Jesús Rico Velasco
Universidad Nacional de Colombia 1962-1965
El sol de la mañana brillaba sobre el
césped de la ciudad universitaria alegraba la vida al calentar un poco el
cuerpo en ese frío bogotano sabanero. Un cielo azul despejado presagiaba un
primer día de clases alegre para esa promoción de sociólogos empezando su
carrera. Eran las siete de la mañana cuando el troley me dejó cerca de la puerta de entrada
por la calle 26. Había regresado de Cali a la pensión Augusta en donde pasé un mes. La pensión quedaba en
el centro, alejada de la Universidad y me daba la oportunidad de
conocer las calles, avenidas,
puntos de referencia y ubicar mi anatomía de caleño recién llegado a la capital
del país.
Al
entrar se observaban varios grupos de estudiantes conversando en forma amena, y
alegre mostrando el privilegio de pertenecer
a esa juventud de colombianos provenientes
de diversas regiones del país. Se distinguían los costeños por su manera
de hablar en voz alta y grave. Los bogotanos o rolos por su decencia y elegancia, los habitantes
del altiplano cundiboyacense se distinguían por llevar trajes de colores oscuros como azul turquí y paño negro con corbata. Los vallunos, muy
pocos por cierto, un poco descoloridos, y un número muy reducido de estudiantes
del sur del país como caucanos y pastusos. Uno que otro santandereano recién llegado
con voz de berraco que sonaba duro. La
platea de la cafetería central era un punto de encuentro apropiado y muy cercano a algunas ventas
callejeras para comprar empanadas, que después apodábamos “las
violentas”, por el estupendo ají picante elaborado con cilantro picado, tomate, que
dejaban un sabor agridulce exquisito en el paladar. El famoso
tinto, los chorizos, y otras fritangas ubicadas en la acera por fuera del cerco
alambrado que marcaba el limite universitario.
Con Iván
Pérez, “el Indio” como le decía desde el bachillerato, decidimos alquilar en
compañía una habitación cerca de la ciudad universitaria. Encontramos una pieza
a tres cuadras, en la casa de don Pacho quien nos la alquiló por 125 pesos. La
llamamos la pieza de cristal pues la
mitad de sus paredes eran amplias ventanas de vidrio. El ambiente era agradable,
tranquilo y con espacio suficiente para vivir cómodamente los dos. Cabían dos camas, una poltrona, una mesa de
estudio y un nochero sobre el cual pusimos un equipo de sonido compacto marca
Phillips, una especie de maleta que en su interior contenía el tocadiscos y la
tapa hacía las veces de parlante con sonido de
“alta fidelidad”. Sonaba tan sabroso que en varias ocasiones lo utilizamos
para realizar fiestas de la universidad.
Recuerdo
ese primer día de clases, un 16 de
febrero de 1962. Me sentía tan feliz, cómo será, que todavía al escribir estas
notas vuelve sobre mí la sensación de bienestar que sentía ese día. Éramos en
total 45 estudiantes. La mitad eran mujeres jóvenes y bonitas. Y entre todos
estábamos nosotros de Cali: Iván Pérez, el indio; Gilberto Aristizabal, el
pollo; y yo, el flaco. El edificio de la facultad de sociología era la primera
edificación entrando a la Universidad por la calle 26 a mano de derecha, al lado de la cafetería central. Después de
pasar la puerta principal de la Facultad había un gran salón de clases en donde
nos ubicamos los primíparos cada uno en
un pequeño pupitre escolar con tapa y cajón, escogido por demanda en la medida
en que fuimos llegando. Grandes ventanas
daban hacia un antejardín que se usaba
para parquear los carros de profesores
y visitantes. La mayor parte del tiempo el lote permanecía vacío así que
gozábamos de una visual de la clase amena y entretenida.
Cuando
estábamos ya sentados en el salón a la espera de la bienvenida por parte de los
profesores, una de las estudiantes típica rola delgada, pálida y con pinta de
haber estudiado en colegio de monjas, al verme junto con mis compañeros de
Cali, con una mirada coqueta y pícara comentó en voz alta:
-¿Del
Valle? ¿y caleños? ¡Dios me libre de un caleño! Quién iba a pensar que esa monita descolorida sería un
día mi novia y y con el tiempo mi
esposa.
El
pollo, que estaba más cerca, se quedó
mirándola y le dijo:
-
Tranquila monita, que usted está salvada.
Al escuchar
estas palabras la cara se le incendió de un rojo veteado, con un poco de rabia
y vergüenza, se fue de nuestro lado, se hizo en un lugar alejado y se le
quitaron las ganas de seguir conversando. En el fondo sentí pena por ella, pero
me agradó que mi amigo le bajara los humos de la cabeza.
Hacia
la media mañana apareció el Dr. Fals Borda, decano de la Facultad, en compañía
del padre Camilo Torres, para darnos el saludo de bienvenida. Una conversación amable y desprevenida en la
que fueron señalando los principios que
guiaban la enseñanza de la sociología en Colombia. Los primeros días la asistencia al salón de clases fue copiosa pero al finalizar el primer semestre disminuyó contando
con unos treinta estudiantes. La asistencia no se marcaba de manera obligatoria
sino presencial para los exámenes parciales que se hacían con mucha frecuencia
y producía un efecto devastador en el cumplimiento de los estudiantes. La
mortalidad académica, como se le llamaba, era muy alta, tanto que en el último año de
nuestro octavo semestre termínanos 13 estudiantes ocho mujeres y cinco hombres.
