Gustavo Urrego
Porque es tocando fondo, donde uno llega a saber quien es,
y donde empieza a pisar firme (José Luis Sampedro)
¡País de mierda! era su frase recurrente con los amigos,
en cirugía se desbordaba escupiendo calificativos contra el gobierno, los
políticos no sirven para nada, país invivible, no vale la pena, es un asco. De
tanto repetirlo la rabia le apretó el corazón y la cabeza, así que buscó otros
horizontes, vivir en un lugar donde los sueños sean posibles, criar hijos con
futuro y olvidarse de esta horda de bárbaros.
Vámonos para Estados Unidos o al Canadá. Ya no aguanto
más, le dijo a su mujer. No me gusta el frio de Canadá dijo ella. Me suena
Miami o un sitio en la Florida. A mí me gusta nueva York, hay menos latinos y
mejor calidad de trabajo. En Miami mi prima me puede ayudar a conseguir
trabajo, necesitan enfermeras. Y yo
espero validar como médico. Empezar como general o practician y ganar créditos
para el reconocimiento como especialista en cirugía oncológica.
En la embajada norteamericana en Bogotá, la cita trascurrió sin contratiempos. Motivo del viaje preguntó el funcionario consular: vamos de vacaciones, a llevar los niños a Disney dijeron, mientras el niño y la niña miraban sonrientes. Ah ¿usted es médico cirujano? dígame como se llama la cirugía en la que abren el abdomen. Una laparotomía exploradora, contestó riendo con suficiencia Eduardo. Listo buen viaje. Les sellaron los papeles y pasaron a la casilla trece.
En los días siguientes el reloj corría desbocado, ellos
comprando pasajes, vendiendo la casa, el automóvil, todas las cosas servibles
se pusieron en subasta. Un domingo convocaron a amigos y familiares, abrieron
la puerta del garaje y vendieron a precio de ocasión los muebles de la sala, el
comedor, la lavadora; las camas con los tendidos fueron a parar donde una
hermana de ella. Lo demás lo regalaron. Al viaje se llevaron solo lo que les
cupo en las maletas y maletines. Era un viaje sin retorno, o eso pensaban.
Con la visa de turistas llegaron a la soleada Miami un
medio día de un sábado después de cuatro horas en avión. Se trasladaron a Fort
Lauderdale, en compañía de la prima de ella, quien los fue a recoger con el
esposo, un puertorriqueño de sonrisa fácil, que hablaba como cantando, todo el
tiempo elogiaba las maravillas de Estados Unidos. Eduardo y su esposa se
miraban de reojo, confirmando su buena elección. Se vive bien, hay trabajo para
todos, pueden andar en la calle con cadena de oro, es un lugar seguro, decía el
puertorriqueño, contándoles que llevaba más de 20 años viviendo aquí. En poco
tiempo tienen sus automóviles, los arriendos son caros, es veldá, pero se gana
bien. Uno aquí de mesero o lavando platos vive mejor que cualquier profesional
en nuestros países. Todos reían, contentos de estar en el reino de la
abundancia, un paraíso en la tierra esperando a ser vivido.
La primera semana se fue en paseos por la Florida, en
Orlando no podían faltar las colas interminables en Disney World, todos se
volvieron niños con Mickey Mouse y sus amigos, un cuento de hadas con castillo,
desfile y luces de colores. Las fotos de recuerdo y las sodas con hamburguesa. Es
el espíritu norteamericano decía Eduardo y respiraba profundo, ya sentía que pertenecía
allí. En los estudios Universal recordaron los personajes de las películas. Los
niños lanzaban hechizos con la varita mágica como Harry Potter, la esposa se
tomó la foto con Shrek. Y él no desaprovechó para subirse a uno de los autos de
Rápido y furiosos y todos jugaron a luchar contra extraterrestres con los
Hombres de Negro. Era el mundo de fantasía con el que habían soñado,
olvidándose de la pesadilla del país sangriento que habían dejado atrás.
Exploraron el mundo laboral. La esposa conoció otras
enfermeras por medio de su prima. Los documentos fueron validados. Los exámenes
aprobados, si, si gritaba ella. Mientras él buscaba un resquicio por donde
entrar al universo médico. profesionalmente aquí no era nadie. Los títulos de
médico y de especialista no valían nada. Y la falta del idioma no ayudaba. El
poco inglés con el que leía artículos médicos era insuficiente. De nada valieron
los cursos intensivos de inglés, no lograba entender lo que le decían ni contestar
las preguntas.
Pasados seis meses dejaron de ser turistas. Solicitaron
asilo político buscando protección del estado norteamericano, alegaron correr
peligro si regresaban a Colombia y mostraron recortes de periódicos con tomas
guerrilleras en Jamundí muy cerca de donde era su casa. Recibieron un estatus
de protección especial por seis meses más, tiempo en el que ella logró una visa
de trabajo y un puesto como enfermera en el Miami Children Hospital. Él se
dedicó a estudiar ingles y hacer cursos de salud virtual, certificándose como
técnico en tomar electrocardiogramas, auxiliar en codificación de cirugías,
algo que pagaba bien, pero en las entrevistas la barrera fue el idioma. Optó
por un trabajo de temporada en una de las bodegas de Amazon donde no era
necesario hablar, solo mover cargas y organizar envíos. Allí conoció a un
salvadoreño que lo llevó a trabajar a las bodegas de Waldring una cadena de
farmacias, cargó medicamentos e insumos médicos, lo que lo hacía sentir mas
cerca de trabajar en salud.
