Jesús Rico
Velasco
En la provincia
de Como, región de la Lombardía a los pies de los Alpes italianos se encuentra Villa
Serbelloni de la Fundación Rockefeller. Un centro de intercambio cultural e
interdisciplinario desde hace más de sesenta años. Un espacio boscoso con más
de 50 acres, dotado de una vista panorámica de azules sublimes y aguas
trasparentes y puras en las que se mueven truchas, sardinas y peces de todos los colores.
Su belleza
natural y ambiente acogedor invitan a
la mente de seres iluminados a
concentrase en una producción literaria, artística,
musical, o científica. Durante períodos
de un mes pasan cuatro promociones anuales de participantes de diversos países
del mundo para realizar actividades de un proyecto previamente aprobado por la Fundación.
Mi propuesta se basó en la elaboración de un texto en el campo de la Demografía Social, apoyado en un esquema teórico
centrado en la teoría general de los sistemas. Alejarse de la tradición matemática en
la enseñanza de la Demografía, identificar los componentes teóricos
sociológicos y su correlación con los elementos de la salud era el objetivo.
Para la época la elaboración de textos universitarios exigía un trabajo dispendioso y prolongado. Algunos profesores
colombianos habían pasado por el Centro de Bellaggio con apoyo de la fundación
Rockefeller entre ellos dos profesores de la universidad del Valle, el Dr.
Rodrigo Guerrero Velasco y el Dr. Carlos León Caltos de la facultad de Salud.
En la base de la colina una población de escasos
2.500 habitantes disfrutan de
construcciones antiguas con
historias de pescadores y algunas familias tradicionales
importantes, descendientes de caballeros con armaduras cuyos ancestros habría que buscarlos
enredados con los señores feudales en el siglo XVII. Una
hermosa iglesia construida en piedra dedicada a San Giacomo abierta
todo el día para el buscador de paz y tranquilidad, ofrece una celebración dominical solemne con cantos
gregorianos. De calles de piedra angostas,
con espacios reducidos para carros y motos Italianas que se dejan desatendidas en
parqueaderos retirados en las cercanías del muelle. Barcos grandes y
pequeños, lanchas de transporte publico y el
Ferry que une los pocos pueblos habitados en las riberas del lago. Se
valora el sabroso silencio de turistas agradecidos con la belleza del pueblo, o
la oportunidad de una zambullida en las orillas del lago.
Llegué a Milán,
Italia, durante el mes de abril de 1988, procedente de Amsterdam principal
punto de entrada aérea al continente europeo.
Un conductor de la Fundación
Rockefeller, me esperaba a la salida del aeropuerto con letrero en mano y un mensaje de bienvenida. Un hombre muy bien vestido con uniforme azul profundo,
zapatos negros bien lustrados y una
gorra elocuente que distinguía su labor. Caminamos hacia una limosina de color negro Mercedes
Benz, él llevando mi maleta y yo mi maletín de mano. Cansado
por las horas de viaje
atravesando el mundo, observaba ubicado en el asiento de atrás como único
pasajero, el paisaje que corría por los bordes de un inmenso lago con muchas
casas y castillos dispersos en los costados de las colinas durante una hora hasta llegar
a Bellaggio. Una puerta de reja grande se abrió de manera automática por aviso del
conductor a la portería. El recorrido de
unas tres cuadras por una vía ascendente
suave nos condujo a un amplio parqueadero en forma
circular con ingreso a la imponente puerta
de la Villa Serbelloni. El recibimiento
jubiloso entre aplausos
y voces de bienvenida de varias personas
ubicadas en un semicírculo en la puerta de entrada con sus trajes distinguidos fue
el primer mensaje de que sería una maravillosa experiencia.
Una puerta de
doble fase invita a seguir a una recepción
abierta, elegante. Un piso de madera
brillante con un fondo iluminado permite divisar sobre un balcón la belleza del
lago Como y de algunas casas pequeñas a los lados de la gran Villa. Me indican seguir por un corredor amplio hasta
llegar a la primera puerta a la
izquierda :
«Profesor esta
será su habitación por el tiempo que dure su pasantía. Hay un timbre sobre la
mesa para comunicarse con la portería a
cualquier hora del día o de la noche». Una alcoba de fábula
. Hacia la derecha un escritorio refinado
con cobertura en cuero y una lámpara movible
para leer o trabajar. Hacia
uno de los costados una cama doble con
espaldar señorial digno de un príncipe,
con dos mesas de noche con suaves tallas en madera y preciosas lámparas a cada lado. La puerta ventana con cortinas de velos blancos, descubre un cielo abierto para contemplar la majestuosidad del lago desde un balcón personal. Sobre la derecha un baño grande con una tina discretamente cerrado con un velo-cortina en toda su dimensión y una ventana con un diseño afrancesado con pequeños vidrios
cuadrados con vista hacia el lago. Una habitación espléndida, que nunca había tenido para mi
solito, en un castillo impresionante .
