Jesús Rico Velasco
Salí del aeropuerto de Cali a Miami, era el sábado 18 de agosto de 1984, en un
vuelo con conexión de la Aerolínea del Caribe con destino a Puerto Príncipe. Iba invitado por la Oficina Panamericana de la Salud, como asesor en el Programa
Materno Infantil. Eran las diez de la mañana
cuando anunciaron el retraso del vuelo 247 con destino
Puerto Príncipe por mal tiempo. En la sala de
espera un grupo de pasajeros, en su
mayoría negros haitianos y unos pocos turistas. Se mostraban preocupados por el
mal tiempo, vientos violentos amenazan la isla desde finales del verano y comienzos del otoño.
A las
cinco de la tarde el vuelo despegó y en cuatro horas el avión llegó al aeropuerto de Puerto Príncipe.. Pasé por
inmigración asistido por un facilitador enviado
por la OPS a la revisión aduanera. Los funcionarios hablaban por un alta voz en un idioma afrancesado que no
entendía, colocaron las maletas sobre un mesón de cemento y preguntaron: «¿Es esta su maleta?»
«Si, esa es.» Les
contesté sin mayor preocupación.
«¿De dónde viene
el pasajero?»
«De la ciudad de
Cali, (Colombia). »
Estaba seguro que no
les interesaba el lugar de procedencia. Si lo habían escuchado.
«Vamos a abrirla
para mirar su contenido y verificar sus pertenencias. ¿De acuerdo.?»
Abrieron la maleta,
la revisaron con la cara hacia los
asistentes de aduana, la cerraron y me la pasaron. En la salida una persona sostenía una hoja de
papel con mi nombre escrito. Era el
chofer de la OPS. Me saludó con cortesía dándome la bienvenida. Condujo
hacia al hotel por una carretera estrecha, pavimentada y sin iluminación. Ascendió por una
colina hasta llegar a una plazoleta en donde se
encontraba el hotel las Américas. Un edificio de cuatro
pisos con un bonito lobby y recepción elegante. Hacia las 10 de la noche me
ubicaron en una habitación en el segundo piso con vista
al puerto. Salí a buscar algo para comer y de regreso al abrir la maleta descubrí que la
cámara fotográfica, que llevaba a mis
viajes por tantos años, había desaparecido con todos sus aditamentos. Las
conversaciones y búsqueda en el hotel fueron
en vano. En mis cavilaciones nocturnas
llegué a la conclusión de que había sido en la revisión aduanera.
El domingo al bajar noté
que habían muy pocos huéspedes en el hotel. El chofer llegó a recogerme para asistir a una reunión
informal de los miembros de la comisión de asesoría al Ministerio Salud Publica en el centro de la
ciudad. El grupo estaba integrado por la Dra. Margaret
Flesher economista de la Universidad de George
Washington (USA). El Dr. Oswaldo Cruz médico ginecólogo de los
servicios de salud en Buenos Aires (Argentina) y yo como sociólogo demógrafo,
profesor de la Universidad del Valle en Cali. Nos reunimos con el Director de la OPS quien nos dio un caluroso
saludo. Conversamos un poco sobre el programa a realizar, hicimos comentarios
del viaje, las dificultades con los
vuelos, y por supuesto, les compartí la
desgracia de haber perdido mi cámara fotográfica.
Decidimos movernos de los hoteles en donde estábamos
hacia un lugar más central, cómodo y económico. La idea era juntarnos en un
sitio recomendado por expertos de otras asesorías
conocido como la “Maison de Santos”, en donde ya estaba ubicado Oswaldo el medico
argentino. Madame Santos nos recibió alegre,
con gran camaradería y contenta de
tenernos como huéspedes. Alrededor de la
piscina conversamos y tomamos algunas cervezas para amortiguar el calor de
la tarde.
Desde el primer
momento tuve una cierta empatía con Margaret, la experta americana. Una gringa bonita de piel muy blanca que
necesitaba asolearse. Pelo corto,
mediana estatura y ojos claros. Muy alegre
con una boca preciosa y porte a
lo “Marilyn Monroe”, de unos 30 años. Le
pedimos que hablara en inglés o en español
para comunicarse con nosotros pues
intentaba hablar en un francés desconocido
y no se le entendía nada.
