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martes, 9 de mayo de 2023

Oscuros torbellinos


Jesús Rico Velasco

 

Nidia era linda y de buen cuerpo otorgado por la naturaleza. Rondaba los 25 años, de pelo largo,  trigueña, ojos negros,  piel caramelo, y una cola que para nosotros, los  mirones de la piscina, “sacaba la cara por ella”. Seguíamos sus pasos  y  movimientos en bikini como un niño cuando ve una golosina. Estaba casada con Diego un ejecutivo joven de 35 años, Gerente general de la Central de Carga.  Un hombre apuesto de buen talante y sonriente. Su vestimenta  era elegante de las tiendas de Zaz. Le gustaba jugar al tenis en compañía de Francisco en las canchas de la parcelación.

Nidia manejaba en compañía de Martha hacia la avenida sexta cuando se percató  de la ausencia de su celular.  Decidió volver  a su casa para recogerlo. encendida. ado ue la esperara. para ludarme Eran las cuatro  de la tarde. Contaban con tiempo suficiente para regresar y tomarse un Tom Collins. Al llegar a la casa  se sorprendió  al ver el carro de Diego en el garaje. Le dijo a Martha que la esperara. Caminó tranquila   hacia la entrada  principal y abrió la puerta. Le causó curiosidad escuchar una música suave de la alcoba. Pensó que podría haber  dejado la televisión  encendida. Abrió la puerta y encuentra a Diego desnudo  con Francisco  haciendo el amor «cochino, malnacido» vocifero, su cuerpo se sacudió. Confundida dio la vuelta y se subió al auto.

La imagen se repetía una y otra vez torturándole su dignidad t. En tantos años con su marido, nunca había notado algo que le indicara  estas preferencias. O al menos quería creerlo así. Martha le preguntó que había pasado. Pero Nidia no escuchó.

Con la misma velocidad con la que ocurrieron las cosas, llegaron   a un bar. Atormentada por el dolor encontró en Marta apoyo. Empezaron a atar  cabos, construir posibles explicaciones y encontrar pistas  que de nada sirven Las horas pasaron,  era la media noche.    Sobresaltadas decidieron regresar. 

 Nidia dejó a Martha en la puerta de su residencia, se alejó con rapidez. Alfonso la esperaba en la sala tomándose un trago de whisky. Era un ginecólogo, iracundo le dijo como escupiendo candela:

«¡Puta!. ¡Perra asquerosa!. ¿De dónde venís a esta hora?¿Qué estabas haciendo revolcándote  con tu amante? »

 Martha soporto sus insultos. Había aprendido a aguantar el maltrato de un hombre celoso porque no concebía la  vida sola, sin un marido que la mantuviera y le diera  los gustos y privilegios de la gente rica.  Desde que había conocido a Nidia se atrevía a dejar sus hijos, buscar  diversión y un poco de cariño.   Era una rubia treintañera bonita pero un poco desabrida.  Tenía dos niños : un niña de tres años  y un niño de cinco. Contaba con el servicio de una  niñera permanente  y una  encargada de la cocina y  mantenimiento de la casa. Su inestabilidad emocional se manejaba   con tranquilizantes que  su marido médico le recetaba.

 Al entrar a la casa, Nidia  encontró a Diego  llorando.  Los tragos que traía en la cabeza y el tiempo que pasó con Martha, le ayudaron a estar sosegada. Acordaron en términos más que amigables  que él se iría. Nidia  comprendió de manera irremediable la pérdida de su amor. Conscientes de no querer causar grandes alborotos  optaron por guardar las apariencias hasta lograr la separación .   Venderían la casa y se repartirían  por partes iguales y cada uno se quedaría con  su carro. Decirse adiós  y terminar con un buen arreglo no era fácil, en especial para Nidia.  Diego tenía claro lo que quería.

 Alfonso  comenzó a  suministrarle a Martha  dosis más elevadas de medicamentos. Martha a duras penas sobrevivía entre la poca luz que le llegaba a su vida. Un viernes  durante una reunión  de Alfonso en el Club Médico, los oscuros torbellinos  de la desesperanza  sacudieron el espíritu de Martha.  Con profunda tristeza acarició a sus hijos mientras dormían, los bendijo  y se despidió con un beso .  Eran las 11 de la noche.  Buscó con determinación las pastillas.  Vacío un frasco completo  y  tragó .  Tomó una soga, hizo un nudo corredizo.  Camino al garaje llevando una silla de plástico.   Trepó , tiró la soga  por encima de una viga del  techo . Pasó su cabeza por   el nudo corredizo,  lo cerró  con templanza y fortaleza alrededor de su cuello. Miró por última vez su entorno, empujó la silla  y quedó colgando a cincuenta centímetros del suelo.

 Alfonso llegó después de la media noche.  Encendió las luces altas de su Mercedes Benz presionó el control  para abrir la puerta   eléctrica. La puerta comenzó a  subir y a medida que lo hacía se le fue mostrando la humanidad del   cuerpo femenino  todavía oscilante.

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