Carlos Arango
- ¿ Reconoce en esta sala al
asesino de su padre, el Profesor Belisario Vélez? - preguntó el juez.
- Sí su Señoría, - afirmó Santiago
Vélez señalándome con su dedo índice - es él.
Nací en una
ciudad intermedia de Colombia y mi infancia transcurrió como la de muchos chicos
de clase media alta. Un pequeño colegio bilingüe, costeado por la Universidad
donde mi padre era docente. Desde pequeño, en las veladas familiares, escuchaba
con interés a mi padre y su colega el Doctor Belisario Vélez, discutir acerca
de las complejidades del cerebro mientras mi amigo Santiago se dedicaba a jugar
Mario Bros. Éramos hijos únicos, de la misma edad y compañeros en el colegio,
nuestros padres colegas y excelentes amigos y nuestras madres, profesionales,
se la llevaban muy bien. No es exagerado decir que conformábamos una familia de
seis personas.
- Doctor, pida suspender
la sesión y consígame una autorización para entrevistarme con Santiago y con mi
padre – ordené a mi abogado.
- Manuel, tu padre está
internado hace más de un año en el hospital, su Alzheimer es tan avanzado que
ni siquiera te reconoce y no creo que Santiago quiera hablar contigo.
En un viaje de
trabajo de nuestros padres a Guatemala en 1997, al que Santiago y yo los
acompañamos, fuimos testigos del origen de una de sus investigaciones. En Petén,
se entrevistaron con un anciano, descendiente directo del último Halach Uinik,
gobernante supremo maya quien les confió, con profunda convicción, el conocimiento
divino por medio del cual era posible acceder a los pensamientos de las
personas mediante bebedizos de hierbas autóctonas, presión secuencial en
ciertas partes del cuerpo y la pronunciación de determinadas palabras. Ellos
tomaron sus apuntes sin darle trascendencia y continuaron su trabajo en la
zona. Al regresar a casa, profundizaron un poco en la investigación sobre la
información maya con resultados tan valiosos que los animaron a continuar.
- Abogado, tiene que
conseguir la autorización para que dejen salir a mi padre. Sin él, Santiago no aceptaría
entrevistarse conmigo y debo explicarle todo. Yo no maté a su padre aunque él
cree que me vio hacerlo.
Ya adolescentes, Santiago y yo fuimos estudiar a la Capital, él ingeniería y yo medicina y rentamos un apartamento. Un año después, el 11 de septiembre de 2001, nuestras madres fallecieron en Nueva York en los atentados a las torres Gemelas. Fue un golpe muy fuerte ambas familias, siendo mi padre el más afectado. Santiago terminó su carrera y con una beca viajó al exterior para conseguir su maestría, mientras yo me especialicé en siquiatría con énfasis en investigación cerebral y regresé a la ciudad a trabajar con la Universidad.
Mi padre, tras
la muerte de mi madre, parecía querer aislarse del mundo por lo que no me mudé
a su pequeño aparta-estudio. A pesar de no tener mucho contacto laboral con
ellos, poco a poco Belisario se fue convirtiendo en mi tutor y mejor amigo.
- La sesión continuará
mañana a las nueve y el señor Vélez entregará su declaración acerca de lo
sucedido el 22 de marzo de 2010 - dijo el juez cuando íbamos a solicitar mi entrevista con el testigo -.
En vista de la suspensión del juicio hasta el día siguiente, mi abogado se acercó al estrado y cruzó algunas palabras con el juez antes de llamar al abogado de la contraparte. Hablaron con Santiago durante unos minutos y accedieron a aplazar el juicio tres días autorizando nuestra entrevista sólo si mi padre estaba presente.
En vista de la suspensión del juicio hasta el día siguiente, mi abogado se acercó al estrado y cruzó algunas palabras con el juez antes de llamar al abogado de la contraparte. Hablaron con Santiago durante unos minutos y accedieron a aplazar el juicio tres días autorizando nuestra entrevista sólo si mi padre estaba presente.
Con cierta frecuencia nos reuníamos con Belisario y mi padre a compartir las noches de viernes, y en una de estas tertulias les pregunté por la información recibida en Guatemala 12 años atrás. Habían tenido importantes avances que me relataron excitados. En términos simples la combinación de hierbas, con la estimulación auditiva y nerviosa que describió el Halach Uinik, dejaría al descubierto una vía al hipocampo - en el lóbulo temporal - donde se alojan los recuerdos explícitos, conocidos como memoria episódica. Me refiero a algo similar a la apertura de los chakras, descrita en el hinduismo, pero en este caso con exposición de la memoria. Los recuerdos de un lapso determinado podían manipularse sin extraerlos por el riesgo de crear un vacío, pero tal vez podrían intercambiarse con los de otra persona en el mismo período. Estaban haciendo diversas pruebas con monos y les ofrecí algunas ideas amparado en que el cerebro es mi especialidad; así se animaron a incluirme en su proyecto.
- Mañana a las cuatro de la tarde vienen tu padre y Santiago. El juez te concedió una hora y pasado mañana continuará el juicio con la declaración de Santiago. Ya hice los trámites con el hospital y autorizaron excepcionalmente la salida de tu padre – me explicó el abogado. Se sorprendió cuando le entregué una lista de hierbas que deseaba tener en mi reunión del día siguiente.