Haití es un
paraíso de la naturaleza. Un resultado histórico
de las intrigas y enredos narrados en
los libros de historia. Una población aborigen esparcida por la geografía
antillana atravesada por la colonización española y los entretelones
de la revolución Francesa y su
participación en América. Para la época
fue la primera república “negra” del mundo, habitada y gobernada por negros y
mulatos. Después de un movimiento independentista promovido desde 1804 y culminado en 1811, con el primer Imperio proclamado por Henri Christopher como Enrique
I. Este proceso termina en 1820 con la reconquista del norte de Haití por el
general Petion y el establecimiento como presidente del general Jean Pierre
Boyer. El resultado histórico produce una división geográfica con
características socio culturales particulares . La isla “La Española” con el
tiempo termina dividida en dos territorios independientes. La República Dominicana en el extremo norte con
concentración de dos tercios del
territorio como resultado de la colonización española. Y en el lado sur oeste la república de Haití independizada de Francia en donde se habla el “creole”. Una
mescolanza entre los dialectos
aborígenes y el idioma francés.
La población
estimada para 1984 era de 6.387.000. Gobernada
por Jean Claude Duvalier (hijo) con un
manejo de mano dura y utilización de los
poderes ocultos del “vudú” para reforzar su poder y las fuerzas del “ Tontón
Macoute “ como policía secreta y milicia
personal heredada de su padre “Papa Doc”, para subyugar las protestas en los barrios populares y las aldeas
rurales. Jean Claude después de muchas protestas huyó a Francia el 7 de
febrero de 1986.
Haití como país tenía
un bajísimo nivel de vida y una pobreza
extrema extendida por todo el
territorio para más de la mitad de la población. En algunas partes, especialmente
urbanas marginales, la gente sufría, de
física hambre y un desempleo desolador. Parte de su bienestar dependía de la ayuda
externa especialmente de los Estados Unidos y del soporte de las iglesias
cristianas y las misiones católicas. La tasa de mortalidad infantil era una de
las mas altas del mundo por encima de 124 defunciones de niños menores de un
año por cada 1000 nacidos vivos. La tasa total de fecundidad era alarmante con
participación de niñas menores de 15 años.
El panorama de salud era desalentador
con una pobre participación del Estado en sus 10 Departamentos con déficit
de especialistas, médicos, enfermeras,
promotoras y atención popular.
Para terminar de
ensombrecer este panorama, en 1984 de ese
verano la prensa
mundial publicó el siguiente encabezado: “El VIH conquistó América desde Haití
y Nueva York”. Me dolía el alma
presenciar el abandono de los muelles en Puerto Príncipe. Los barcos, cruceros, y con ellos los turistas,
desaparecieron como por arte de magia. Ahora
Haití estaba involucrado con la salud pública
mundial en los principales periódicos. Justo ahora, cuando estaba invitado por la OPS para asesorar al
ministerio de salud Haitiano en el programa materno infantil. El VIH (Virus de inmunodeficiencia
humana) había surgido en Africa y diseminado
a través del contacto social y sexual en poblaciones con alto riesgo de
transmisión. Recordaba haber escuchado hablar de este virus cuando estaba en Kinshasa a finales de 1980. Al igual que del virus de Ébola y algunos casos de la parálisis de Feshi. La noticia de la
identificación clínica como un
retrovirus altamente patógeno
causante de la muerte, y la clasificación
horrorosa de los pacientes identificados por el CDC de Atlanta (USA) señalados como: homosexuales, bisexuales,
usuarios de droga, “haitianos” y otros. Como si fuera un estigma el pertenecer a
un lugar tan hermoso como Haití.
El sector
turístico fue el más afectado. La pérdida de las visitas de los cruceros provenientes de
los Estados Unidos especialmente de Miami. Los turistas que colmaban los hermosos hoteles
de las playas desde Puerto Príncipe al sur, pasando por la región atractiva de
Gonaïves y terminando en el pleno norte con Cabo Haitiano en las lindas playas
de Cormier no regresaron. Al igual que los
turistas europeos que llegaban directamente por el norte y visitantes que cruzaban la frontera con la República Dominicana. ¡Qué pesar ser
haitiano! Una nacionalidad usada por científicos inescrupulosos en la
clasificación para VIH.
