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martes, 21 de marzo de 2023

Mi residencia en Bellaggio

 Jesús Rico Velasco

 



En la provincia de Como, región de la Lombardía a los pies de los Alpes italianos se encuentra Villa Serbelloni de la Fundación Rockefeller. Un centro de intercambio cultural e interdisciplinario desde hace más de sesenta años. Un espacio boscoso con más de 50 acres, dotado de una vista panorámica de  azules sublimes  y  aguas trasparentes y puras en las que se mueven  truchas,  sardinas y peces de todos los colores.

Su belleza natural y ambiente acogedor   invitan a la mente de seres iluminados a  concentrase  en una  producción literaria, artística, musical,  o científica. Durante períodos de un mes pasan cuatro promociones anuales de participantes de diversos países del mundo  para realizar actividades  de un proyecto previamente aprobado por la Fundación. Mi propuesta se basó en la elaboración de un texto en el campo de la Demografía  Social, apoyado en un esquema teórico centrado en la teoría general de los  sistemas. Alejarse de la tradición matemática en la enseñanza de la Demografía, identificar los componentes teóricos sociológicos y su correlación con los elementos de la salud era el objetivo. Para la época la elaboración de textos universitarios exigía un trabajo  dispendioso y prolongado. Algunos profesores colombianos habían pasado por el Centro de Bellaggio con apoyo de la fundación Rockefeller entre ellos dos profesores de la universidad del Valle, el Dr. Rodrigo Guerrero Velasco y el Dr. Carlos León Caltos de la facultad de Salud.

  En  la base de la colina una población de escasos 2.500 habitantes disfrutan de  construcciones antiguas con  historias de pescadores y algunas familias tradicionales importantes,  descendientes de  caballeros con armaduras  cuyos ancestros habría que buscarlos enredados  con  los señores feudales en el siglo XVII. Una hermosa iglesia construida en piedra  dedicada a San Giacomo   abierta todo el día para el buscador de paz y tranquilidad,  ofrece una celebración dominical solemne con cantos gregorianos.  De calles de piedra angostas, con espacios reducidos  para carros  y motos Italianas que se dejan desatendidas  en   parqueaderos retirados en las cercanías del muelle. Barcos grandes y pequeños, lanchas de transporte publico y el  Ferry que une los pocos pueblos habitados en las riberas del lago. Se valora el sabroso silencio de turistas agradecidos con la belleza del pueblo, o la oportunidad de una zambullida en las orillas del lago.

 Llegué a Milán, Italia, durante el mes de abril de 1988, procedente de Amsterdam principal punto de entrada aérea al continente europeo.   Un conductor de la Fundación Rockefeller, me esperaba a la salida del aeropuerto con letrero en mano y  un mensaje de bienvenida. Un hombre  muy bien vestido con uniforme azul profundo, zapatos negros bien lustrados y  una gorra elocuente que distinguía  su  labor.  Caminamos  hacia una limosina de color negro Mercedes Benz, él llevando mi maleta y yo mi maletín de mano.  Cansado  por las  horas de viaje atravesando el mundo, observaba ubicado en el asiento de atrás como único pasajero, el paisaje que corría por los bordes de un inmenso lago con muchas casas y castillos dispersos en los costados de las colinas durante una hora   hasta llegar a Bellaggio. Una puerta de reja grande  se abrió de manera automática por aviso del conductor  a la portería. El recorrido de unas tres cuadras  por una vía ascendente suave  nos condujo a un  amplio parqueadero   en forma circular con ingreso  a la imponente puerta   de la Villa Serbelloni. El recibimiento jubiloso entre   aplausos  y voces de bienvenida  de varias personas ubicadas en un semicírculo en la puerta de entrada con sus trajes distinguidos fue el primer mensaje de que sería una maravillosa experiencia.

 Una puerta de doble fase  invita a seguir a una recepción abierta, elegante.  Un piso de madera brillante  con un fondo iluminado  permite divisar sobre un balcón la belleza del lago Como y de algunas casas pequeñas a los lados de la gran Villa.  Me indican seguir por un corredor amplio hasta llegar a la primera puerta  a la izquierda :

 «Profesor esta será su habitación por el tiempo que dure su pasantía. Hay un timbre sobre la mesa  para comunicarse con la portería a cualquier hora del día o  de la noche». Una alcoba de fábula . Hacia la derecha un escritorio  refinado con cobertura en cuero y una lámpara movible  para  leer o trabajar.   Hacia uno de los costados una  cama doble con espaldar  señorial digno de un príncipe, con dos mesas de noche con suaves tallas en madera y preciosas  lámparas a cada lado. La puerta ventana  con cortinas de velos blancos,  descubre  un cielo abierto para  contemplar la majestuosidad del lago  desde un balcón personal.  Sobre la derecha un baño grande  con una tina  discretamente    cerrado  con un velo-cortina en toda su dimensión  y una  ventana  con un  diseño afrancesado con pequeños vidrios cuadrados   con vista hacia el lago. Una habitación  espléndida, que nunca había tenido para mi solito, en un castillo impresionante . 

