Jesús Rico Velasco
Una antigua casa ubicada frente al cementerio de Carrollton en Adams Street
con vista a cientos de lápidas blancas organizadas en perfectas filas, como
recordatorio del paso fugaz sobre la tierra fue el lugar que el destino caprichoso
me brindó como residencia. Alquilé uno de
los cuatro aparta estudios de la casa.
A tres cuadras quedaba la
estación para tomar el tranvía y viajar al centro de la ciudad de Nueva Orleans .
El espacio era amplio con una
cocineta y al lado un baño con tina. Había comprado una mesa de
comedor con cuatro asientos en el Salvation Army. En el fondo había un espacio
para una cama doble con una
puerta de salida . En la parte trasera existía un lugar para la
lavadora y la secadora bajo un techo
cubierto y separada de las casas vecinas por una malla de alambre. Una ventana
lateral no debía abrirse
para evitar los robos. Detalle
que olvidé durante una mañana de
otoño. El aire fresco y encantador
hizo que desclavara la ventana de la cocina y la dejara abierta. Ya
avanzada la mañana decidí ir al centro de la ciudad, sin mayores precauciones,
al fin y al cabo estaba en Estados Unidos. Pero al regresar me encontré con la
policía y la sorpresa de que muchachos del barrio habían entrado por la ventana.
Uno de los policías pregunto
mis datos de identificación. Al
escucharme decir que era colombiano sus ojos se posaron sobre mi con una mirada
inquisidora y dijo: «Es muy probable que los muchachos se hayan enterado de que usted es Colombiano y se metieron al
apartamento buscando algo. Y como no
había nada, decidieron drogarse en el
baño. Encontramos un caucho de amarre tirado en el suelo. Sólo revolvieron sus pertenencias y las tiraron al suelo.»
Con mi orgullo herido y frenando los impulsos del torrente corriendo por
mis venas, le dije: « ¿Insinúa que tengo
algo que ver con la presencia de drogas?. Yo soy profesor visitante de Tulane University en la Escuela de Salud
publica. Si necesita mas información con
mucho gusto se la envío a la oficina de la policía.»
«De todas maneras tenga mucho
cuidado, mantenga las ventanas cerradas, y clavadas al marco y las cerraduras
ajustadas. Si ocurre o nota algo raro en
el área comuníquese de inmediato con la
policía.»
A partir de ese día, después del susto no volví a abrir las ventanas, mantuve las puertas siempre
cerradas y estuve alerta a movimientos
extraños que sucedieran en el área. Me
asustaban más los vivos que los muertos.
Nueva Orleans es una ciudad diferente. Una ciudad con un trasfondo histórico resultante de la
mezcolanza de las culturas francesa, española, y africana.
Derivado del comercio de esclavos, y las raíces de los primeros
habitantes de la cultura Cajun de pescadores, cazadores, y aborígenes expandidos
en la región de Luisiana. Un
origen lejano que le da un sabor
especial a sus viviendas, medio tropicales, abiertas, con espacios
frontales hacia las calles y con porches
para disfrute del exterior.
Una cultura mixta en donde se da de todo.
Sitios particulares como Jackson Square,
expresión auténtica del cabildo español. La catedral de San Luis, y un
parque muy hermoso para los visitantes. Hay mucho para conocer en el centro donde se
juntan Canal Street con la calle Royal.
Un cruce en el centro en donde comienza el French Quarter (vieux carré) marcando el comienzo en la calle Burbon. Aquí
pasa de todo:
música de jazz en alguna esquina con cantantes y músicos espontáneos, sonidos de Saxophone que no pide permiso para entrar en la
cabeza, bulla de bares abiertos hacia la calle, bailes de mujeres sobre los
mostradores con movimientos suaves de
caderas africanas, coquetería que invita
a tomarse unas cervezas a cualquier hora. Un carnaval de
travestis, homosexuales, prostitutas,
personas con disfraces, conocidos y desconocidos, en una ciudad que no se reconoce americana, ni francesa.
Aquí se escuchó por primera vez la trompeta de Louis Armstrong. Sus
melodías, blues y música de jazz, su
legado será inolvidable. En cualquier
rincón, bar, o restaurante seguirá
sonando para siempre. Los temas del vocalista de heavy metal Phil
Anselmo y el rapero Lil Wayne se confunden entre el bullicio de la ciudad.