La epidemia del
VIH inicialmente se convirtió en pandemia en el ámbito mundial con controles extremos
en los países occidentales. Pero en Haití,
junto con mis colegas, presencié los
efectos reales en el manejo de la salud y en la economía al pasear las calles
con gente empobrecida pidiendo ayuda, los muelles de Puerto Príncipe
desolados, las trabajadoras sexuales
marginadas y sin clientela, los
travestis y homosexuales señalados y
rechazados. El aumento exagerado en el
hospital central, de adultos jóvenes y
pacientes consultando por enfermedades
de trasmisión sexual. Se notaba el temor
y la actitud marginalizadora en
la atención, en los consultorios, en las
relaciones entre la gente, y en las distancias al caminar en la calle.
Nuestro equipo de
trabajo debió reunirse con el director nacional de planeación el Dr. Agustín
(Medico Director) en un encuentro en el Ministerio de Salud. Nos habló del sistema de salud y la presencia
en la atención con énfasis en el programa materno infantil La vigilancia nutricional se basaba en el
modelo dirigido por el Dr. Nevin S. Scrimshaw de la Universidad de Harvard, utilizando
las gráficas de peso, talla y edad, registrados y mantenidos en las historias
clínicas de los niños en los consultorios y puestos de salud de las áreas periurbanas y las
zonas rurales.
Durante los
primeros días realizamos visitas a los centros y puestos de salud en las áreas
marginadas en Puerto Príncipe y algunos
lugares hacia los cabos del sur y
regresábamos a la Pensión en la tarde.
Hacia la mitad de la semana tomamos la ruta norte por una carretera asfaltada
de doble vía que conecta la capital con el puerto de Gonaïves y termina en Cabo
Haitiano en la frontera con la Republica
Dominicana. Tres días visitando los puestos
y consultorios, compartiendo la vida
rural haitiana, con sus rudimentarias
viviendas pero contagiados por el paisaje. Compartiendo unas pocas horas de su
diario vivir, con hombres, mujeres y niños
inmersos en sus parcelas realizando actividades de pan coger.
Entre árboles de mangos y aguacates plantados a lo largo de los caminos compartíamos
la alegría de los niños trepados jugando a recoger las frutas
para facilitar la vida. La alimentación básica se basaba en el consumo de
tubérculos, plátanos, yuca y algunos animales como gallinas y pollos . A vuelo
de pájaro se podía observar un estado lamentable
de la nutrición infantil. Una lejanía de las servicios que se adelantaban en
otras partes del mundo basados en la
atención primaria en la cual se postula que el 80% de los problemas de salud
pueden ser resueltos en el primer nivel de atención y el 20% restantes en las
clínicas y hospitales que se ocupan de los niveles secundario y terciario. Se observaban programas
basados en la demanda espontánea,
con una respuesta de cobertura no mayor al 30% de la población vulnerable.
Con una ayuda de una o dos auxiliares de
enfermería y dos o tres agentes de salud o promotoras rurales.
El programa de
vigilancia nutricional tenía una cobertura muy baja. La mayor parte del tiempo
de las promotoras y auxiliares de
enfermería se gastaba en llenar un sistema de información desarrollado por la
universidad de Harvard. En hojas codificadas con parámetros
nutricionales de peso, talla, edad, y presencia de morbilidades . Pero
resultaba absurdo, el personal de salud no hacía uso de los datos. Los formularios realmente
se diligenciaban para enviarlos a la oficina central de planeación del Ministerio
y luego remitirlos a la Universidad de Harvard.
El jueves salimos
muy temprano por carretera hacia el norte.
Visitamos
dos puestos de salud rurales en las cercanías de Gonaïves, en dirección a Cabo Haitiano. La visita a dos
sitios de interés históricos y de gran reconocimiento a nivel mundial era
impostergable. A pocos kilómetros de la carretera central se encuentran las ruinas del Palacio de Sanssouci.
Antigua residencia real estilo barroco
del Rey Enrique I ( Henri Christophe quien declaró el reino de Haití en 1811 ). Y en la
cima de la montaña “Bonnet a L´Eveque”
a 900 metros de altura la
“ciudadela de Laferriere” declarada como patrimonio de la humanidad por la
Unesco en 1982.
Le propuse a
Margaret ascender a conocer la ciudadela Laferriere, pues nuestro compañero
Oswaldo se negó a subir. Realizamos una caminata forzada de una hora en pendiente por un sendero de herradura
hasta llegar a la cima. El asombro fue enorme. Ante nuestros ojos,
imponente, se encontraba una fortaleza gigantesca estilo
medieval con portón de entrada antecedido
por un puente, subidas precipitadas hasta
llegar a una plaza central tipo terraza.