Y así fue como a la mañana siguiente, durante mi primera ducha  de “príncipe”,    luchando por mantenerme de pie  con jabón en todo el cuerpo y las manos,  perdí el equilibrio y como pude me colgué del velo-cortina arrancándolo desde el techo, y    fui a caer al suelo  todo envuelto  por fuera de la bañera.  No  podía  creerlo, recién llegado y justo me pasa este incidente. Me sequé despacio revisando que no me hubiera roto algo, me vestí y  arreglé para llamar a  la portería.

 « ¿Profesor, en qué podemos servirle ?»

 Con gran ansiedad, le dije:

 «Tuve un accidente en el baño. Para evitar una caída fuerte me colgué de la cortina  y se desprendió el tubo que la sostiene.  Todo quedó en el suelo desbaratado».

  Al instante, llegaron dos personas   me alentaron  diciéndome que esto le podría suceder a cualquiera. Salí aliviado. Era una mañana de primavera fresca y ligeramente húmeda para tomar un  desayuno en una terraza con una vista encantadora. Una atención oportuna y un saludo en italiano que a duras penas entendía. Pequeñas frases en inglés  o en francés facilitaban  la vida. Saludaba de manera cordial a los asistentes de primera mano para presentarme como el profesor colombiano. El grupo más llamativo estaba integrado por cuatro adultos  mayores, dos señores con sus esposas que me saludaron con amabilidad. Se trataba del  Dr. Richard Schultes , y del Dr.  Roger Raffaud  , biólogos de la Universidad de Harvard. El más animoso de todos era Richard. Al enterarse  de que era colombiano, se acercó y con una sonrisa expresiva, jovial, y abierta, me  dijo:

 «Tenemos que reunirnos  a conversar. Yo conozco Colombia desde hace muchísimos años. He vivido en el amazonas en donde he realizado  muchas investigaciones.»

 Emocionado le contesté: «Gracias Dr. Richard, yo vengo a terminar un libro de sociología y demografía. Ya llegará la oportunidad para dialogar. Creo que el próximo sábado tenemos día libre, trataré de ubicarlo en algún lugar de la Villa. »

 Con la llegada de  otros huéspedes,  fuimos moviéndonos para continuar con las actividades  programadas sobre la marcha. Me acerqué a la coordinadora, quien ya me seguía con los ojos para explicarme los movimientos .

«Profesor. Le asignamos un estudio  en el bosque, tal como solicitó,  a unos diez minutos caminando. Tiene  una hermosa vista hacia el lago. Para el almuerzo puede tomar una bolsa con   sanduches de jamón y queso o cualquiera de los que se encuentran  en los estantes. También algo para tomar:  agua, Coca-Cola o café.   Puede llevar una fruta; un banano o una  manzana. Usted decide el tiempo que quiera pasar en su estudio.  Las salidas o entradas.  Siéntase libre de hacer lo que su corazón le diga.»

 Continuó diciendo: « En la terraza, hacia el medio día, hay un menú disponible para los que  trabajan en  sitios próximos a sus alcobas.  En la biblioteca del centro hay algunos libros disponibles.  En casos especiales hay servicio de pedido de grandes bibliotecas  en Milán.»

 Tomé mi bolsa y la seguí por un sendero a través  del bosque con pequeñas subidas y bajadas hasta llegar a una cabaña  con un letrero sobre la puerta que decía “Santa Ana”. Un  pequeño recinto de forma  cuadrada de tres por tres metros con  una ventana enorme para el contacto sensitivo con el paisaje verde de pinos y arbustos.  Un escritorio ancho  tipo mesa con una silla ergonómica.  Materiales  necesarios para escribir, varias  resmas de papel y papel carbón, por  si deseaba realizar copias del trabajo.  Una máquina de escribir eléctrica,  borrador de tinta, lápices  de diferentes puntas para dibujar, lápices  de  colores , saca puntas y un bisturí. 

 Me miró seria y me  indicó:

 « Si necesita ir al baño debe  regresar a la Villa.  O discretamente, utilizar un árbol próximo para orinar.  » Ruborizándose un poco.