El escritor Tennessi Williams
escribió nada menos que “Un tranvía llamado deseo” (1947) llevado al cine con Marlon Brandon y otras obras
famosas como La gata sobre el tejado de ZINC y la Noche de la Iguana. Anne Rice
natural de nueva Orleans (1941-2021) con sus Crónicas vampíricas, literatura
gótica y religiosa le producen, también,
renombre a la ciudad. Sus obras se venden en
los stands de librerías y
estanterías de los centros comerciales. Presencia de brujería y santería
con ceremonias Vudú de maestros y aprendices antillanos, haitianos,
puertorriqueños y dominicanos.
Sacrificios de animales y exorcismos con el uso de amuletos que te
pueden salvar la vida. Hay de todo, en vivo y en directo, para perderse
por momentos y estar por fuera de este
mundo con el uso de la marihuana, la cocaína, la amapola y otras sustancias
alucinógenas.
La celebración del Mardi Gras (Martes de Carnaval) ocurre en un día antes
del miércoles de ceniza. Un día para
disfrutar de los placeres culinarios y
carnales antes de la abstinencia de la cuaresma y la semana santa. Y el Sugar
Bowl, el partido de fútbol americano
universitario, celebrado todos los años
desde 1970 en el Mercedes Benz
Superdome, constituyen dos grandiosas festividades de esta ciudad. Platos reconocidos en el mundo de la
gastronomía como el Gumbo o el Jamabalaya se consumen en reuniones de amigos
dispuestos a untarse las manos con el condimento amarillo utilizado en la preparación de cangrejos de
río.
Esto es un poquito del sabor de esta ciudad
devastada por el catastrófico
huracán Katrina en 2005. Resulta
inaceptable no mencionar esta catástrofe
que en términos poblacionales la redujo a la mitad, y la dejó en ruinas. Pero la fuerza de sus
habitantes la regresó a la vida.
Con la alegría de sus visitantes
el fantasma del 29 de agosto ha
desaparecido. El ambiente urbano se
reconstruyó. Regresó la alegría, la música, y la gente para que no se pierdan
las tradiciones y las festividades. de un Mardi Gras, el Jazz fest, y el Sugar
Bowl.
Llegué a Nueva Orleans gracias a la carta que recibí el 25 de febrero de
1985 firmada por el Dr. Francisco Gnecco
Calvo director ejecutivo de la comisión para intercambio educativo, comisión
Fullbright, con sede en Bogotá. En ella
me invitaban a participar como
profesor visitante durante el período
septiembre 1985 a mayo de 1986 en la
Escuela de Salud Publica de la Universidad de Tulane. Dictaría un curso sobre Monitoria y Evaluación de servicios de
salud. Y en el segundo semestre, durante
la primavera, uno sobre Población y
salud con énfasis en Demografía Latinoamericana. El programa Fullbright proporcionaría el transporte, los gastos
de vivienda, seguros, materiales educativos y un salario mensual durante
los nueve meses de la misión.
Salía en bicicleta a recorrer el
campus de la universidad y le daba
varias vueltas al parque. Disfrutaba el
tiempo sumergido en el ambiente otoñal entre los árboles cambiando de color hacia el amarillo claro
oscuro y las hojas que caen de los árboles cubriendo jardines y
parques. A dos cuadras en la avenida Carrelton una estación del Tranvía va en
dirección al centro de la ciudad, una hora de tranquilidad y disfrute del
paisaje urbano hasta llegar a Canal Street en donde se encuentra el edificio de
la Escuela de Salud Publica.
La oficina para atención de
estudiantes, leer y preparar clases estaba en el sexto piso. Algunas veces regresaba a la residencia en
bus con
dirección hacia Carrollton Boulevard.
Era un ir y venir sosegado de algunos
días con clases programadas o visitas de
estudiantes. En tiempos libres decidí tomar unas clases de
pintura en el Instituto de Bellas Artes ubicado a una distancia caminable. Una
clase por semana adornaba mi vida. El aprendizaje de técnicas de dibujo en lápices, carboncillo y lápices
a colores los puse en práctica con las tumbas
frente al porche del apartamento.
