La mayor parte de los aficionados que asisten a un concierto de música clásica, ignoran la existencia de los ensayos previos a la gran noche del estreno. Son muchos meses de trabajo para aparecer en el escenario dos o tres horas solamente. En raras ocasiones, cuatro. La dificultad cosiste en que se necesita un permiso especial, casi siempre expedido por la Administración de la Orquesta o del mismo director, para tener acceso a ellos. En ciertas ocasiones es posible conseguir un carnet para toda la temporada. Otra causa es la desinformación acerca de cuándo y dónde los realizan, para evitar que el público interfiera. Una orquesta filarmónica, constituida por voluntarios, o sinfónica, por profesionales, ensaya en secreto. Es un acto que jamás se promociona.
Tantas precauciones se toman para garantizar el silencio casi absoluto que exigen los Directores y para que no sean del dominio público las fallas aparentes o reales de los músicos y de las partituras, mientras se acomodan a la interpretación que el Director hace de las mismas. Cuando se ensaya una obra nueva, los signos de la partitura están escritos a lápiz, para facilitar la enmienda de algún error, para lo cual en cada atril hay disponible un lápiz con borrador.
Los Directores son capaces de detectar cualquier instrumento que emita una nota en bemol, cuando en su partitura, figura en sostenido. Aquí se interrumpe el ensayo y se corrige la discrepancia. En el momento menos pensado el Director golpea el atril con su batuta y la orquesta se detiene.
¡No escucho las violas!
Se baja del podio y se acerca a uno de los músicos:
¡Claro! Este pasaje está fa y en mi partitura está en sol.
Es obvio que todas las puertas y ventanas están cerradas. Después de empezado el ensayo nadie puede entrar aunque tenga permiso escrito, porque el ruido de las patas de una silla que se corre o el chirrido que produce alguien al sentarse es causa de interrupción. Quizás el ruido que mejor se tolera es la tos o el estornudo, inclusive del Director. Es obvio que se pida apagar los celulares. El o los percusionistas pueden tocar con gripa, pero es inconcebible la gripa para quienes están a cargo de los vientos. Algunos de ellos, especialmente las trompetas y trombones, tienen un pequeño agujero obturable, al final de la primera curva, para vaciar el exceso de saliva. Lo que explica el movimiento de rotación, acompañado de las sutiles sacudidas que le imprime el ejecutante a su instrumento de vez en cuando.
Cuando se escoge una obra nueva la orquesta es dividida en grupos para empezar los ensayos. Las cuerdas, los metales, las maderas, la percusión y ocasionalmente el coro son separados. A su debido tiempo se integran. Es el mejor momento para asistir. Casi siempre en las mañanas, hasta la una de la tarde. El día del estreno no ensayan y el siguiente es libre. Los cantantes de ópera no deben hablar en los dos o tres días siguientes a la presentación.
Las funciones del Director son varias: Iniciar la orquesta, coordinar los grupos de instrumentos o al intérprete solista. A veces no usan batuta. Hay otras dos funciones importantísimas: marcar la velocidad de la melodía o el tempo, su altura y fuerza.
Los compositores se limitan a escribir en la partitura: rápido, lento, rápido pero no mucho, rapidísimo, etc. El Director cuantifica la instrucción, de manera que cada uno conduce la orquesta a velocidades y alturas diferentes. Muchos se ajustan estrictamente a las indicaciones de la partitura, a otros les gusta salirse ligeramente de la línea melódica y volver a ella: es el rubato. Se debe tener dominio total del instrumente para “rubatear”. Si la obra incluye un coro, debe cantar o simular que canta para guiar a los cantantes.
El Director de orquesta debe estudiar “batuta”, durante cuatro o cinco años, después piano. De él depende que la orquesta toque bien, regular o mal. Entre él y los músicos se establece una relación filial compleja, mezcla de respeto, admiración y sobretodo credibilidad. No se sabe cuántos instrumentos debe ser capaz de tocar, pero debe estar seguro de cómo deben sonar. A veces detiene el ensayo, se dirige a los chelos y les pide que acerquen un poco más el arco al puente, para que suene más patético. Es inconcebible un director malgeniado. Por supuesto durante sus estudios debe conocer las principales partituras, si no todas. Y hacerlas interpretar por la orquesta según su criterio. Mientras más carismático sea el Director, mejor suena la orquesta.
Y llega la gran noche. El mejor sitio es una localidad en palco de primera o segunda a un par de palcos del escenario. Desde allí puede verse la partitura del solista, que casi siempre es pianista o violinista, y la del Director. Es posible ver cuando dobla la última hoja y empezar a aplaudir antes que los demás. El público tendrá la impresión que usted se sabe la obra de memoria y usted se ahorrará el oso de aplaudir antes de tiempo.
Un timbre suena tres veces. Primero entra la orquesta. Después el concertino, o primer violín quien, de pie, afina a los músicos, al hacer sonar el “la” del piano. Es decir, la tecla que está justamente en medio de las blancas. La afinación se prolonga hasta quedar satisfecho con el la de las cuerdas. Seguidamente vuelve a afinar su violín mientras el resto de violines, violas, chelos y contrabajos afinan. El barullo es infernal, el destemple total, inmisericorde, que parece rebotar en todas las tuercas flojas, en todas las tablas carcomidas y cortinas rotas. Usted jamás lo olvidará. Se sienta y el silencio vuelve al escenario. Después entra el director y finalmente el solista. Aplausos y reverencias. Las luces del teatro languidecen hasta apagarse. Solo queda iluminado el proscenio. El Director ocupa el podio, levanta los brazos, los arcos se acercan a las cuerdas y las boquillas a los labios. Aún hay murmullos en el público que desaparecen quedar el teatro en silencio absoluto. Una voz tras bambalinas ordena apagar los celulares. El Director mira al solista quien asiente con la cabeza, mueve sus brazos y comienza. Si no hay solista lo que suena se llama sinfonía.
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