Yo
había dejado mi novia en Cali, María Victoria, muy linda por cierto. Una caleña
con una cara preciosa como de muñeca, ojos negros, nariz respingada, boca pequeña,
pelo corto, buena estatura y buen
porte. Yo tenía 21 años y ella apenas
cumplía los 16. Era un amor bonito de muchos besos. Un fin de semana vino a visitarme a
Bogotá. Salimos juntos a recorrer las
calles lindas del centro, nos reímos y comimos. Nos sentíamos como dos
enamorados con la vida resuelta. Esa tarde antes de llevarla a la casa en donde
se hospedaba resolvimos pasar por mi pieza. Cuando llegamos el ambiente estaba tranquilo,
la pieza de cristal invitaba a disfrutarla. Entramos silenciosamente y nos
encerramos. Para ambientar el momento puse un disco de los Panchos, nos
sentamos uno al lado del otro y comenzamos a besarnos. Era un momento sublime
estábamos solos sin el cuidado de sus padres y sin las miradas que acechan a los enamorados. Sentía que un
calor quemaba mi cuerpo por dentro, sus besos eran dulces y frescos, mi boca
sedienta buscaba su piel ardiente y palpitante. Ahora recostados sobre la cama
su cuerpo se abría para mi lentamente
como la luna cuando sube por el cielo en la noche. En ese momento tres golpes fuertes se
escucharon en la puerta. Nos levantamos y acomodamos nuestra ropa rápidamente,
nos sentamos con la mayor serenidad que nos permitía nuestra agitación. Me
dirigí a la puerta, pensaba que era Indio, y lo estaba odiando con todas mis
fuerzas por haber arruinado este gran momento.
Al abrir la puerta me encontré
con don Pacho furioso y con los bigotes encrespados quien me dijo sin titubear:
- Señor
Rico, esta no es una casa de putas.
-Tiene 24 horas para desocupar la pieza. Algún
día usted me agradecerá que no le permití que realizara esta tipo de
fechorías. Y usted señorita salga
inmediatamente de mi casa.
Sin
decirnos nada salimos presurosamente como niños regañados. La llevé a su residencia. Ese fue el final de
ese amor con Maria Victoria. Nunca terminamos lo que comenzamos ese día, a
pesar de que tuve la oportunidad de volverla a ver.
Sin más
remedio y contando con la solidaridad de mi amigo Iván buscamos otro lugar para
vivir un mes despues. La mayor parte del tiempo la pasábamos en la universidad.
En mi caso estudiaba en la biblioteca de
la facultad la mayoría de las veces pues contaba con poco dinero así que no
podía comprar libros y aprendí muy
rápido que el estudio de la sociología tenía
gran contenido de lectura individual. Mi motivación fue incrementándose
con el pasar del tiempo, leía bastante y asistía sagradamente a todas las
clases lo que hizo que comenzara a sacar excelentes calificaciones en los
exámenes y que los profesores me
señalaran como buen estudiante.
Me hice
amigo del Dr. Fals Borda quien me animaba a continuar leyendo. Me regaló varios
de sus libros que leí con rapidez. Me llevó en una ocasión a Saucío el sitio en donde él había realizado su tesis
de doctorado y muchos de nosotros hacíamos prácticas de
investigación. En una oportunidad en
el segundo semestre me invitó a los
llanos orientales. Allí estuvimos en
Puerto López, durmiendo en hamacas, realizando excursiones
a los ríos, pescando y estudiando. Salíamos en pequeños grupos con los
campesinos llaneros a recorrer el espacio
a caballo, en el jeep y en largas caminatas, a lamparear conejos en las
noches, oír las noticias en nuestros radios transistores, comer y dormir. Esta
cercanía con el Decano hizo que
simpatizáramos mucho, me ayudo a concentrarme en mis estudios y a formar parte
de las investigaciones que se realizaban en la Facultad.
Para
poder satisfacer mis necesidades como estudiante tenía que trabajar en mis
horas libres así que había logrado una especie de arreglo con las directivas de
la facultad para tener acceso a la biblioteca durante las noches. Un compañero,
Henry Olarte, había presionado mucho para que se abriera la biblioteca nocturna,
a él le convenía pues sería el administrador y recibiría un pago mensual por
esto. La única condición impuesta por las
directivas era que “siempre estuviera
alguien estudiando o utilizando
la biblioteca en las noches.” Por supuesto que nos hicimos grandes amigos con Henry, quien siempre estaba pendiente de que yo asistiera
a la biblioteca. La cosa no duro mucho tiempo porque uno se mama todos los días
de tener que asistir casi obligado y además ya tenía novia, una compañera
de clase, Elsita… esa monita que el
primer día dijo: “¡Dios me salve de un caleño!, y no la salvó.
La Universidad
Nacional de Colombia fue fundada en el gobierno del presidente Santos
Acosta el 22 de septiembre de 1867 por
medio de la Ley 66 del Congreso de la Republica y fundamentada en los cambios promovidos en el sistema educativo
por el general Francisco de Paula Santander como vicepresidente de la republica en el mandato
del General Simón Bolívar. Cambios promulgados en la Ley 8 de 1826 con la
creación de la “Universidad central de la Republica”. Su desarrollo histórico
es largo y los cambios en el manejo y dirección curricular por influencias políticas,
han ocasionado varias reformas académicas, curriculares y ordenamiento
administrativo a través de la historia. En 1935 se compró el terreno en donde se
comenzó la edificación del “campus universitario” iniciado bajo el gobierno de Alfonso López
Pumarejo. Con una extensión considerable de más de 120 hectáreas y un diseño
arquitectónico en forma elíptica de los alemanes Leopoldo Rother y Fritz Kartsen.
Para
los estudiantes de principios de la
década de 1960 fue conocida como la “Ciudad Blanca”, por el color de sus
edificaciones. En 1962 cuando tuve la oportunidad de comenzar a recorrer sus
calles, caminos y senderos era ya un hermoso jardín con grandes árboles de
eucaliptus y diversas clases de pinos cerca de esas edificaciones de color
blanco. Me tomó un tiempo organizar el mapa mental de la ciudad universitaria.