Momentos de inspiración y observación del paisaje de la muerte terrenal
tratando de encontrar historias posibles para esos seres
desaparecidos que yacían enterrados
para la eternidad. Presencié una que otra ceremonia fúnebre
acompañada de una banda de músicos,
instrumentos de aire saxofones,
clarinetes, trompetas y tambores. Melodías
profundas de blues y jazz. Expresión humana del dolor y la pérdida
con lágrimas entre los asistentes en su mayoría de población negra.
La Universidad del Valle me
concedió comisión académica por nueve meses como profesor titular sustentado
en el trabajo y las experiencias en el Africa como profesor de
investigaciones de la Universidad de Tulane en el Zaire , antiguo Congo
Belga. Las vivencias africanas en Kinshasa en el Centro de Planificación de
la Nutrición Humana fueron compartidas con el Dr. Robert Franklin y Kabamba
Kamani bajo la dirección del Dr. William Bertrand.
Durante el semestre de otoño impartí
el curso Epi 624: Monitoria y evaluación de servicios de salud con 74
estudiantes de postgrado, en el horario
de los martes de 1 a 3 de la tarde. .
Para facilitar el proceso académico me asignaron un asistente de catedra el Dr.
John C. Lane (M.D.). Pese a tener
movilidad corporal reducida, asistió a todas las clases y ayudó de
manera excepcional en la asesoría estudiantil y manejo de exámenes y
calificaciones. Un joven dedicado al
estudio científico y respetado en el
ambiente académico. Facilitó mi trabajo,
le dio impulso y reconocimiento.
En el desarrollo del curso de Evaluación de servicios de salud conocí una
estudiante chilena, Carmen García.
Le gustaba conversar conmigo,
contarme cosas sobre su vida y su matrimonio con Luis García, un Argentino ingeniero
naval. Tenía un “astillero” en el
muelle de Nueva Orleans en donde construía y reparaba barcos. Era
propietario de un restaurante “El Otoño” próximo al French Quarter en donde estuve invitado en varias ocasiones antes de llegar la navidad. Su casa
era patrimonio arquitectónico de la ciudad
quedaba sobre la avenida Carrelton. Preciosa por dentro adornada con
armaduras de épocas remotas que ninguno conocía. Cuadros, estatuillas en
mármol, bronce y porcelana le
daban un sabor de antigüedad a la casa,
hasta olía a viejo. En el “basement” tenía una cava de vinos argentinos,
chilenos, portugueses, españoles y franceses
de cosechas reservadas con buenos tiempos de la producción de cepas de uvas merlot, cabernet suavignon,
chiraz, y otras de tintos, blancos, y champañeros. Solía degustar con Luis catas de vinos que lo entusiasmaban
y le daban un impulso a su ego de buen
bebedor y catador de licores.
Alex, su hijo tenía 10 años, casi la
misma edad de Juan Manuel, mi hijo. Vivía,
al igual que mi pequeña hija María Juliana, con su mamá Olga Lucia en la ciudad de
Cali. Para este momento, Olga Lucía y yo
estábamos distanciados por la vida y las circunstancias laborales. Pero, los recuerdos y nuestros amados hijos
nos unían de vez en cuando. Entre
conversaciones con Luis y Carmen mencionamos
un día la proximidad de las vacaciones decembrinas. Ese mes mágico que
hace que hasta los espíritus más alejados añoren la familia, el cariño y estar
junto a alguien. Se barajó la
posibilidad de congregar las dos familias para pasar las fiestas en un
recorrido terrestre hacia la Florida.
De mi vida en pareja con Olga Lucía
ya habían pasado seis años. Compartimos nuestras vidas tres años en Santiago de
Chile y tres en el Congo Belga. A nuestro regreso a Cali, ella decidió ingresar a la Universidad del Valle a
estudiar enfermería. En un abrir y cerrar de ojos había terminado su
licenciatura. Su deseo era continuar sus
estudios hasta completar un posgrado en
el área materno infantil. Algo se enfriaba en nuestra relación, no lográbamos
detenerlo. Vivíamos la vida entre continuas
subidas y bajadas. El desamor nos llevó a vivir por separado. Pero sin decirnos adiós. Era una especie de
espera a que llegasen tiempos mejores.
