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miércoles, 23 de octubre de 2024

La vejez

 

 

La vejez

 

                               Jesús Rico Velasco

 


En las edades avanzadas las mentes lúcidas deben seguir produciendo conocimiento y dejar que su curiosidad indague sobre los fundamentos de la vida para  llegar  con  sabiduría a otras personas. Los  dueños   de mentes admirables tienen un compromiso de enviar  mensajes,  ayudar, y compartir lo que saben y no  conformarse con  desayunar y quedar desocupados. Deben  exigirle al cuerpo movimiento, a la vida retos y a las relaciones humanas, calidez y  expresiones de afecto. La rutina para poder organizar la mente y la vida  es señalada por las comidas con  una marcación del correr del día.  Son momentos claves para degustar alimentos de sabores y olores agradables y compartir un poco con las personas con quienes se convive.

 La escritura y la lectura  deben considerarse  estrategias para ocupar  el tiempo disponible. Son actividades que  mantienen la mente activa y útil en la medida en que  el cuerpo biológico  responda  a la actividad física de sentarse con un lápiz y un papel o frente al computador  a escribir a pesar de los desgastes visuales propios de la edad. Lograr que el cerebro establezca las conexiones neuronales necesarias y dicte con coherencia los pensamientos para  plasmar  sentimientos y experiencias en palabras para contárselos a otros.  

 Hay una correlación de fuerzas  en el acto de escribir, identificar  las  letras, y combinarlas para construir  palabras que en conjuntos de  oraciones  produzcan un sentido  y permitan llegar a ideas que expresen  sentimientos y emociones.  La lectura  aumenta el potencial de volar con el poder mental para crear  universos reales o imaginado y acercarse  a Dios y  derrumbar el ego que   impide crecer como humanos.   Sin embargo, los efectos positivos de la escritura y la lectura se ven reducidos de manera alarmante en las personas de edades avanzadas.

 Las limitantes físicas que dificultan  mover de manera adecuada los dedos de las manos, estar erguido por mucho tiempo, tener un adecuado campo visual   y la enfermedad como  una constante que merma las ganas de hacer cosas, van llevando gradualmente a las personas a estar gran parte del tiempo acostados en la cama o en una silla reclinable frente al televisor. Para los adultos mayores las probabilidades de vivir se van cerrando cuando su esperanza de vida se acerca cada vez más a la muerte.

 ¿Ha estado alguna vez frente a la muerte? Sacar a la luz ese sentimiento de impotencia y miedo  frente al abismo  para  partir de este mundo; confrontar la enfermedad, el dolor, la depresión, y la soledad que   se siente a través de las  palabras que dicte el alma, que salen   del  corazón, no hay que rendirse:   en las palabras hay suficiente poder para derrumbar el dolor y construir la alegría. Conversar, escribir y leer pueden ser armas poderosas para vencer la angustia y la desesperación. Cuando  lleguen sentimientos de depresión y lejanía, la felicidad se puede construir conversando con otras personas, usar el dolor como maestro, expresar con el cuerpo y  la voz  la felicidad para sentir al final  que hay esperanza y  la vida puede vivirse  mejor.

 La espiritualidad ayuda a conocerse  desde los rincones más profundos del ser hasta los más frívolos. La muerte puede llegar en cualquier momento como un “ladrón en la noche”. Dice Mercedes Sosa en la canción: “Que la reseca muerte no me encuentre vacío y sólo sin haber hecho lo suficiente”. La muerte debería encontrar a las personas plenas y llenas de amor, de gratitud por lo vivido.  Con el conocimiento de haber curioseado los textos sagrados.  Leer la Biblia para dar gracias a Dios de  estar vivo, sentir amor, querer  ser mejor y   ayudar a los demás.  Buscar  libros  sabios que guían a la humanidad como  el Corán, la Tora de los judíos, Las mil y una noches, El quijote, los Upanichas, buscar a  Confucio en su filosofía centrada en la benevolencia, rectitud, decoro, sabiduría y responsabilidad. Intercambiar ideas de comportamiento con  Buda, para alcanzar la tranquilidad mental. Al final no importa, cualquier lectura es provechosa.  

 Escribir es una manera de exorcizar nuestros demonios, de comunicarnos con los demás, conocidos y desconocidos. Las letras, las frases, los párrafos, y las composiciones  tienen un poder extraordinario en los procesos de sanación. Siente la vibración de la mano  al escribir, respira profundo, y continua hasta que plasmes en un  escrito lo que piensas y sientes. Que no te importe ser comprendido, o estar por fuera de las reglas  de los que dicen  que un escrito sea  bueno o malo.  Escríbele a Dios a él no le  importan las reglas de la escritura.

 A través de la conversación somos libres para decir lo que nos da la gana, en  el tono que se nos atraviese, y en cualquier momento sin tiempo. Conozco algunas personas que están sufriendo de cáncer, problemas cardíacos, diabetes, y enfermedades respiratorias: son mis vecinos.  Los vi criar a sus hijos, jubilarse y envejecer, ahora están reducidos a su espacio domiciliario, por fortuna cuentan con un buen pasar económico y con ayudas importantes  de hijos buenos. En algunas ocasiones cuando paso por sus casas les hablo y los motivo a conversar, a escribir, a  leer o por último a ver la televisión. Pero ya están muy viejos, dicen que no tienen  las ganas, ni el ánimo.  Que intentan leer  algunos libros, pero no es fácil por las limitaciones visuales.  Ver televisión a ratos muy cortos les resulta casi imposible  pues les falla el oído y la comprensión.