La vista era impresionante. El aire marino adornado por un paisaje
que deja divisar el mar en el horizonte lejano. La infraestructura es extraordinaria. Con capacidad para albergar
muchos soldados con sus familias con
ubicación estratégica para combatir
desde la cima.
Las crónicas cuentan
que el rey Henri para probar la magnificencia
de su obra, ordenaba a grupos de
soldados marchar sobre la terraza dirigiéndose de frente al precipicio. Los soldados ubicados en la primera fila se precipitaban al vacío y caían
destrozándose contra la tierra. Era un hombre tirano, represivo, y de una
inmensa crueldad. La historia verdadera o enriquecida relata que Henri, general
de los ejércitos haitianos en el norte,
construyó la fortaleza en la cima de la montaña para impedir la llegada
de las tropas francesas, al mando de Napoleón.
El Emperador no podía
permitir la emancipación de una
de las posesiones más lindas de Francia
en las colonias antillanas. Siendo casi imposible conquistar la cima con los
miles de soldados negros que tenía la fortaleza. La narrativa señala que participaron en la construcción
unos 20,000 hombres. Unos dos mil murieron durante los 15 años que duró la construcción. La fortaleza tiene 365 cañones,
aún se pueden apreciar y toneladas de municiones sin usar apiladas en los corredores y listas para ser disparadas.
El descenso de la
cima la mayoría de los visitantes lo realizan
en caballos alquilados. Con Margaret decidimos hacerlo de nuevo a pie.
Al borde de la asfixia, notaba a Margaret coloreta y acalorada. Descendimos a la velocidad de nuestra
juventud afanados por la angustia que
nos producía saber que nuestro amigo
argentino Oswaldo nos aguardaba. Después de un
almuerzo sosegado nos dirigimos a
Cabo Haitiano. Hacia las cinco de la tarde llegamos y recibimos una sorpresa
inesperada del director de los servicios
de salud. En la entrada del hotel cerca del centro de la ciudad nos esperaba para darnos
un recibimiento especial y ofrecernos una cena compartida hacia las 6 de
la noche. Luego nos informaron que todos
los gastos de nuestra estadía en el Hotel
“Lutier “ correrían por cuenta del
Director. El hotel estaba desolado, no habían visitantes ni turistas
extranjeros. En otros tiempos en su
mayoría turistas europeos llegaban a quedarse y disfrutar de estas
preciosas playas del norte de Haití, Reconocidas como las mejores, pintorescas
y atractivas del mundo, especialmente la
Playa de Cormier a unos pocos kilómetros
de la ciudad.
Era el primer fin de semana de uso libre del tiempo para disfrutar la cercanía del mar. Nos encontramos los tres en el comedor para
desayunar y decidir sobre las
actividades que queríamos realizar. Con Margaret propusimos irnos los tres a las vecinas playas de Cormier. En medio
de la conversación Oswaldo, un poco
atormentado por mi cercanía con Margaret,
me miró
con un poco de agresividad y
hablando en español me dijo:
«!Che, colombiano
pelotudo!. Vos estas feliz pasando las noches con la gringa. Mira a mi
me duelen los huevos y no puedo hacer nada.»
A pesar de que
Margaret no entendía le dije avergonzado
por lo que acababa de escuchar:
«Tranquilo
Oswaldo, pienso que deberíamos ir los
tres a la playa. Nos alojamos en un Resort y regresamos mañana. No te preocupes
por la americana sólo nos llevamos
bien. Es sólo una atracción normal, pero
no es como lo estas mirando.»
«Che, te estoy
viendo y siguiendo los pasos cuando se
juntan a conversar en sus habitaciones. Un poco de envidia, pero no puedo hacer
nada. Mejor me quedo»
«Si no quieres venir con nosotros
nos veremos mañana hacia el medio día cuando regresemos.»
«Les deseo un
buen fin de semana. Yo me quedo aquí en Cabo Haitiano, haciendo un poco de
turismo por el muelle y los mercados populares. Hay muy poca gente. Este
problema del VIH nos agarró a todos. No podemos hacer nada. Hay una ignorancia
absoluta caminando por todas partes. La
gente no se da cuenta
de la gravedad de la situación.»
