Eduardo Toro
Era una tarde de l.959 y una placa de bronce, entre muchas otras, puestas en un sitio emblemático del aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, llamó mi atención por su belleza y su profundo mensaje. Ilustra la placa que Carlos Gardel ocupa un lugar especial en el corazón milonguero de los paisas y en el espíritu tanguero del mundo; muestra un pequeño pájaro que cae muerto sobre las cuerdas rotas de una bandola y un letrero en bronce que reza “Cayó el Zorzal y se rompió la lira”, firmado por la inolvidable cantante de tangos y actriz de cine Libertad Lamarque.
No sé si el monumento hecho de placas firmadas por artistas, pintores, compositores, cantantes, escritores existe todavía, o el tiempo y las ampliaciones urgidas por el progreso lo desplazaron a otro lugar o el corazón milonguero de los paisas lo dejó plantado en su sitio original para bien de la historia. Una o varias placas citan con certeza: A Carlos Gardel, 1.890- Medellín 1935. Medellín 1935 que era una verdad que llenaba de orgullo y dolor a los paisas, porque los ponía “mano a mano” con la historia sin final del fenómeno del tango.
Varios lugares se disputaban la nacionalidad de Carlos
Gardel, entre ellos Toulouse Francia, Buenos Aires Argentina y Tacuarembó
Uruguay. En la conmemoración de los setenta años de su trágica muerte, ocurrida
el 24 de junio de l.935 en un accidente aéreo en la ciudad de Medellín, un
equipo de investigadores dio a conocer el resultado de años de pesquisas sobre
la verdadera nacionalidad del Zorzal Criollo. Se concluyó, con pruebas
irrefutables, que el nacimiento de Gardel se produjo en Toulouse Francia el día
once de diciembre de l.890, aseveración respaldada con una copia autenticada
del Registro Civil, documento que certifica que es hijo de Berthe Gardes, expulsada del seno
de su familia por su condición des madre soltera, vergüenza que la empujó a emigrar a Buenos Aires en compañía
de su pequeño hijo de dos años y tres meses de edad.
Los investigadores desestimaron los reclamos de Tacuarembó, nombre
que suena a tango derramado, al concluir que Carlos Gardel sí solicitó alguna
vez la nacionalidad uruguaya, pero solo por razones de conveniencia para
calificar por un pasaporte que le permitiera moverse de un país a otro, porque
a pesar de tener la naturaleza argentina, nunca se legalizó como tal,
acumulando problemas de identidad para asuntos civiles y militares.
Con la muerte de Carlitos, la fiebre Gardeliana se expandió
por todo el mundo, sus canciones fueron escuchadas hasta en los más recónditos
lugares. Su patria nutricia lo lloró cubriendo de lágrimas la campiña francesa;
Tacuarembó silenció, en el sabor a fruta de su nombre, los bandoneones para que la Cumparsita se doblara
en arpegios de lamentos; Japón atisbó, desde los
ojos oblicuos de las Geishas, la congoja del Río de La Plata y
la extensa Pampa. Y Argentina, en su “Buenos
Aires Querido” todavía al “evocarlo se les pianta un lagrimón”; New York y
Hollywood, lloraron a su ídolo en los ojos de falsas percatas platinadas. En
todos los rincones del planeta se vivió la pasión del tango barriobajero,
“porqué el tango es fuerte, tiene olor a vida, tiene gusto a muerte…”
En Yaburí, un lejano y aislado municipio del nordeste
antioqueño, se vivía, por aquellos tiempos, largas vigilias de penitencia y
duelo. Los tangos se oían como en misa y las letras de los tangos se recitaban
como oraciones; pusieron crespones negros en las puertas del Café Pilsen y las
dejaron abiertas las veinticuatro horas del día, sólo Gardel, desde las
entrañas de una victrola, alzaba su voz de malevaje para quedarse anclada en el
alma montañera de los paisas.
El Café Pilsen se parecía
más a una cantina grande: sobre el lado derecho del salón se levantaba
un mostrador de madera que cubría la mitad del espacio y encima un reverbero de
alcohol; atrás una estantería surtida de botellas de ron, aguardiente, cerveza
y cigarrillos pielroja, pierrot y dandi; cajas de fósforos el rey, un manojo de yescas y tabacos regalía; dos
frascos de cristal surtidos con confites de anís; las mesas y asientos apiñadas
alrededor de una victrola de manivela; sobre la pared del fondo daba la
bienvenida un retrato de Carlos Gardel de medio perfil, que sonreía con
estudiado gesto, y el sombrero de ala doblado gentil sobre la frente. Todas las
paredes estaban cubiertas por fotografías y afiches de sus películas; Una
fotografía enorme de la bella española Imperio Argentina, compañera de reparto
en su película Melodía de Arrabal y,
enmarcado, en letras de estilo, el poema del tango que daba título a la
película, que aseguraban, Gardel había escrito inspirado en las calles empedradas
de Yaburí. Canejo era el cantinero y atendía diligente los pedidos que le
hacían las coperas Margot, la soñadora, y Sonia que llevaba en su cara la marca
indeleble de un barberazo.