Y así fue como a
la mañana siguiente, durante mi primera ducha de “príncipe”, luchando por mantenerme de pie con jabón en todo el cuerpo y las manos, perdí el equilibrio y como pude me colgué del
velo-cortina arrancándolo desde el techo, y fui a caer al suelo todo envuelto por fuera de la bañera. No podía
creerlo, recién llegado y justo me pasa este incidente. Me sequé
despacio revisando que no me hubiera roto algo, me vestí y arreglé para llamar a la portería.
« ¿Profesor, en
qué podemos servirle ?»
Con gran ansiedad,
le dije:
«Tuve un accidente
en el baño. Para evitar una caída fuerte me colgué de la cortina y se desprendió el tubo que la sostiene. Todo quedó en el suelo desbaratado».
Al instante, llegaron dos personas me alentaron diciéndome que esto le podría suceder a cualquiera.
Salí aliviado. Era una mañana de primavera fresca y ligeramente húmeda para tomar
un desayuno en una terraza con una vista
encantadora. Una atención oportuna y un saludo en italiano que a duras penas
entendía. Pequeñas frases en inglés o en
francés facilitaban la vida. Saludaba de
manera cordial a los asistentes de primera mano para presentarme como el
profesor colombiano. El grupo más llamativo estaba integrado por cuatro
adultos mayores, dos señores con sus
esposas que me saludaron con amabilidad. Se trataba del Dr. Richard Schultes , y del Dr. Roger Raffaud
, biólogos de la Universidad de Harvard. El más animoso de todos era
Richard. Al enterarse de que era
colombiano, se acercó y con una sonrisa expresiva, jovial, y abierta, me dijo:
«Tenemos que
reunirnos a conversar. Yo conozco
Colombia desde hace muchísimos años. He vivido en el amazonas en donde he
realizado muchas investigaciones.»
Emocionado le
contesté: «Gracias Dr. Richard, yo vengo a terminar un libro de sociología y demografía.
Ya llegará la oportunidad para dialogar. Creo que el próximo sábado tenemos día
libre, trataré de ubicarlo en algún lugar de la Villa. »
Con la llegada de
otros huéspedes, fuimos moviéndonos para continuar con las
actividades programadas sobre la marcha.
Me acerqué a la coordinadora, quien ya me seguía con los ojos para explicarme
los movimientos .
«Profesor. Le asignamos
un estudio en el bosque, tal como
solicitó, a unos diez minutos caminando.
Tiene una hermosa vista hacia el lago. Para
el almuerzo puede tomar una bolsa con sanduches de jamón y queso o cualquiera de los
que se encuentran en los estantes. También
algo para tomar: agua, Coca-Cola o café.
Puede
llevar una fruta; un banano o una
manzana. Usted decide el tiempo que quiera pasar en su estudio. Las salidas o entradas. Siéntase libre de hacer lo que su corazón le
diga.»
Continuó
diciendo: « En la terraza,
hacia el medio día, hay un menú disponible para los que trabajan en
sitios próximos a sus alcobas. En
la biblioteca del centro hay algunos libros disponibles. En casos especiales hay servicio de pedido de
grandes bibliotecas en Milán.»
Tomé mi bolsa y
la seguí por un sendero a través del
bosque con pequeñas subidas y bajadas hasta llegar a una cabaña con un letrero sobre la puerta que decía “Santa
Ana”. Un pequeño recinto de forma cuadrada de tres por tres metros con una ventana enorme para el contacto sensitivo
con el paisaje verde de pinos y arbustos. Un escritorio ancho tipo mesa con una silla ergonómica. Materiales
necesarios para escribir, varias
resmas de papel y papel carbón, por si deseaba realizar copias del trabajo. Una máquina de escribir eléctrica, borrador de tinta, lápices de diferentes puntas para dibujar, lápices de
colores , saca puntas y un bisturí.
Me miró seria y
me indicó:
« Si necesita ir
al baño debe regresar a la Villa. O discretamente, utilizar un árbol próximo
para orinar. » Ruborizándose un poco.