Al inicio reconocía la ubicación de la Facultad de enfermería, las residencias femeninas, los extensos
territorios de la Facultad de Veterinaria, la Facultad de Medicina y Odontología
muy distinguidas en el ambiente universitario. En alguna ocasión tuve necesidad
de conocer las instalaciones de la rectoría y la administración muy cerca de las áreas deportivas del estadio
de fútbol con pistas
de atletismo y otros deportes que se llenaban de público casi todos los fines
de semana. Por el eje principal de la elíptica estaba la Facultad de Derecho y de Filosofía
seguido de las instalaciones de la Facultad de Ingeniería, que llevaba hacia la
salida por la calle 45 hacia la carrera séptima. Por el lado posterior de la Cafetería
Central siguiendo la vía del ala derecha se encontraba una área muy linda en donde estaba la Capilla con una construcción muy llamativa
de fachada en vidrio y un campanario como señal terrenal de su existencia en este paisaje entremezclado que producían las flores
rodeando la iglesia. Con algunos compañeros la visitábamos algunos domingos y festivos religiosos para contar con la grata
compañía del padre Camilo Torres.
Un día cualquiera con Elsita salimos a caminar en dirección a la
capilla para visitarla y acercarnos más
a Dios y a nuestro lado espiritual que a veces hace tanta falta. Dedicamos un buen tiempo a disfrutar de las
flores del jardín que rodea la capilla, decidimos entrar por curiosidad y contemplando
la posibilidad de encontrar al padre Camilo. Al entrar en el recinto una
sensación de aire religioso y tranquilo nos llenó el alma. Nos sentamos en una
de las bancas y respiramos el aroma a incienso del interior de la capilla.
Elsita era una joven muy religiosa, había realizado su bachillerato en el colegio
de las Esclavas del Sagrado Corazón. Pasado
un tiempo, y abandonando la idea de ver al padre, decidimos marcharnos pero
antes de salir logramos divisar al padre Camilo que se acercaba hacia la puerta
de entrada principal acompañado de algunos estudiantes. Elsita en su gran emoción
se levantó de la banca, salió corriendo a su encuentro para saludarlo pero sin
percatarse de la presencia de la puerta de vidrio, su frágil cuerpo se estrelló contra la entrada,
rebotando como una hoja que se desprende de un árbol para caer al suelo con
apenas un ruidito. Impávido desde la
banca observé toda esta escena pero cuando el padre Camilo y los estudiantes
asustados se apresuraron a socorrerla pude reaccionar y llegué hasta ella para
ayudar. Elsita con una sonrisa nerviosa se dejó levantar y nos dijo que estaba
bien. Pasando su mano temblorosa por su frente me hizo notar que lo único que había quedado de este encuentro era un leve chiconcito.
Y por supuesto el recuerdo en la mente del cura quien después de esto, siempre
nos reconoció y nos distinguió durante
los cinco años de nuestra vida universitaria.
La
carrera de sociología estaba organizada por semestres con algunas clases en la mañana
y otras en las tardes dependiendo de la disponibilidad de los profesores que
por lo general trabajaban hora cátedra en distintas Universidades. Los
estudiantes y profesores nos fuimos conociendo poco a poco en una facultad que
ya llevaba un semestre funcionando. El Dr. Orlando Fals nos dictó algunas clases sobre introducción a
la sociología. Era el sociólogo mas importante en el país, había escrito libros
tan extraordinarios como: “Campesinos de los Andes”, “el Hombre y la tierra en Boyacá”,
“la Violencia en Colombia” y una gran cantidad de artículos en revistas
nacionales e internacionales. Era un hombre admirado por todos, un costeño
fino, elegante, de muy buenas maneras, y un gran amigo. Sus enseñanzas, sus
consejos, y su apoyo en el desarrollo de mi carrera como sociólogo me marcaron
para toda la vida. Para él mis mas sinceros agradecimientos.
Recuerdo
también con mucho cariño al Dr. Eduardo
Umaña Luna quien nos dio las primeras notas sobre la importancia del derecho,
derecho comparativo y algo de derecho internacional. Un hombre justo, íntegro,
letrado, de esos que andan con el último
libro que está leyendo debajo el brazo. Pensador astuto , rápido, excelente
profesor. Tenía la cualidad de hacer sentir bien a sus alumnos. Para la época,
él era una persona importante en el ministerio
de justicia y dictaba cátedra en otras prestigiosas universidades. Había
escrito con el Dr. Orlando Fals Borda y Monseñor Guzmán unos de los mejores
libros “el análisis sociológico de la
violencia en Colombia”.
Y por
supuesto, el padre Camilo Torres
Restrepo, para todos nosotros era una figura central. Capellán de la
Universidad Nacional desde 1959, y en 1960 en colaboración con el Dr. Orlando
Fals Borda, Eduardo Umaña Luna y otros científicos sociales fundador de la
Facultad de Sociología con el apoyo
financiero, paradójicamente de la Fundación Ford, y la asesoría permanente de
prestigiosos sociólogos Norteamericanos.
El
padre Camilo enseñaba metodología de la investigación
científica. Era un cura con un pensamiento sensible ante la situación social y económica que vivían la mayoría de
las personas de clases populares. Con estudios en Ciencias Sociales en la
Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) y de posgrado en Sociología Urbana en
la Universidad de Minnesota. Era un Ph.D. Profundo. Recuerdo sus
investigaciones sobre la proletarización de Bogotá, en donde deja ver su
capacidad de investigador y pensador social.
Fueron
llegando las cátedras de historia del pensamiento social animadas por el doctor
Darío Mesa quien nos recorrió el camino de Max Weber con su famoso libro de “Economía
y Sociedad” que acababa de ser publicado en Buenos Aires por el Fondo de
Cultura Económica y lo amplió dándonos a conocer los postulados de Karl Marx
en su introducción a la Critica de la Economía Política. Un material
de discusión permanente que nos sacudía la cabeza y nos ponía a pensar, y a escribir
nuestra propias opiniones a favor o en contra y sus aplicaciones en la sociedad
en que estábamos viviendo.