Margaret nos
miraba sin entender nada. Le expliqué la decisión tomada por Oswaldo. Ella y yo
habíamos congeniado. Compartir una que
otra caricia , besos miedosos mientras
conversábamos en nuestras habitaciones, alejados
de las miradas de Oswaldo que nos señalaba
como mal portados. El inglés
facilitaba nuestras conversaciones y la
relación. El amigo argentino por su desconocimiento del francés y del inglés casi
absoluto estaba muy limitado al uso del
español.
Esa encantadora mañana
de sábado salí con Margaret a uno de los Resorts de la Playa de Cormier
reconocida como una de las más hermosas del mundo.
Nos despedimos de Oswaldo y tomamos un taxi. El recorrido, muy corto bordeando
el mar por una carreta semidestapada pero
de suave transitar nos llevó en cuestión de 20 minutos
a las puertas de un Resort Hotel campestre
magnífico.
Éramos dos personas con un maletín cada uno para pasar una noche. Dos
desconocidos unidos por un
trabajo de asesoría pasajero. Queríamos ser felices en medio de la
adversidad de nuestras vidas y un ambiente
que se construía día a día. La habitación elegante, un baño amplio y limpio con suficientes toallas de
baño y playeras para tirarse en la arena.
Un agradable porche con dos sillas y soñadora vista al mar.
Nos pusimos los trajes de baño y salimos alegres hacia la playa. Las olas tocaban suavemente las
orillas del mar. Unas sillas
playeras acomodadas debajo de palmeras cocoteras y unos arbustos de hojas verdes brillantes realzaban
la belleza del lugar. El mar
cristalino de aguas cálidas recibieron nuestros cuerpos en unas zambullidas infantiles jugando y riendo alegres. Animando el
coqueteo de nuestras pieles en el agua. Nos metíamos en el mar, nos tirábamos
en la arena, mientras el sol empezaba a calentar. Margaret feliz se embadurnaba
sus cremas en la piel, para reducir la exposición a la
luz del sol, de pronto coger un poquito de color y conversar sobre nuestras vidas.
En este viaje me
acompañaba un momento familiar difícil. Las dificultades en mi relación
matrimonial me atormentaban. Estaba
viviendo solo en uno de los apartamentos que tenía en la ciudad de Cali. Habíamos convenido un período de separación y espera
para reducir los disgustos y las discordias que llegan en las uniones matrimoniales. El viaje de trabajo resultaba perfecto para este
propósito. En la conversación con Margaret fui muy abierto. Con sinceridad le hablé de mi vida y los momentos
por los cuales estaba pasando. Sin muchos detalles para no empañar el momento feliz que vivíamos los dos. Le comente que tenía
dos hijos. Una niña de 7 años y un hijo de 9 años que estudiaban
en un colegio francés en Cali. Le revelé algo sobre mi pasado en Africa y de los tres años de trabajo en el programa
de Planificación de la Nutrición Humana con
la Universidad de Tulane.
La mañana fue avanzando,
al igual que nuestras conversaciones. Otras tres parejas
llegaron formando un cuadro bonito de turismo, en unas playas demasiado grandes para tan
pocas personas. Para el almuerzo el
hotel nos ofreció corvinas a las finas hierbas preparadas en la playa frente a nosotros para nuestro
deleite. En tono galante pedí un vino
blanco. Nos aconsejaron un “Márquez de Casa Concha”. Desde su lanzamiento en
Chile en 1975 conocía de su existencia. Los meseros acomodaron las mesitas individuales una a cada
lado de nuestras asoleadoras. El extraordinario
menú era servido ante nuestros ojos: corvinas
de buen tamaño generoso servidas en
platos de cerámica elegantes en forma de pescado, acompañadas de una ensalada con lechugas, tomate y aguacate y un poco de
arroz tradicional preparado con hongos negros haitianos. Y para finalizar un delicioso
postre de helado tipo cazata italiana.
Un derroche
gastronómico avivando los sentidos. El vino blanco subiéndose a la cabeza. Las
conversaciones animadas que acortan las
distancias entre los desconocidos. Una habitación
que invitaba a una ducha con agua fría. El agua suave y fresca cae sobre los cuerpos acalorados y cubiertos
de sal. Y en la proximidad de dos cuerpos que se acercan para juntarse arrastrados por la pasión observé dos pequeños puntos rojos al lado del pezón del seno derecho de Margaret y le pregunté:
« ¿Qué son esos
dos puntos rosados, como un par de lentejitas, al lado de tu pezón? »
Noté en su mirada
y en su respuesta una brisa de tristeza:
« Cuando salgamos
de la ducha, te cuento la pesadilla de esas
dos lentejitas.»