Carmen y Luis quedaron a la espera de mi respuesta. Dependía de la decisión
de Olga Lucía. Decidí llamarla por teléfono para hacerle la propuesta. Las
llamadas a Colombia además de costosas eran difíciles. Tratar de hacerte
entender en un inglés latino, como el mío, por una operadora gringa era tarea
difícil.
«Aló, aló, operadora. Necesito hacer
una llamada a Cali, Colombia. A quien conteste, por favor.»
La operadora me pidió el número y quedé a la espera de que alguien
contestara.
Cuando le escuché decir: «Ya puede hablar la conexión está
lista. »
Sin saber quién estaba al otro lado de la línea, dije: «¿Aló? ¿Quién habla?
¿Olga Lucía?»
Sentí una enorme emoción al escuchar: «¡Si, soy yo!»
Como pude le expliqué sobre los planes que tenía con mis nuevos amigos y la
animé a venir con los niños. Le di la
información de fechas, llegadas y recorrido. Ella aceptó.
Me comuniqué con Carmen y Luis para confirmarles la participación de mi
familia y definir los planes. Acordamos
la salida de nueva Orleans para el martes 24 de diciembre en la camioneta Van Chevrolet de Luis. El
recorrido por la Pensacola, pasando una posible
parada en el camino antes de llegar a
Orlando. Allí decidimos hospedarnos
en el hotel al interior de Disney. Hicimos una reserva para la noche de navidad y la
celebración del 25, un festivo muy importante en los Estados Unidos. Ocupamos
dos habitaciones dobles hermosas en algún piso que no recuerdo. Eran amplias,
elegantes y bien amobladas.
Perfectas para pasar las dos noches.
El sábado 21 de diciembre fui al aeropuerto a recoger a Olga lucía y los
niños. El vuelo se retrasó seis horas y
la espera se extendió hasta la madrugada. La noche pasó muy lenta y fría. El
anuncio de la llegada del vuelo hizo que mi corazón palpitara
agitadamente. El tiempo había pasado y
completaba ya seis meses sin verlos. La puerta de salida se abrió. Primero
aparecieron mis muchachos. Al
verme corrieron al unísono de sus alegres risitas a abrazarme. Yo los estrujé
contra mi para sentirlos. Luego apareció
Olga Lucía. Estaba radiante. Se acercó lento, me miró a los ojos, pasó sus
brazos por detrás de mi cabeza. Su cuerpo me abrazó y el mío la abrazó a ella.
Le expresé todo mi agradecimiento.
El fin de semana fuimos al centro
comercial para realizar las compras de
los elementos básicos : leche, huevos, café, un poco de carne, pollo, cerdo, y algunos caprichos para los niños como chocolatines,
dulces prohibidos, y malos para los dientes y postres de Sara Lee. , Y para los
gustos de los mayores un buen vino tinto y una botella de Whisky Johnny Walker
Black Label.
La época obligaba a comprar un árbol
de navidad pequeño con unas guirnaldas doradas para adornar y unas bolitas de colores perfectas para el disfrute de los niños.
Terminamos comiendo por petición de los
niños unas buenas hamburguesas
McDonald`s . Y luego dando un paseo al atardecer desde la calle Adams, en la esquina del
cementerio hasta llegar al borde del parque Audubun. Con Olga Lucía recordamos,
a manera de anécdota, cuando Juan
se perdió por un rato en este parque
hace varios años antes de salir para el viaje al Africa. Fueron momentos de angustia y dolor intenso. Su búsqueda duró más de una hora. Lo encontramos conversando con una persona. Resultó ser el
profesor Ed Morse. Con el tiempo visitó y compartió con nosotros en nuestra
casa en Kinshasa.
Salimos de Nueva Orleans a las 6 de la mañana. En los puestos delanteros se acomodaron
Luis y Carmen. Olga Lucia y yo en los intermedios. Los muchachos iban sueltos
en cualquier parte. Tirados en el suelo jugando, conversando, y jodiendo. En el parte trasera se guardaron
los maletines, uno por persona. Luis
contaba con comunicación permanente por radio móvil con su oficina a través de
un aparato inmenso, como una “panela”, con botones para recibir y responder
llamadas, era el precursor de los
teléfonos celulares.
