Jesús Rico
Velasco
Su padre murió cuando caminaba sobre sus 17 años. El abandono de
sus estudios con formación militar en Bogotá y su regreso a Cali se
aceleró con la noticia. Ser el primogénito lo obligaba a tomar las riendas de la casa de una familia conformada por seis hermanos varones y una mujer. Una mamá con una personalidad distintiva aguerrida
y un poco alborotada. A temprana edad se convertía en el heredero
y administrador de una gran fortuna. Un patrimonio construido por un
prestigioso padre ganadero y agricultor propietario de cuatro haciendas: San
Joaquín y San Marcos en Puerto Tejada. El Hormiguero en las afueras
de Cali, y la Esmeralda, en
el municipio de la Cumbre. Además de varias
propiedades en el barrio San Antonio.
Pertenecía a una barra de amigos, el “club lápiz”. Lo llamaban Carreto por su baja
estatura, siempre el mas chiquito entre todos sus amigos. Se reunían con frecuencia en la esquina de la
calle quinta con carrera decima a
compartir la vida y hablar de sus conquistas amorosas, y los grandes negocios en compañía de unos tragos de aguardiente. La casa
paterna era inmensa: tres alcobas, sala
comedor, una amplia cocina. Un solar con árboles típicos de la región y una piscina lugar predilecto y cómplice para la
juerga de tanto muchacho. Contaba con una vivienda adicional para la
servidumbre encargada de los oficios domésticos y la alimentación.
Sus hermanos con
el tiempo fueron encontrando sus propios caminos. Bernardo
decidió organizar su vida en el exterior y se fue a vivir a los Estados Unidos en donde terminó sus estudios secundarios
y se graduó como ingeniero en la universidad de Washington. Forjó una brillante
carrera como ingeniero de la NASA en el desarrollo de satélites para la
comunicación espacial para los países latinoamericanos con dedicación especial
en la construcción del “Cóndor” para Colombia. Se casó con un americana y tuvo
varios hijos. Con el tiempo se divorció
y se volvió a casar en edad avanzada con una colombiana prestigiosa como queriendo
regresar a sus raíces. Terminó sus últimos años de jubilación en la Florida
antes de morir en el año 2015.
Roberto el
hermano menor estudió Ingeniería Civil
en la Universidad Santo Tomás que comenzaba a abrir sus puertas en la ciudad de Bogotá. Como buen ingeniero abrió sus oficinas en Cali y
tuvo mucho éxito . De manera
inteligente manejó con éxito la hacienda de San Carlos , mientras Carreto con sus pocos estudios se hacía cargo de las
otras tres haciendas para garantizar la satisfacción de las necesidades de sus
hermanos y su madre.
La liviandad del
peso familiar se notaba. El
progreso de Bernardo en los Estado
Unidos era reconfortante. Con Roberto las relaciones separatistas afloraron con
el manejo de las fincas y la participación esperada en la producción de
dividendos que nunca llegaron. Asi las cosas, Roberto cogió camino y se aposentó
en San Carlos con un poco de presión de sus hermanos que también iban creciendo
aumentando la demanda sobre su hermano el administrador por derecho de
progenitura .
La vida siguió su
rumbo y Amparo continuó con la crianza de sus siete hijos. Una viuda de 40 años linda
y alegre. Le gustaba la música y cantaba muy bien. En ocasiones ayudaba en las
misas solemnes celebradas en la Catedral de Cali. Las tonalidades de su voz
exquisita le daban a la ceremonia
religiosa la profundidad y belleza propia
de la santidad. La misa de los domingos embellecida por su voz y la del coro que la asistía era un espectáculo de
ángeles en la tierra en alabanzas a Dios.
Durante las
reuniones familiares deleitaba a los asistentes interpretando canciones de
Gardel. Las melodías de los tangos en su
voz portentosa y delicada nos hacían
llorar. Temas como Volver, Caminito, Por una cabeza, la Cumparsita, Mi Buenos
Aires Querido, los cantaba a la perfección. Otros de música colombiana como
Pueblito Viejo de José Morales, y los Guaduales y Espumas de Jorge Villamil . Nos
paseaba con su talento vocal por los más hermosos bambucos, pasodobles, y canciones de esas que
tocan el espíritu. Una mujer encantadora de pocas amigas para evitar el chismorreo. Después de la muerte de su primer marido
cargando todavía su viudez se casó con un joven
médico que conquistó de arrastre, quedó embarazada y a pesar de su
edad tuvo un hijo a quien llamó como el papá.