Continuó: « Si, en algún
momento, no desea trabajar, quiere ir al
pueblo, tomar un café, caminar o moverse;
siéntase libre de actuar. Nadie lo vigila. No es obligatorio estar
encerrado todo el día. Esta es la llave de su estudio. Guárdela y no la pierda.
Le deseo una feliz permanencia.»
La soledad del
bosque, el viento moviendo los árboles y la primera orinada detrás del árbol más cercano, alerta a las
miradas inexistentes, produjo en mi una sensación agradable. Observé largo rato por la ventana, luego el papel para escribir.
¿Por dónde empezar? Era mi gran reto.
Cuando regresé,
al terminar el día, la alcoba estaba bien arreglada y la cortina de la ducha reparada como si
nada hubiese pasado. Me arreglé para
asistir a la hora y sitio de encuentro definido para todos los residentes. Se solicitaba
puntualidad. Vestido de chaqueta, tipo
vestido de calle, preferiblemente con corbata, corbatín o bufanda. Sobre una mesa en cartones dibujados estaba el
lugar que correspondía a cada uno en el comedor. Las sillas eran asignadas cada día de manera diferente para
facilitar el intercambio entre los asistentes. Frente a cada silla estaba el
menú del día y una descripción de los vinos blancos y tintos que se servían a la mesa. Los platos y la cristalería eran
esplendorosos. Servilletas de tela, copas apropiadas para los vinos, la
champaña y el vaso de agua. Una velada alucinante en un grandioso salón comedor iluminado por
candelabros de cristal magníficos. La atención de cuatro meseros con traje de gala encargados de servir de la
cocina al comedor, llevar las viandas
para la cena y satisfacer las peticiones
y ocurrencias de los comensales.
Al terminar la
cena, se subía al salón de entrada de la
Villa. Un espacio acogedor con bar disponible para tragos largos: whisky,
coñac, tequila, y varios tipos de
tragos cortos: Danbury, Brandi
Benedictino, Menta y cocteles. Podían
solicitarse a un barman, siempre disponible con la intención de ayudar a encender el ambiente. Algunas personas se hacían en pequeños grupos para una conversación
amena , otras apartadas para escuchar su música preferida, y unos cuantos más lanzados movían
el cuerpo con una bailada ocasional.
Uno de los
residentes era el novelista americano John “Glass” con su esposa Lucrecia. Trabajaba en una novela titulada: “Ángeles Blancos”. Era un hombre
de unos 60 años, con una cuadriplejia que requería y demandaba especial atención. Usaba un pequeño ascensor para moverse entre los diferentes pisos de la Villa
Serbelloni, acompañado siempre de su mujer. Decidí sentarme en su grupo a conversar sobre cualquier tema. Entonces, noté que a
Lucrecia le gustaba mucho la música y de pronto empezaba a bailar sola. A la siguiente noche me
invitó a que bailáramos juntos. Ella era
una mujer alegre, de unos 55 años un poco morena de pelo apretado con un buen
movimiento corporal al bailar.
A un
residente músico intérprete del saxofón
le asignaron un estudio especial, lejos en el bosque, para
que sus prácticas no molestaran a nadie. Era un estudio con una ventana amplia semejante a una vitrina de almacén. Podía
verse adentro tocando o escribiendo
su música. Después de la cena, hacía sonar
su saxo con tal delicadeza y suavidad que terminaba conquistando a los asistentes. Bastaba
con unas dos o tres piezas para alebrestar a los asistentes y aumentar las ganas de
continuar escuchando música suave, de esa que llega a los oídos por el
aire y toca el interior como una caricia en el cuerpo
haciéndolo estremecer. De pronto, sonaba
un disco de Elvis Presley , “Blue Moon”; luego otros que
fragmentando la suavidad, aumentan la sensación de frenesí en el movimiento, en
el aire. John se tomaba sus tragos sorbo a sorbo, despacio. En el ambiente alborozado,
Lucrecia con un ritmo suave, empezó a mover sus caderas y me invitó a bailar. Danzamos unas dos o tres composiciones musicales. Hasta que
a John no le gustó que Lucrecia me sacara a bailar, la verdad,
lo hacíamos como un mecanismo de distracción.
En un momento del baile, vi que John me punteó con el dedo
índice y con una seña me indicó que me acercara, mientras en la otra mano
sostenía su vaso de whisky. Visiblemente
molesto me dijo:
« “You SOB”, ¿crees
que es muy bueno para un parapléjico como yo,
mirar a otro bailar con su mujer?. ¿Te gustaría que te hicieran lo
mismo?»
