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lunes, 8 de abril de 2024

Cuando descubrí Tumaco

 

                          

 Silvia Martínez R

Viajar en la década del 70 a los territorios apartados era cuestión de días, de paciencia y no desesperarse; para los desplazamientos aéreos se compraba el pasaje de ida, el de regreso solo se podía adquirir en el destino; comunicarse vía telefónica era una labor titánica.

Transcurría marzo de 1979 y viajo con el jefe, Don GG a Tumaco. Sentíamos algo de intranquilidad, la única aerolínea que operaba no tenía mayor confiabilidad, la localidad vivía una situación complicada, el 75 % de la población carecía de agua potable, el 95% no tenía alcantarillado, las condiciones de salubridad eran deficientes y la energía la cortaban de ocho de la noche a seis de la mañana.

Estando en el aeropuerto, digo en broma a Don GG: venden seguros de vuelo, ¿será que compramos? ¿Es que usted cree que no vamos a regresar? Estábamos sentados cerca al padre de un gran amigo y cuando escuchó, se acerca y dice:

-       ¿Qué le pasa al Señor?

-       Nada, está asustado, le tiene terror al avión, vamos para Tumaco.

Después de hora y media de un vuelo con turbulencias moderadas, le digo a GG: Veo cerca los árboles, vamos a aterrizar y a los segundos el avión vuelve a elevarse, divisamos la Playa del Morro, la belleza del mar y algo de su exuberante vegetación. El avión tuvo que dar una vuelta porque se habían atravesado unas vacas en la pista.

Nos registramos en un hotel muy sencillo, habitación y cama pequeñas, un ventilador, baño con su toalla y un jabón, mesa de noche con Biblia.

Salimos para la oficina, caminar la arena me dificultaba avanzar, se enterraba el tacón, no tenía estabilidad, no tuve la precaución de averiguar con antelación las condiciones de la localidad.

Estuvimos trabajando unas horas, recuerdo que el archivo y almacén estaba invadido de ratas, había huecos y se metían por las canaletas, animales detestables que se paseaban como Pedro por su casa.  Cuando debía pasar a los baños ubicados junto al almacén, sentía pánico, utilizaba el mínimo de tiempo posible.

Al día siguiente revisamos las cifras de la oficina, estado de resultados, condiciones locativas, funcionamiento operativo y comercial, la situación de los empleados, al igual que las oportunidades de mejora en los diferentes aspectos.

Durante nuestra estadía pudimos disfrutar la exquisita comida: encocado de camarón, cazuela de mariscos, tostadas de plátano, pescado frito y cocadas; recorrimos las calles, observamos el océano, los manglares que forman bosques, los cultivos de cacao, de tagua o nuez de marfil, de palma africana,  los esteros, donde se mezcla el agua dulce de los ríos con la salada del mar, las islas de La Viciosa y El Morro, los acantilados bajos y las planicies lluviosas con selva húmeda tropical habitada por gente alegre, simpática, bulliciosa, bailarina y apasionada del fútbol.

Pudimos conocer las brechas existentes con otras ciudades del país, las deficientes condiciones de vida, el aislamiento geográfico y la ausencia del Estado. Gran parte de la población vivía en casas destartaladas, elevadas a la orilla del mar sobre estacas de madera, paredes de tabla, techos de asbesto, cubiertas de moho, en extrema pobreza, desempleo e informalidad elevado, un alto número de embarazos a temprana edad, el 90% de las mujeres era madre entre los 15 y 20 años, les había llegada la maldición del vientre de las pobres: la fecundidad.

Don GG me pregunta si salimos a pescar a las tres de la mañana con el padre de Ana, (una señora que trabajaba en Cali), le digo que no, me muero de susto que vaya él. Muy fastidiado y dolido me dijo que yo había acabado con su ilusión, tampoco iría.

Esa noche no pude conciliar el sueño, permanecí inmóvil y muerta del susto porque dos ratas se pasearon por las cunetas de aluminio que rodeaban los ángulos de las paredes de la habitación, perdí toda mi energía y mi sentí infeliz.

Al día siguiente al no poder conseguir tiquetes de regreso, tuvimos que viajar a Pasto en horas de la noche en un Renault 4, teníamos mucho susto porque las vías estaban abandonadas y deterioradas, eran estrechas, en algunos tramos sólo había un carril y los despeñaderos abundaban, la oscuridad a ratos me llevaba a pensar que estaba en la boca del lobo, sentía terror a que el chofer se fuera a dormir.

Escuchamos música durante todo el recorrido Don GG quiso comprar una caneca para el viaje, me tomé un traguito y él no pasó de tres, para el miedo. De repente sentí su mano en mi muslo, tenía vestido corto y de pronto se me había subido, en voz baja a su oído le dije:

-       Gran hijueputa don GG, usted podrá ser mi jefe, pero a mí me respeta, lo vuelve a hacer y le armo un tierrero”.

Se hizo el borracho, abrió la puerta en movimiento, como si se fuera a bajar. Se sintió mal y arrepentido, fue una reacción demente, lo regañé, reaccionó y volvió a su estado normal.  

Después al pasar por la nariz del diablo, el tramo más peligroso de la vía, nos bajamos a prender velas y rezar. Recuerdo que se habían detenido varios vehículos, sus choferes realizaban el mismo ritual con enorme devoción. Era un paso obligado para orar y pedir llegar al destino en buenas condiciones.

Al amanecer el chofer realizó una parada en Túquerres, a 72 kilómetros de Pasto, con una altitud de 3104 metros sobre el nivel del mar, estuve a punto de congelarme, me tomé un café hirviendo para pasar el frío con tan mala suerte que me quemé.

Logramos llegar como a las siete al aeropuerto Antonio Nariño de Pasto para tomar el vuelo a Cali. Como estaba con un vestido de clima caliente y con sandalias, me puse un periódico alrededor del cuerpo, como si fuera una ruana. El día estaba nublado, después de dos horas anunciaron que se cancelaban los vuelos por mal tiempo, lo que nos obligó a realizar el viaje por tierra.

A Cali llegamos a las seis de la tarde, finalizando un viaje cargado de anécdotas y adversidades.

En los demás viajes a Tumaco disfruté mucho, aprendí a conocer y querer su gente, admirar su sencilla y tranquila forma de enfrentar el día a día, su resignación y mansedumbre ante los infortunios, a saborear su exquisita y variada comida, recordando en mi paladar los sabores del tapao de pescado, pusandao, ceviche de concha y arroz atollado.

Recordé que Noches de Bocagrande, compuesta por Faustino Arias Reinel, nacido en Santa María de Barbacoas, es la canción que más le ha llegado al alma a los tumaqueños, un tema que les sirvió para enamorar y expresar su sentimiento de pasión y de entrega total. 

 

 

 

 


1 comentario:

  1. Gracias Silvia muy agradable leer tu escrito, experiencia de sabores y turbulencias que enriquecen la vida. Un abrazo

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