La noche toda nuestra: la brisa,
La oscuridad y las estrellas.
Fuiste mía bajo el opio alucinante
De la luna y mío fue también
El incendio de
todas tus caricias.
Asidos de la
mano caminábamos.
En un instante,
la ráfaga de un trueno
Rasgó las vestiduras de la noche,
Humedeciendo en
tus ojos almendrados
La ondulante
llamarada del deseo.
Entonces palpitaron como alas
Los impulsos de un vértigo escondido,
Tu cintura fue presa de mis brazos,
Y tu boca, dos pétalos abiertos,
Unidos con pasión a mi lujuria.
Desnudos, bajo el marco plateado
De las nubes, tú fuiste ánfora
Y yo fuego, cuando encendimos
La lámpara interior del desenfreno
Con los destellos del opio de la luna.
Tus senos de fina orfebrería,
Provocaron la comba de mis manos
Que como
arcilla se escapaban de mis dedos.
Y fuiste sabia al ofrecerme
El fruto
madurado del deseo.
Me sentí pirata en un mar de tempestades
Timoneando un barco con las luces apagadas
Sobre las olas
morenas de tu carne.
Y fue la entrega, la pasión y el éxtasis
Bajo el opio alucinante de la luna.
Como un canto lejano
Se quedó en mi memoria detenido
Tu último gemido.
Aquel gemido musical y largo que insinuaba
La dualidad de estar plenos y vacíos.
Eduardo Toro Gutiérrez