María
Lucía Muñoz Giraldo
La vida de Ignacio Escobar va oscilando entre dos escenarios posibles.
Uno, el externo y propio del paisaje natural, en éste lo visible, urbano y
material va mutando en constante movimiento y en diversas formas, colores, texturas,
sonidos, personajes y corporeidades. En el otro, su mundo interior e íntimo, el
narrador nada se guarda, todo es explícito; por esto, su fuerza es equivalente
al mundo exterior. El lector, a manera de espejo, va viviendo con el
protagonista su intimidad sin censura alguna, minuciosos monólogos cargados de sensaciones
físicas, escatológicas, emociones, sentimientos y percepciones de gran intensidad.
La imaginación irónica, saltarina, loca, burlona de Escobar contrasta en un
imaginario lleno de deseos y quietud física, intención y espacio cerrado, acción
e inacción, todo va rápido entre una cosa y otra. Esto causa efectos de empatía,
rechazo, complicidad, condescendencia y es imposible dejar de admirar el hábil y
desparpajado manejo del lenguaje para construir la historia.
Giro el caleidoscopio y me detengo en la familia, el universo más
cercano y fuente principal para indagar
donde Ignacio Escobar ha caracterizado su psicología y estados ánimo. Un
dependiente afectivo de su madre dispuesto a vivir incomodidades de un statu
quo del que reniega pero en el que se salva en las peores situaciones. Statu
quo como un pretexto para hacer circular personajes y vestimentas, apellidos
notables y no tanto, Escobar, Botero Jaramillo, Espinosa, Patiño, Mantilla,
Pineda, Ospina, lo doméstico y el lujo, relaciones, voces, actividades y hábitos
se exponen abiertos. En ese lugar todo está a disposición de estos parásitos:
la servidumbre, la amistad, la familia y los autos, viandas y licores a granel,
dan identidad de clase que marca y acentúa los roles de manera muy natural. En alguno de sus
momentos existenciales Ignacio piensa: “Por
lo menos los tíos y las tías sabían en dónde estaban, por qué estaban ahí:
situados en el tiempo y el espacio, en las fechas precisas de sus muertes, en
los precios exactos de sus tierras. Escobar escrutaba su propio interior y no
encontraba ni siquiera eso” (p.171).
En todas las conversaciones familiares de manera reiterada afloran sus
posturas ideológicas, prejuicios y sátiras, veamos: _“Tú no conoces a los militares de este país, mijo. Es una gentecita.
_No es gente –precisó
tía Lucía, dejando vagar sus ojos vagos-. Hay que ser gente, y esa gente no es
gente.
_Miren las listas para
Cámara y Senado-dijo el tío Alejo-: los que uno conoce son pésimos. Y los que
uno no conoce es porque son peores” (p.173)
En varios momentos sueltan esta perla prejuiciosa sobre cómo aprecian
desde el centro o el altiplano a las mujeres caleñas:
“caleña- suspiró su madre- pero, eso sí, gente muy bien de por allá. ¿No
mijo?/Caleña es caleña” (p.184)
Doy otro giro al caleidoscopio y aparecen las mujeres. la mamá doña
Leonor, Fina, Ana María, Beatriz, Henna, Ángela, Patricia, Cecilia, Berenice,
Zoraida. Circuncisión o Circua. A través de esta presencia femenina y sus
relaciones con el protagonista se exhiben la libido, sumisión y rebeldía, amores
y desamores variados, cuerpos y estética, que entran y salen de la vida de
Ignacio en un caos descarnado.
Giro de nuevo y veo a sus amigos. Espacio poético para dar licencia a
la amistad fuerte, a diálogos donde todo es permitido, calificativos, juicios
irónicos, opiniones despectivas, sorna y bromas descarnadas, fluyen con toda
tranquilidad dejando ver con desenvoltura su posición de clase libre y
tranquila. La música, tanto la clásica como la popular, entra en juego para
acentuar quien y como es cada personaje.
El paisaje tiene gran relevancia, algunos elementos como los árboles y
el cielo, los colores y formas de las nubes en movimiento van mostrando un
protagonista con profundo sentido de observación
y, en esta apertura del foco narrativo el lector distiende un poco la tensión
del momento. Igual se perciben las sensaciones que el agua provoca en Ignacio.
Es un medio en el que Escobar se sumerge y divaga, despliega una miscelánea de
emociones entre el deseo de ser y no ser. Su caos interior es como una lluvia
incesante e invasiva en la percepción del afuera, una huida hacia la
incertidumbre y la inestabilidad, una incapacidad de tomar decisiones por fuera
de la influencia de la madre o de Fina, su compañera.
Vuelvo a girar el caleidoscopio y aparece el poder, una clase
política burguesa unida al poder económico y religioso, al poder militar y la
represión. Este ámbito se despliega todo en página y media en el periódico y en
diversos noticieros televisivos para lamentar la muerte del Dr. Foción Urdaneta de
Brigard. Es un retrato de época que muestra
un descarnado juego donde se reafirman ideologías y posturas políticas, ofrece
un fuerte contraste entre el bipartidismo liberal y conservador y las sucesivas
divisiones, subdivisiones y más subdivisiones de la izquierda revolucionaria nacional
influenciada por idearios de procesos extranjeros.
Este gran entorno novelesco se entreteje y enriquece como una paleta de
colores e imágenes, maneras de hablar que caracterizan personajes, roles y
actividades, lugares, medios económicos
y costumbres, posición de clase y desclasados, van ganando vida propia. A
través de éstos se despliega un gran conocimiento de la lengua en el que
Ignacio insiste durante el relato. Etimologías y significados, divertidos
juegos retóricos, disquisiciones sobre gramática y escritura, Escobar se luce
con destreza inmoderada en estilos, géneros y movimientos literarios, ensayo y
juego poético, apreciación reflexiva y sarcástica de lo escrito.
El día de elecciones esa dramática producción poética se le sale del
bolsillo, se ensucia de sangre, barro y humedad ante el capitán Pardo, militar
subalterno del coronel Aureliano Buendía de Investigaciones Especiales,
expositor máximo de aberraciones y conductas excesivas del poder miliar.
Para mi leer la novela Sin
remedio de Antonio Caballero fue una agradable experiencia de lectura, me asombré con su
narrativa desafiante que me arrancó
sonoras carcajadas en muchos momentos.
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