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lunes, 27 de febrero de 2012

Doce hombres en pugna

    Eliseo Cuuadrado

Rodada en blanco y negro, es un éxito desde los años cincuenta. Dirigida por Sydney Lumet, (1924-2011) uno de los pioneros del cine de autor.
La trama del film es lineal y sencilla. Se trata de un supuesto parricidio  ocurrido en un vecindario de blancos en Nueva York. El asesino es capturado el mismo día de los hechos  y sometido a juicio.
                La puesta en escena es sobria. Todas las escenas se desarrollan en el caluroso salón de deliberaciones de la corte. Un jurado conformado por doce hombres debe decidir si el acusado es culpable o no. Decisión que debe ser unánime, en uno u otro sentido.
                La edición, es de tanta  calidad, que se nota la mano de Lumet en la moviola. El film es una lección de  manejo de los primeros planos. 
Hay momentos en que uno temería aburrirse, pero la historia sabe recargar la tensión. El proceso no ha sido mejorado, desde que Sócrates fue condenado en el trescientos noventa y nueve antes de Cristo, por una diferencia de seis votos. Doscientos cincuenta  y seis en contra y dos cientos cuarenta y cuatro a favor.
                Uno de los miembros del jurado, caracterizado por Henry Fonda, es el encargado de suministrar la dinámica a la deliberación. Cada uno de los otros once es desenmascarado progresivamente, hasta que se les descubre su verdadero perfil,  sin la prerrogativa con que el ser humano suaviza los altibajos. Utilizando preguntas socráticas e inteligentes, logra torcer la inicial unanimidad hasta llegar a una conclusión inesperada. 
                La película muestra lo malo, lo bueno y lo feo, de los jurados de conciencia. El problema es mundial y antiquísimo, pero los juristas no se ponen de acuerdo si es mejor eliminarlo o dejarlo como está, a pesar de sus limitaciones.
¿Un mal necesario?
 
 

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