Los
semestres se fueron enriqueciendo con el trabajo maravilloso que estaba
realizando nuestra profesora de
antropología la Doctora Virginia Gutiérrez de Pineda sobre estudios y
tipologías de la familia en Colombia. En ocasiones su esposo Roberto Gutiérrez
de Pineda quien era el director del CINVA (Centro Interamericano de Vivienda)
la acompañaba. En los cursos de teoría, estructura y práctica sociológica contamos con la participación de
la Dra. María Cristina Salazar Camacho,
una dura en el área, formada en la universidad Javeriana y con un doctorado (Ph.D) en la Universidad Católica
de Washington. Persona muy cercana al padre Camilo Torres y quien posteriormente
se convirtió en la esposa de Orlando Fals Borda. Realicé varios trabajos con
ella sobre procesos de acercamiento de la aplicación de la sociología a la
realidad colombiana. Una excelente e inolvidable profesora.
Muchos
otros profesores pasaron por la Facultad de sociología que se había consolidado
como un centro de atracción latinoamericano y de contacto profesional con los
grandes de la sociología en USA. Los profesores visitantes fueron muchos: Talcott Parsons, T. Lynn Smith, Eugene
Havens, William Flyn, Everett Rogers. Imposible no acordarse de Oliver Bradfell,
exalumno del prestigioso psicoanalista Adler, quien nos dio cátedra en psicología
social con énfasis en los “complejos de inferioridad en la mujer”. Al igual que
el profesor Jesús Arango con su temática profunda en la historia. Por esta
facultad, joven y entusiasta, pasó lo
mejor de los profesionales en sociología y áreas afines que había en ese
momento en el mundo de Latinoamérica y los Estados unidos.
Ese
primer semestre en la Universidad Nacional además de estudiar mucho, me dediqué
al rebusque vendiendo gabardinas en algunas oficinas del gobierno, sin mucho
éxito pero con gran entusiasmo; también lapiceros “paper mate” que me enviaba desde Venezuela el hermano
de un compañero de bachillerato en Santa
Librada, los camuflaba envolviéndolos meticulosamente en medio de revistas o periódicos que me enviaba
por correo. Traté de vender la idea
fabulosa de “Casa Club”. Se trataba de pagar en módicas cuotas mensuales y participar además en una rifa de una casa
cada año idea promocionada por una amiga
de la familia de Elsita. Creo que no vendí ninguna, a pesar del empeño que le
puse. Llevaba una vida dura, por los apretones económicos de cada mes cuando
llegaban las cuentas del alquiler, los servicios y la comida pero repleta de
alegría y satisfacción por ser un miembro de la sociedad privilegiado al pertenecer
a este grupo de personas que lográbamos acceder a este mundo de los estudios
universitarios. Recibía una ayuda de
pocos pesos que me llegaban de Cali enviados por mi hermano menor Pablito,
quien se encargó de cobrar los arriendos de una casa que debía alcanzar para su
sostenimiento y el mío.
El Dr.
Fals Borda en una de sus clases invitó a los estudiantes a participar en un programa sobre “Técnicas de Alfabetización
Funcional para Adultos” curso especial
organizado por el Consejo Interfacultades para el desarrollo de la comunidad
durante el período comprendido entre el 8 de marzo y el 11 de abril de 1962.
Con Elsita decidimos formar parte de este proyecto y le dedicábamos los fines de semana. Al principio la
dificultad para transportarnos hasta el lugar fue enorme por la ubicación en
las canteras de explotación de piedra, bastante retiradas en el barrio de
Usaquén al norte de la ciudad. Hicimos todos los esfuerzos necesarios para
asistir los sábado de 8 a 10 de la mañana a enseñar a leer y escribir a adultos
mayores. Al poco tiempo el programa perdió el objetivo central, pues a la gente sólo le interesaba
leer las noticias amarillistas de periódicos
locales, lo que bajó la motivación de todos los participantes, lo que
sumado a las huelgas en la universidad hizo fracasar el proyecto.
Los
esfuerzos continuos que realicé me
llevaron a lograr excelentes
notas. Esto me dio la oportunidad de obtener matrícula de honor para el
semestre siguiente y una beca de 70 pesos mensuales. Y además postular para una residencia universitaria,
cuando existiera cupo, lo cual se concretó dos años despues cuando estaba terminando el cuarto semestre.
Entre
huelgas cortas y huelgas largas fueron pasando los semestres. La relación con
Elsita se fortaleció pues llenaba mis expectativas amorosas, académicas, pues
era una muy buena estudiante, y de la vida cotidiana. En su familia tuve gran acogida.
Matucha, mi suegra, me trató con mucho cariño y depositó en mi toda su
confianza pues aseguraba el cuidado y protección para su hija. El papá de
Elsita era el decano de Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional.
Hombre culto, de gran prestigio social y profesional. Después de terminar
clases en las mañanas era usual que hacia el medio día la acompañara de regreso
a su casa, así que la excusa para aceptar la invitación a quedarme a almorzar
con ella era perfecta. Otras tardes, en las que no teníamos clases, nos quedábamos en la universidad
estudiando, compartiendo con los otros compañeros, y al final terminaba
acompañándola a su casa, y por supuesto, me quedaba a cenar. El pollo y el
Indio solían decirme que Elsita era mi “novia cuchara”. La verdad no me
importaba, disfrutaba la relación, me sentía feliz y contento de acompañar a la
hija del decano de la Facultad de Ingeniería y de paso, disfrutar deliciosos
platos preparados con el cariño que sólo se saborea en un hogar.
