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miércoles, 30 de octubre de 2024

La Guajira

                                                         

 

Jesús Rico Velasco

 


La pobreza  es una realidad   que afecta   gran parte de la población en la Guajira.  Más de la mitad de la población  vive portando en sus hombros la pesada carga de ser pobres en medio de unos paisajes hermosos que no se comen. Como siempre a la pregunta al levantarse es: ¿qué vamos a comer hoy? ¿Pescado otra vez? Cada vez más escaso y difícil de conseguir, frente a un generoso e inmenso mar .  No hay dinero para comprar la gasolina de la canoa o la lancha.  Hay que salir a la calle para buscar y encontrar algo. Parece  mentira pero  el 90.6% de  la gente afuera en la calle  vive de la  informalidad, pescar para venderle al turista o  convencerlo,  llevarlo a pasear y mostrarle los paisajes. Negociar algo  de lo que se tiene en la mano: un tejido wayuú, un sombrero, un chinchorro, una hamaca. Cualquier cosa para poder comer. 

La Guajira tenía una  población de 1.057.252  habitantes en el 2023 con una baja tasa de crecimiento de 1.8 %. La mitad de la gente vive en dos centros urbanos bien definidos Riohacha (287,000 habitantes) y Maicao (194,675 habitantes). La comunidad indígena de los Wayuú (48%) habita  en Uribia “capital indígena de Colombia”  (186,032 habitantes dispersos).  Resulta muy llamativa su composición cultural con cinco grupos: Wayuu, kinki, ika, kogui y wiwa. En  general se puede decir que los” criollos” viven en Riohacha, y en Maicao los turcos o árabes y los euro-asiáticos. La población indígena habita  en poblados y caseríos dispersos en la alta y media guajira.

 En  la Guajira el 67% de la población vive en la pobreza  y con  escasez monetaria un 40.2%. Es un indicador que a la hora de la verdad no dice mucho, todos son pobres y no pasa nada. La realidad   resulta más contundente al mirar el problema macro de la desigualdad:  una población con bajo nivel educativo,  una gestión política desacreditada y  una salud pública  sin presencia real humana o existencial.  Un  olvido completo de la atención primaria en salud, mínimo  para la población materno infantil con una desnutrición pervasiva entre los niños. Ausencia globalizada de servicios públicos en donde más de la mitad de las viviendas en todas partes no tienen un sistema adecuado de disposición de excretas, suministro de  agua potable  suficiente para satisfacer en un día con temperaturas hasta de 34 grados  beber un vaso de agua  pura. Contemplar una naturaleza desértica angustiada, como derritiéndose bajo el sol despiadado y arrastrada por los fuertes vientos  con pocas posibilidades de mejorar por la presencia de una vida política que se consume en los tentáculos  de la corrupción compartida entre  todos.

 Llegamos a Riohacha en un vuelo que partió de Bogotá hacia la tres de la tarde y nos hospedamos en el hotel Barbacoa,  un  recibimiento  tranquilo con todos los contactos necesarios para viajar al día  siguiente en una camioneta Toyota todo terreno por los territorios desérticos de la baja y alta guajira.

 Al  bajar el sol y disminuir el calor caminando hacia el Malecón  el arte popular  se muestra   en algunos sitios turísticos por  grupos de artesanos, en su mayoría mujeres,  ofreciendo  mochilas tejidas  con representaciones de la cultura:  formas, colores, y objetos que representan  sus tradiciones con manifestaciones   religiosas, objetos  animistas, pinturas con paisajes marineros,  estrellas marinas, collares, y expresiones materiales de los peces que los rodean.  Los precios son buenos en  comparación con los  valores  que alcanzan las   mochilas Wayuú en los mercados de Bogotá, Cali y Medellín. Comprarlas al por mayor y revenderlas en las ciudades principales se ha convertido en un buen negocio, pero los que menos ganan son las atesanas.

