Jesús Rico Velasco
La pobreza es una realidad que afecta
gran parte de la población en la Guajira. Más de la mitad de la población vive portando en sus hombros la pesada carga
de ser pobres en medio de unos paisajes hermosos que no se comen. Como siempre a
la pregunta al levantarse es: ¿qué vamos a comer hoy? ¿Pescado otra vez? Cada
vez más escaso y difícil de conseguir, frente a un generoso e inmenso mar
. No hay dinero para comprar la gasolina
de la canoa o la lancha. Hay que salir a
la calle para buscar y encontrar algo. Parece
mentira pero el 90.6% de la gente afuera en la calle vive de la
informalidad, pescar para venderle al turista o convencerlo,
llevarlo a pasear y mostrarle los paisajes. Negociar algo de lo que se tiene en la mano: un tejido
wayuú, un sombrero, un chinchorro, una hamaca. Cualquier cosa para poder comer.
La Guajira tenía una población de
1.057.252 habitantes en el 2023 con una
baja tasa de crecimiento de 1.8 %. La mitad de la gente vive en dos centros
urbanos bien definidos Riohacha (287,000 habitantes) y Maicao (194,675
habitantes). La comunidad indígena de los Wayuú (48%) habita en Uribia “capital indígena de Colombia” (186,032 habitantes dispersos). Resulta muy llamativa su composición cultural
con cinco grupos: Wayuu, kinki, ika, kogui y wiwa. En general se puede decir que los” criollos”
viven en Riohacha, y en Maicao los turcos o árabes y los euro-asiáticos. La
población indígena habita en poblados y
caseríos dispersos en la alta y media guajira.
En la Guajira el 67% de la población
vive en la pobreza y con escasez monetaria un 40.2%. Es un indicador
que a la hora de la verdad no dice mucho, todos son pobres y no pasa nada. La realidad
resulta más contundente al mirar el
problema macro de la desigualdad: una
población con bajo nivel educativo, una
gestión política desacreditada y una salud
pública sin presencia real humana o
existencial. Un olvido completo de la atención primaria en
salud, mínimo para la población materno
infantil con una desnutrición pervasiva entre los niños. Ausencia globalizada
de servicios públicos en donde más de la mitad de las viviendas en todas partes
no tienen un sistema adecuado de disposición de excretas, suministro de agua potable
suficiente para satisfacer en un día con temperaturas hasta de 34 grados
beber un vaso de agua pura. Contemplar una naturaleza desértica angustiada,
como derritiéndose bajo el sol despiadado y arrastrada por los fuertes vientos con pocas posibilidades de mejorar por la presencia
de una vida política que se consume en los tentáculos de la corrupción compartida entre todos.
Llegamos a Riohacha en un vuelo que partió de Bogotá hacia la tres de la
tarde y nos hospedamos en el hotel Barbacoa, un recibimiento
tranquilo con todos los contactos
necesarios para viajar al día siguiente en
una camioneta Toyota todo terreno por los territorios desérticos de la baja y
alta guajira.
Al bajar el sol y disminuir el calor
caminando hacia el Malecón el arte
popular se muestra en algunos sitios turísticos por grupos de artesanos, en su mayoría
mujeres, ofreciendo mochilas tejidas con representaciones de la cultura: formas, colores, y objetos que
representan sus tradiciones con manifestaciones religiosas, objetos animistas, pinturas con paisajes marineros, estrellas marinas, collares, y expresiones
materiales de los peces que los rodean.
Los precios son buenos en
comparación con los valores que alcanzan las mochilas Wayuú en los mercados de Bogotá,
Cali y Medellín. Comprarlas al por mayor y revenderlas en las ciudades
principales se ha convertido en un buen negocio, pero los que menos ganan son
las atesanas.
Al día siguiente se presentó un guía-chofer, un joven con formación
turística, muy agradable en el trato y dispuesto a conducirnos por los recónditos
lugares de una Guajira abierta sin carreteras, por caminos dibujados en la
arena y la mente de nuestro guía. Recorridos con frecuencia en un turismo
diferente, asertivo y abierto con intenciones de conocer la gente, sus
costumbres, relaciones sociales primarias y maneras de vivir y comportarse.
