Eduardo Toro
El Abuelo Gatubelo, tan diligente como atento, resuelve el
suministro de granos a tórtolas y canarios que alegran el solar de su casa:
alimenta y contempla a tres gatos malcriados. También se ocupa de los cuidados
que demanda su perrito Paquirri. Al abuelo no le queda tiempo para los recuerdos.
ni para la tristeza, ni para la soledad. El tiempo que le queda está lleno de
olvidos, de silencios, de nostalgias por eso los oculta susurrando viejas melodías
de Los Panchos y Gardel.
La habitación del abuelo es el lugar más parecido a un manicomio de gatos: cuelgan del cielorraso cuerdas y cadenas, en donde los felinos ensayan incansables la subida al prometido edén: en los rincones. hay túneles de cartón y, sobre las paredes. repisas en donde los gatos descansan dos o tres minutos por cada seis o siete horas de actividad extrema.
Después de tomar el almuerzo. rodeado de gatos y perro, bajo
el arrobo del trino de los pájaros, duerme la siesta el abuelo. Se repite la
pesadilla de la huida de Míster Lukas, el felino de ojos azules como los suyos
y lo imagina feliz, rodeado de gatas aladas como ángeles, gozando de los
placeres que le brinda el cielo de los gatos, lugar en el cual espera
reencontrase algún día con Lukas, Yoda, Leo, Celeste y Paquirri.
Una tarde de lluvias. el Abuelo Gatubelo, estrenaba el nuevo juguete que diseñó para entretener a los gatos. Era una varita de guayabo con una tira atada a una punta y, al otro extremo, un manojo de plumas de gallina, esa tarde los gatos ganaron la batalla atrapando el objetivo. El abuelo derrotado, puso la mirada fija hacia el cielo de los gatos; se quitó la cachucha de tela ajedrezada y la llevó al lado izquierdo de su pecho como abrigando el dolor que sentía en el alma; se quitó las gafas. sus ojos iluminaron el camino marcado con las huellas de Míster Lukas. que conducen hasta el dorado y anhelado cielo de los gatos.
(Para el cumpleaños de mi hijo Samuel)
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