 Al día siguiente se presentó un guía-chofer, un joven con formación turística, muy agradable en el trato y dispuesto a conducirnos por los recónditos lugares de una Guajira abierta sin carreteras, por caminos dibujados en la arena y la mente de nuestro guía.   Recorridos con frecuencia en un turismo diferente, asertivo y abierto con intenciones de conocer la gente, sus costumbres, relaciones sociales primarias y maneras de vivir y comportarse. Definimos horarios, lugares de permanencia y visitas obligadas muy recomendadas en los programas especiales de la Guajira.

 Para aprovechar el tiempo  se programó una visita a las playas cercanas de Mayapo a corta distancia de Riohacha. Un mar tranquilo y de color verde claro con amplias cabañas de palma y mesas de madera  para una atención con servicio de almuerzo incluido en la playa.  Hacia el atardecer retorno al hotel para preparar la salida temprana con nuestro guía rumbo al Cabo de la Vela.

 Salimos en la camioneta Toyota 4x4, en la parte delantera acompañé al chofer y en los puestos separados traseros mi mujer y mi hija. El guía se encargó de definir lugares de parada, paseos y contactos con personas de la comunidad, en su mayoría mujeres que permanecen en los alrededores de sus hogares. Visitamos el parque eólico de Jepirachi el primero que se construyó en Colombia en el año 2004 con una capacidad instalada de 19.5 megavatios en el territorio Wayuú. El viento hace girar las aspas  o palas de la turbina eólica que tiene un “rotor conectado a un generador que convierte la energía mecánica del movimiento del rotor en energía eléctrica.” Es una de las innovaciones más sorprendentes para facilitar el desarrollo comunitario y el uso adecuado de la electricidad. Lamentablemente su   duración es reducida en el tiempo menos de 20 años . Pensaba que los parques eólicos tenían una permenecia  casi ilimitada pero la realidad es otra, se pueden dejar las aspas moveindose al viento como paisaje pero sin producir energía eléctrica.

 Pasamos por Manaure en donde se produce la sal marina por evaporación solar. El sol calienta y evapora el agua de mar que circula por la salina y produce cristales de sal. Era una empresa que ocupaba unas   doscientas  personas de la localidad en su mayoría de la comunidad Wayuú. Actualmente la empresa  dejó de funcionar, la sal  se recoge y se produce  en forma artesanal. En el recorrido a pie encontramos pequeños montones de sal extraída por las personas  que las recogen en costales y las venden en el lugar o la llevan a sus hogares para comerciar con compradores que vienen con frecuencia al lugar.

 No pudimos visitar “Cerrejón” en donde estaban las minas de carbón a cielo abierto porque no permitían el ingreso de menores de edad. La producción de carbón mineral  en proceso de desaparecer como un producto cuyo procesamiento es contaminante del medio ambiente, aumento del calentamiento global por la producción de CO2 (gas carbónico) de combustibles vehiculares, industrias, e incendios forestales.

 Recorrimos el desierto de la “Ahuyama” que recibe este nombre por el color de la  arena semi colorada, con vientos que erosionan el suelo, no hay vegetación  sólo  algunos  cáctus que están por encima de los dos metros de altura. Las temperaturas suben por encima de los 550 grados centígrados hacia las horas del mediodía y descienden a menos de 50 grados en la noche. El paso por el desierto es al azar y dirigido por el expertísimo del guía por ausencia total de carreteras. El miedo a quedar atascados es una constante durante el recorrido, caminos marcados  en la arena  como señas del paso de otros que determinan mejores probabilidades de continuar hacia adelante antes de llegar al Cabo de la Vela con un cursor imaginario de la presencia del mar en la márgen izquierda si vas hacia el norte.

 El Cabo de la Vela cuenta con una población de casas en su mayoría  construidas con “yotojoro” que es la madera extraída del cáctus seco.  Se observan  hoteles de construcción reciente   con alojamientos lujosos y costosos. El nombre del Cabo de la Vela tiene un trasfondo histórico que se remonta a la época de la Conquista en 1499 cuando Alonso de Ojeda creyó ver a lo lejos la “blancura de una vela” y le regaló ese nombre a la visión.  Hospedados en unas cabañas  de yotojoro en donde el viento permanente se cuela  por entre las paredes y se siente  por las rendijas en las  camas. Al principio agradable y contagioso, pero en la noche el viento no deja dormir. Tapamos unos espacios con bolsas plásticas  para reducir el ruido y alcanzar momentos de “tranquilidad espacial”.