Definimos horarios, lugares de permanencia y visitas obligadas muy recomendadas
en los programas especiales de la Guajira.
Para aprovechar el tiempo se
programó una visita a las playas cercanas de Mayapo a corta distancia de
Riohacha. Un mar tranquilo y de color verde claro con amplias cabañas de palma
y mesas de madera para una atención con
servicio de almuerzo incluido en la playa.
Hacia el atardecer retorno al hotel para preparar la salida temprana con
nuestro guía rumbo al Cabo de la Vela.
Salimos en la camioneta Toyota 4x4, en la parte delantera acompañé al
chofer y en los puestos separados traseros mi mujer y mi hija. El guía se
encargó de definir lugares de parada, paseos y contactos con personas de la
comunidad, en su mayoría mujeres que permanecen en los alrededores de sus
hogares. Visitamos el parque eólico de Jepirachi el primero que se construyó en
Colombia en el año 2004 con una capacidad instalada de 19.5 megavatios en el
territorio Wayuú. El viento hace girar las aspas o palas de la turbina eólica que tiene un “rotor
conectado a un generador que convierte la energía mecánica del movimiento del
rotor en energía eléctrica.” Es una de las innovaciones más sorprendentes para
facilitar el desarrollo comunitario y el uso adecuado de la electricidad. Lamentablemente
su duración es reducida en el tiempo menos
de 20 años . Pensaba que los parques eólicos tenían una permenecia casi ilimitada pero la realidad es otra, se
pueden dejar las aspas moveindose al viento como paisaje pero sin producir
energía eléctrica.
Pasamos por Manaure en donde se produce la sal marina por evaporación
solar. El sol calienta y evapora el agua de mar que circula por la salina y
produce cristales de sal. Era una empresa que ocupaba unas doscientas
personas de la localidad en su mayoría de la comunidad Wayuú.
Actualmente la empresa dejó de funcionar,
la sal se recoge y se produce en forma artesanal. En el recorrido a pie
encontramos pequeños montones de sal extraída por las personas que las recogen en costales y las venden en
el lugar o la llevan a sus hogares para comerciar con compradores que vienen
con frecuencia al lugar.
No pudimos visitar “Cerrejón” en donde estaban las minas de carbón a cielo
abierto porque no permitían el ingreso de menores de edad. La producción de
carbón mineral en proceso de desaparecer
como un producto cuyo procesamiento es contaminante del medio ambiente, aumento
del calentamiento global por la producción de CO2 (gas carbónico) de
combustibles vehiculares, industrias, e incendios forestales.
Recorrimos el desierto de la “Ahuyama” que recibe este nombre por el color
de la arena semi colorada, con vientos
que erosionan el suelo, no hay vegetación
sólo algunos cáctus que están por encima de los dos metros
de altura. Las temperaturas suben por encima de los 550 grados
centígrados hacia las horas del mediodía y descienden a menos de 50 grados
en la noche. El paso por el desierto es al azar y dirigido por el expertísimo
del guía por ausencia total de carreteras. El miedo a quedar atascados es una
constante durante el recorrido, caminos marcados en la arena
como señas del paso de otros que determinan mejores probabilidades de
continuar hacia adelante antes de llegar al Cabo de la Vela con un cursor
imaginario de la presencia del mar en la márgen izquierda si vas hacia el
norte.
El Cabo de la Vela cuenta con una población de casas en su mayoría construidas con “yotojoro” que es la madera
extraída del cáctus seco. Se observan hoteles de construcción reciente con alojamientos lujosos y costosos. El
nombre del Cabo de la Vela tiene un trasfondo histórico que se remonta a la
época de la Conquista en 1499 cuando Alonso de Ojeda creyó ver a lo lejos la
“blancura de una vela” y le regaló ese nombre a la visión. Hospedados en unas cabañas de yotojoro en donde el viento permanente se
cuela por entre las paredes y se siente por las rendijas en las camas. Al principio agradable y contagioso,
pero en la noche el viento no deja dormir. Tapamos unos espacios con bolsas
plásticas para reducir el ruido y
alcanzar momentos de “tranquilidad espacial”.
