“Porque hay
ladrones a los que no se castiga y que han venido a robarnos lo más valioso, el
tiempo”.
Napoleón Bonaparte
Alexandra Correa
Hace dos meses dejé la carrera contra
el tiempo.
Con el temor de encontrar tráfico, todos
los días me levantaba a las cuatro y treinta. A toda velocidad empezaba a
preparar desayunos y almuerzos para la familia. Cuando el reloj se acercaba a
las seis empezaba a subir la tensión, los ojos se posaban cada dos segundos en
las manecillas, desencadenando desespero y angustia. El acelere lo iba
transmitiendo como efecto dominó a los demás. Las despedidas se habían convertido
en pico al aire y batida de mano. Al dejar a mi hija en el colegio ya tenía un
pie puesto en el acelerador antes que ella se bajara del carro. Hasta que un
día puse freno al tren en el que iba rumbo a la locura... justo allí, el tiempo
desapareció.
Quité el reloj que estaba en la pared
de la cocina y que tanto me atormentaba. La rutina era la misma, con la
diferencia que disfrutaba cada acción. El primer café lo tomaba en el balcón
admirando la ciudad aún dormida, gozaba cada momento, incluso el de lavar los
platos. El tiempo se puso a mi favor. Llegaba al trabajo quince minutos antes
de la hora habitual. ¿Qué fue lo que
cambio? ¿Qué hice para ralentizar el tiempo? ¿Qué les había pasado a los 3600
segundos que tiene una hora?
Los griegos tenían dos palabras para
el tiempo chronos y kairós. Chronos el tiempo lineal y cuantitativo, medido con
reloj. Kairós era el momento justo, el cualitativo, la experiencia del momento.
El ser humano lleva preguntándose acerca
de la existencia del tiempo 2500 años.
El hombre contempló la naturaleza y en
particular el cielo. El primer punto de referencia fue: luz, oscuridad, día,
noche, sol, luna. La luna tuvo un papel predominante en el surgimiento de la
tierra y en el desarrollo de todas las civilizaciones. Ella dio la medida.
Observaron que tenía cuatro fases, su forma cambiaba cada siete días.
Desde la prehistoria y hasta antes de
la modernidad no estaba claro el concepto espacio y tiempo. Durante milenios
las civilizaciones no estuvieron interesadas en los desplazamientos, quienes lo
hacían era principalmente por cuestiones de guerra, por ir a pedir consejo al
oráculo o por motivos de comercio. La mayoría no estaba interesada en moverse
del territorio o lugar de origen. Quiere decir que el espacio era fijo y con el
tiempo ocurría igual. Al no existir el reloj las personas manejaban la duración
con el tiempo diurno, el sol indicaba el inicio y la terminación del día.
La llegada del industrialismo hizo
necesario el desplazamiento de las personas y las mercancías. Se construyeron
las primeras carreteras, vías de ferrocarril y con ellos los primeros relojes
con los que se podría medir el tiempo.
En el siglo XIX el físico Ludwig
Boltzmann escribió: “Para el universo, las dos direcciones del tiempo son
indistinguibles, igual que en el espacio no hay arriba y abajo”. La visión de
Boltzmann se apartaba del tiempo como un absoluto en sí mismo, una constante
del orden natural del universo. Implicaba que no hay una dirección objetiva del
tiempo, y que nosotros la inventamos de acuerdo a nuestra percepción, del mismo
modo que llamamos “abajo” a la dirección hacia el centro de la tierra. La gran
revolución llegó con Einstein cuando expuso la teoría de la relatividad. Estableció la relación entre espacio y tiempo.
El tiempo no transcurre igual en todas partes y es deformable. La velocidad y la gravedad afectan la
experiencia del tiempo. Alejarse de la fuerza gravitacional de la tierra
acelera el tiempo, está demostrado en los vuelos trasatlánticos, cuanto más
rápido te mueves más lento pasa el tiempo. Él también introdujo la teoría de la
dilatación del tiempo, un concepto que explica que el tiempo pasa más despacio
cerca del suelo y más rápido cuanto más lejos se esté del núcleo terrestre. Einstein habló del presente extendido, dejando
un pequeño lapso que consideramos como presente, porque cada segundo actual se
convierte, casi de manera automática, en pasado. Así que después de todo no es
tan descabellado el “AQUÍ Y AHORA”. Ninguna ley de la física distingue entre
pasado y futuro, solo existe el presente.
Al hombre no se le permite centrarse en el presente
porque vive con nostalgia, regresando al pasado como refugio, y cuando no está
en pasado, vive temeroso y ansioso por un futuro incierto. El tiempo no es más
que el cerebro reconstruyendo recuerdos. Así que el tiempo está basado en función de la
experiencia y el grado de consciencia con que se vive con cada situación. Pensemos
en un hombre sentado en la silla de un odontólogo con la fresadora en sus
dientes, ahí el tiempo le pasa muy lento, mientras que, si está gozando de una
cita de amor, muy seguro el tiempo se le pasará volando.
Con la modernización el tiempo comenzó
a correr acelerado, llegaron las comidas rápidas y los autos veloces. Los seres
humanos comenzaron a vivir sumergidos en la matrix del tráfico, las multitareas
y el estrés. A los niños se les empezó a
manejar con agendas ministeriales para mantenerlos ocupados.
¡El mundo tiene prisa! Basta encontrarse
con alguien en la calle, y te dice hola, voy corriendo, voy tarde. El semáforo
cambia a amarillo, el de atrás ya está pitando para que te muevas y otros desean
terminar con sus vidas arriesgándolas, atravesando los semáforos en rojo. Nos
cuesta entender que cada cosa tiene su tiempo y por más que tratemos de
alterarlo, solo conseguiremos hacerlo más difícil.
Las multitareas no nos hacen más
productivos. Así lo apuntan diversos estudios. De hecho, son ladronas del
tiempo camufladas, pues el cambio de una tarea a otra disminuye nuestra
concentración, tardamos entre seis y nueve minutos en recuperar el estado de
concentración anterior. Para optimizar el tiempo es mejor subcontratar o
delegar tareas, decir no a favores o complacencias que comprometen el nuestro.
Byun Chul Han, filósofo coreano expresa en su libro Vida Contemplativa: “Estamos
perdiendo nuestra capacidad de no hacer nada. Nuestra existencia está
completamente absorbida por la actividad y, por lo tanto, completamente
explotada. Dado que solo percibimos la vida en términos de rendimiento,
tendemos a entender la inactividad como un déficit, una negación o una mera
ausencia de actividad cuando se trata, muy al contrario, de una interesante
capacidad independiente. Nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que
ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica…”, “se ha perdido la magia y la temporalidad de la inactividad,
que tiene su propio fondo de esplendor en la existencia humana”.
Me opongo a seguir el
ritmo acelerado de los demás. Percibir que veo cuando veo, percibir que escucho cuando escucho,
percibir que pienso cuando pienso y percibir que existo cuando respiro.
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