No podía esperar.
Salí de la ducha. Me sequé, como liebre salté sobre la cama para esperar a Margaret. Comenzó diciendo:
« Un día
cualquiera en las cercanías de mi apartamento en Washington, muy próximo al
vecindario de York Town, decidí salir a caminar por el parque. Me preocupé un poco pues llevaba caminando un buen trecho arborizado y
la luz del cielo se desvanecía para dar paso a la oscuridad de la noche. De repente por entre los árboles aparecieron
tres jóvenes negros. Se acercaron y me agarraron por todas partes. Me defendí como
pude. Por fortuna soy fuerte y activa. Aún así, me tiraron al
suelo en acto de violación. Uno de los jóvenes, el más agresivo, trató de bajarme el jean y quitarme la blusa. En un intento desesperado lo
miré desafiante a la cara y con la
fuerza que salió de mi cuerpo, le di una
patada sobre los testículos. Cayó
a un lado doblándose de dolor. Los otros dos asustados me soltaron. Aproveché
este instante para levantarme y correr. Pero uno de ellos sacó una navaja y me la hundió dos veces sobre el pecho con una velocidad impresionante. Corrí, grité
pidiendo ayuda hasta llegar al borde de la
carretera. Pase la calle. Pedí en
repetidas ocasiones ayuda en las casas que iba encontrando pero nadie atendía
mis súplicas. Observé la sangre correr por todo mi cuerpo. Sentí un poco de dolor en el pecho. Finalmente, una señora salió y gritó conmigo por mi dolor solitario. Llamó al número de emergencia 911 y la policía llegó en pocos minutos, me dieron
apoyo. Pidieron refuerzos para buscar a los tres jóvenes negros en el
parque con la poca descripción que les había dado que para mi, eran igualitos. Al llegar la ambulancia me dieron ayuda inmediata para detener la sangre que brotaba
de mis heridas, y me trasladaron al Jorge Washington Memorial Hospital a pocos minutos del lugar.»
Mientras Margaret
relataba esta historia, sentí compasión hacia una valiente mujer que revivía esta dolorosa experiencia como
si hubiera sucedido ayer. La pena compartida
y solidaridad inmensa frente a las circunstancias
vividas hacían germinar dentro de mí sentimientos crecientes de amor humano
hacia ella La noche llegó a acompañar nuestro abrazo. Grabando en mi memoria este
momento que aún conservo después de
tantos años. A la mañana siguiente, nos levantamos temprano para ir al mar, acariciar la mañana en las orillas tranquilas
de sus aguas trasparentes. Gracias a la vida que nos había dado esta
oportunidad. Desayunamos en la
playa como una cortesía de los meseros a
nuestra visita. La economía sostenida
por el turismo europeo en esta zona de Haití, estaba completamente arruinada. Las conversaciones hablaban de la reducción del paso por la frontera con Republica Dominicana.
Las líneas áreas habían cancelado sus
paradas en el aeropuerto de cabo Haitiano
y sucedía lo mismo con la llegada de pasajeros
por Puerto Príncipe. Los efectos eran
graves, no solamente, en la salud de la
población de jóvenes, hombres y mujeres, sino en la actitud marginadora en la vida cotidiana de la gente.
Con Margaret, decidimos
regresar caminando por la carretera arenosa que conducía a los hoteles de la
Playa de Cormier. En una hora o un poco más estábamos conversando con Oswaldo
en la sala del hotel. Hizo algunos chistes argentinos irónicos de recibimiento que
delataban su envidia . No se los comenté
a Margaret, ni les presté atención. Oswaldo había utilizado bien su tiempo en
el avance de su informe de trabajo sobre
la atención de la salud materna en los puestos y centros de salud visitados.
El lunes salimos los tres hacia Gonaïves para visitar
cuatro puestos y consultorios de salud con presencia en las zonas rurales. Hicimos
un mayor esfuerzo en reconocer instituciones de salud Estatales en la región norte porque
la mayor parte de la población haitiana reside en las zonas rurales, en aldeas y
viviendas dispersas dedicadas a la agricultura de pan coger. En las zonas
costeras realizan una pesca “casera” orientada
a la satisfacción de las necesidades alimentarias familiares con escasa comercialización .
