Salió de la famosa école Marais llena de gozo, dando
saltos. Eloise la había convencido para entrar allí dado su talento. Luego de
pruebas, ensayos y trabajo en la barra, había llegado a la audición final
frente al jurado, con miembros todos cercanos a los mejores grupos franceses de
ballet. Había sido aceptada con una mención de felicitación. Temblaba ansiosa
de comentarle a Eloise que habían conseguido algo que parecía imposible tan
sólo meses atrás.
Miró el reloj y vio que tenía tiempo para mirar la
retrospectiva de Robert Doisneau en el museo D´Orsay, antes de esperarla en el
café donde habían quedado de encontrarse. El museo era esplendoroso, la
transformación de la estación de tren generó un espacio lleno de luz, alto,
acogedor y suave donde estaba segura de que las fotos de Doisneau resaltarían
esplendorosamente: la de los niños en clase y uno de ellos mirando el reloj;
las niñas en triciclo y patines pasando debajo de la Torre; la niña mirando al anciano
afilando cuchillos; la de los niños de espaldas en los orinales y las de los
besos en los puentes, en las calles, en las plazas de la ciudad que adoraba. Tenía
toda la intención de volverlas a mirar, con el sentimiento de que ya tenía su
camino artístico definido y que cualesquiera que fueran sus dificultades,
habría de gozar hasta el minuto final su vida con Eloise y el gusto compartido por
el arte.
Y las fotos confirmaron su pálpito: el espacio era
perfecto y el despliegue de las fotografías era bello y tomaban una perspectiva
más universal al verlas todas juntas. Le habían recomendado que se detuviera un
momento en la foto del “El beso del Ayuntamiento” que había sido tomada a
principios de la primavera y que era la primera vez que se exponía en público.
Lentamente se movió a través de la exposición, gozando cada obra hasta que
llegó a la frase de Doisneau en la antesala del Beso: «Esta foto me inquieta un
poco. ¿Por qué tanta gente se identifica con ella? Porque es el símbolo de un
momento feliz»
Entró enseguida a la sala y, por su posición y
tamaño, era el centro de la muestra. Miró la foto extasiada. Creía que conocía
al hombre que abrazaba a la mujer por su desenfado, su pelo ensortijado, su
desparpajo en el abrazo, sus dedos largos casi iguales, y de pronto sintió que
caía desmayada. No sabía por qué, una angustia infinita le apretó las vísceras al
recorrer la foto, el cuello de la mujer, su forma de besar, la ternura con que
mantenía sus ojos cerrados…
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