Vuelvo a recordar cuando mi amor
galopaba envuelto en llamas por el llano
cuando corría veloz como un salvaje
y derrochaba los aromas del boscaje.
También recuerdo cuando mi amor
descontrolado, alucinado y tierno,
se tragaba a cántaros la miel
de una flor de labios encarnados.
Entonces era bueno querer con amor loco,
con desmedido desenfreno,
perdida la voluntad y los sentidos,
irresponsable el corazón y sus latidos.
Después llega el desamor, tarde o temprano,
se deshoja la flor, mueren los árboles,
se arruinan las colmenas y los nidos
y en la memoria reina la mariposa del olvido.
Recostado al añoso tronco del recuerdo,
mi espíritu de
pájaro viajero,
triste se posa a cantar en la enramada:
¡Cuando muere el amor, no queda nada!
Eduardo Toro
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