Lo miré con respeto
y le dije: «No te preocupes
John, estamos bailando para divertirnos y alegrar nuestros corazones sin intenciones
pasionales. Si lo deseas, no volveré a
bailar con Lucrecia. Te presento mis sinceras
disculpas.» Lucrecia se le
acercó, con ternura, lo acarició y le habló: « John no reacciones
de esa manera, estamos tratando de exteriorizar la alegría. No tienes por qué
preocuparte.» Traté de
comprender el sentimiento de John. Su reacción, no era por el baile de su mujer. Era una
manifestación de su dolor. De sentirse atado a una silla de ruedas sin poder disfrutar, en un mundo que lo oprimía.
Este incidente afectó nuestras relaciones y los momentos para compartir después de la cena. Seguimos saludándonos hasta el último día en que nos despedimos,
al término de nuestra pasantía.
Con Richard y
Roger, profesores de la Universidad de Harvard, nos encontramos un sábado
frente a una de las torres de vigilancia
de una época remota. En una mesa alrededor
de unas buenas cervezas alemanas Richard,
siempre alegre, con ganas de contar historias me relató sobre su estadía en Colombia. Sus primeras visitas como estudiante de
posgrado se remontaban al año 1941, cuando
hizo sus primeros viajes a la Amazonía
colombiana en la búsqueda de una variedad
de Caucho para liberar a los Estados Unidos de la dependencia asiática durante la segunda guerra mundial. Me
comentó que por más de 12 años durante
sus vacaciones universitarias, se internó en la selva colombiana. Desde esa época desarrolló una preocupación temprana por la protección de la naturaleza y sus
aborígenes.
Debo reconocer
que al principio no sabía que estaba frente a un personaje notable
reconocido en el mundo de la
ciencia de la biología. Richard de 73
años era el más animado del grupo. Quería contarlo todo sobre Colombia. Había
recorrido el país. Se había
internado en la Amazonía durante años
estudiando las propiedades farmacológicas
de plantas y hongos. Estudió el veneno “curare”, un relajante muscular utilizado
en los procesos quirúrgicos. El barbasco “veneno del pez”, utilizado por los
aborígenes para manejar la pesca en los grandes ríos en la selva. El “borrachero”, en cuya sombra se dormían
las personas y los animales sin darse cuenta. La Ayahuasca “bejuco del alma”, origen del
Yagé medicamento más sagrado de los
indios, el uso de la coca en la vida cotidiana como medicamento y alucinógeno. Sus historias de vida en las comunidades indígenas identificando la
existencia de ríos desconocidos en la geografía colombiana, como el Apaporis, el Caquetá y el amazonas. Su
producción de obras científicas es inmensa.
Coleccionó más de 24.000 especies de plantas y unas 300 nuevas para la
ciencia que llevan su nombre.
Mencionó varios
de sus trabajos y publicaciones
conocidas por estudiantes de Biología, no sólo en Harvard si no en otros países del mundo. Vale la pena
mencionar su trabajo con Albert Hoffman: Plantas de los dioses: orígenes del
uso de alucinógenos ( Nueva York: Mac
Graw Hill, 1979). Su estadía aquí en
Bellaggio se asociaba con la terminación de su trabajo “Plantas de los Dioses”.
Este libro fue publicado con Robert Raffaud,
The healingh Forest (Dioscorides Press) en 1990. En él presentan muchos de los resultados de sus viajes a la Amazonía.
La “Schultesia Amazónica”
es la cucaracha más grande del mundo descubierta por Richard y clasificada
como un género en la Biología. Otras plantas medicinales como la “Virola” han sido clasificadas en la botánica y otras como la Schultesia guianensis. Es sorprendente
la contribución de Schultes en el uso
farmacológico y alucinógeno de las plantas cuyos orígenes fueron transmitidos por las
comunidades en la amazonia. Recorrió los territorios de los Simbudoy en el
Cauca y Nariño, los Cofanes, Witotos,
Boras, Muiñanes, Corijona, Macubas y Yuconas.
Considero que el encuentro con Richard Schultes ha sido uno de los acontecimientos más
extraordinarios durante mi vida como
profesional en las ciencias sociales.
