“El hombre está solo entre el rio de los hombres”
Gloria Nieto de Arias
No es una casa convencional, es otra cosa. Sus espacios son
amplios, enmarcan los patios, áridos e inútiles, dos hileras de cuartos generosos
en anchura, en donde hay disponibles seis camas sencillas con su respectiva
mesita de noche. Está situada en la zona rural sobre una colina desde la cual
se divisa la gran ciudad. En el arco de la imponente portada, un letrero
sugiere estar ante una residencia o albergue para adultos mayores.
Eduardo Toro
Protegida por la sombra de frondosos samanes, se levanta la
casona habitada por ochenta ancianos acompañados del olvido y un silencio
antiguo que lastima el alma y duele en los recuerdos. El día en que una de las
cuidadoras los puso al corriente sobre las condiciones y obligaciones de un alejamiento
social de por lo menos cuarenta días, Marcelino se puso de pie diciendo: estamos acostumbrados a vivir sin abrazos,
sin besos, sin caricias; celebremos que ahora nuestros parientes tienen una
disculpa “legal” para olvidarse de nosotros. Recuerden: ya no puede matarnos
ninguna causa distinta a la que nos garantiza la vejez.
Un grupo de treinta y seis ancianos tomaba el sol de la
mañana, guardando un distanciamiento tan riguroso que quedaron separados entre
sí por espacios de tres a cuatro metros. Marcelino tomó la iniciativa con una
viejecita que le sonreía desde su silla de ruedas: ¿Cómo té llamas vecina? Mi nombre es Marcela, mi compañero de siempre
que se fue de la vida hace tres años, me llamaba simplemente Mar, se iluminaban
sus ojos cuando me nombraba como evocando la tranquilidad de un lago. ¿Tú cómo
te llamas? Yo me llamo Marcelino, mi compañera que me dejó hace dos años me
decía Mar, cuando me nombraba su voz de cascada se convertía en niebla.
Marcela le contó a Marcelino que llevaba un año y medio
recluida en la residencia para adultos mayores; que sus hijos, nietos o
parientes cercanos vivían muy ocupados, por tal razón poco venían a visitarla,
ahora con esto del aislamiento por la pandemia, había quedado sin esperanzas. Marcelino
replicó: a todos nos ha pasado lo mismo o algo muy parecido, mira a tu
alrededor, solo verás viejos ávidos por un gesto de cariño. Para nosotros este
es nuestro hogar, una residencia para mayores; para nuestros parientes, allá en
lo hondo de sus remordimientos, debe ser tan solo un depósito de viejos. Hablaron
de la vida; rieron a carcajadas cuando trataron el tema de la muerte;
desenmarañaron los recuerdos, los pusieron en orden de importancia, se
lamentaron de no haberse acercado antes y de la distancia abismal de tres a cuatro
metros que los separaba.
Se acabó la función, vamos para el patio de los refrigerios,
fue lo que ordenó la cuidadora con tono autoritario. Empezaron a rodar las sillas, se activaron los
bastones y los caminadores, todos guardando la recomendada distancia. Marcelino
se despidió de Marcela diciendo: prométeme que mañana nos vamos a encontrar de
nuevo. ¿te puedo decir Mar, como contemplando la quietud de un lago? Sí,
gracias por decirme Mar. Yo también te seguiré
llamando Mar procurando un acento de cascada convertida en niebla.
Con las manos abanicadas se dieron el adiós de los pañuelos, en ese adiós iban los abrazos y los besos mezclados con las ilusiones de Mar y Mar.
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