Disfrurar de algunos sitios que reciben nombres sonoros para los turistas:
la playa dorada, el ojo de agua, loma tortuga, el pilón de azúcar y punta arco
iris. Todos están muy cerca uno del otro, pero en el imaginario de los viajeros
se construye una aventura con muestras de una naturaleza admirable. Subir
desafiando las fuerzas y la temperarura al cerro “Pilón de azúcar” en donde hay
un monumento en piedra construido con rocas de un color blancuzco y marrón llamadas “Kamaici” (señor de las
cosas del mar) en donde los indígenas
Wayuu creen que al morir sus almas pasan por el lugar. Las creencias están amarradas a los ritos y las leyendas de
las comunidades indígenas. En algún paisaje o lugar sin precisión se
encuentra un sitio llamado “Punta arco iris” de un colorido magistral, el agua del mar se rompe contra las
rocas desplegando rápidas gotas de aguas en multitud de colores. En la Playa Dorada el mar se cubre
de belleza a la cara de un horizonte perdido en el espacio con un mar de aguas
azules verdosas y arenas suaves y doradas a los pies. Desde unos picos cercanos caminables se pueden alcanzar alturas
para divisar la extensión de la inmensa
playa dorada. Recuerdos fotográficos de un paisaje inolvidable antes de
continuar hacia la alta Guajira.
La siguiente visita sería a “Punta
Gallinas” pasando por Bahía Portete, Bahía Honda y Bahía Hondita. Mariana había
leído recientemente el libro “Colombia, mi abuelo y yo” de Pilar Lozano y la
idea de conocer el lugar mencionado en el libro como el más septentrional de
Colombia era muy emocionante. Durante el
recorrido los niños de los poblados se
sitúan en las salidas y en las entradas a
las rancherías cruzando un laso para dejar pasar esperando un detalle de los turistas, la recomendación es llevar dulces
y agua embotellada para seguir. El
paisaje desértico con árboles espinosos,
cáctus y tunas acompaña el recorrido de
unas tres horas desde Cabo de la Vela. De manera curiosa una parada para observar unos objetos de color blanco
que se veían esparcidos en la arena. Eran
conchas de caracoles y restos de corales, vestigios de que en alguna época el
mar cubrió toda esa región desértica.
Al final del día caliente fuimos a
las “Dunas de Taroa”. Imponente gigantes de arena con 60
metros de altura, protegidos para que los carros no suban y las deterioren. Con
mucho esfuerzo se suben las empinadas
dunas hasta el final para encontrar un
paisaje imperdonable: una vista del mar alegre
y de color verde dibujada en el horizonte y una aventura de chorrearse con velocidad por las dunas
para recibir un choque al llegar al borde en la playa con agua de mar inesperadamente fría. Y al
final de la tarde conquistar el faro de Punta gallinas: “Antushi Jia”
(Bienvenidos) situado en la punta más al norte de toda América del Sur, sus
coordenadas son 120 27´ 28´´N
710 40´ 04´´ O.
En el hostal de “Punta Gallinas” nos esperaban como importantes visitantes
del interior de Colombia de la bella ciudad de Cali. Una habitación con sus
correspondientes hamacas, pero también
dos camas con colchones de paja construidas sobre planchas de concreto
fijas y eternas. Un hotel único situado
al borde de un acantilado con un caminito desafiante para descender hasta la
playa. Un recorrido en la lancha del
hotel por los alrededores, y un baño de mar en la quietud de una superficie
tranquila sin olas en una playa para los tres. Un almuerzo de pescado con
entrada de camarones, y tostadas fritas.
Ensayos inútiles de tratar de dormir en la
hamaca y terminar acostado en los colchones de paja en las camas de
concreto.
