Javier Millán
Una
época tan brillante como el siglo de las luces (XVII) en que predominaba, sobre
todo, la razón y el análisis, necesitó al final, de un salvador. Porque si
ciertamente el siglo de la luces hizo
aportes al desarrollo de la humanidad, no es menos cierto, que su
ansiedad por el progreso, la civilización y el desarrollo de la letras y las
artes permitió que la sociedad cayera en un cinismo sin freno que vino a
reemplazar la virtud y la moral de sus primeros años.
Miremos
lo que encontré en la historia de la
literatura francesa: “la familia y el matrimonio se disolvían, la satisfacción
de las inclinaciones y el placer se había convertido en la única ley de una
sociedad que hacia ostentación del espectáculo y la veleidad”. La sociedad del
siglo de las luces deslumbrada por la razón, la lógica, la ciencia, las artes y
el progreso, se distancio de la naturaleza y prefirió los atractivos sociales,
el teatro, los cafés y los grandes salones. La literatura de la época se ocupó
solo de la vida social, el encanto por la naturaleza no aparece ni en los libro
ni en los lienzos. La falta de comunión con la naturaleza volvió a la sociedad insensible
y endureció su corazón. También encontré que “para las mujeres, el campo era un
lugar de destierro; una penitencia que ellas mismas se imponían para expiar los
suntuosos gastos y los tocadores de invierno.”
La
verdad es que el siglo de las luces arrancó al hombre de las garras de la monarquía y de
una iglesia aplastante y le invitó a mirarse a sí mismo y a valorarse como
hombre (algo trascendental) pero no pudo mantener un equilibrio entre el
hombre, Dios y la naturaleza; lo que produjo, como consecuencia, incredulidad,
escepticismo y un materialismo alarmante. La sociedad del siglo de las luces en
su pretendido progreso ocultaba
realmente una gran decadencia. Era necesario un salvador, alguien que lanzara
el grito de alerta, que tuviera la vivacidad, la fuerza y la perseverancia para
elevar su voz y contrariar las opiniones casi universalmente aceptadas; que
restaurara la moral y rehabilitara la virtud; que llamara al hombre y a las
mujeres al respeto por ellos mismos y a la perfección interior. Alguien que
pregonara la importancia del matrimonio, el amor a los hijos, la práctica de
las virtudes familiares, que le recordara a los poderosos su compromiso con los
que sufren; y reanimara en sus conciudadanos el amor por la naturaleza y el sentimiento
religioso. Efectivamente ese alguien apareció, se llamaba JEAN JACQUES ROUSSEAU. Poseedor de
todas las características anteriormente anotadas y conocedor de la sociedad de
su tiempo, comienza por restaurar la moral y el amor, la unión con la naturaleza
y a revivir en las gentes el sentimiento religioso.
En
la historia de la literatura francesa leemos: “la influencia de ROUSSEAU fue la
más amplia y profunda que se ha ejercido sobre el individuo en eso que él tiene
dentro de los mas intimo, y en la sociedad, en eso que ella tiene de más
general”. Ginebrino de nacimiento y francés por los orígenes de su familia;
amante de la naturaleza y cuya madre muere al momento de su nacimiento, nos legó
obras extensas.
Me
referiré al EMILIO. Considerada por muchos como su más importante obra. Fue la
que tuvo más influencia sobre el siglo y en donde dio a conocer su filosofía
moral y religiosa y a LA NUEVA ELOISA, que es la historia de sus propios
amores con Madame Huderot, donde hace una descripción de incomparable belleza
del medio natural donde suceden los hechos (Alpes, países bajos, rocas,
torrentes y cascadas.)
Mirando
nuestra época hago un paralelo con el siglo de las luces y deduzco que son muy
similares y que nosotros también estamos necesitados de un salvador. Hemos ido
a la luna, hemos inventado el computador, nuestra capacidad de comunicación es
asombrosa, hemos descubierto el genoma
humano, pero la inmoralidad y la corrupción nos asfixian. Destruimos la
naturaleza, y lo peor, continuamos indiferentes ante la catástrofe. ¿No es
verdad que nuestro tiempo se parece mucho al siglo de las luces, que la única
diferencia es que nosotros no tenemos la seguridad de contar con un salvador
como JEAN JACQUES ROUSSEAU, ni con una sociedad que pueda escucharle, si
llegase a aparecer, porque estamos demasiado engreídos?
Tenía
razón ROUSSEAU cuando afirmó en su Discurso sobre la ciencia y las artes: “La
decadencia de los imperios esta siempre ligada al progreso de sus conocimientos.”
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