La vejez
Jesús Rico Velasco
En las edades avanzadas las mentes lúcidas deben seguir produciendo
conocimiento y dejar que su curiosidad indague sobre los fundamentos de la vida
para llegar con sabiduría a otras personas. Los dueños
de mentes admirables tienen un compromiso de enviar mensajes,
ayudar, y compartir lo que saben y no
conformarse con desayunar y quedar
desocupados. Deben exigirle al cuerpo
movimiento, a la vida retos y a las relaciones humanas, calidez y expresiones de afecto. La rutina para poder
organizar la mente y la vida es señalada
por las comidas con una marcación del
correr del día. Son momentos claves para
degustar alimentos de sabores y olores agradables y compartir un poco con las
personas con quienes se convive.
La escritura y la lectura deben
considerarse estrategias para
ocupar el tiempo disponible. Son
actividades que mantienen la mente
activa y útil en la medida en que el
cuerpo biológico responda a la actividad física de sentarse con un lápiz
y un papel o frente al computador a
escribir a pesar de los desgastes visuales propios de la edad. Lograr que el
cerebro establezca las conexiones neuronales necesarias y dicte con coherencia
los pensamientos para plasmar sentimientos y experiencias en palabras para
contárselos a otros.
Hay una correlación de fuerzas en
el acto de escribir, identificar las letras, y combinarlas para construir palabras que en conjuntos de oraciones
produzcan un sentido y permitan
llegar a ideas que expresen sentimientos
y emociones. La lectura aumenta el potencial de volar con el poder
mental para crear universos reales o
imaginado y acercarse a Dios y derrumbar el ego que impide crecer como humanos. Sin embargo, los efectos positivos de la
escritura y la lectura se ven reducidos de manera alarmante en las personas de
edades avanzadas.
Las limitantes físicas que dificultan
mover de manera adecuada los dedos de las manos, estar erguido por mucho
tiempo, tener un adecuado campo visual
y la enfermedad como una
constante que merma las ganas de hacer cosas, van llevando gradualmente a las
personas a estar gran parte del tiempo acostados en la cama o en una silla
reclinable frente al televisor. Para los adultos mayores las probabilidades de
vivir se van cerrando cuando su esperanza de vida se acerca cada vez más a la
muerte.
¿Ha estado alguna vez frente a la muerte? Sacar a la luz ese sentimiento
de impotencia y miedo frente al
abismo para partir de este mundo; confrontar la
enfermedad, el dolor, la depresión, y la soledad que se siente a través de las palabras que dicte el alma, que salen del
corazón, no hay que rendirse: en
las palabras hay suficiente poder para derrumbar el dolor y construir la
alegría. Conversar, escribir y leer pueden ser armas poderosas para vencer la
angustia y la desesperación. Cuando lleguen
sentimientos de depresión y lejanía, la felicidad se puede construir conversando
con otras personas, usar el dolor como maestro, expresar con el cuerpo y la voz
la felicidad para sentir al final que hay esperanza y la vida puede vivirse mejor.
La espiritualidad ayuda a conocerse
desde los rincones más profundos del ser hasta los más frívolos. La
muerte puede llegar en cualquier momento como un “ladrón en la noche”. Dice
Mercedes Sosa en la canción: “Que la reseca muerte no me encuentre vacío y sólo
sin haber hecho lo suficiente”. La muerte debería encontrar a las personas plenas
y llenas de amor, de gratitud por lo vivido.
Con el conocimiento de haber curioseado los textos sagrados. Leer la Biblia para dar gracias a Dios de estar vivo, sentir amor, querer ser mejor y
ayudar a los demás. Buscar libros
sabios que guían a la humanidad como
el Corán, la Tora de los judíos, Las mil y una noches, El quijote, los
Upanichas, buscar a Confucio en su
filosofía centrada en la benevolencia, rectitud, decoro, sabiduría y
responsabilidad. Intercambiar ideas de comportamiento con Buda, para alcanzar la tranquilidad mental. Al
final no importa, cualquier lectura es provechosa.
Escribir es una manera de exorcizar nuestros demonios, de comunicarnos
con los demás, conocidos y desconocidos. Las letras, las frases, los párrafos,
y las composiciones tienen un poder
extraordinario en los procesos de sanación. Siente la vibración de la mano al escribir, respira profundo, y continua
hasta que plasmes en un escrito lo que
piensas y sientes. Que no te importe ser comprendido, o estar por fuera de las
reglas de los que dicen que un escrito sea bueno o malo.
Escríbele a Dios a él no le
importan las reglas de la escritura.
A través de la conversación somos libres para decir lo que nos da la
gana, en el tono que se nos atraviese, y
en cualquier momento sin tiempo. Conozco algunas personas que están sufriendo
de cáncer, problemas cardíacos, diabetes, y enfermedades respiratorias: son mis
vecinos. Los vi criar a sus hijos,
jubilarse y envejecer, ahora están reducidos a su espacio domiciliario, por
fortuna cuentan con un buen pasar económico y con ayudas importantes de hijos buenos. En algunas ocasiones cuando
paso por sus casas les hablo y los motivo a conversar, a escribir, a leer o por último a ver la televisión. Pero
ya están muy viejos, dicen que no tienen
las ganas, ni el ánimo. Que
intentan leer algunos libros, pero no es
fácil por las limitaciones visuales. Ver
televisión a ratos muy cortos les resulta casi imposible pues les falla el oído y la comprensión.