Elsita
vivía en el barrio Teusaquillo en una pequeña casa de dos pisos estilo inglés muy acogedora, y agradable a la
vista. Carecía de garaje para guardar el automóvil de su papá. Un Pontiac cuatro
puertas color rojo y franjas negras que dejaba a una cuadra de distancia en un
lote de su propiedad. Un año
después el Dr. Gómez compró una hermosa
casa de dos pisos con garaje en el mismo barrio Teusaquillo. Los recuerdos más memorables con Elsita están
amarrados a esta casa y su entorno próximo a Chapinero, el comercio de la calle
10, los almacenes, las compras, la iglesia de Guadalupe, el teatro de la 45,
los pequeños restaurantes, todo un mundo citadino que me había acogido, en una
gran ciudad de dos millones de habitantes.
Nos
caracterizamos por ser una pareja de estudiantes inquietos de sociología. El
padre Germán, un dominico estudioso, profundo, cariñoso y gran amigo de sus
amigos, nos invitó a participar en un
grupo de convivencia que se reunía con relativa frecuencia en las horas de la
noche en la Iglesia de Guadalupe. Los miembros del grupo que fácilmente
sumábamos unas veinte personas, jóvenes
todos universitarios, nos distinguíamos
con una pequeña cruz de oro en la solapa del saco en los hombres y con un
prendedor en las mujeres. En las reuniones se discutía sobre temas sociales,
políticos y religiosos. Nos preocupaba la situación de pobreza y descontento en la población
colombiana. Con los encuentros se fue entretejiendo una gran amistad con el
padre Germán. Algunos domingos después de la misa, cuando acompañaba a Elsita, nos tomábamos
un pequeño café en la casa cural. Con el
tiempo vine a saber que fue un sacerdote muy querido y reconocido en Bogotá. Murió relativamente joven a los 55 años de
cáncer. Sus enseñanzas basadas en el amor
y el respeto por los demás quedaron grabadas en nuestra memoria.
Uno de
los puntos que orientó mi vida desde la infancia fue la importancia de generar tus
propios ingresos. Así que yo continuaba en la búsqueda de maneras para
obtenerlos. Elsita lo sabía, así que le comentó a un tío suyo, don Pablo Gómez,
dueño de una pequeña empresa conocida como INCOPRI (“Información comercial
privada”) con la oficina principal ubicada en el quinto piso de un antiguo
edificio en el centro de Bogotá. Varios empleados suyos se dedicaban a
organizar información publicada en periódicos
locales y algunos de los más importantes a nivel nacional para personajes
específicos del gobierno y empresas. La idea era leer con precaución y entereza
las noticias, clasificarlas y pegarlas
en hojas de papel escribiendo los detalles de la publicación que fueran de
utilidad para ejecutivos, directores, gerentes de empresas y organizaciones
militares quienes no contaban con tiempo
para leer y así de un manera ágil
enterarse de lo que estaba
sucediendo en la ciudad y el país con relación a su cargo.
El tío
de Elsita, me dio la oportunidad de que trabajara para él en su oficina. Al
poco tiempo no tuve que regresar a INCOPRI. Las cosas se desenvolvieron de nuevo
a mi favor. Un día me llamó para contarme que le habían desocupado una casa muy
grande que él tenía a dos cuadras de la ciudad universitaria. Y que dado al
gran aprecio y confianza que me tenía me preguntó que si estaría dispuesto a
repararla y vivir en ella gratis los meses que duraran las adecuaciones, sin pensarlo mucho acepté.
Como la
casa estaba en un estado lamentable de pintura y necesitaba mantenimiento de
casi todo. Llamé a mi hermano José para que viajara a Bogotá y me ayudara con
los arreglos, pues él sabía de estas cosas de pintura y demás reparaciones
sencillas. El tío Pablo me animaba a que tomara la casa y organizara el
alquiler de habitaciones a estudiantes. Así fue como terminé organizando la casa y convirtiéndola luego en una pensión.
La
ubicación de la casa cerca de la ciudad universitaria me cambió los horizontes
de trabajo con INCOPRI. El tío Pablo decidió que no regresara más al centro de
Bogotá y trabajara desde la casa. Me cedió cinco contratos que estaban en el
área de los ministerios en la avenida a El Dorado de fácil acceso caminando
unos 20 a 30 minutos o en buses urbanos
que pasaban con mucha frecuencia en esa dirección. Me ayudó para que los periódicos locales y nacionales llegaran
hasta la casa a la madrugada, entre las tres y cuatro de la mañana. El
repartidor metía los periódicos por un hueco de una ventana que daba a la calle
y yo estaba allí, bañado y arreglado, los recogía, me ubicaba en una mesa
grande y los leía uno por uno seleccionando los titulares de acuerdo con los
temas pactados en el contrato. Muy temprano salía con el material bien organizado
para cada uno de los clientes: 1)Ministerio
de Guerra, General Alberto Ruiz Novoa. Siempre llegué todos los días a su
despacho y dejaba los recortes organizados encima de su escritorio. 2)Comandante
de la fuerza aérea, General Mariano Ospina Navia. Caleño súper atento que me
recibió un buen día con un gran saludo y me felicitó por el trabajo que estaba
haciendo. 3)Otro de mis clientes era el General Rodolfo Martínez Tono director
del área de Industria Militar. 4) El Doctor Enrique Peñalosa era el gerente
general del INCORA con intereses particulares sobre manejo agrícola, actividades
campesinas, maquinaria agrícola, y similares que salían en todos los periódicos
de Colombia. Y 5) Federación de Cafeteros comandada por el Doctor Jorge
Cárdenas como gerente auxiliar que nunca conocí pero a quien le llevé durante
un período mayor a seis meses toda la
información de prensa sobre temas que
salieron en el país en relación con
problemas del café, su producción
, industrialización y comercialización.
