Alexandra Correa
PRIMERA PERSONA
La pantalla del computador está en blanco, el
cursor titila impaciente, desesperado como quien espera al ser amado y no
llega. Tecleo algunas letras y de nuevo las elimino. Me decepciono y apoyo mi frente en la mesa,
los pensamientos divagan, trato de dar rienda suelta a mi imaginación. Me
pregunto: ¿En qué momento la mente quedó en blanco igual que una hoja de papel?
¿Por qué las ideas no me fluyen?
Cae la noche y con ella la penumbra, sombras de
árboles penetran por mi ventana, el sonido incesante de los grillos retumba en
mis oídos. De repente la veo venir muy elegante con su sombrero de ala ancha.
Se sienta en la poltrona que tengo al lado del escritorio, escucho que me
susurra al oído: empieza a traer tus recuerdos, quiero que te pongas
nostálgica. La miro de reojo y pienso, ya
llegó esta vieja a dañar mis emociones.
¡Claro! Quiere que me ponga de víctima, desea intimidarme, pretende que
me inunde la tristeza. Echo la vista atrás y recuerdo a mi abuela cuando me
decía, ponga la escoba atrás de la puerta, si quieres que esa visita inoportuna
se vaya. Miro con cierta suspicacia a la vieja Soledad, sabe que hoy estoy
dispuesta a librarme de ella a como de lugar. De lo más profundo de mi ser sale
un grito agónico y espeto: ¡Lárgate hoy estoy acompañada de “ellos”! Entonces
no tiene mas remedio que dar media vuelta e irse. Miro fijamente el escaparate
donde guardo mis libros. Los repaso, uno a uno. El tacto permite que las letras
vayan penetrando de manera que recuerdo cada historia, cada imagen, hay una
conexión sublime transmitida por los autores. Voces atrapadas deseando que
alguien las escuche. Los voy trayendo uno a uno en mi regazo, como quien tiene
bajo su cuidado un ser indefenso, débil, esperando cariño. Todos los libros organizados en forma de
abanico encima de mi cama, me brindan calor, susurran ideas brillantes para mi
próxima historia, los párrafos se van alineando, cada uno quiere lucirse a su
manera. Les pido que me acompañen en esta historia que sean mis héroes y
villanos según lo prefieran. Empieza a clarear y con ella mis ideas a fluctuar.
Cuando menos lo espero aparece la bola de pelos. El minino… maúlla, ronronea,
acaricia el entorno de mi pierna cuando estoy en mi escritorio tecleando de una
manera sosegada, me pide compañía no sabe si para mi o para él, se acuesta con
sigilo a mi lado, no exige, no habla, pero lo entiendo, comprendo su soledad,
ese momento será nuestro.
SEGUNDA PERSONA
La pantalla del computador está en blanco, el
cursor titila impaciente, desesperado como quien espera al ser amado y no
llega. Tecleas algunas letras y de nuevo las eliminas. Te decepcionas y apoyas tu frente en la mesa,
los pensamientos divagan, tratas de dar rienda suelta a tu imaginación. Te
preguntas: ¿En qué momento la mente quedó en blanco igual que una hoja de
papel? ¿Por qué las ideas no te fluyen?
Cae la noche y con ella la penumbra, sombras de
árboles penetran por tu ventana, el sonido incesante de grillos retumba en tus
oídos. De repente la ves venir muy elegante con su sombrero de ala ancha. Se
sienta en la poltrona que tienes al lado del escritorio, escucha que te susurra
al oído, empieza a traer tus recuerdos, quiero que te pongas nostálgica. La miras de reojo y piensas: ya llegó esta
vieja a dañar mis emociones. ¡Claro!