Las muchachas de bien salían de sus casas acicaladas para
asistir a la Santa Misa, pero extraviaban el camino del templo, para tomar
lugar en el Café Pilsen situado en la Calle Estrecha, a escasos cien metros de
la Iglesia. En los brazos de los mozos comulgaban, marcando en riguroso orden y
con elegancia de salón, los treinta y tres pasos que hacen del tango el más
sensual y acrobático de todos los bailes, era un réquiem compadrón al más grande entre los grandes.
Cuando en Yaburí se supo que argentina reclamaba a las
autoridades civiles de Medellín el cuerpo calcinado de Gardel y que también
Francia y Uruguay solicitaban sus cenizas, el pueblo se movilizó y envió una
comisión a Medellín para reclamar, con el derecho que les otorgaba el tener formalizada una cofradía de cultores del tango gardeliano,
el cuerpo calcinado del cantor, prometiendo que en Yaburí se levantaría un
formidable monumento al tango y a su más grande exponente. También prometieron
que sus cenizas permanecerían en exposición en una urna de cristal en el Café Pilsen y que
estaría vigilado día y noche por una lámpara de aceite de higuerilla.
Pero no sólo Francia, Tacuarembó, Argentina y Yaburí
reclamaban el honor y el derecho de ser custodios de las cenizas de Gardel. Medellín también se reservaba el derecho de tenerlas, pero recibió miles de solicitudes
de todo el mundo con iguales pretensiones. Se pensó, entre muchas otras ideas,
dividirlas para entregar a cada quien una porción. Finalmente se acordó ceder a
las pretensiones de Buenos Aires, presionados por el Albacea nombrado por la
madre del cantor.
El 17 de Diciembre de 1.935, la compañía transportadora Expreso Tobón, despachó
secretamente por tren, vía Medellín-La Pintada, una caja metálica forrada en
cera, con las cenizas de Gardel. La
transportadora asumió el riesgo comprometiéndose a guardar el secreto del
contenido de la caja; a no pernoctar en ninguna fonda caminera y a no consumir
licores. La caja es recibida en Valparaíso y encargada a dos conocidos arrieros
para que, en compañía de una recua de mulas y un grupo importante de peones, la
llevasen hasta Supía y Riosucio, en donde es recibida en el atrio de la Iglesia
por el señor cura, quien ordenó, en consulta con el alcalde, se abriera la caja
pues se creía que escondía, de contrabando, armas para los liberales o para los
conservadores. En camión fue llevada hasta Armenia el día 21 de diciembre y se despachó
vía tren a Buenaventura, puerto que decide atender la solicitud gringa
emprendiendo la ruta Canal de Panamá el 29 de diciembre y los restos llegan a
New York el día 8 de enero de l.936.
Finalmente, el 19 de enero parte un barco con rumbo a Buenos
Aires que hace su arribo al Barrio de La Boca el día 5 de febrero, en medio de una
multitudinaria demostración de dolor. Doña Berthe Gardes, recibe las cenizas de
su hijo y el día 6 de febrero son depositadas en el Cementerio de Chacarita,
morada final del cantor y poeta de
tangos más grande de todos los tiempos.
“Se apagaron los ecos de su reír sonoro” y el mundo sigue
siendo un solo Buenos Aires. Sus películas, su extensa producción discográfica
y tanto material fotográfico, hicieron que siguiera vivo en el corazón del
universo. No solo Tacuarembó, voz cadenciosa de tango y bandoneón, se quedó
esperando sus cenizas, también en los rincones más apartados abrigaban la
esperanza de tenerlas. Entonces la marrulla de los paisas no se hizo esperar y salieron
a vender por los pueblos y veredas de Antioquia, a un costo de tres centavos,
relicarios con cenizas de Gardel, que garantizaban eran las verdaderas, porque
para Argentina fueron enviados los restos de uno de sus compañeros de tragedia. Recuerdo cuando llegaba a mi casa de Yaburí
Locadio, tío de mi madre, con su cabello engominado, ostentando con una bolsita
de tela que contenía cenizas de Gardel, celosamente guardadas en el pliegue
secreto de su carriel envigadeño.
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