El miércoles en
la tarde regresamos a Puerto Principie con la información suficiente y necesaria
para responder a los propósitos de nuestra asesoría. El jueves antes de la
partida dedicamos un tiempo a la elaboración del reporte de asesoría con
tres partes :
La salud materna
analizada por el Dr. Oswaldo con énfasis en la atención prenatal, cuidados del
embarazo, atención del parto con respuesta muy importante de las
comadronas encargadas de la mayor parte de los
partos atendidos en Haití. Un propósito importante era mejorar el entrenamiento
de las parteras rurales que enlazaban
los procedimientos con creencias ancestrales amarradas a los pensamientos del Vudú
y prácticas populares. Al igual que el
incremento de uso de los sistemas de contracepción modernos para las adolescentes.
Para Margaret, la economista del grupo. La administración de la salud publica era un
caos. El 70% del sostenimiento del sistema
dependía de la ayuda extranjera americana. Con una importante participación de la iglesia presbiteriana y las
misiones católicas en zonas
rurales y barrios periféricos de los tres grandes centros
urbanos: Puerto Príncipe, Gonaïves y
Cabo haitiano.
Señalamos que el análisis de la situación nutricional de los niños menores de cinco años
se hacía siguiendo las indicaciones de “vigilancia”, definidas en el proyecto elaborado por la Universidad de
Harvard del Dr. Nevin S. Scrimshaw (
1918-2013). La propuesta nuestra muy
sencilla, hacía énfasis en una caracterización
sistemática del estado de salud de los
niños menores para una vigilancia nutricional que cumpliera con tres principios
de proporcionalidad: niños que han
mejorado sus datos antropométricos en el
período estudiado. Niños que continúan con indicadores similares. Y la proporción
que se encuentran por debajo de los
estándares recomendados. De todas maneras continuar con el apoyo en la recolección de
datos para el proyecto de la Universidad de Harvard.
El viernes en la tarde
en las oficina de Planeación del Ministro de Salud presentamos el informe. El Director
se mostró sorprendido por nuestras propuestas. Era urgente y necesaria una
intervención internacional de ayuda alimentaria para mejorar el estado nutricional de la
población infantil. La situación de salud materno infantil en la Isla, especialmente en la población marginal urbana y rural, presentaba indicadores bastante negativos que
no favorecían a la población.
El sábado el representante Residente de la OPS y su esposa en Haití nos invitaron a
la playa. Oswaldo decidió
abandonar la isla lo más pronto
posible. Sin avisar salió para el aeropuerto en las
horas de la mañana. Así que sólo fuimos Margaret y yo. Fue necesario hacer un
recorrido de una hora hacia el norte por la carretera asfaltada. En Puerto Príncipe las aguas del mar están
contaminadas por los vertederos de agua negras que bajan por las colinas y van a dar al mar. Llegamos a una playa privada con encerramiento
para los autos y los escasos turistas. La gringa juvenil y alegre me metió en un juego con las olas del mar que golpean más
fuerte en las playas
del norte. Nos sentíamos felices bajo la mirada vigilante del gran jefe y su mujer.
Tenían sospechas de nuestra relación amorosa alimentadas
por los rumores que flotan en el aire y se esparcen a gran velocidad. Era un amor que nació y creció muy rápido condenado desde
el principio a morir en la distancia. Opacado
por la presencia de las realidades individuales
humanas que dificultan mantener la felicidad interior.
Los años han pasado
y con ellos los recuerdos se hacen difusos. Momentos inexplicables y
caprichosos de la vida desempolvan algunos y hacen que al abrir mi correo
electrónico durante las celebraciones
decembrinas del 2022, después de la pandemia del Covid 19 descubra un correo de Margaret, con noticias de su
jubilación del Banco Americano y cambio
de residencia de Nueva York a Los Ángeles con su esposo Abdul. Un migrante
Hindú de segunda generación que decidió trasladar su domicilio a los Ángeles, para estar cerca al único hijo del primer matrimonio , su
mujer y sus tres hijos. El amor por sus
nietos lo empujó a pasar
sus postreros años cerca de
ellos. Margaret por alguna razón quería
que yo lo supiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario