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viernes, 3 de septiembre de 2010

Pesca milagrosa


Jorge Enrique Vilegas


-Vamos allá. Son fáciles de coger. La última vez vine con Lucho y cogimos seis. A ese man le picaron cuatro y a mi dos. Eran muy bonitas. Cada una pesaba como de a libra  - dijo Fredy.
-Bueno, bueno, sin chicaniar- respondió Ramiro.
-Es verdad,  lo juro por chucho lindo. Eran unas jijuemadres grandotas. Hasta hicimos un asado y comimos una cada uno. Ése man me enseñó a pelarlas. ¿Por qué cree que este río se llama Sabaletas?  Hay unos charcos muy chéveres y no se espantan. Si nos quedamos por aquí no pescamos nada. Mucha gente metiéndose al río las ahuyenta. Mire eso, es que llegan en galladas. Hasta traen a los perros. ¿Así cómo?
-Bueno, está bien. Busquemos primero al  guardabosque, nos orientamos y avanzamos antes de que nos coja la noche.
A la distancia vieron el techo de lo que parecía ser una casa al otro lado de la falda  de donde iban.
-Creo que tenemos que llegar allá. ¿Por qué me mira así?, ¿no me cree? Aguante un poco. También estoy cansado y ahora tengo sed. Se lo advertí pero no hizo caso y mire cómo lo estamos pagando. Lo que no logro entender es por cuál camino se fueron los otros. ¿Recuerda? Veníamos bien, subíamos despacio. Para mí era inevitable que usted se cayera en algún momento y menos mal que lo paró ese hoyo. Para su fortuna yo estaba cerca pero no oyeron mi llamado pidiendo ayuda.
-Le debo una. Mire cómo se me rompió el pantalón y este raspón en la rodilla cómo me arde. Gracias por traer ese lazo. Si no… no quiero pensar lo que me hubiera sucedido.
-¡Pero es que usted también hombre! Cuando preparábamos esta salida le advertí sobre lo que tenía que traer y cómo tenía que vestirse, y le dije además cuáles eran los mejores zapatos para el tiempo  lluvioso. Ahora le pregunto: ¿para qué tiene esas botas allá en su casa? En la próxima salida úselas,  y verá cómo le rinde. Sabía que veníamos para el bosque, a la montaña, y se puso  tenis. ¡Hágame el favor! Ya aprendió que esos zapatos con la humedad y la hierba se vuelven jabón.
-Está bien. Suficiente. Ahora me angustia pensar en la noche  y el aguacero que parece va a caer.
-Todo indica que nos equivocamos al tomar el camino del centro cuando llegamos a esa portada.  Hubiéramos tomado  el de la derecha ya estaríamos con los demás.
-¿Y porque  el de la derecha y no  el de la izquierda?
-Pues porque por la derecha siempre se gana y por la izquierda se pierde.
Se miraron y luego se rieron a carcajadas por esa conclusión extraña y ridícula.
-Vamos donde dice. Pero eso sí, sino cogemos nada, usted paga la gaseosa y si le toca regresar a pié,  de malas.


No podía entender por qué. Pensó que Ramiro se aprovechaba.
Llegaron al rincón de las sabaletas, un tramo con poca corriente y con muchas piedras.
-¿Dónde están los charcos?
-Tranquilo, antes de empezar mire el río y dígame ¿cuándo había visto tantas libélulas y tan bonitas, jugando entre ellas, posándose en las piedras? Esto es gratis mompa, aún no lo cobran. Mire y aprenda. Parece que le estuvieran diciendo a uno sea paciente y disfrute de esta paz.  Los charcos son fáciles de hacer. Movemos las piedras, hacemos un muro y listo. Aquí no se trata de nadar. Para eso están las piscinas.
-Está bien.  A lo que venimos. ¡Hagámosle!


Fredy sacó de su bolsa los gusanos que usaría de carnada, acomodó uno en el anzuelo y lanzó la cuerda que sostenía en la otra mano. Ramiro lo vio y se rió.
-Éste man si es bruto. ¡Pescar sabaletas con gusanos! Eso se pesca  con masitas de aguacate, papá.
-Pues hágale a ver quien coge más. Además estos no son cualquier clase de gusanos. Son mojojoy. Le apuesto  mi mango a que me va mejor que a usted con esas masitas.
-Listo
-Y usted ¿qué me da si pierde?
-¿Y quién dice que voy a perder? Jódase  porque ese manguito será mío. Y no olvide, también la gaseosa.
-No mompa, si no apuesta nada, no hay apuesta.
-Está bien. Apuesto la mitad de mi pan.
-Vale

Como lo habían hecho tantas veces, el grupo de caminantes se reunió temprano ese día par el calentamiento. El guía les recomendó no dispersarse. Dio algunas indicaciones más y empezó la marcha.  Alex pensó que en las caminatas era difícil ir en grupos y que lo común era la fila india.
       -En grupo uno no se puede detener y menos observar con tranquilidad.


El guía no advirtió  sobre este bosque tan tupido, ni  la niebla que se alza cubriendo las zonas altas, o sobre las escasas flores que podríamos encontrar. Fue muy poco lo que mencionó sobre las especies vegetales que encontraríamos y  los animales que hay aquí. El grupo vadeó el río,  atravesó un puente hecho con el tronco de un árbol y se internó en un sendero  que ahora presentaba hilillos de agua y pequeños charcos.
      
     Mucho rato después Alex miró al frente y  sus ojos se posaron en la altura próxima.  Anhelaba que no pasara lo de otras ocasiones. Alcanzar  la cima llegó a significar otro ascenso.  Esto realmente es duro, se dijo a sí.


Por el esfuerzo sentía  latir fuerte  su corazón; sus piernas se resentían  y el sudor ahora copioso, se reflejaba en su rostro. El sombrero que llevaba le protegía pero al mismo tiempo le incomodaba. Por momentos se lo quitaba, dejaba que el aire  le refrescara y tomaba un poco de agua. Detrás de él,  venía  John, que repetía una y otra vez, dándole aliento
-¡Vamos, vamos!, ni uno menos, ¡vamos, vamos!


Sólo cuando lo vio extenuado le dijo que parara para que  tomara aire,  regularizara la respiración,   caminara despacio, quince o veinte pasos, y volviera a parar y a repetir. Llegado el momento apretarían la marcha, los compañeros les habían tomado mucha distancia.


 Alex no previó que el bastón de apoyo que usaba fuera a ceder y doblarse  cuando intentó superar una roca y rodó hasta caer al  hueco. El termo con el agua y el morral de asalto en el que guardaba los comestibles  se perdieron en la caída. Al ver el desastre, John le dijo que podían compartir lo que llevaba pero que era urgente restablecerse y continuar.
-¿Se dio cuenta? Con gusanitos no se coge nada. La próxima vez use aguacate como cebo- dijo Ramiro- Mire las que pesqué. Tenga, le regalo estas tres. Lléveselas a su mamá. Cómase su mango y regresemos rápido.   Nos va a dejar el bus.
¿Si vio la que se me fue?
-Si,  y qué, ¿dónde está? No hay nada. A mí también se me fueron varias.
-Eso no cuenta. Las de verdad son esas que llevo en la bolsa…lo tenaz es que ahora si siento hambre y con esta ropa mojada siento frío. Hágale mompa que va a llover, mire esas nubes.  Es  agua papá.


Al principio el susto, luego el dolor en la espalda por la caída. Gritó pidiendo ayuda. Se vio la ropa, se tocó las piernas y sintió ardor en la rodilla derecha. Estaba sangrando.
- Por favor John ayúdeme a salir de aquí.
Con un lazo que Alex se amarró en la cintura, John, con gran esfuerzo logró izarlo. Alcanzado el propósito, tomaron sorbos de agua y fue Alex quien ahora le indicó que siguieran.
-John, llame por el celular y pida que nos esperen
-No se puede
- ¿Por qué?
- Tanto bosque y estas montañas no  dejan salir o entrar señal.  Lo claro es que no hay señal.  Hagámosle. Allá en la casa del guardabosque las cosas se componen.
-Perdón, ¿cómo sabe que es la casa del guardabosque? Si usted conociera por acá no estaríamos tan embolatados.
-Tiene razón, pero muchas veces son necesarias las mentiras. Ahora que lo sabe, ya no importa. Lo que sí importa, es que en esa casa pueden darnos ayuda. Póngale fe.


Alex agradeció la franqueza y prosiguió la marcha. Cuando llegaron a la casa la encontraron deshabitada. En lo que debió ser la cocina, había algunas manchas de carbón en las paredes y el piso. Nada más. Afuera, a un lado, bajo un árbol cargado con naranjas, encontraron el lavadero. Aún llegaba agua  en largas varas de guadua
-¿Dónde estará la bocatoma? -pensó John mirando el bosque.


Se lavaron la cara y los brazos, comieron naranjas y guardaron otras para el camino. Tomaron el sendero.
-Nos llevará a alguna parte. Vamos que empezó a llover -dijo John.
- Vamos.
Alex se sentía mejor, con más ánimo.
-Cómo me arde la rodilla. Temo que se infecte.
-Tranquilo, cuando lleguemos buscamos una farmacia.


Descendían de prisa. John, experto en caminatas, marcó el paso y advirtió sobre los peligros, hasta cuando llegaron a una carretera.
-Por aquí debe pasar algún vehículo. Pronto se habrá acabado todo.
-¿Vamos hacia arriba o hacia abajo?
-¿Y eso importa ahora?  El hecho es que llegaremos a alguna parte. ¡Qué lavada tan tenaz!
No dejaba de llover. Después de un  rato, oyeron el  ruido de un viejo motor.
-Parece un camión
-O un bus… sí, es un bus, mírelo, allá asoma en la curva.
Fredy los vio primero y le dijo a Ramiro
-Mirá a esos manes están de barro hasta la corona.
-Juepucha, ¿de dónde vendrán?
Alex y John treparon al bus y encontraron asiento delante de Fredy y Ramiro.
-Gracias a Dios…
- Menos mal que anduvimos rápido. El chofer me dijo que el próximo bus pasa temprano pero mañana -dijo John.
-¡Hermano!, ¿qué le pasó? -interrogó Ramiro a Alex
-Por allá me resbalé, me fui a un hueco y aquí mi compañero me ayudó. El grupo con el que estábamos no se dio cuenta, la verdad nos embolatamos -explicó Alex.
-A propósito ¿alguno de ustedes tiene un celular? El mío con tanta agua que nos ha cayó se dañó -dijo John.
-No, pero para donde vamos consigue  -repuso Fredy.
-¿Y cuánto podemos demorar?
-Por ahí una hora más.
-¿Desde cuándo salieron a caminar? -volvió a preguntar Ramiro.
-Como a las siete de esta mañana -dijo John.   
- Eso es mucho. Ya va a ser de noche -observó Fredy.
-¿Comieron algo?
-Si, unas naranjas  en una casa que encontramos vacía -añadió Alex.
-¿Una casa vieja?
-Casi en ruinas
- En la vereda hablan de una casa abandonada en el bosque. 
-Pero que yo sepa nadie sabe cómo llegar a ella-comentó Fredy.
      
 Así iban ahora. Cada uno decía algo, un diálogo simple, hasta que el bus se detuvo de manera imprevista.
-¿Y ahora qué? -Preguntó John.


Todos oyeron la violencia de la voz de alguien que subió y les dijo: ¡se bajan…!




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