 Disfrurar de algunos sitios que reciben nombres sonoros para los turistas: la playa dorada, el ojo de agua, loma tortuga, el pilón de azúcar y punta arco iris. Todos están muy cerca uno del otro, pero en el imaginario de los viajeros se construye una aventura con muestras de una naturaleza admirable. Subir desafiando las fuerzas y la temperarura al cerro “Pilón de azúcar” en donde hay un monumento en piedra construido con rocas de un color blancuzco  y marrón llamadas “Kamaici” (señor de las cosas del mar) en donde  los indígenas Wayuu creen que al morir sus almas pasan por el lugar. Las creencias  están amarradas a los ritos y las leyendas de las comunidades indígenas.   En algún paisaje o lugar sin precisión se encuentra un sitio llamado “Punta arco iris” de un colorido  magistral, el agua del mar se rompe contra las rocas desplegando rápidas gotas de aguas en multitud de  colores. En la Playa Dorada el mar se cubre de belleza a la cara de un horizonte perdido en el espacio con un mar de aguas azules verdosas y arenas suaves y doradas a los pies. Desde unos picos  cercanos caminables se pueden alcanzar alturas para divisar la extensión de la inmensa   playa dorada. Recuerdos fotográficos de un paisaje inolvidable antes de continuar hacia la alta Guajira.   

 La siguiente visita  sería a “Punta Gallinas” pasando por Bahía Portete, Bahía Honda y Bahía Hondita. Mariana había leído recientemente el libro “Colombia, mi abuelo y yo” de Pilar Lozano y la idea de conocer el lugar mencionado en el libro como el más septentrional de Colombia era muy emocionante.  Durante el recorrido los niños de los  poblados se sitúan en las  salidas y en las entradas a las rancherías cruzando un laso para dejar pasar esperando un detalle  de los turistas, la recomendación es llevar dulces y agua embotellada para seguir.   El paisaje  desértico con árboles espinosos,  cáctus y tunas acompaña el recorrido de unas tres horas desde Cabo de la Vela. De manera curiosa una parada   para observar unos objetos de color blanco que se veían  esparcidos en la arena.   Eran conchas de caracoles y restos de corales, vestigios de que en alguna época el mar cubrió toda esa región desértica.

 Al final del día  caliente fuimos a las “Dunas de Taroa”. Imponente gigantes de arena con   60 metros de altura, protegidos para que los carros no suban y las deterioren. Con mucho esfuerzo se suben  las empinadas dunas  hasta el final para encontrar un paisaje imperdonable: una vista del mar alegre  y de color verde dibujada en el horizonte y una aventura de chorrearse  con velocidad  por las dunas  para recibir un choque al llegar al borde en la playa  con agua de mar inesperadamente fría. Y al final de la tarde conquistar el faro de Punta gallinas: “Antushi Jia” (Bienvenidos) situado en la punta más al norte de toda América del Sur, sus coordenadas son 120 27´ 28´´N  710 40´ 04´´ O.

 En el hostal de “Punta Gallinas” nos esperaban como importantes visitantes del interior de Colombia de la bella ciudad de Cali. Una habitación con sus correspondientes hamacas, pero también  dos camas con colchones de paja construidas sobre planchas de concreto fijas y eternas. Un hotel único  situado al borde de un acantilado con un caminito desafiante para descender hasta la playa.  Un recorrido en la lancha del hotel por los alrededores, y un baño de mar en la quietud de una superficie tranquila sin olas en una playa para los tres. Un almuerzo de pescado con entrada de camarones, y  tostadas fritas. Ensayos inútiles de tratar de dormir en la  hamaca y terminar acostado en los colchones de paja en las camas de concreto.