En alguna
ocasión mientras caminaba cerca de la
catedral la encontré sobre la calzada en la carrera 5 del otro lado de la
calle. Emocionado al verla y en voz alta
le dije: « ¡Hola tía, no la había vuelto a ver!.»
« ¡Claro, sobrino!,
como siempre dicen que yo me la paso
putiando en la calle.»
Sentí una vergüenza
de esas que dejan la cara roja acalorada
por la respuesta de mi tía de una acera
a la otra que sonaba espectacular. La gente alrededor se reía. El padre Rodas
acostumbrado a pararse en la esquina de
la Catedral le tenía pavor cuando la veía venir por la calle y pagaba
escondite a mil. Pero esta vez no logró escabullirse, Amparo que era muy jodida alzó la voz para que
los transeúntes también la escucharan:
«Si, padre, como siempre dicen que no me han visto, porque ando por todas partes putiando.»
Sin detenerme a pensar mucho sencillamente
desaparecí de la escena. Mi tía era temible. En alguna ocasión en que fue al
salón de belleza se encontró con un grupo de señoras y alcanzó a escuchar que comentaban
algo sobre ella. Con la desfachatez que la caracterizaba y a voz en cuello les
dijo: «Pues yo, por lo
menos soy loca de la cabeza» Al tiempo que señalaba su propia cabeza con su
dedo índice y dibujaba en el aire pequeños círculos. Y continuó diciendo: «Qué tal ustedes
que son locas de acá». Mientras señalaba su entrepierna con el mismo dedo
índice y hacía los mismos pequeños círculos en el aire. En medio del silencio
de asombro de todos dio media vuelta y así como entró se fue.
Carreto era un
trabajador incansable, testarudo y propositivo.
Cuando se le metía algo en la cabeza lo trabajaba hasta triunfar o darse cuenta de que estaba equivocado para
volver a empezar. Su primer negocio siguiendo los pasos de su padre fue una ganadería de vacas criollas con ayuda de un gran toro cebú que daba hermosas
crías pringadas. La finca tenía una producción lechera
razonable que vendía en la localidad.
Carreto estaba
enamorado se mantenía alejado de este mundo y tenía en su cabeza la hermosa figura de su novia. Ella viajaba en
tren con relativa frecuencia porque tenía familiares en Buenaventura. Al pasar
por la finca el tren disminuía su trac a
trac bordeaba una colina que arrancaba desde el potrero de la Esmeralda dando la vuelta
con suavidad hasta despedirse en la lejanía
cuando pasaba por los cafetales en
dirección a La Cumbre y luego la ciudad de Cali.
Con la idea de
incrementar los ingresos se le ocurrió construir
un gallinero enseguida del ordeñadero. Una
enramada de unos 50 metros cuadrados con gallinas sueltas en el día que salían
al potrero a escarbar. Los huevos los
ponían en unos nidales construidos en madera para unas 10 gallinas al tiempo.
El alimento se producía en la huerta
que fácilmente cubría unas dos hectáreas
enmalladas. El negocio resultó muy bueno. Viajaba cada ocho días a la ciudad de Cali para
vender los huevos de unas 200 gallinas. Con
los negocios marchando bien decidió contraer matrimonio y vivir en la finca la
Esmeralda con su linda y joven mujer.
La Esmeralda era
una finca de 90 hectáreas con un
cafetal arábigo que cubría 21 hectáreas
con una producción suficiente para pagar
a los trabajadores en las temporadas de cosecha, las limpiezas y cuidos necesarios temporales.
Un bosque de unas 10 plazas con árboles resguardaban
el agua suficiente para la casa, el
procesamiento del café, y dar de beber a los animales. El resto de la tierra dejaba ver unas lindas
ensenadas para pastar el ganado con potreros de un verde brillante y
exuberantes que la describían y
dibujaban y le daban su nombre: La Esmeralda.
Al poco
tiempo su mujer
quedó embarazada y tuvieron que irse a vivir a la ciudad de Cali. Así
comenzó a manejar, entre ir y venir, las haciendas San Joaquín, el Hormiguero y
La esmeralda. Con su primera mujer tuvo cinco hijos: cuatro mujeres y un varón.
Trabajó muchos años criando sus hijos y sosteniendo su familia que casi
siempre sumaban más de diez personas.
Sus hijos crecieron rápido en medio de las dificultades de la vida y los enredos
personales de sus padres. La vida dio muchas
vueltas. En medio de los amores, las
alegrías y los disgustos, su mujer y sus hijos terminaron viviendo en los
Estados Unidos.
Carreto no
descuido las faldas que tanto le
gustaba levantar. En poco tiempo en medio de sus aventuras encontró con quien pasar los años. La llamaban la Mona, una mujer fuerte
luchadora con quien tuvo dos hijos: Verónica y Tomás. Una relación que duró el
tiempo suficiente para verlos crecer.
Después de
haber incursionado en varios negocios fallidos más por pálpito que por conocimiento decidió
vender la finca la Esmeralda y concentró sus esfuerzos en las tierras
del Hormiguero a las orillas del río cauca. Construyó una hermosa casa con una piscina
fascinante y un salón de estar propio para las reuniones de amigos que tanto
disfrutaba. Aumentó su apodo con el
reconocimiento de estar dotado por la naturaleza con un enorme
falo de toro cebú pringado. Sus amigos solían decirle “ratón pequeño,
cola larga”. Orgulloso de sus atributos de macho le gustaba lucir un vestido de
baño corto y apretado con intenciones maliciosas de centrar las miradas en su entrepierna que abultada
dejaba notar un falo descomunal para su corta estatura.
Nada mejor que
empezar por construir una empresa recolectora
de arena con una excavadora de
buenos kilotex. Un negocio ganador al principio pero que después
de unos años una crecida en un invierno pavoroso
arrasó con sus máquinas y sus esfuerzos
río abajo. Cambió de tercio para
trabajar directamente las 100 hectáreas de su finca sembrando caña de azúcar para vender en un mercado
competido por los productores de azúcar de la región. El negocio fue muy bueno al principio.
Construyó un molino para procesar la caña y producir panela. Luego combinó la producción de panela con la
idea de usar los sobrantes para alimentar grandes camadas de cerdos. Hasta llegar
a montar un completo sistema de producción de caña, procesamiento de
panela y tener más de tres mil marranos
en la misma finca.
La vida fue cambiando
y también las figuras que trazan los mercados de los productos con la leyes de
la oferta y la demanda. Los precios de la panela subía algunas veces incrementando de manera ilusoria las ganancias
de los productores, pero un tiempo después cambiaban de nuevo y la
ilusión se disolvía. Un manejo
difícil de comprender para alguien sin preparación ni buen olfato en los
negocios.
Nueva vuelta de
la vida y ahora el turno era para una Ferretería.
Inspirado en un tío con una prestigiosa ferretería llamada el “Martillo” copio la idea y monto su negocio en la calle
quinta pasando la Plaza de Toros. Con su amigo el flaco Collazos como ayudante de ventas, pasaron felices
varios años subiendo y bajando
los precios a su antojo. Con la ferretería entró en el negocio de producción de
ladrillos aprovechando las tierras del Hormiguero. La vida hizo que coincidiera
con la construcción de una casa en un lote
de mi propiedad en un condominio del norte de Cali. Nuestra relación de primos se estrechó un poco
por las frecuentes visitas que realizaba para las compras del material que
necesitaba.
El manejo de los trabajadores, la contabilidad,
los pagos, los créditos y los bancos se hizo más complejo. Sufría mucho estas
circunstancias pero gozaba también de los desafíos de la vida. Un día de pago
uno de los trabajadores no estuvo de
acuerdo con la remuneración recibida por sus días laborados. Entre madrazos y putiadas le hizo el reclamo a Carreto tirándole en la
cara los billetes. Los puños y patadas
volaron en el aire en medio de un
enfrentamiento peligroso. El trabajador aprovechando su superioridad física se
abalanzó sobre él, lo tomó por el cuello hasta el punto en que no tuvo más remedio
que sacar el revolver del bolsillo y
disparar. La bala entró por la boca para
terminar incrustada en la mitad del cráneo. Asustado
con su cuerpo y el piso cubierto de sangre, solicitó ayuda de una ambulancia
para llevar al trabajador al hospital. Se
supo que de puro milagro la bala no había
causado daños irreparables y el paciente
se recuperaría. Carreto por primera vez estuvo durante dos semanas en la cárcel de
Villanueva tiempo suficiente de aprendizaje con malhechores en la “universidad de la vida”. Esto lo hizo
famoso entre sus conocidos con el cuento
de que mantenía desinfectadas las balas de su revólver.
A estas alturas
del cuento, había vendido la finca de La Esmeralda y San Joaquín y su hermano
menor se había quedado con San Carlos. Sólo le quedaba el Hormiguero con un
decadente negocio de caña de azúcar. Pero la vida da muchas vueltas.
Un traqueto de la zona se enteró de sus dificultades económicas y un día
le ofreció una gran suma de dinero en efectivo por ella. Con una edad
avanzada por encima de los 65 años desilusionado y presionado por el
precio pagado por sus desatinos empresariales la vendió.
Un buen
día en una de sus visitas al banco, una
de sus costumbres favoritas para el manejo de sus cuentas con sobregiros, sus enredos de cheques posfechados,
devueltos, y chimbos, conoció a Cecilia. Una linda secretaria de unos 25 años de piel bien blanca,
risueña, alegre y buena
conversadora. Le echó el ojo y con su
lengua recorrida en el amor la conquistó. Empezó a invitarla los fines de semana a la rumba
y como él mismo contaba cayó en
sus garras y miau.
Siguió soñando
con sus negocios ahora incursionando en
la compra de cartón a recicladores para luego venderlo a empresas productoras
de papel en un negocio difícil que con Cecilia realizaron durante varios meses.
El trato con un nivel tan primario de producción y el tipo de personas que lo
realizaban desgastaba el espíritu y energía de ambos. Luego, decidió entrar en la
producción de plásticos con algunas ideas que alguien le metió en la cabeza
para ganar dinero. Cecilia ya vivía con él en el apartamento junto con Verónica
y Tomás hijos de la unión con la Mona. Estos
últimos años de su vida con Cecilia
fueron los mejores. Ella era cálida maternal de buen trato amplia y cariñosas con él y sus hijos. El gran amor que le daba, y sus cuidados
lo hacían sentir feliz.
Fue una época muy
linda en que compartimos como primos en reuniones los
fines de semana en la finca campestre
que tenía a las afueras de Cali. Nos acercaban los recuerdos de juventud, un gran cariño y sentimiento de hermandad que nos había unido por tantos años. Compartíamos
las horas entre conversaciones , sus dichos coloquiales únicos que tanto nos
hacían reír. Era una caja de música. Cuando recordaba alguna mujer mala en su
vida solía decir que era más peligrosa que un alacrán con alas. Llevaba su
guitarra vieja y destemplada para amenizar las tardes con sus pequeñas manos la
charrasqueaba cantando boleros y música colombiana acompañados de unos buenos
tragos de whisky. “Begin The Beguine” siempre fue su canción favorita para
empezar a saborear el pasado y vivir sus recuerdos.
Su hija Verónica
una mujer menudita, linda, de piel
trigueña, ojos negros, y altas
capacidades para aprender y desenvolverse socialmente. Después de terminar sus años escolares de
secundaria y aprender a hablar inglés de manera fluida tomó la decisión de irse a vivir a Londres. La vida le fue señalando el camino. Su
inteligencia prodigiosa y calidez humana hicieron que en media década terminara una licenciatura en ciencias económicas con especialización en
“bancos” en la universidad de Cambridge. Trabajó en un banco y allí conoció a un joven ciudadano inglés con
quien contrajo matrimonio y tuvo un
hijo. Fue lo último que supe de ella.