Tomamos la ruta hacia Pensacola, una población pequeña sobre la parte alta de la Florida. Un paisaje
seductor con playas de arena blanca nos hizo detener para un corto chapuzón de los muchachos. Continuamos por la costa bordeando el mar hasta llegar a un poblado con el nombre de
Panamá city sobre la bahía de San Andrews. La decisión sobre qué almorzar se
convirtió en nuestra primera discusión.
Luis se negaba rotundamente a
comer hamburguesas. Por fortuna
llegamos a un rápido acuerdo: durante el
viaje acataríamos las sugerencias de Luis en cuanto a tipos de comidas, lugares de alojamiento,
y gustos especiales. Los pagos se realizarían con sus tarjetas
de crédito y al final
compartiríamos los gastos del viaje por partes iguales.
Nos alejamos de la costa hacia
Gainesville para alcanzar la autopista
IE75 y llegar hasta Orlando, destino final del día. El hotel al interior de Disney era extraordinario. El paso del pequeño tren eléctrico que conduce a las
atracciones metiéndose por el
centro del hotel era un espectáculo.
Celebramos la noche de navidad con una
cena como se acostumbra en Colombia. Una
noche de ensueño como bienvenida a una
amistad que perduraría varios años.
El día siguiente era considerado muy importante en la cultura americana. Se
acostumbra repartir regalos y compartir en
familia la celebración. Los más pequeños pronto se organizaron en una
“pandilla” como les llamamos durante el viaje.
Desaparecían entre la gente y
las atracciones y nos buscaban cuando
sentían hambre. En la tarde tenía una
sorpresa para todos. Un amigo de Cali me ofreció una pequeña casa para
pasar unos días en la playa muy cerca de Fort Luadertdale. Ahora si que se hacía más interesante el viaje.
Salimos de Orlando temprano. Recorrimos unas 6 horas por la ruta IE 95
hasta llegar a Miami.
A la altura de la calle 62 en la avenida Collins almorzamos en un
restaurante cubano. Por supuesto que
Luis sugirió la comida: costillitas de
cerdo, ropa vieja, fríjoles negros, arroz con pollo delicioso, chicharrones, lechón asado, y otras
delicias. Teníamos que asegurarnos de que
la pandilla quedara satisfecha. Buscamos
la dirección de la casa en la que nos quedaríamos en Dania Beach. La llave
estaba debajo del tapete de entrada. Era
una casa con dos alcobas con baño y una
cocina amplia y salida a la playa a unas tres cuadras de caminada. Como buen
cocinero le sugerí a Luis buscar en una pesquería una corvina de unos 3 kilos limpia para colocar en el
horno y hacerla al estilo griego con dos cebollas cabezonas, unos cuatro
tomates, tres o cuatro ajos en lajas, finas hierbas muchas hierbas, olivas
verdes y negras, una taza de vino
blanco, sal y pimienta al gusto. Sazonada con las manos y envuelta en papel de
aluminio. La dejamos marinar en el refrigerador hasta el siguiente día para
aumentar el sabor.
Al siguiente día después de un
suculento desayuno salimos hacia la playa. A las 11 de la mañana el teléfono móvil de Luis sonó. Recibía malas
noticias. Uno de sus barcos
cargueros había tenido un accidente en
el muelle de Puerto Rico. Una de las compuertas estaba atascada y los trabajadores no
podían descargar. Luis analizó la
situación y tomó una decisión. Hacia las
doce del medio día lo llevábamos al aeropuerto internacional de Fort
Luadertdale con Carmen. Debía viajar a Puerto Rico lo más pronto posible.
La pandilla retozaba en la
playa bajo la vigilancia de Olga
Lucía. Después de dejar a Luis nos
unimos al combo para seguir disfrutando de la estadía. Ya en la casa, con un poco de hambre, comencé a preparar en el horno la deliciosa
corvina. Los platos quedaron vacío y los comensales más que satisfechos. Ante las circunstancias salimos temprano al siguiente día. El trayecto de retorno hacia Nueva Orleans es
muy extenso por la vía al norte.