Durante los primeros días en el estudio “Santa
Ana” las imágenes, ideas, y
pedazos de hojas en borrador daban vueltas en la cabeza. Pensaba en los capítulos de un texto como aporte para integrar
el análisis de los problemas de salud con los componentes demográficos en un
enfoque sistémico. Un sistema es algo que se compone de un conjunto de
elementos, unidades finitas o infinitas, en interacción funcional y que tiene
una acción concertada con propósitos definidos. Este objetivo de las relaciones
de las partes del sistema y el funcionamiento del todo es lo que se conoce como
la teleología del sistema. El todo es una nueva unidad y no solamente la
sumatoria de las partes.
Tenía en el
pensamiento las ideas de Malthus presentadas
en su obra “Ensayo sobre el principio de la población” en donde trataba
de demostrar la relación inversa entre el crecimiento de la población y la
producción de alimentos. Sostenía que la
fuerza de crecimiento de la población no puede ser frenada sin producir miseria entre las personas, familias y comunidades. La
pasión entre los sexos es necesaria pero debe ser controlada por la fuerza
moral y la ética social.
Otro pensador era
Darwin con su obra “El origen de las especies”
a través de la selección natural y la preservación de las especies mejor
adaptadas en su lucha por la vida. La evidencia encontrada en la observación y
recolección de datos, en la invención y
en el sentido común le permitieron formular las tesis sobre la teoría de la
evolución. El origen y crecimiento de
las especies naturales, incluyendo al hombre se basa en los mecanismos de la reproducción,
y la herencia como resultado. La variabilidad es
una constante natural como acción
directa o indirecta de las condiciones de vida y de los elementos ambientales.
El crecimiento elevado de las poblaciones conduce a la lucha por la vida y como
consecuencia a la selección natural que determina la extinción de las formas menos
perfeccionadas.
Imaginaba el
texto brotando de un panal de abejas
y en una celda los
componentes de la demanda estructura, procesos y resultados empezando
por el entorno sociocultural y el medio ambiente físico y biológico. En el proceso se encuentra la población con las características
de fecundidad, mortalidad y migración y los elementos definidos en la morbilidad
. El resultado de esta parte del sistema
es el crecimiento poblacional y las condiciones de salud y bienestar de
la comunidad.
En ese panal había otra celda en donde se conjugaban todos
los componentes de la oferta
representada por los servicios de
salud. Los componentes estructurales de
los servicios de salud se expresan principalmente en la disponibilidad de recursos humanos, físicos, financieros y
gerenciales. Al interior se encontraban unos elementos indispensables
para que la salud ocurra a través de la eficiencia, la complejidad y la
cobertura.
Muchas orinadas
en los árboles del bosque, algunas caminatas en soledad hasta el pueblo a tomar un cafecito, visitas a
la iglesia y los pocos almacenes para
turistas adornaron mi actividad académica. La primavera avanzaba sobre esas laderas, lagos y bosques del norte de
Italia en la frontera con Suiza. Escogí un día soleado para viajar en el ferry público y visitar el poblado de Varenna
sobre la margen derecha saliendo de Bellaggio. Un recorrido de media hora y un chapuzón en la playa cercana al hotel el Lido. Una corta parada en
Menaggio, otro poblado en la margen izquierda saliendo de Bellaggio. Un pueblo
muy atractivo con algunas iglesias antiguas, parques de naturaleza exuberante,
un museo muy visitado por los turistas, y el admirado monumento a las Tejedoras
de seda en bronce y mármol de Francesco Somaini.
Una especie de inspiración
desconocida llegaba a la mente dictando para escribir de corrido algunos
capítulos que al finalizar la tarde estaban coronados. Un picor
hacía saltar los dedos sobre las teclas de la máquina de escribir
creando una sinfonía entre el teclado, el timbre marginal y el papel. Los días y las semanas de ese mes alucinante pasaron para darle vida al texto y conectarme
de manera directa con el escritor. Mi vida en este momento se distanciaba de
los matices familiares, amorosos y laborales para sumergirme en la más
exquisita sensación de plena libertad de la creación intelectual genuina y
pura.
La diagramación y composición del texto fue elaborada por Luz Stella Montealegre,
secretaria administrativa del Decanato de la Facultad de Salud de la
universidad del valle, con prólogo del Dr. Alberto Bayona Núñez profesor
titular, Decano de Economía. La primera impresión de 1000 ejemplares la realizó la editorial XYZ en 1990 como auto publicación. Tuvo una salida exitosa
entre los estudiantes de pre y posgrado en el área de la salud publica y en las
instituciones prestadoras de los servicios de salud. En 1993 la segunda edición
fue realizada por el Centro Editorial de la Universidad del Valle, indexada
ISBN: 958-9047-80-7 y comercializada a través de Amazon.
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