Alexandra Correa
Ella tenía la imagen grabada en su memoria. Tal cual como lo encontró
aquella mañana dormido en un sueño profundo, del cual nunca despertó.
La mujer lo organizaba todos los días. Lo peinaba, vestía, le dejaba la
comida servida. Acomodaba su cabeza con una almohada cuando no podía
maniobrarla. Variadas conversaciones le
brindaba cada tarde. El cuerpo frío e inerte, sin respuesta alguna. Añoraba con
todo su corazón, una señal, un movimiento, un parpadeo. Nada, absolutamente
nada pasaba. Recordaba los treinta años juntos, no podía superar estar sola.
Ella le preguntaba: ¿Qué tal si te
leo el libro que tanto te gusta? ¿O tal vez escuchamos la canción de los dos? Silencio
total.
Fuera de la casa todo seguía igual, los guayacanes desprendían flores
violetas, los pájaros se asentaban en sus nidos y el sol en su mayor esplendor
desprendiendo delgados rayos que entraban por su ventana. Dentro las moscas y
hormigas merodeaban el cadáver putrefacto y nauseabundo, ella solo vería lindas mariposas, un tapete colorido, olor fresco
a madera su fragancia favorita.
Cada vez que le cambiaba el atuendo la piel y el cabello se le iban
desprendiendo. No le importaba, desde que él estuviera a su lado. Con los años no le quedarían sino los huesos,
que celosamente guardaba apesadumbrada en una urna en el lado izquierdo de la
cama; recordando el color rozagante de sus mejillas, la brillantez de sus ojos
y el color azabache de su cabello.
Pasado un tiempo la mujer con el corazón partido en dos, sumida en una
depresión profunda siente que su cuerpo ha llegado al límite del sufrimiento; en
un acto impulsivo toma la urna en medio de una lluvia torrencial, sale de su
casa y se dirige al costado de la playa que se encuentra solitaria. Espera a
que la marea baje y cava un hoyo profundo en la arena, luego de una manera
tierna lo sostiene en sus brazos, mira al cielo y se da cuenta que la lluvia ha
cesado, solo queda una corriente fresca de aire y los últimos rayos del sol
pegando en el horizonte del mar, haciendo gala a un ocaso espectacular. Ella
feliz se introduce con su urna en brazos en el hueco y espera pacientemente a
que la marea vuelva a subir. Entra en un sueño profundo del cual no volverá a
despertar.
Por fin eternamente juntos como lo habían prometido.
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