Los resultados iniciales fueron confusos y la desesperación comenzó a atacar a mi padre, quien sin consultarlo, tomó la decisión de ser su propio conejillo de indias. Buscó en clínicas mentales la historia de algún enfermo que hubiera estado dormido y medicado en la noche del diez de septiembre de 2001, y cuando después de mucho indagar lo encontró, lo invitó a participar en un experimento de intercambio de recuerdos, a cambio de una suma alta de dinero. Había sido él, quien convenció a mamá el diez de septiembre, a las diez de la noche, de cambiar sus planes y visitar el centro de Manhattan al día siguiente en horas de la mañana y eso lo atormentaba día tras día.
Citó a su paciente en horas de la noche, cuando no había personal en el laboratorio, para realizar su experimento. Y… eureka, ¡¡¡Éxito total!!! Sin efectos colaterales, sin dolores ni resacas, no recordaba haberle sugerido a mamá el horario de su tour para el once de septiembre. De la noche del diez sólo recordaba que alguien lo despertó al entrar a su habitación, le dio un medicamento y volvió a salir mientras él retomaba su sueño.
- Papá, Santiago, gracias por venir - les dije a mis invitados y pedí al abogado que nos dejara solos mientras Santiago y mi padre se abrazaban -.
Mantuvo en secreto su trabajo, pues a pesar de que los resultados eran extraordinarios y representaban un salto inmenso en el conocimiento científico, su sentimiento de culpa no desaparecía.
Era cierto que el episodio del diez de septiembre no existía en su memoria, pero seguían existiendo los recuerdos de muchas noches llenas de lágrimas en las que se acusaba de algo - ya no sabía qué -, que presagiaba el comienzo de su locura. La eliminación, o mejor, el intercambio sus recuerdos, se le convirtió en una adicción para reducir el sufrimiento. Fue menos exhaustivo en la selección de sus compañeros de sesión a quienes voluntaria o involuntariamente también llevaba a la locura. Su memoria se convirtió en una colcha de retazos,en la que diferentes eventos, personas y situaciones, aparecían sin ningún orden, como en un noticiero de televisión. Al final terminó recluido en un hospital mental con diagnóstico de Alzheimer avanzado.
- Santiago, por favor no digas nada y déjame contarte lo que ha pasado durante los últimos dos años…
Yo creí en el diagnóstico de la enfermedad de mi padre y continué mi trabajo con Belisario, hasta que una noche apareció un hombre armado, en el laboratorio. Gritaba angustiado que estaba loco por nuestra culpa. No entendimos nada hasta que nos habló de sus visitas nocturnas al laboratorio y de muchas situaciones íntimas que sólo conocíamos Belisario, mi padre y yo. Empezamos a comprender…recuerdos de mi padre que ahora le pertenecían. Podría decirse que en algunos aspectos, él era más mi padre de los últimos diez años, que mi propio padre. Dijo que quería morir, pero que antes se vengaría de nosotros. Golpeó a Belisario, lo dejó inconsciente, tendido a mis pies. Conocía perfectamente el procedimiento para intercambiar recuerdos, me ató a una silla y puso a mi lado un revólver cargado. Ató al gatillo una cuerda que iba hasta un dispositivo que parecía un reloj. Me dio una droga con la cual yo me daba perfecta cuenta de lo que ocurría aunque no podía hacer ningún movimiento. Se ubicó de tal manera que sólo veía mi rostro, el revólver y el cuerpo del profesor, sin notar mi estado de indefensión. Miró el reloj y puso a sonar una grabación que imitaba nuestras voces, discutiendo, mientras ojeaba una revista. Al cabo de unos minutos, la voz que me representaba gritó: “Te mataré”, él volteó su rostro y enfocó mi cara, el arma y el cuerpo de Belisario. Simultáneamente el extraño artefacto haló la cuerda tres veces, causando la muerte de mi tutor. El hombre tomó un manojo de hierbas y salió del laboratorio. Por lo que supe después, deduzco que abordó a Santiago haciéndose pasar por un médico de la compañía de seguros, le dio un bebedizo a base de hierbas centroamericanas, le “examinó” algunas partes de su cuerpo, pronunció ciertas palabras, y puso en su memoria los acontecimientos de esa noche, desde la discusión nuestra hasta los disparos. Al día siguiente Santiago me denunció a las autoridades como el asesino de su padre y apareció en el diario la noticia del suicidio de un empleado de una compañía de seguros.
- Santiago, si lo que recuerdas de esa noche, es una discusión, mientras ojeabas una revista en el laboratorio, una amenaza mía hacia tu padre, y un revólver a mi lado, de donde salieron los tres disparos que lo mataron, déjame hacer contigo y con papá un intercambio de recuerdos. Te he dicho la verdad, y si él me denuncia, nadie le creerá.
Mi padre lloró sin pronunciar palabra alguna pero movió sus ojos en señal de súplica.
Me sindicaron de asesinar a Belisario, y en medio del juicio, solicité una entrevista con Santiago y con mi padre, en la cual les conté todo lo que ocurrido aquella noche. Al día siguiente se reanudó el juicio.
- Señor Santiago Vélez,
cuéntele al jurado todo lo que recuerda del 22 de marzo, fecha en la que murió
su padre, a las once de la noche.
- Estaba en mi habitación
escuchando la radio, entró una enfermera, me tomó el pulso, me acarició el
cabello, me deseo buenas noches, apagó la luz y se retiró, después de eso me
dormí.
- Señor Vélez, le
recuerdo que está bajo la gravedad de juramento.
- Le juro, señor juez, es
todo lo que recuerdo.
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