Con el General Ospina, tuve una corta
amistad que resultó en un trabajo como
“sociólogo” para la fuerza aérea. Un día por casualidad lo encontré muy
temprano en su oficina, lo saludé con mucho respeto y al entregarle los recortes de prensa me miró
y me dijo:
-Me enteré que estas estudiando
sociología en la Universidad Nacional.
-Si, mi general. Estoy en el cuarto
semestre y con deseos de terminar las materias de investigación.
- ¿Podrías trabajar los fines de semana
como Sociólogo de la Fuerza Área.? Tenemos actividades comunales en San José
del Guaviare y allí vamos con relativa frecuencia para prestar servicios de salud, médicos, odontológicos, y
de enfermería.
- Me gustaría muchísimo mi general.
- Listo el próximo fin de semana, antes
de las seis de la mañana hay que estar en el aeropuerto de El Dorado, en el área militar. Te dejo la
autorización con la secretaria.
Asi fue como por “arte de birlibirloque”
empecé a realizar viajes esporádicos los fines de semana con mi general Navia a
los llanos orientales en la región del Guaviare, para ayudar en la orientación
comunitaria de los grupos indígenas.
Volábamos en un avión DC6 de la Fuerza
Aérea piloteado por mi General y un copiloto,
los invitados del área de la salud y miembros de su seguridad personal.
La llegada a la zona era un verdadero espectáculo con varias vueltas en redondo
en una área extensa alrededor de un aeropuerto trazado en tierra, que se hacía
sobrevolando la zona para que la población indígena comenzara a aproximarse.
Los indígenas tardaban muchas horas, y
en ocasiones mas de un día, en acercarse
a la base.
Las relaciones con la población local y
con los indígenas se fue dando en un proceso de visitas y conversaciones con
los habitantes del pueblo. Con los indígenas fue más complicado por las
dificultades en la comunicación del idioma, no hablaban el español, y yo no
conocía el dialecto de ellos. Sin embargo, nos acercamos con algunos
intérpretes para facilitar la atención en salud. Muchos errores se cometieron
por falta de observación, de contacto y de intereses particulares de las
comunidades. En el uso de los medicamentos fue muy notorio
porque no tenían en donde llevarlos y guardarlos, no sabían como tomar los
jarabes para la tos, los remedios para la piel, y muchos otras cosas que
aprendimos en el terreno mirando como se llevaban los medicamentos a las canoas
y algunos de ellos simplemente se los tomaban en una sola dosis, o en una sola
pasada y el resto terminaba en las profundidades del rio.
Era maravilloso observar como iban
aproximándose al avión DC6. Se acurrucaban
por debajo de las alas., lo tocaban, y se quedaban allí debajo durante
un tiempo largo sin decir palabra. Estos
aprendizajes fueron muy valiosos para mi formación y comunicación con la población local y los
indígenas del Guaviare. Lamentable, el tiempo se pasó rápido y tuve que seguir
mis estudios de formación que me impidieron continuar ayudando en el trabajo
tan interesante que estaba haciendo con
mi General Navia en las comunidades en donde podía aterrizar en algunos fines
de semana.
La
ayuda del tío de Elsita me facilitó la vida. El tener que levantarme tan
temprano todos los días de la semana y tener que estar con los sentidos bien
puestos para leer las noticias y hacer un buen informe, me exigía gran entereza
y disciplina. Recordar las duchas bajo el chorro frío muy temprano en la mañana
durante el año en el seminario, me alentaba. Cada nueva mañana me repetía mientras
esperaba la llegada de los periódicos: “llueva, truene o relampagueé siempre
llevaré los recortes de prensa”. Y así lo hice.
Durante los dos años que manejé los contratos no fallé un solo día.
Ahora
pienso que en el transitar de mi vida las personas que aparecieron para
ayudarme lo hicieron en el momento perfecto. Algunas se quedaron, se fueron lejos o ya no están. Pero cada una cumplió su función
en mi existencia y en sus propias vidas.
Algunos estuvieron en mis mayores dificultades para ayudarme a
superarlas, en las alegrías del vivir o en las aventuras que se te presentan
para ponerle picante a la existencia.
Con la idea
del tío Pablo, comencé a echarles el cuento
a varios de los amigos de la universidad para ocupar las piezas de la
casa. En un mes con José teníamos todo arreglado y la casa transformada en
“pensión” comenzó a tener forma. Distribuí los espacios de la mejor manera que
pude. Mi habitación la conformaba el área del comedor que tenía puerta
independiente y acceso fácil a la cocina y a un área central libre en donde organicé
una especie de oficina para el trabajo de
INCOPRI. La sala que tenía una puerta amplia y ambiente privado se la arrendé al
Indio que decidió vivir con su novia Clemencia, quien ya estaba embarazada de su primer hijo. Las
tres alcobas del segundo piso con dos baños y un pequeño salón de estar que
unía los ambientes sirvieron para que Humberto Rojas, recién casado con su
mujer Rosita, se acomodara en la alcoba
mayor con balcón y vista a la calle. Los hermanos Zaportas, José y Asael,
estudiantes judíos caleños de economía, en la pieza laterales y la última se la
arrendé a Enrique Andrade compañero
sociólogo de último semestre quien además trabajaba como controlador oficial
del acceso a la cafetería central. La verdad que logramos entre todos establecer
un ambiente amable de camaradería, comunicación y en especial el cumplimiento
en los pagos para que funcionaran los servicios públicos y de conexión telefónica.
En el
tercer semestre de la universidad empezamos los trabajos de Metodología de la
investigación social con el Dr. Carlos Escalante. La sede escogida fue la población
de Cota que quedaba fuera de la ciudad. Al principio contamos con transporte coordinado desde la
Universidad pero al final terminamos solos visitando a los campesinos de la región.