Debíamos dormir en Tallahassee o en Mobile para aproximarnos a Luisiana. En este tipo de viajes el
calendario se pierde en la cabeza pero
adivinaba que sería el día de los “santos inocentes”, jueves
o viernes entre los días de la semana.
Dejamos la llave de la casa tal como
la encontramos. pegada por debajo del tapete de bienvenida. Salimos de Fort
Luadertdale por la autopista al norte IE95.
Carmen y yo nos turnamos el manejo
de la Van. Sin Luis la comida para la
pandilla no era tan sofisticada. Un
almuerzo con pollo en KFC con coca cola y una ensalada no muy buena. En Mobile mejoramos la comida. Visitamos un restaurante Japonés en donde
había un asistente de cocina en cada mesa. Realizaba una espectáculo culinario en vivo
fabuloso. Sobre una parrilla de hierro
bien caliente preparaba un menú amplio de alimentos japoneses, suficientes
para los gustos con especial dedicación
a los niños. El cocinero realizaba
malabares en el aire con los
cuchillos y tenedores. Estos
ingredientes sumados a la alegría de
todos le
dieron mucha excitación a esta
experiencia gastronómica. Llegamos en la
tarde a Nueva Orleans. Un
cansancio mezclado con la alegría
de haber compartido unos días
maravillosos con dos familias que
gozaban de la felicidad de sus
hijos en
días navideños inolvidables.
Al final del año 1985 junto con
Olga Lucía y los niños realizamos una visita a mi amigo Bill. Vivía con Juanita en la calle Panola a
distancia caminable desde nuestro apartamento. Bill era el artífice
de los acontecimientos ocurridos en nuestras
vidas en el Africa (Kinshasa,
antiguo Congo Belga) y ahora en Nueva
Orleans. A nuestra llegada salió a recibirnos
Candelaria, la empleada doméstica
salvadoreña que siempre ayudó a la
familia Bertrand en las actividades de
la casa. Una mujer amorosa . Bill y
Juanita al vernos estrecharon de nuevo sus lazos de cariño con nosotros.
La celebración del año nuevo la pasamos de manera sencilla los cuatro en
familia. Preparé unas comidas rápidas
pero deliciosas para los niños. Vieron
un poco de televisión en inglés aburridor pues no entendían. Lavarse los
dientes, orinar y a dormir. El silencio y la calma del ambiente fue cómplice
para que con Olga Lucia hiciéramos un brindis con champaña para despedir el
año. Le deseé lo mejor para el futuro
inmediato. Su grado de enfermería , y un próximo trabajo como directora de
un centro de salud en la ciudad de Cali.
La expresión del cariño no exige nada. En el poco espacio hicimos correr las horas en la proximidad de
los cuerpos mientras los niños dormían. El primero de enero de 1986 salimos a
pasear. Viajamos en el tranvía llamado deseo,
y de regreso en la tarde Olga Lucía alistó el viaje de retorno a Cali
para día siguiente.
Recibí en el correo una comunicación urgente
de la Dra. Elsa Morena de la OPS de Washington. Era una invitación para participar en la organización de un seminario
taller sobre salud materno infantil. Se
celebraría en Buenos Aires del 6 al 11
de enero. Los primeros en comunicarles la noticia fueron a Carmen y Luis. Como
buen argentino, orgulloso y sacando pecho,
me ofreció un aparta- estudio que tenía en Recoleta en un segundo piso
cerca del centro de la ciudad.
Carmen buscó las llaves, me las entregó, y dijo: «Profe, qué bueno. No se preocupe por nada.
Le avisaré al conserje de su llegada el sábado. »
Luis aprovechó para indicarme los
principales puntos para visitar en la ciudad.
Haciendo énfasis en los restaurantes
y lugares con buena comida cercanos al apartamento.
«Tenés que visitar el restaurante La
Biela, el Gato Dumas, el Café de la paz, el Rincón de Pedro en la esquina, y la Querencia.
Podes preguntar al conserje . Ya conoces algo de Buenos Aires. Que tengas
un feliz viaje.»
Las cosas ocurren sin premeditación
y ventaja al pensarlas. Viajé el sábado
4 de enero en un vuelo directo a Buenos
Aires. Unas diez horas de viaje. Llegué al apartamento hacia la media noche.