quiere que me ponga de víctima, desea intimidarme, pretende que me inunde la
tristeza. Echas la vista atrás y recuerdas a tu abuela cuando te decía: -ponga
la escoba atrás de la puerta, si quieres que esa visita inoportuna se vaya. Miras
con cierta suspicacia a la vieja Soledad, sabe que hoy estarás dispuesta a
librarte de ella a como de lugar. De lo más profundo de tu ser sale un grito
agónico y espetas: ¡Lárgate hoy estoy acompañada de “ellos”! Entonces no tiene
mas remedio que dar media vuelta e irse. Miras fijamente el escaparate donde
guardas tus libros. Los repasas uno a uno. El tacto permite que las letras
vayan penetrando de manera que recuerdes cada historia, cada imagen, hay una
conexión sublime transmitida por los autores. Voces atrapadas deseando que
alguien las escuche. Los vas trayendo uno a uno en tu regazo, como quien tiene
bajo su cuidado un ser indefenso, débil, esperando cariño. Todos los libros organizados en forma de
abanico encima de tu cama, te brindan calor, susurran ideas brillantes para tu
próxima historia, los párrafos se van alineando, cada uno quiere lucirse a su
manera. Les pides que te acompañen en esta historia que sean tus héroes y
villanos según lo prefieran. Empieza a clarear y con ella tus ideas a fluctuar.
Cuando menos lo esperas aparece la bola de pelos. El minino… maúlla, ronronea,
acaricia el entorno de tu pierna cuando estás en tu escritorio tecleando de una
manera sosegada, pide compañía no sabe si para ti o para él, se acuesta con
sigilo a tu lado, no exige, no habla, pero lo entiendes, comprendes su soledad,
ese momento será para ustedes dos.
TERCERA PERSONA
La pantalla del computador está en blanco, el
cursor titila impaciente, desesperado como quien espera al ser amado y no
llega. Ella teclea algunas letras y de nuevo las elimina. Decepcionada apoya su frente en la mesa, los
pensamientos divagan, trata de dar rienda suelta a su imaginación. Se pregunta:
¿En qué momento la mente quedó en blanco igual que una hoja de papel? ¿Por qué las ideas no fluyen?
Cae la noche y con ella la penumbra, sombras de
árboles penetran por su ventana, el sonido incesante de grillos retumba en sus
oídos. De repente la ve venir muy elegante con su sombrero de ala ancha. Se
sienta en la poltrona que tiene al lado del escritorio, escucha que le susurra
al oído, empieza a traer tus recuerdos, quiero que te pongas nostálgica. Le mira de reojo y piensa, ya llegó esta
vieja a dañar mis emociones. ¡Claro!
quiere que me ponga de víctima, desea intimidarme, pretende que me inunde la
tristeza. Echa la vista atrás y recuerda a su abuela cuando le decía ponga la
escoba atrás de la puerta, si quiere que esa visita inoportuna se vaya. La
mujer mira con cierta suspicacia a la vieja Soledad, sabe que hoy está
dispuesta a librarse de ella a como de lugar. De lo más profundo de su ser sale
un grito agónico y le espeta: ¡Lárgate hoy estoy acompañada de “ellos”!
Entonces no tiene mas remedio que dar media vuelta e irse. Mira fijamente el
escaparate donde guarda sus libros. Los repasa uno a uno. El tacto permite que
las letras vayan penetrando de manera que recuerde cada historia, cada imagen,
hay una conexión sublime transmitida por los autores. Voces atrapadas deseando
que alguien las escuche. Los va trayendo uno a uno en su regazo, como quien
tiene bajo su cuidado un ser indefenso, débil, esperando cariño. Todos los libros organizados en forma de
abanico encima de su cama, le brindan calor, susurran ideas brillantes para su
próxima historia, los párrafos se van alineando, cada uno quiere lucirse a su
manera. Les pide que la acompañen en esta historia que sean sus héroes y
villanos según lo prefieran. Empieza a clarear y con ella sus ideas a fluctuar.
Cuando menos lo espera aparece la bola de pelos. El minino… maúlla, ronronea,
acaricia el entorno de su pierna cuando está en el escritorio tecleando de una
manera sosegada, pide compañía no sabe si para ella o para él, se acuesta con
sigilo a su lado, no exige, no habla, pero lo entiende, comprende su soledad,
ese momento será para los dos.
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