 Después de Punta gallinas una última parada  en una  ranchería Wayuu una experiencia inmersiva en la vida indígena en las horas de la tarde con dormida incluida.  En la ranchería “Iwouyao”  conocimos una mujer  wayuú impulsadora social que nos habló  sobre las costumbres y prácticas socioculturales de su comunidad en la Guajira. Comento sobre las las ceremonias, mitos y leyendas, y la importancia de la relación  sincrética entre las creencias católicas y las ideas wayuú  en sus relaciones   con  sus ancestros después de la muerte.  Mostró algunos de los vestidos de las mujeres tipo manta con colores vistosos que contrastan con el color de la tierra árida, unos para el diario vivir y otros más adornados para los festejos. Así mismo del Paipai, polvillo de un hongo combinado con cebo de chivo  que utilizan para protegerse el rostro del sol cuando realizan actividades de trabajo o  largos recorridos. De cómo la reputación es lo más valioso para ellas como mujeres y la construcción de la riqueza   de la comunidad basada en el número de chivos que poseen.  Avanzada la tarde pesentaron   la danza “Yonna” rito simbólico que consolida sus tradiciones. La Yonna es una danza que en el ritual de los Wayuú muestra la iniciación  de la pubertad entre las mujeres. El tambor suena y es el único instrumento que se mete en la danza con la  aparición de los jóvenes hombres y mujeres bailando, las mujeres desafiando y persiguiendo a los hombres que retroceden con movimientos para no dejarse caer, es una prueba de resistencia en donde los participantes son jóvenes dejando de lado los viejos. Todos se visten con su mejor traje de colores manta bonita, amplia y alegre y un pañolón que cubre la cabeza y llega hasta los pies.  Nuestra hija  se vistió con uno de sus atuendos y bailó la Yonna. La reunión se cierra al oscurecer y se comienza a preparar el plato típico especial de “Chivo asado y Friche” siempre acompañado con tambores y música tradicional alrededor de una fogata. El friche de chivo es un esfuerzo culinario único que requiere conocimientos especiales en su preparación, contiene carne de chivo, tomate, cebolla, lechuga, arroz, frijol, yuca y aceite. Se come con la mano, fueron muy amables en dejarnos lavar la grasa  con la poca agua disponible.

 Nos quedamos  en una cabaña de bahareque recién construida con un fuerte olor a boñiga de burro que se utiliza en la construcción de las paredes  con una especie de ventana por donde los murciélagos entraban y salían a su antojo, mientras intentábamos dormir  en una hamaca sin éxito.    Una cama y un colchón  se convirtió   

 en un verdadero conflicto  porque le habían  dejado el plástico con que lo compraron, produciendo un calor exagerado contra el cuerpo en una noche  caliente. Hacia las 6 de la mañana nos sentimos aliviados  cuando llegó nuestro guía a recogernos para llevarnos a descansar   a la ciudad de Riohacha.

 Basado en la experiencia y formación profesional podría afirmar que la Guajira en la parte rural  media y alta  podría ser el sitio más adecuado para desarrollar un programa de servicios de atención primaria con énfasis en nutrición infantil y atención materna. La mortalidad infantil en la Guajira está por encima de la tasa nacional en un 30% y la mortalidad materna en 2023 fue de 83.5 defunciones de niños menores de un año. Son marcadores indiscutibles  de una crisis humanitaria en  una población con una riqueza natural impresionante que contrasta con una pobreza terrenal. Las investigaciones lideradas por prestigiosos científicos del Banco de la República  concluyen que la desnutrición, la mortalidad infantil, y en general el estado de pobreza en la Guajira son el resultado de la  “inseguridad alimentaria, la escasez de agua, la alta dispersión de la población, la crisis económica de Venezuela, la expansión de la población rural, y la baja capacidad institucional del departamento que permite la captura del estado por grupos de poder”. (Bonnet Morrón  Jaime,  y Lucas  Wilfried: La mortalidad y desnutrición infantil en la Guajirta. Revista Banco de la Republica, Abril 2017 pp 1-29 ).

 La evidencia del estado de salud de los niños es lamentable además de su semblanza que deja ver los rasgos  del hambre y presencia de enfermedades que se oponen  a mantener un  adecuado estado de salud. En concreto es el sitio cultural, por sus componentes indígenas, apropiado para desarrollar una política de salud con énfasis en el mejoramiento de la nutrición y resolución del estado de bienestar de la población infantil incluyendo a las madres de esos niños como objetivos de resolución inicial.

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