Tomás creció con
muchas dificultades y se fue a vivir con
su mama con la ayuda cada vez más
escasa de su progenitor. Estudió y terminó su bachillerato con dificultades emocionales
que reflejaban un pasado triste y marcaban un futuro incierto . Los momentos económicos duros de su papá se evidenciaron en la incapacidad de pago de sus estudios universitarios. Sin embrago la solidaridad
en los días difíciles motivó
a varios amigos y familiares a mandarse la
mano al drill para contribuir en su educación.
Ya se encontraba
en los setenta años y contaba con el mismo vigor de siempre y testarudez por los negocios. De sus
haciendas, sus mujeres, sus hijos en
USA, y su hija en Inglaterra, le quedaban sólo sus recuerdos. A Carreto le
quedaba un último suspiro económico. Un
lote que tenía en la Florida como
resultado de la venta de sus haciendas y enredos con mala gente que a larga
siempre lo tumbaron.
En medio de sus
locuras atraído por la idea de recorrer el mar, cambió un apartamento en el
edifico de las Ceibas por un Yate inmenso. Contrató una tracto mula para transportarlo hasta el puerto
de Buenaventura y lo llamó “Blue Moon” que
disfrutó en su imaginación, lo llevó al puerto y lo dejó en el club
náutico. Nunca pudo navegar por los costos en su mantenimiento, la preparación
de los motores y la asistencia de marineros para salir al mar. Se
quedó para siempre atracado en el club
de Buenaventura.
Al final, la
vida se fue poniendo dura y lo llamé
a la cordura para que hiciera un buen manejo de sus últimos 200
millones de pesos con la venta del lote que tenía en USA. Viajó a la Florida y
vendió el lote por 80 mil dólares y regresó feliz. Lo primero que se le
ocurrió fue viajar con Cecilia a Panamá
quien sabe quién le había presentado un
gran negocio con el procesamiento de
plásticos. Visitaron las Islas San Blas para entrevistarse con otro inversionista del
negocio. Pasaron una corta estadía en
las playas disfrutando del dinero de su fantasía financiera. Al regresar a Cali
compraron una máquina para fabricar
algunos modelos de productos de exportación acordados con su socio. Llenos de
esperanza y dedicados al negocio con un entusiasmo impresionante fabricaron cientos
de alcancías de plástico para Halloween, artículos para la celebración de San
Valentín y triciclos de plásticos hermosos.
Productos que serían muy apetecidos en
el mercado internacional y auguraban muy buenas ganancias económicas.
Este par de enamorados
llevados por su imaginación llenaron un
par de contenedores y los enviaron a su compañero
de negocios en Panamá. Más de la mitad
de las ganancias de la venta del lote de
la Florida voló por los aires en los contenedores llenos de juguetes de
plástico. La felicidad al final se
esfumó la mercancía desapareció al igual
que el socio. No recibieron ni un solo peso
en medio de las dificultades económicas y
las angustias que ya empezaba a hacer estragos en la salud de Carreto.
Sin más remedio
que aceptar lo ocurrido comenzó a vender lo que le quedaba. Las armas: una escopeta de dos cañones automática, un
rifle de tiro largo, una mini pistola de siete tiros, y un revólver treinta
ocho largo. Al final vendió la camioneta que prácticamente ya debía pues no pagaba los impuestos. Y lo más insólito convenció a Cecilia de vender el apartamento que ella había adquirido
en los tiempos de sus años juveniles. Lo
vendió para poder hacer frente a la vida
que le pasaba las cuentas de cobro
acumuladas por sus bajones y sus subidas,
sus amores y desamores, sus victorias
y sus tragedias, pero sin perder la
sonrisa siempre alegre hasta el último día que lo vi. Pasamos juntos una tarde, tomando
trago, a pesar del dolor de su cabeza cuando el cáncer pausado se lo
estaba comiendo.
Falleció el 13 mayo de 2017 de un cáncer en el cerebro detectado tardíamente que
le determinó una muerte segura en un
período corto de dos meses. Sus amigos y familiares más próximos hasta antes de su muerte compartieron sus gastos y los arreglos de su
funeral. La fortuna que heredó había desaparecido entre sus manos, tener dinero
entre los dedos le hacía cosquillas para gastarlo. Vivió su vida con felicidad, radiante y sacando adelante todos sus proyectos durante 72 años. (Q.E.P.D. amigo del alma).
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