Por fortuna, el conserje del edificio me
recibió. En minutos estaba sobre
una cama limpia y confortable. Me alegraba
de saber que al despertar sería domingo.
Volver a Buenos Aires ciudad querida y en varias ocasiones visitada era
reconfortante. Admirar la tremenda
avenida que la atraviesa, similar a las Tullerias en Paris. El teatro
Colón catalogado como uno de los mejores del mundo, la calle Florida perfecta
para caminar en pleno verano, turistear
y salir de compras. La Calle Corrientes,
Caminito, La boca y otras con sabor a
tango. Lavalle y San Martín en las cercanías del apartamento prestado de unos
amigos generosos que compartían lo que tenían sin condiciones. Visitar
el Gato Dumas, la Biela, el café de la paz y la Querencia. No hay manera de
equivocarse, la carne de res es la “protagonista central” en la cocina
argentina.
Durante el seminario tuve la
sorpresa de encontrar a la Dra. Elsa con quien compartimos gratos recuerdos y admiración profesional. Coincidí con colegas amigos como: el Dr. Néstor Suarez Ojeda que estuvo
conmigo durante tres años en Chile, al
igual que el Dr. Feliz García. Y participantes provenientes de: Chile, Perú,
Ecuador, Colombia, Panamá, Venezuela,
Costa Rica, Guatemala y Méjico.
La organización del evento duró una semana.
El domingo de regreso a Nueva
Orleans inicié con la preparación del curso de demografía y servicios de salud
para el semestre durante la primavera. Con los estudiantes matriculados en su mayoría
provenientes de Indonesia
logramos una relación cálida y cercana.
Compartían sus anécdotas, algo de su cultura, y tradiciones religiosas.
Al finalizar el curso me regalaron
algunos detalles de su país. En
especial, una corbata y una bufanda de
seda elegantes que porté con honor el
día del grado y un precioso batik que todavía
conservo. Es una representación de los dioses que dirigen la vida cotidiana en una procesión espiritual
espectral entregando respuestas a las
necesidades de la gente con argumentos
afirmativos o imaginarios.
Para esta época, la Dra. Elsa me solicitó realizar una asesoría de una semana en Costa Rica para
probar un modelo sobre Atención Primaria Ocular, liderado por el Dr. Vladimir
Carazo, prestigioso médico oftalmólogo costarricense. El extraordinario
perfil del proyecto buscaba la
posibilidad de derretir un poco la fantasía
de la “ciudad de hierro”
construida por los optómetras. La idea
central era identificar de manera temprana
problemas oculares en recién
nacidos y los primeros meses después del
nacimiento. Un seguimiento
oportuno de los problemas visuales durante los primeros cinco años de
vida. Unos años antes con la enfermera
Luz Nelly Girón aventaja estudiante en
Salud publica de la Universidad del Valle
elaboramos un manual de atención primaria ocular para ser usado por las promotoras de salud en
sus visitas domiciliarias con el uso de tarjetas para medir la agudeza visual conocida como tabla de Snellen. Los
desarrollos y aplicaciones de estos modelos de atención primaría ocular no
tardaron en ser bombardeados por las asociaciones de profesionales de
oftalmología y optometría en Colombia. Sumado al rechazo en el congreso mundial de Oftalmología y
Optometría celebrado un año después en
Sao Pablo, Brasil.
Un amor furtivo permaneció en secreto ante los ojos de
los demás durante mi permanencia de ese
año sabático. En uno de mis acostumbrados paseos en bicicleta por el parque
Audubun a mi llegada a Nueva Orleans
conocí dos mujeres. Sonreían con cierta coquetería al verme pasar. Una de ellas, una mujer madura, de unos 35
años acuerpada me hizo señas de detener la marcha. Se acercó y me dijo:
«Perdone la pregunta. Lo hemos visto
varias veces en el parque y nos gustaría
saber ¿de dónde es usted?.» « Soy de Colombia, de Cali.»
