Ávaro J. Vélez
Aristides divagaba sobre episodios de su vida, no podía concebir que a él le pudiera pasar. ¿Por qué a mí? ¡He pensado tantísimas veces en esto! ¿Ahora qué voy a hacer? ¿A quién debo llamar primero? Decía. ¡No lo puedo creer, no lo puedo creer, no lo puedo creer! Gritaba como un loco sin importarle que la gente lo mirara raro.
Caminaba por una congestionada avenida en medio de llovizna incesante, parecía no darse cuenta que se estaba mojando, iba como un sonámbulo. Acababa de salir del café donde ocasionalmente compraba un Baloto, también allí leía la prensa y conocía las nefastas noticias diarias.
-¡Estúpido, fíjese por donde va!-le gritó un energúmeno taxista que casi lo atropella al cruzar una calle de la ciudad de Manantiales, de dos millones de habitantes y tráfico endemoniado.
Emiliano y Sandra eran dueños de la discoteca Reboliático. Antes de casarse, en el bachillerato, ya eran amigos de Aristides y su esposa Bernarda. Se querían como hermanos y siempre habían sido su paño de lágrimas, sobre todo en lo económico, gracias a que sus finanzas siempre fueron mejores que las de Aristídes.
-A la orden –contestó al teléfono Bernarda.
- Mi amor ¡Siéntate! ¡Siéntate que te vas a caer! ¡nos ganamos diez mil millones de pesos!
-No me digas que estás tomando con el buena vida de Emiliano ¿Dónde andas?...
-No me entiendes ¡Nos ganamos el Baloto! Te lo juro por Dios. No le digas nada a nadie todavía ¡Voy para la casa como un tiro! Chao, chao
-Aristides, dime si estás hablando en serio, no jodas ¿Como así que nos…?
Aristides, hombre trabajador, juicioso, incapaz de ordenar sus finanzas, siempre estaba al debe. Paró el primer taxi y se fue a su casa. Sentía una convulsión en el cuerpo incontrolable, notó que sudaba, no obstante estar mojado. De pronto se dio cuenta de su situación y reaccionó. Respiró profundo y pensó que tenía que enfrentar su nueva realidad con toda calma. Al llegar Bernarda lo esperaba ansiosa, se le fue encima y la abrazó tan fuerte que le impedía respirar.
Después de mostrarle el billete ganador, se sentaron a decidir lo que harían: comprar camioneta último modelo, acción del Club Campestre para jugar golf, la casa de sus sueños, viajar por todo el mundo. Aunque lo primero, era llamar a Emiliano y Sandra para compartir su alegría.
-Bueno -dijo Emiliano al teléfono con Aristides después de oír la noticia y felicitarlo
-Mañana viernes están invitados a comer y celebrar en Reboliático, por nuestra cuenta. A propósito, ya hemos arreglado el sistema de aire acondicionado.
-Será un placer
- Los recogeremos a las ocho de la noche, si te parece bien…
La comida fue de película, en un excelente restaurante. Cuando llegaron la discoteca estaba llena. Tenían reservada la mejor mesa, engalanada con un hermoso ramo de las flores preferidas de Bernarda y con una tarjeta que decía: “¡Felicitaciones! ¡Hoy empieza una nueva vida!”
Después de varias horas de rumba, el calor resultaba sofocante. Aristides se quitó el saco y salió a bailar con Sandra.
¡Se fue la luz!
- No veo nada Aristides, por favor llévame a la mesa. ¿Será que se demora en volver?
- Huy, me arden los ojos…
¡Fuego, fuego, salgan, salgan rápido! Se escuchó gritar en el salón
-¡Aristides, aquí estoy, por favor Aristides!- gritaba Bernarda desde su mesa.
-¡Quítese estúpido que no me deja salir!-gritó un cliente desesperado
-¡Sandra, ven para acá, por aquí! –gritaba angustiado Emiliano.
Todo era caos. El recinto estaba en tinieblas. La gente se caía al piso y la pisaban. El humo era asfixiante, las mesas las tumbaban con todo al salir en forma precipitada. Nadie entendía a nadie, la algarabía era infernal, las personas pedían auxilio.
Pasados quince minutos de iniciado el incendio, se encontraron los cuatro celebrantes frente al establecimiento, exhaustos y desorientados. Sandra estaba muy mal, casi no podía ver, había recibido golpes en la cara, la cabeza le sangraba, se quejaba de intenso dolor. Los otros tres tampoco salieron bien librados, todos tenían alguna herida. Bernarda no tenía zapatos. Emiliano perdió el reloj. La angustia era general. El olor a quemado inaguantable.
Los bomberos evacuaron el local, impidieron la entrada. No había energía. La policía tomó cuidado de la zona.
Los cuatro amigos se trasladaron a la clínica Santa Cruz, donde los atendieron, por fortuna no tenían nada grave. Después de llevar a las mujeres a sus casas, Bernardo y Aristides volvieron a la discoteca a tomar cuidado de la situación. La depresión de Emiliano era notable, su compañero trataba de levantarle el ánimo, diciéndole que podían estar en peores condiciones.
Al día siguiente, al levantarse a las nueve de la mañana…
-¡Bernarda, mujer, el Baloto! Estaba en mi saco, ¡no puede ser, imposible!
-¡Llama ya mismo a Emiliano!- dijo Bernarda
-Emiliano, ¡Perdóname! ¿Cómo te parece que el Baloto estaba en mi saco y se quedó en el espaldar de mi silla anoche?
-No, no te puedo creer. Estamos recogiendo muchas cosas que encontramos tiradas por todas partes, hay zapatos, bolsos, sombreros, de todo, la mayoría en muy mal estado, hay muchas cosas quemadas. Ven de inmediato para que busquemos. No quiero ser ave de mal agüero pero no hay mucha ropa buena. ¡Ven ya!
La búsqueda fue decepcionante. No había saco. Se encontró la cartera de Sandra medio quemada con todas sus cosas. De los zapatos de Bernarda apareció uno. Aristides no modulaba palabra. Bernarda que se les había unido en la discoteca, estaba sumida en la peor congoja. Eran las tres de la tarde cuando los esposos llegaron a su casa. De cuando en cuando Aristides sólo decía: “no puede ser” y caía en un mutismo absoluto.
-Señora Bernarda,- dijo la empleada cuando entraron a la casa- esto estaba en la ropa que fui a lavar.
-¿Qué? ¡¿Qué?!...¿El Baloto? Esto es un milagro, ¡ Aristides, Aristides!
-No, no, me va a dar un infarto –dijo Aristides cogiendo el pedazo de papel
Cayó de rodillas e inclinó la cabeza hasta tocar el suelo con ella.
–Señor… Señor… - se le oyó sollozar.
Dos días después hablaron a sus compañeros de parranda.
-Hola Emiliano, ¿Cómo anda todo por allá?
-Pues qué te digo Aristides, luchando con mil problemas, que los seguros, que el abogado, que los empleados, etc.
- Voy a girarte un cheque por el total de la deuda que tenemos, con todo e intereses, aunque tú nos dijiste que no habría tales. Queremos que mañana nos acompañen al banco y además obsequiarles el dinero para que monten la mejor discoteca de la ciudad, ¡con tecnología de punta y todos los juguetes! Nos gustaría que la llamara El Gran Reboliático.
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