 Continuó: « Si, en algún momento, no desea trabajar,  quiere ir al pueblo, tomar un café, caminar o  moverse; siéntase  libre de   actuar.  Nadie lo vigila. No es obligatorio estar encerrado todo el día. Esta es la llave de su estudio. Guárdela y no la pierda. Le deseo una feliz permanencia.»

 La soledad del bosque, el viento  moviendo  los árboles y la primera orinada  detrás del árbol más cercano, alerta a las miradas inexistentes, produjo en mi una sensación agradable.  Observé largo rato  por la ventana, luego el papel para escribir. ¿Por dónde empezar? Era mi gran reto.

 Cuando regresé, al terminar el día, la alcoba estaba bien arreglada  y la cortina de la ducha reparada como si nada hubiese pasado.  Me arreglé para asistir a la hora y sitio de encuentro definido para todos los residentes.  Se  solicitaba  puntualidad. Vestido de chaqueta, tipo vestido de calle, preferiblemente con corbata, corbatín o  bufanda.  Sobre una mesa en cartones dibujados estaba   el lugar que correspondía a cada uno en el comedor. Las sillas  eran asignadas cada día de manera diferente para facilitar el intercambio entre los asistentes. Frente a cada silla estaba el menú del día y una descripción de los vinos blancos y tintos que se  servían  a la mesa. Los platos y la cristalería eran esplendorosos.   Servilletas de tela,   copas apropiadas para los  vinos, la     champaña y el vaso de  agua.  Una velada  alucinante en un  grandioso salón comedor  iluminado por  candelabros de cristal magníficos. La atención de cuatro meseros  con traje de gala encargados de servir de la cocina al comedor, llevar   las viandas para la cena y  satisfacer las peticiones y ocurrencias de los  comensales.

 Al terminar la cena, se subía al  salón de entrada de la Villa. Un   espacio acogedor con  bar disponible para tragos largos:  whisky,  coñac,  tequila, y varios tipos de tragos cortos:  Danbury,  Brandi  Benedictino,  Menta y cocteles.   Podían solicitarse a un barman,  siempre  disponible con la intención de ayudar a   encender el ambiente. Algunas personas  se hacían en pequeños grupos para una conversación amena , otras apartadas para escuchar su música preferida,  y unos cuantos más lanzados    movían  el cuerpo con una bailada ocasional.

 Uno de los residentes era el novelista americano John “Glass” con su esposa Lucrecia.  Trabajaba en una  novela titulada: “Ángeles Blancos”. Era un hombre de unos 60 años, con una cuadriplejia  que requería y demandaba  especial atención. Usaba  un pequeño ascensor para moverse  entre los diferentes pisos de la Villa Serbelloni,  acompañado siempre  de su mujer. Decidí sentarme en  su grupo a conversar  sobre cualquier tema. Entonces, noté que a Lucrecia le gustaba mucho la música y de pronto empezaba a bailar sola.  A la siguiente   noche   me invitó a que bailáramos  juntos. Ella era una mujer alegre, de unos 55 años un poco morena de pelo apretado con un buen movimiento corporal  al bailar.

 A un residente  músico intérprete del saxofón le  asignaron  un estudio especial, lejos en el bosque, para que sus prácticas no molestaran a nadie. Era un estudio con  una ventana  amplia semejante  a una vitrina de almacén.   Podía verse   adentro tocando o escribiendo su   música.  Después de la cena, hacía   sonar su saxo  con  tal delicadeza y suavidad que  terminaba conquistando a los asistentes. Bastaba con unas dos  o tres piezas   para  alebrestar a los asistentes y aumentar  las ganas de  continuar escuchando música suave, de esa que llega a los oídos por el aire y  toca  el interior como una caricia en el cuerpo haciéndolo estremecer.  De pronto, sonaba un disco de   Elvis Presley , “Blue Moon”;  luego otros   que fragmentando la suavidad,  aumentan  la sensación de frenesí en el movimiento, en el aire. John se tomaba sus tragos sorbo a sorbo, despacio. En el ambiente alborozado, Lucrecia con un ritmo suave, empezó a mover sus caderas y me invitó a bailar. Danzamos  unas dos o tres composiciones musicales.  Hasta que  a John  no le gustó  que Lucrecia me sacara a bailar, la verdad, lo hacíamos como un mecanismo de distracción.  En un  momento  del baile, vi que John me punteó con el dedo índice y con una  seña me indicó  que me acercara, mientras en la otra mano sostenía su vaso de whisky.  Visiblemente molesto  me dijo:

 « “You SOB”, ¿crees que es muy bueno para un parapléjico como yo,  mirar a otro bailar con su mujer?. ¿Te gustaría que te hicieran lo mismo?»