Con Elsita nos hicimos bien amigos del señor Valbuena y su señora Josefina,
pobladores amables, que nos regalaban el
almuerzo rico en vegetales producidos en la parcela, zanahorias, remolacha, alverjas,
nabos, muchas hierbas en sopas acompañadas con arepas de maíz blanco, frijoles
rojos, tomates, y berenjenas y de pronto un delicioso postre de fresas
producidas en la parcela. El objetivo del curso era caracterizar tres o cuatro
grupos familiares, así que duró poco. Siempre recordaré aquel lugar tan sabroso
con olor campesino, de amistad sincera de mi amigo Valbuena y su mujer Josefina
a quienes visité luego en varias ocasiones en compañía de Elsita.
Ahora
que escribo esto ya por encima de mis ochenta años, cómo me gustaría en la
imaginación poder regresar al pasado, y volver a vivir cada instante, cada
uno de los días y meses de los cinco
años de la universidad Nacional. Recrear los momentos de felicidad compartida
en ese pequeño paraíso, en donde los dolores, las angustias del día a día, las carencias y necesidades materiales,
se convierten hoy en gratos recuerdos de sabor dulce, sonidos armónicos, y
encantadores.
Todo
ese rebusque en las etapas iniciales persiguiendo la salida para encontrar
momentos de tranquilidad. Una relación con Elsita que fue creciendo entre la
necesidad y el amor. Unión permanente con proximidad en el tiempo que comienza
con la caricia cercana de una cogida de manos, un suspiro en el aire que enlaza
dos corazones en uno, en una comunidad de ideas, discusiones filosóficas y
religiosas, para ir acomodando nuestras existencias a una realidad de humanos a
la espera del mejor momento para fundir en un beso la continuidad de un amor
que se proyectó por más de una década de
nuestras vidas.
Durante
la celebración de una semana universitaria
asistí a una fiesta en la Facultad de Sociología en el nuevo edificio, en una
de las aulas del primer piso. Los vallunos amenizábamos la reunión con nuestra
música salsera alegre y algunos boleros bailables que sonaba en la radiola marca
Philips que El indio había traído con una gran cantidad de discos Long Play de
larga duración. Compartíamos la alegría al son de la música, el baile y el traguito. Contábamos con la asistencia de nuestra colega
Maria Arango quien fue reina de la universidad, la tolimense Vicky, la negra Amparo,
Gloria Triana, y otras preciosas compañeras sociólogas que atraían asistentes
al lugar. Al finalizar la reunión, recogimos la radiola y los discos y salimos
a la madrugada bien entonados caminando por el césped. Por pura casualidad le
pregunté al Indio si había revisado que estuvieran todos los discos en la bolsa.
Y me dio por preguntar por el
disco de Vicentico Valadez. El indio abrió la bolsa para revisar y no lo vio. Con
los tragos en la cabeza miré a mi
compañero Bravo y le dije:
-¡Vos
te lo robaste! Yo te vi metiendo las manos en la bolsa de los discos. Y
señalando su maletín agregué:
-Mostrame
qué llevas allí, negro Bravo.
Antes
de pronunciar la última palabra ya tenía al negro Bravo sobre micomo un muñeco de trapo loobcosy que estuvieron siempre.Algunas se quedaron,
otras se fueronlejos otras ya no est, su cuerpo grande y musculoso atropelló
todo mi flacuchento cuerpo y caí como un muñeco de trapo sobre el pasto húmedo
y allí me dejó tendido. Aturdido, como pude, busqué una piedra para defenderme
y encontré una grande. La apreté en mi mano derecha con mucha fuerza, me
levanté y corrí hacia él. Lo único que recuerdo fue ver su enorme puño
totalmente cerrado, estrellándose contra mi cara, y sentir el calor de la
sangre. El susto de todos fue enorme. Humberto, el pollo, y el indio me cogieron
y me llevaron con rapidez a una de las droguerías que quedaba cerca. Allí me atendieron, detuvieron la sangre y me
curaron una herida en la ceja que gravó
para siempre la marca de la única y última pelea que he tenido durante mi existencia sobre la tierra.
Pero lo
peor del cuento, es que en las residencias Uriel Gutiérrez, mi compañero de
cuarto era el negro Bravo. Así que subí las escaleras hasta el segundo piso,
caminé con lentitud y temeridad. Abrí la puerta y allí estaba esperando sentado
sobre mi cama mi compañero Bravo. Al verme se levantó rápidamente , fue hacia
el camarote y tomó un largo cuchillo que
usábamos para cortar el pan y se vino de frente a mi y me dijo:
-¡Amarillo
hijodeputa! Te voy a sacar las tripas con este cuchillo.
Con la
adrenalina corriendo velozmente por las venas de todo mi cuerpo salte de un
solo envión sobre la cama con la espalda pegada a la pared y con los brazos
levantados en señal de rendición, trate de hablarle y explicarle que me había
equivocado, que no se había robado nada, que me disculpara. Me miraba con los ojos llenos de ira. En ese
momento sonó la chapa de la puerta y apareció, Paz, un costeño también
compañero de cuarto. Al entrar se asustó y gritó:
-¡Quieto
negro! ¿ Qué estas haciendo?
-
Voy a matar este hijodeputa que me
insultó como ladrón. Le voy a sacar las
tripas.
Ágilmente,
Paz , lo agarró como pudo le cogió las
manos y le quitó el cuchillo. Con una serenidad incomprensible
comenzó a explicarle a Bravo lo difícil de este tipo de situaciones en las
residencias. No hay que correr el riesgo de que nos la quitaran. Pues la lista
de espera era muy larga por la gran demanda
que tenían. Los ánimos se fueron calmando y al pasar las horas el sueño nos
venció hasta quedarnos dormidos. Pero la zozobra, del miedo que me daba de que
en algún momento la furia del negro se alborotara y me matara, me dejó con un sueño intermitente.
