajo. A pesar de tener plena conciencia del ambiente difícil de un
país con una dictadura militar. Con el manejo del poder con fuerza y restricción de las libertades de una
población.
Ese amor de
ventana, furtivo y chispeante me
arrebataba y hacía hervir de emoción mis anhelos amorosos. Con Olga Lucía,
compartíamos todos los días en diciembre, antes de mi partida para aprovechar
lo que veíamos como nuestros últimos encuentros. El futuro era incierto para ambos. Resuelto a continuar como hombre divorciado
le propuse a Olga Lucía vernos en
Santiago cuando ya estuviera establecido. Las fiestas de Navidad las pasamos
juntos, con nuestros amigos a la espera de mi partida.
Compartí la celebración del último día del año,
domingo 31 de diciembre, con Olga Lucía, Jorge Horacio y Nancy en su apartamento. Al siguiente día, antes del viajar estuve
todo el día en el apartamento de Santa teresita. con ella. Me ayudó a empacar y arreglar los cosas del
viaje. Me despedí con un abrazo
apretado y un beso lleno de ternura.
Cansado me acosté
para dormir un poco antes de salir en la madruga temprano hacia el aeropuerto. Cuando mi cuerpo rendido deseaba dormir
escuché el charrasquear de unas guitarras que provenía de la calle y entró por la ventana de mi alcoba.
“Se va llenando
la noche
con rumores de
canción
y se enreda en tu
ventana
mi serenata de
amor”
Desde mi ventana
vi a Olga Lucia, Nancy y Jorge Horacio.
Me traían una serenata de despedida para alguien que no se sabía cuándo volverían a ver. Escuché con atención todas
las canciones. Sentía las fuertes palpitaciones de mi corazón debatiéndose
entre la felicidad y el dolor. El cierre de la serenata fue con una última canción
folclórica chilena:
“Cuando pa´ Chile
me voy cruzando la cordillera,
Late el corazón
contento
Una chilena me
espera,
Y cuando vuelvo
de chile
Entre cerros y
quebradas
Late el corazón
contento
pues me espera
una CALEÑA.”
Agradecido y
rendido me despedí de ellos como si fuera el último adiós. Quién iba a imaginar
que unos meses después en abril de 1974, esa caleña, que se metía profundo en
mi mente y en mi vida, llegaría a Santiago, con un pasaje comprado por Jorge Horacio. Quien según me cuenta ahora, a mis 80 años, ¡nunca le pagué!
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