 Lo miré con respeto y le dije: «No te preocupes John, estamos bailando para divertirnos y alegrar nuestros corazones sin intenciones  pasionales. Si lo deseas, no volveré a bailar con Lucrecia. Te presento mis  sinceras disculpas.» Lucrecia se le acercó, con ternura, lo acarició y le habló: « John no reacciones de esa manera, estamos tratando de exteriorizar la alegría. No tienes por qué preocuparte.» Traté de comprender el sentimiento  de John.  Su reacción, no era por el baile de su mujer.   Era una  manifestación de su dolor.  De sentirse atado  a una silla de ruedas sin poder  disfrutar, en un mundo que lo  oprimía.   Este  incidente  afectó nuestras relaciones  y los momentos para compartir  después de la cena. Seguimos  saludándonos hasta el último día en que nos despedimos, al término de nuestra pasantía.

 Con Richard y Roger, profesores de la Universidad de Harvard, nos encontramos un sábado frente a una de las torres  de vigilancia de una época remota.  En una mesa alrededor de  unas buenas cervezas alemanas Richard, siempre alegre, con ganas de contar historias me  relató  sobre su estadía  en Colombia.   Sus primeras visitas como estudiante de posgrado se remontaban al año  1941, cuando hizo sus primeros viajes a la  Amazonía colombiana en la búsqueda  de una variedad de Caucho para liberar a los Estados Unidos de la dependencia  asiática durante la segunda guerra mundial. Me comentó que por más de 12 años durante   sus vacaciones universitarias, se internó  en la selva colombiana. Desde esa época  desarrolló una preocupación temprana  por la protección  de la naturaleza   y sus aborígenes.

 Debo reconocer que al principio no sabía que estaba frente a un personaje  notable   reconocido en el mundo de la ciencia  de la biología. Richard de 73 años era el más animado del grupo. Quería contarlo todo sobre Colombia. Había recorrido  el país.   Se había internado en la Amazonía  durante años estudiando las propiedades  farmacológicas de  plantas y  hongos. Estudió  el veneno “curare”, un relajante muscular utilizado en los procesos quirúrgicos. El barbasco “veneno del pez”, utilizado por los aborígenes para manejar la pesca en los grandes ríos en la selva.  El “borrachero”, en cuya sombra se dormían las personas y los animales sin darse cuenta.  La Ayahuasca “bejuco del alma”, origen del Yagé  medicamento más sagrado de los indios, el uso de la coca en la vida cotidiana como medicamento y  alucinógeno. Sus historias de vida  en las comunidades indígenas identificando la existencia de ríos desconocidos en la geografía colombiana,  como el Apaporis, el Caquetá y el amazonas. Su producción de obras científicas es inmensa.  Coleccionó más de 24.000 especies de plantas y unas 300 nuevas para la ciencia  que llevan su nombre.

 Mencionó varios de sus trabajos y publicaciones  conocidas  por  estudiantes de Biología, no sólo en Harvard  si no en otros países del mundo. Vale la pena mencionar su trabajo con Albert Hoffman: Plantas de los dioses: orígenes del uso  de alucinógenos ( Nueva York: Mac Graw Hill, 1979).  Su estadía aquí en Bellaggio se asociaba con la terminación de su trabajo “Plantas de los Dioses”. Este libro fue publicado con Robert Raffaud,  The healingh Forest (Dioscorides Press) en 1990. En él presentan   muchos de los resultados de sus viajes  a la Amazonía.

 La “Schultesia Amazónica” es la cucaracha más grande del mundo descubierta por Richard y clasificada como   un género en la Biología.  Otras plantas medicinales  como la “Virola”  han sido clasificadas en la botánica y otras  como la Schultesia guianensis. Es sorprendente la contribución de Schultes  en el uso farmacológico y alucinógeno de las plantas  cuyos orígenes fueron transmitidos por las comunidades en la amazonia. Recorrió los territorios de los Simbudoy en el Cauca y  Nariño, los Cofanes, Witotos, Boras, Muiñanes, Corijona, Macubas y Yuconas.   Considero que el encuentro con Richard Schultes  ha sido uno de los acontecimientos más extraordinarios  durante mi vida como profesional en las ciencias sociales.