Para
fortuna de todos, el momento amargo pasó. Bravo decidió solicitar intercambio
de cuarto con otro compañero, pues para él la convivencia conmigo también se
convirtió en un martirio. Y fue así como
pudimos continuar la vida con tranquilidad. Gracias a mi amigo, mi salvador, el
pintor costeño barranquillero, curiosamente, apellidado Paz. A Paz lo recuerdo con mucho cariño porque tuvimos
momentos difíciles de existencia por
ausencia absoluta de dinero para poder vivir. La presencia del hambre lo empujaba a permanecer en cama acostado el día entero, como lo hacen los
perritos con hambre, para no sentirla. En algunas ocasiones acudíamos a pedir ayuda en la fila de la cafetería central.
Nuestro amigo Enrique Andrade nos permitía permanecer a un lado a la espera de que
alguien conocido o generoso nos ayudara con una moneda, para ir juntando hasta
completar para el almuerzo o cena. En mi caso, a pesar de que trabajaba duro,
pasé algunos momentos de total angustia
y desesperación frente a la escasez de dinero. James Cándelo fue un valluno, estudiante
de ingeniería química, muy querido que manejaba
la caja para cobrar el almuerzo y con una señal, entendía la angustia que tenía
y me dejaba seguir sin pagar, seres humanos maravillosos.
Pese a
todas las dificultades la juventud y la esperanza, que va unida a estos años,
me permitían llevar una vida alegre. Completé y aprobé los primeros cuatro años
del pensum reglamentario a finales de 1965 mientras trabajaba en la
organización de mi trabajo de tesis con información recogida en el municipio de
Cota. Con Elsita y otro compañero Diego Rivera aplicamos a una beca de
entrenamiento en el Primer curso Superior de vivienda con el instituto CINVA la
cual nos otorgaron para iniciar en enero de 1967. Entregué la tesis para
aprobación en el mes de febrero y obtuve respuesta para graduarme el viernes
25 de marzo de 1966.
Durante
el curso del CINVA las cosas se pusieron
difíciles con Elsita. Algunos coqueteos con
una de las asistentes brasileñas del curso no le hacían gracia. Malos momentos para la pelea, pues me
encontraba solo para la celebración de mi grado. El Dr. Fals Borda me había
citado para la entrega del diploma de Licenciado en Sociología en su oficina de
la decanatura que quedaba en el nuevo edificio de la Facultad de Sociología
dentro de dos semanas.
En esa
semana me encontré caminando solo por las calles cuando frente a la facultad de
Veterinaria vi a una hermosa mujer, elegante, con un vestido color azul celeste. Parecía
un ángel bajado del cielo. Como andaba solo en el amor me arriesgué, la
saludé y le pregunté:
-Hola.
¿Cómo te llamas?
Y ella
con voz suave y delicada respondió:
-Bella
Ventura.
-¿Puedo
acompañarte a caminar? Le dije.
Asentó
moviendo de manera graciosa su cabeza. Y así me vi a su lado caminando por las calles de Medicina y la escuela de Enfermería hasta llegar a la platea de la Cafetería Central en donde la
recogió su papá a eso de la 7 de la noche. Antes de que se marchara, sin mayores
rodeos le dije:
-Me
gradúo de sociólogo el próximo viernes 25 de marzo en las oficinas de la
decanatura de Sociología. ¿Te gustaría estar en mi grado?
Me
prometió que el viernes estaría con
puntualidad en la celebración de mi
grado.
Me
quedé allí parado con una inmensa felicidad por lo sucedido con Bella, pero con
la amargura de saber que no contaba con amigos que estuvieran conmigo para asistir
al acto de entrega del diploma. El día
viernes ajusté mi vestido con camisa
blanca, pantalón de paño y corbata
oscura. Cuando me dirigía hacia la decanatura me percaté de que la electricidad
se había ido en toda la ciudad universitaria por alguna razón que nunca conocí. Al llegar a la oficina de
Orlando Fals me recibió con un caluroso abrazo y me preguntó sorprendido por la
ausencia de Elsita. Pero en ese momento Bella Ventura llegaba también a la
oficina. Mi emoción fue enorme y corrí a
su encuentro, estaba realmente esplendorosa. Orlando muy prudente y elegante
dirigiéndose hacia nosotros sugirió que esperáramos unos 15 minutos. Pero le
pidió a su secretario que consiguiera unas velas, por si acaso.
Al
final, alumbrados por la luz de dos velas y la presencia de la preciosa Bella
Ventura que había conocido en esa semana hice el juramento de cumplir con las
obligaciones profesionales, mantener el camino recto en todas las relaciones y
un respeto por los vínculos entre los seres humanos. Fue una ceremonia inolvidable,
sobria y hasta bonita, con algunas palabras de reconocimiento del Dr. Fals
Borda. El secretario leyó el acta de
grado y me la entregó con las firmas respectivas del señor rector Dr. José
Feliz Patiño y el Secretario general de la universidad.
Salimos
con Bella de la decanatura y todo continuaba en la más profunda oscuridad. A la
salida el papá de Bella la estaba esperando en su auto. Para despedirse me felicitó, me dio un abrazo
y un beso en la mejilla. Yo la envolví entre mis brazos agradecido por ser mi
maravillosa y desinteresada compañía en un momento tan importante en mi vida, sentí el calor de una despedida. Subió al auto
de su papá y desapareció.
Pasadas
las ocho de la noche regresó la electricidad al campus universitario. Caminé
con tranquilidad hacia la Cafetería Central
que se encontraba aún abierta, hice la fila y en la bandeja organicé de una
manera agradable comida abundante para completar la celebración. Regresé caminando despacio por los andenes y los
senderos poco iluminados que conducían hacia las residencias Uriel Gutiérrez al final de los terrenos de la Universidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario