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lunes, 15 de agosto de 2022

Hay vidas así

 Carlos Mira

    Arrastra su caminadora en el pequeño apartamento, aunque tiene la certeza de ser un hombre rico. Se tropieza con los desniveles del piso. Masculla vulgaridades con una voz ronca y desagradable, cada vez que debe reacomodar el caminador. Toma el aviso de la compañía de salud, en la cual le informan que la cita para la cuarta dosis de la vacuna es a las diez de la mañana y ya van a ser las doce. Hace la décima llamada a Cruz Verde. Dizque la mejor proveedora de salud, masculla, mentiras, siempre mentiras, todos los meses tengo que pagar los $180.000 pesos, cuando ya la jubilación sólo alcanza para pagar la renta y algo de comida… no le contestan, Pola, Pola, grita cada vez más fuerte. Esos miserables de la empresa de salud, no van a venir hoy tampoco, me quedaré esperando otro día y tal vez nunca vengan, porque esos canallas sólo quieren que me muera y así dejar de perder plata conmigo. Pola se acerca con la misma condescendencia con que había cuidado a la mamá. Don Federico, no se preocupe, ya tiene tres vacunas y la cuarta, algún día ha de llegar, como decía su mamá. Negra, delgada, con síntomas reales de desnutrición, sin dientes, es una sombra que los ha acompañado por muchos años. Era tal su cercanía con él, que los hermanos le hacían bromas, debería desposarla. Claro malparidos, les decía, cuando tenía plata todos venían a pedirme algo, que el vestido, que el pasaje para viajar a Jamaica. Y si hacen cuenta de los años que viví con ella me deben millones de pesos, pues ninguno puso un peso. Pola, me voy a tomar un whiskey, si esos desmadrados no vienen, pues comienzo a beber otra vez y si me emborracho, pues mejor. Ay don Federico no diga eso, usted sabe que es alcohólico y que si comienza a beber no para. Y ya no tiene la salud para hacer eso. ¡Cómo se le ocurre! Y la negra, llena de una ternura que no concuerda con el inicuo trato que recibe, comienza a llorar, recordando a la mamá. Es lo mismo, por eso ella lloraba tanto y usted se aprovechaba gritándole cosas espantosas. Pobre vieja, que Dios la tenga en su reino y lo proteja a usted de tanta irresponsabilidad.

Y cómo no le iba a gritar, si nunca quiso a mi papá y cuando más necesitaba su amor, ella y mi hermana se burlaban del pobre viejo, que se escondía a llorar… Yo lo vi y no sabía qué hacer, me iba de la casa tirando la puerta para no ver semejante tristeza. Cómo será que un día le oí decirle a mi hermanito, que las mujeres enloquecen a los hombres. Pobre Antonio, creo que eso lo marcó para siempre, pues no tenía amigos, ni novias y terminó desapareciendo en la selva. Dicen que se perdió y nunca volvió a encontrar su camino. No supimos más de él, y yo lo adoraba…

Sonó el timbre y Pola contestó. Aló, ¿quién es? ¿Es este el apartamento de don Federico? Somos de Cruz Verde y venimos a colocarle la última dosis de la vacuna. Bueno, ya les abro… Llegó la vacuna gritó Pola. ¿Que qué? ¡Que llegó la vacuna! Ya les voy a abrir. Cómo así, si son las doce y media. Yo no me voy a poner ninguna vacuna, dígale a esos miserables que los voy a demandar ante la superintendencia de salud, por aprovecharse de nosotros los jubilados. Don Federico, voy a hacer entrar a la señorita Jimena que es una belleza, siga señorita… Federico que recordó que aún es de este mundo, entró a su habitación, se cambió la camisa, se peinó, y con una sonrisa rejuvenecida, se sentó para que Jimena le pusiera la vacuna.

 


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