Después de Punta gallinas una última parada
en una ranchería Wayuu una
experiencia inmersiva en la vida indígena en las horas de la tarde con dormida
incluida. En la ranchería “Iwouyao” conocimos una mujer wayuú impulsadora social que nos habló sobre las costumbres y prácticas
socioculturales de su comunidad en la Guajira. Comento sobre las las
ceremonias, mitos y leyendas, y la importancia de la relación sincrética entre las creencias católicas y
las ideas wayuú en sus relaciones con
sus ancestros después de la muerte. Mostró algunos de los vestidos de las mujeres tipo
manta con colores vistosos que contrastan con el color de la tierra árida, unos
para el diario vivir y otros más adornados para los festejos. Así mismo del
Paipai, polvillo de un hongo combinado con cebo de chivo que utilizan para protegerse el rostro del
sol cuando realizan actividades de trabajo o
largos recorridos. De cómo la reputación es lo más valioso para ellas
como mujeres y la construcción de la riqueza de la comunidad basada en el número de chivos
que poseen. Avanzada la tarde pesentaron
la danza “Yonna” rito simbólico que
consolida sus tradiciones. La Yonna es una danza que en el ritual de los Wayuú
muestra la iniciación de la pubertad
entre las mujeres. El tambor suena y es el único instrumento que se mete en la
danza con la aparición de los jóvenes
hombres y mujeres bailando, las mujeres desafiando y persiguiendo a los hombres
que retroceden con movimientos para no dejarse caer, es una prueba de
resistencia en donde los participantes son jóvenes dejando de lado los viejos.
Todos se visten con su mejor traje de colores manta bonita, amplia y alegre y
un pañolón que cubre la cabeza y llega hasta los pies. Nuestra hija
se vistió con uno de sus atuendos y bailó la Yonna. La reunión se cierra
al oscurecer y se comienza a preparar el plato típico especial de “Chivo asado
y Friche” siempre acompañado con tambores y música tradicional alrededor de una
fogata. El friche de chivo es un esfuerzo culinario único que requiere
conocimientos especiales en su preparación, contiene carne de chivo, tomate,
cebolla, lechuga, arroz, frijol, yuca y aceite. Se come con la mano, fueron muy
amables en dejarnos lavar la grasa con
la poca agua disponible.
Nos quedamos en una cabaña de
bahareque recién construida con un fuerte olor a boñiga de burro que se utiliza
en la construcción de las paredes con una
especie de ventana por donde los murciélagos entraban y salían a su antojo,
mientras intentábamos dormir en una hamaca
sin éxito. Una cama y un colchón se convirtió
en un verdadero conflicto porque le habían dejado el plástico con que lo compraron,
produciendo un calor exagerado contra el cuerpo en una noche caliente. Hacia las 6 de la mañana nos
sentimos aliviados cuando llegó nuestro
guía a recogernos para llevarnos a descansar
a la ciudad de Riohacha.
Basado en la experiencia y formación profesional podría afirmar que la Guajira
en la parte rural media y alta podría ser el sitio más adecuado para
desarrollar un programa de servicios de atención primaria con énfasis en nutrición
infantil y atención materna. La mortalidad infantil en la Guajira está por
encima de la tasa nacional en un 30% y la mortalidad materna en 2023 fue de
83.5 defunciones de niños menores de un año. Son marcadores indiscutibles de una crisis humanitaria en una población con una riqueza natural
impresionante que contrasta con una pobreza terrenal. Las investigaciones
lideradas por prestigiosos científicos del Banco de la República concluyen que la desnutrición, la mortalidad
infantil, y en general el estado de pobreza en la Guajira son el resultado de
la “inseguridad alimentaria,
la escasez de agua, la alta dispersión de la población, la crisis económica de
Venezuela, la expansión de la población rural, y la baja capacidad
institucional del departamento que permite la captura del estado por grupos de
poder”. (Bonnet Morrón Jaime, y Lucas
Wilfried: La mortalidad y desnutrición infantil en la Guajirta. Revista
Banco de la Republica, Abril 2017 pp 1-29 ).
La evidencia del estado de salud de los niños es lamentable además de su semblanza
que deja ver los rasgos del hambre y
presencia de enfermedades que se oponen a mantener un
adecuado estado de salud. En concreto es el sitio cultural, por sus
componentes indígenas, apropiado para desarrollar una política de salud con
énfasis en el mejoramiento de la nutrición y resolución del estado de bienestar
de la población infantil incluyendo a las madres de esos niños como objetivos
de resolución inicial.
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