  Durante los primeros días en el estudio “Santa Ana”  las imágenes,  ideas, y  pedazos de hojas en borrador daban vueltas en la cabeza. Pensaba  en los capítulos de un texto  como aporte   para integrar el análisis de los problemas de salud con los componentes demográficos en un enfoque sistémico. Un sistema es algo que se compone de un conjunto de elementos, unidades finitas o infinitas, en interacción funcional y que tiene una acción concertada con propósitos definidos. Este objetivo de las relaciones de las partes del sistema y el funcionamiento del todo es lo que se conoce como la teleología del sistema. El todo es una nueva unidad y no solamente la sumatoria de las partes.

 Tenía en el pensamiento las ideas de Malthus presentadas  en su obra “Ensayo sobre el principio de la población” en donde trataba de demostrar la relación inversa entre el crecimiento de la población y la producción  de alimentos. Sostenía que la fuerza de crecimiento de la población no puede ser frenada sin producir miseria  entre las personas, familias y comunidades. La pasión entre los sexos es necesaria pero debe ser controlada por la fuerza moral y la ética social.

 Otro pensador era Darwin con su obra “El origen de las especies”  a través de la selección natural y la preservación de las especies mejor adaptadas en su lucha por la vida. La evidencia encontrada en la observación y recolección de datos, en la invención  y en el sentido común le permitieron formular las tesis sobre la teoría de la evolución.   El origen y crecimiento de las especies naturales, incluyendo al hombre  se basa en los mecanismos de la reproducción, y la   herencia como resultado. La variabilidad es una constante natural  como acción directa o indirecta de las condiciones de vida y de los elementos ambientales. El crecimiento elevado de las poblaciones conduce a la lucha por la vida y como consecuencia a  la selección natural que  determina la extinción de las formas menos perfeccionadas.

 Imaginaba el texto   brotando de un panal de abejas y  en una celda   los componentes  de la demanda   estructura, procesos y resultados empezando por el entorno sociocultural y el medio ambiente físico y biológico. En el  proceso se encuentra la población con las características de fecundidad, mortalidad y migración y los elementos definidos en la morbilidad . El resultado de esta parte del sistema  es el crecimiento poblacional y las condiciones de salud y bienestar de la comunidad.

 En ese panal  había otra celda en donde se conjugaban todos los componentes de la oferta  representada por  los servicios de salud.  Los componentes estructurales de los servicios de salud se expresan principalmente en la disponibilidad   de recursos humanos, físicos, financieros y gerenciales. Al interior   se encontraban unos elementos indispensables para que la salud ocurra a través de la eficiencia, la complejidad y la cobertura.

 Muchas orinadas en los árboles del bosque, algunas caminatas en soledad  hasta el pueblo a tomar un cafecito, visitas a la iglesia y  los pocos almacenes para turistas adornaron mi actividad académica. La primavera avanzaba sobre  esas laderas, lagos y bosques del norte de Italia en la frontera con Suiza. Escogí un día soleado para  viajar en  el ferry público y visitar el poblado de Varenna sobre la margen derecha saliendo de Bellaggio. Un recorrido de   media hora  y un chapuzón en la playa  cercana al hotel el Lido. Una corta parada en Menaggio, otro poblado en la margen izquierda saliendo de Bellaggio. Un pueblo muy atractivo con algunas iglesias antiguas, parques de naturaleza exuberante, un museo muy visitado por los turistas, y el admirado monumento a las Tejedoras de seda en bronce y mármol de Francesco Somaini.

 Una especie de inspiración desconocida llegaba a la mente dictando para escribir de corrido algunos capítulos que al finalizar la tarde estaban  coronados.  Un picor   hacía saltar los dedos sobre las teclas de la máquina de escribir creando una sinfonía entre el teclado, el timbre marginal y el papel.   Los días y las semanas de ese mes alucinante  pasaron para darle vida al texto y conectarme de manera directa con el escritor. Mi vida en este momento se distanciaba de los matices familiares, amorosos y laborales para sumergirme en la más exquisita sensación de plena libertad de la creación intelectual genuina y pura.

  La diagramación y composición del texto fue  elaborada por Luz Stella Montealegre, secretaria administrativa del Decanato de la Facultad de Salud de la universidad del valle, con prólogo del Dr. Alberto Bayona Núñez profesor titular, Decano de Economía. La primera impresión de 1000 ejemplares  la realizó la editorial XYZ en 1990  como auto publicación. Tuvo una salida exitosa entre los estudiantes de pre y posgrado en el área de la salud publica y en las instituciones prestadoras de los servicios de salud. En 1993 la segunda edición fue realizada por el Centro Editorial de la Universidad del Valle, indexada ISBN: 958-9047-80-7 y comercializada a través de Amazon.

 

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