Querida señora y madre de la poesía:
No sé a qué lugar de la vida o de la muerte dirigir esta carta. La escribo a la orilla del aire para que el viento la lleve y la lean tus ojos de libanesa triste, los mismos ojos que contemplaron las tardes, los jazmines y el mar de tu arenosa Barranquilla.
Si supieras mi cercana señora del jazmín, cuanto agradezco a la poesía poder decir tu nombre y, en él, nombrar la miel del colmenar y mil veces seguidas pronunciar mar de ausentes caracolas; deshojar tus jazmines y escuchar el son de tus poemas tejidos con hilos de coral.
Tus
versos azules, embriagados de mar, se quedaron dormidos aventando las redes
para pescar la luna. Dicen los pescadores que a tu corazón marinero le
crecieron alas para volar hasta el cielo a poner reverente un jazmín y un poema
a la diestra del Espíritu Santo.
Sin más por ahora, me despido de ti con el mismo acento amoroso y lejano con que nombraste al rio de la Magdalena, al jazmín, la rosa y la melancolía.
Eduardo Toro
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