Con los ojos brillantes y animosos respondió: « ¡Qué bueno!. Mi amiga Karen es Barranquillera. Acaba de llegar. Es enfermera y quiere
homologar su titulo para ver si se puede quedar a vivir aquí en USA. Yo Soy
Rosa migrante cubana. Vivo en una casa de inquilinato a unas cuadras de aquí. »
Karen se unió un poco tímida a la conversación. Sin mayores reparos nos fuimos caminando, llevaba mi bicicleta a un lado, me animé y
las invité a tomar una cerveza a mi apartamento. Esperaron
afuera en el porche mientras traía las bebidas. Nos sentamos en el suelo. Ahora éramos tres contemplando las lápidas
del cementerio. La conversación entre una cubana, una barranquillera y un
caleño se convirtió en el revoltijo más animado de la tarde. Nos fuimos acercando y compartiendo más la vida. Nos gustaba la idea de reunirnos con
frecuencia los fines de semana a realizar lo que denominamos “actividades
culinarias colombo cubanas”. La primera en sacar a relucir sus habilidades fue
Rosa empezando con un arroz a la cubana acompañado de un par de tragos o cervezas
bien heladas. Otras veces un buen vino
blanco o tinto y la promesa de volvernos
a encontrar en un próximo fin de semana.
Comencé a sentir cierta atracción
por Karen, la barranquillera. Su tez morena, sus ojos pícaros, su pelo largo
ensortijado, su cuerpo firme y esbelto y esa manera de hablar sin tomar aire,
comiéndose las eses, me hechizaba. A pesar de que la idea de este año sabático
era estar tranquilo conmigo mismo dejando a un lado los enredos de los amores
que tantos líos me traían. Mi sangre caliente comenzaba a hacer
ebullición. Pero la llegada de las
fiestas navideñas, la visita de mis hijos con Olga Lucía, el viaje por la
Florida y la clases en Tulane hicieron que me alejara de Rosa y Karen.
En los pocos espacios que me quedaban
reanudamos nuestra amistad. Rosa de manera abierta y sincera expuso las
dificultades de Karen para homologar su carrera. Consciente de que podía ser de ayuda le facilité varios contactos en la Escuela de
Salud Pública con expertos ejecutivo de
la universidad de Luisana. Le ayudarían en el
proceso de validación de su grado de enfermería y a encontrar
posibilidades de trabajo en los
hospitales locales.
Una tarde de invierno, no muy fría,
por sorpresa apareció Karen como un ángel de tez morena tocando a mi puerta. Latía mi corazón y la
sin razón no buscaba explicaciones. Nos sentamos en el sofá, a conversar sin palabras
cualquier cosa sin sentido. Las
caricias se iniciaron en nuestras manos. La magnífica sensación de una boca carnosa y húmeda que posa su beso sobre mis labios delgados y
nerviosos dejando pasar el amor tibio y
agradable. Una tarde apresuradamente lenta, asustados nos fuimos quitando la
ropa para una entrega limpia. Una oportunidad para acariciar con dulzura unos
senos jóvenes y hermosos anunciados en nuestras conversaciones. Unas formas corporales que delimitaban un continente de hermosura desde la cabeza o
los pies.
Terminé la pasantía en Tulane el 25 de mayo de 1986. Karen recién llegada no tenía muebles ni enseres
para habitar un apartamento próximo a
ocupar. Le firme el “traspaso” de mi
carro viejo LTD con la condición de cancelar los impuestos en el año siguiente. Me llevó
al aeropuerto. Lentamente con el
transcurrir del tiempo las comunicaciones fueron desapareciendo. Tres años
después cuando pasé por Tulane la encontré
trabajando en un Hospital local. Había logrado homologar su diploma. En
algún momento me invitó a cenar. Me presentó a Antonio José su esposo un
Puertorriqueño residente hacia mucho tiempo en la ciudad de Nueva Orleans.
Un reencuentro con Carmen invadió de dolor mi ser, al saber que Luis, el
amigo de Nueva Orleans, había muerto de
un infarto al corazón. Había vendido el astillero, el restaurante y la preciosa
casa patrimonio arquitectónico de la ciudad. Al pagar todas las deudas que
tenía quedaron algunos dineros para continuar la educación de Alex. Estaba en su año senior en el bachillerato. Carmen al terminar la maestría
en salud publica había conseguido una plaza como profesora asistente en los
programas de salud en la Universidad de Luisiana con sede en Baton Rouge. Esa fue la última vez
que la vi.
Fascinante relato, pasear por New Orleans y su diversidad me encanto.
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