-¡Te vas para la capital! Dijo mi hermana. Empezaron los preparativos para ver dónde me alojaba y finalmente se decidió que me quedaría donde la hija de mi madrina. Corría el año 1988 no había internet por lo tanto el pasaje lo compré en el aeropuerto. El vuelo hacia escala en Medellín, no dije que mi destino final era la capital y equivocadamente terminé en esta ciudad. A partir de ese momento me di cuenta que me tocaba defenderme por mis propios medios, bajarme del avión y rápidamente comprar otro tiquete rumbo a Bogotá, menos mal mi papá me había dado suficiente dinero para cualquier vicisitud.
No hubo despedidas ni celebraciones, partiría a cumplir el sueño
de otros. Una vez el avión aterriza, me embarga un sentimiento de tristeza. El
frio azota mis manos no logro calentarlas con nada. Sola en la metrópoli todos
van y vienen en una carrera contra el tiempo. Como era de esperarse no había
nadie esperándome. Con la dirección escrita en un papel, tomé un taxi que me
llevaría a la que sería mi casa durante varios meses. Era una familia prestante
con dos hijas y una casa hermosa en el barrio Cedritos. Al día siguiente la
señora de la casa me saca a la avenida 7 con 139 y me dice este bus te sirve y
como si fuera un bulto de papas me “enchuta” como dicen los rolos con rumbo a
la que sería mi universidad. Observaba detenidamente por la ventana: La gente
ataviada con sus mejores abrigos, bufandas, tacones, medias veladas, todo era
nuevo para aquella niña salida de una ciudad pequeña y un tanto folclórica.
Preguntando a todo aquel que se sentaba a mi lado, las
indicaciones donde debía bajarme para llegar al destino.
Una vez dentro del plantel, se acaba la primera clase y espero que
todo sea como en el colegio: escuchar el timbre y que llegue el siguiente
profesor pero ¡oh! sorpresa, la gente se para y se va. Y yo me pregunto: - ¿Qué
debo hacer? Siento que fue mi primiparada.
La gente sale afuera a
tomar perico. Me pregunto de nuevo: ¿Qué es eso? Bueno me suena a pájaro. Pero
no, le dicen al café con leche servido en vaso pequeño. Todo era extraño para
mi.
Me tope con gente demasiado adulta que venía de otras
universidades, con experiencia.
La vida me cambio de insofacto. De un momento a otro crecí sin
proponérmelo, las amistades y las circunstancias me hicieron madurar a la
fuerza. Pase de los juegos y tardes de
amigas a preocuparme por rendir el dinero, economizar al máximo y sobre todo
enfocarme en el estudio.
Vivía comparando todo, mientras en una ciudad éramos gentiles, sencillos, serviciales, amigables en la otra eran desconfiados, déspotas y la mayoría gomelos.
Fueron cinco años de experiencias inimaginables. Fueron largos
trasnochos tanto estudiando como de farra, porque ingeniero que se respete
debía también pegarle al traguito y más estando en una ciudad tan cervecera
como Bogotá. Fueron años maravillosos, años de soledad profunda que me enseño
la fortaleza, el entusiasmo y el tesón que hoy poseo. Aquella experiencia que
empezó como algo impuesto hoy es la razón de mi vida. La periodista que quise ser
haciendo crónicas lo veo hecho realidad escribiendo en el curso Palabra mayor.
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