Hace varios años, al lado de mi casa vivió una vecina con Alzheimer
tenía una cuidadora que en el fondo era
su amiga. Una ayuda para vivir, comer,
bañarse, vestirse y existir sentada en una silla “mirando” algo en el vacío,
con los ojos que un día decidió no volver a abrir, y pensando quién sabe en qué. En varias ocasiones intenté comunicarme, pero
no logré nada. Lo curioso era que con la cuidadora si había un tipo de comunicación en torno a sus
necesidades, en algunas ocasiones observé cómo le leía el periódico. Mi vecina con Alzheimer no conversaba, no
leía, ni escribía, a duras penas existía en su propio mundo desconocido. Murió
tranquila en una mañana sin que nadie sufriera con una muerte esperada por su
familia.
Con mis otros vecinos, un par de adultos bien mayores, compartimos
algunos apartes de la vida por los patios de nuestras casas. Conozco sus
dificultades de comunicación, sus carencias y
abundancias y el soporte de unos buenos hijos que a pesar de las
distancias se preocupan por ellos. Ella tiene 83 años y el acaba de cumplir los
90 años. El cáncer convive con ella,
su vigor paisa no la deja caer.
Ella está pendiente de sus vecinos inmediatos para ayudar con el manejo
de las llaves cuando van a viajar, la vigilancia de la cuadra, unos ratos de
conversación sobre cómo se siente, el consumo de medicamentos, sus dolores, sus
pesares, y su fuerza para ahuyentar el dolor.
El viejo es conversador con un
elevado toque de buen humor, y una buena cantidad de herramientas disponibles
para sus amigos más cercanos. Se
mantiene en su silla reclinable
automática todo el día mirando para la calle, durmiendo y esperando que llegue
la parca en un estado de tranquilidad y placidez increíble. Cuando
conversamos tiene el chiste en la punta
de la lengua, y la respuesta a cualquier pregunta, es la experiencia, la
práctica de vivir en el día a día. Pelea
con su mujer entre el amor y el odio, pero cuando surge la necesidad se juntan
para orar y pedirle a Dios que les ayude a llevar la vida de la mejor manera
posible. Ya no leen, no escriben, ni tampoco ven la TV. Gran parte del tiempo
la pasan ayudados por una cuidadora que les organiza los medicamentos, las
citas médicas y las comidas.
Unas dos casas más arriba viven un hombre con su mujer, él tiene unos 70
años y sufre de diabetes mellitus grado 2. Desde hace muchos años maneja su enfermedad con el apoyo de su mujer. Es un hombre tranquilo con quien
converso de vez en cuando al encontrarnos en la calle Su estado de salud es lamentable reducido a
alimentos que tiene que seleccionar en el día del lado medio vegetariano, pero
me dice que le encanta la coca cola, y a pesar del daño que sabe que le
causa la toma porque le da la gana y no
tiene a nadie por quién responder. Su mujer es más joven llegando a los 60
años. Es alegre, muy amena y saludable. Le brinda apoyo a nuestra vecina de al
lado. La acompaña con mucha frecuencia a citas médicas y al supermercado motivada por
la ayuda sincera. Es como se dice, una verdadera vecina.
Al terminar la cuadra al frente vive un amigo de muchos años, tal vez un
poquito por encima de los 90 que va
todos los días al supermercado. Con frecuencia nos vemos porque yo también soy
frecuente visitador del almacén para comprar cualquier cosa o simplemente de
paseo. Muestra unas ganas inmensas por vivir a pesar de que deja ver una delgadez y apariencia corporal
un poco alarmante, pero se mueve y camina bien. Gran parte del tiempo lo pasa mirando por su
balcón lo que acontece en la calle. De pronto en su silla, esboza una
sonrisa quizás como parte de una
naturaleza para muchos viejos que se ríen esperando la muerte.
En las conversaciones con mis
vecinos aprendí que la conversación amena, respetuosa y alegre produce un
bienestar en las personas en el corto tiempo que dura la
comunicación. No existe remedio más
extraordinario para manejar una enfermedad
que el amor de una pareja, un hijo o las relaciones afectuosas de un
buen vecino, que te tiende la mano amiga para sobrellevar las dificultades o
compartir lo gratos momentos que siempre tendrán lugar en la vida.
Algunos encontramos en las letras
la manera de darle un sentido más profundo a nuestros últimos años sobre
la tierra. De permitir que nuestra mente lúcida tenga sus propios arrebatos y
se exprese dejando plasmados en escritos
nuestros sentimientos y
pensamientos. Esquivamos por momentos
las molestias y dolores propios de los años y gozamos al saber que podemos alegrar nuestra existencia
enviando mensajes de vida a los lectores.
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