La protección especial se terminó y no prosperó la
solicitud de asilo, deberían retornar al país o quedarse como ilegales. La
esposa a través de la asociación de enfermeras logró ampliar su visa de trabajo
y mas adelante la residencia lo que la ponía en camino hacia la ciudadanía. A
él se le torció el camino. No aprobó los exámenes step 1 y step 2 necesarios
para validar el título de médico. Se resignó a quedarse ilegal aceptando la
ayuda de un enfermero cubano que le ayudó con un puesto en el Jackson Memorial
Hospital como camillero. Al menos estoy adentro del hospital, decía para darse
ánimo. Le faltaba poco para ser feliz.
Era día festivo y tenía turno en la noche. La esposa
llegó de turno cerca de las seis de la tarde. Hoy no te puedo llevar le dijo.
Vete por el camino que conoces al hospital. Sacó el automóvil de, un Ford fiesta
viejo y salió a la avenida. Se detuvo en el semáforo mirando el comercio, los
otros vehículos y se sintió complacido. La brisa entraba por la ventanilla,
quiso colgar el codo en la ventanilla pero recordó el consejo de no parecerse a
los pinches mexicanos. Un camino recto se le abría hacia adelante, lleno de
verde apacible a lado y lado. De pronto una camioneta grande le pito detrás, se
confundió un poco, pero lo tranquilizo saber que conducía por su derecha, luego
la camioneta lo adelantó por la izquierda y se le cruzó tomando la derecha casi
en sus narices. Más adelante la camioneta disminuyó la marcha lo que le dio
temor a Eduardo, el camino estaba solo, aceleró y la pasó veloz. La camioneta
lo siguió. Se hacía de noche, dejó de ver las luces de la camioneta y se
tranquilizó, cuando de pronto sintió unos reflectores en su espalda y el
chirrido de las llantas de la camioneta que lo rebasaba y se cruzaba haciendo
zigzag. Intentó pasar por la izquierda y la camioneta se cruzo a la izquierda. ¿Estaba
jugando con él o quería hacerle daño? Temió lo peor. No sabe como fingió
hacerse a la derecha para acelerar por la izquierda y despistar a la camioneta
que al intentar tomar el otro carril perdió el control y terminó volcándose.
Creyó prudente seguir, pero su formación de médico lo llevó a devolverse. Un
muchacho de unos veinte años recostado sobre el volante, sangraba por un
costado de la cabeza. Lo ayudó a salir del vehículo y lo recostó sobre el pasto
para valorar las heridas, en eso estaba cuando llegó la patrulla. Los agentes,
le preguntaban en inglés y él trató de explicar. El muchacho algo les dijo por
lo que le pidieron la licencia de conducción. Fue detenido por indocumentado,
acusado de lesiones personales. Lo llevaron al centro de inmigración donde
permaneció tres días. Solo al cabo de los cuales se comunicó con la esposa que
le llevó ropa y elementos de aseo; tras un corto proceso, sin derecho a
apelación, fue deportado a Colombia. Lo dejaron despedirse de la esposa y sus
hijos. Ella decidió quedarse, era lo mejor para los niños.
En el avión de regreso el tiempo se detuvo, se sentía
metido en un envase de lata, perdido entre la nada. No abrió los ojos hasta que
fue necesario bajar del avión, como un autómata. Se dejó saludar de abrazo por su hermano, que
fue a recogerlo. Las palabras de aliento, le sonaban huecas, sin sentido.
Se encerró en un cuarto de la casa del hermano, no
volvió a hablar. La comida la recogían como la servían. No aceptaba visita de
ninguno de sus amigos. La mayor parte del tiempo estaba con los ojos cerrados,
cuando no, con la mirada fija en el suelo. Sentado en la cama se pasaba el dedo
índice derecho, por ambos lados del cuello. Un corte limpio y ya está, se
decía. Ensayaba su muerte como echándose la bendición.
Lo internaron en un hospital psiquiátrico, los
medicamentos no surtieron efecto y fue necesario aplicarle electrochoques,
después de seis habló: no quiero más corrientazos dijo. Hablaba de él como si estuviera muerto: ya
perdí mi oportunidad. Tuve una bonita familia. Las terapias ocupacionales, las
citas con sicóloga y con el siquiatra le ayudaron a reconstruirse y en dos
meses estaba de nuevo en casa del hermano. Al ver un periódico se enteró de
nuevas masacres, asesinatos de líderes sociales, paros armados, escándalos de
corrupción. Le pareció que decían lo mismo de cuando decidió irse.
Acompáñame a una cirugía, le dijo un amigo que lo fue
a visitar. No se si pueda volver a cirugía dijo intranquilo, pero me gustaría.
En la clínica se estremeció vestido con pijama de
cirujano y le tembló la mano cuando le pasaron el bisturí.
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