 Hace varios años, al lado de mi casa vivió una vecina con Alzheimer tenía una  cuidadora que en el fondo era su amiga. Una ayuda   para vivir, comer, bañarse, vestirse y existir sentada en una silla “mirando” algo en el vacío, con los ojos que un día decidió no volver a abrir, y pensando   quién sabe en qué.  En varias ocasiones intenté comunicarme, pero no logré nada. Lo curioso era que con la cuidadora si  había un tipo de comunicación en torno a sus necesidades, en algunas ocasiones observé cómo le leía el periódico.  Mi vecina con Alzheimer no conversaba, no leía, ni escribía, a duras penas existía en su propio mundo desconocido. Murió tranquila en una mañana sin que nadie sufriera con una muerte esperada por su familia.  

 Con mis otros vecinos, un par de adultos bien mayores, compartimos algunos apartes de la vida por los patios de nuestras casas. Conozco sus dificultades de comunicación, sus carencias y  abundancias y el soporte de unos buenos hijos que a pesar de las distancias se preocupan por ellos. Ella tiene 83 años y el acaba de cumplir los 90 años.  El cáncer convive con ella, su  vigor paisa no la deja  caer.  Ella está pendiente de sus vecinos inmediatos para ayudar con el manejo de las llaves cuando van a viajar, la vigilancia de la cuadra, unos ratos de conversación sobre cómo se siente, el consumo de medicamentos, sus dolores, sus pesares, y su fuerza para ahuyentar el dolor.

 El viejo es conversador  con un elevado toque de buen humor, y una buena cantidad de herramientas disponibles para sus amigos más cercanos.  Se mantiene en su silla  reclinable automática todo el día mirando para la calle, durmiendo y esperando que llegue la parca en un estado de tranquilidad y placidez increíble. Cuando conversamos  tiene el chiste en la punta de la lengua, y la respuesta a cualquier pregunta, es la experiencia, la práctica de vivir en el día a día.  Pelea con su mujer entre el amor y el odio, pero cuando surge la necesidad se juntan para orar y pedirle a Dios que les ayude a llevar la vida de la mejor manera posible. Ya no leen, no escriben, ni tampoco ven la TV. Gran parte del tiempo la pasan ayudados por una cuidadora que les organiza los medicamentos, las citas médicas y las comidas.  

 Unas dos casas más arriba viven un hombre con su mujer, él tiene unos 70 años  y  sufre de diabetes mellitus grado 2.  Desde hace muchos años  maneja su enfermedad con el apoyo  de su mujer. Es un hombre tranquilo con quien converso de vez en cuando al encontrarnos en la calle  Su estado de salud es lamentable reducido a alimentos que tiene que seleccionar en el día del lado medio vegetariano, pero me dice que le encanta la coca cola, y a pesar del daño que sabe que le causa  la toma porque le da la gana y no tiene a nadie por quién responder. Su mujer es más joven llegando a los 60 años. Es alegre, muy amena y saludable. Le brinda apoyo a nuestra vecina de al lado.   La acompaña  con mucha frecuencia a  citas médicas y al supermercado   motivada por  la ayuda  sincera.  Es como se dice, una verdadera vecina.

 Al terminar la cuadra al frente vive un amigo de muchos años, tal vez un poquito por  encima de los 90 que va todos los días al supermercado. Con frecuencia nos vemos porque yo también soy frecuente visitador del almacén para comprar cualquier cosa o simplemente de paseo. Muestra unas ganas inmensas por vivir a pesar de que  deja ver una delgadez y apariencia corporal un poco alarmante, pero se mueve y camina bien.   Gran parte del tiempo lo pasa mirando por su balcón lo que acontece en la calle. De pronto en su silla, esboza una sonrisa  quizás como parte de una naturaleza para muchos viejos que se ríen esperando la muerte. 

 En  las conversaciones con mis vecinos aprendí  que la conversación  amena, respetuosa y alegre produce un bienestar en las  personas  en el corto tiempo que dura la comunicación.  No existe remedio más extraordinario para manejar una enfermedad    que el amor de una pareja, un hijo o las relaciones afectuosas de un buen vecino, que te tiende la mano amiga para sobrellevar las dificultades o compartir lo gratos momentos que siempre tendrán lugar en la vida.

 Algunos encontramos en las letras  la manera de darle un sentido más profundo a nuestros últimos años sobre la tierra. De permitir que nuestra mente lúcida tenga sus propios arrebatos y se exprese dejando plasmados en escritos  nuestros sentimientos y  pensamientos. Esquivamos por momentos   las molestias y dolores propios de los años y gozamos  al saber que podemos alegrar nuestra existencia    enviando mensajes de  vida a los lectores.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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