Vistas de página en total

martes, 9 de mayo de 2023

La niña en la metrópoli

 


                         Diez y siete años tenía cuando terminé el bachillerato. Dentro de mis planes estaba estudiar periodismo, pero como muchas generaciones tuvimos que complacer a los padres. Nunca me lo expresaron pero pienso que era lo que esperaban de mí. Me presenté a la Universidad Javeriana para estudiar Ingeniería Civil, no logré pasar. Decepcionada  sin hacer absolutamente nada por la vida, decidí no mover ni un dedo. Mi hermana envío documentos a una universidad en Bogotá, no hice ni el más mínimo esfuerzo por llenar siquiera un formulario. Cual sería mi sorpresa cuando me aviso que había quedado en dicha carrera.
Alexandra Correa

 -¡Te vas para la capital! Dijo mi hermana. Empezaron los preparativos para ver dónde me alojaba y finalmente se decidió que me quedaría donde la hija de mi madrina. Corría el año 1988 no había internet por lo tanto el pasaje lo compré en el aeropuerto. El vuelo hacia escala en Medellín, no dije que mi destino final era la capital y equivocadamente terminé en esta ciudad. A partir de ese momento me di cuenta que me tocaba defenderme por mis propios medios,  bajarme del avión y rápidamente comprar otro tiquete rumbo a Bogotá, menos mal mi papá me había dado suficiente dinero para cualquier vicisitud.

 

No hubo despedidas ni celebraciones, partiría a cumplir el sueño de otros. Una vez el avión aterriza, me embarga un sentimiento de tristeza. El frio azota mis manos no logro calentarlas con nada. Sola en la metrópoli todos van y vienen en una carrera contra el tiempo. Como era de esperarse no había nadie esperándome. Con la dirección escrita en un papel, tomé un taxi que me llevaría a la que sería mi casa durante varios meses. Era una familia prestante con dos hijas y una casa hermosa en el barrio Cedritos. Al día siguiente la señora de la casa me saca a la avenida 7 con 139 y me dice este bus te sirve y como si fuera un bulto de papas me “enchuta” como dicen los rolos con rumbo a la que sería mi universidad. Observaba detenidamente por la ventana: La gente ataviada con sus mejores abrigos, bufandas, tacones, medias veladas, todo era nuevo para aquella niña salida de una ciudad pequeña y un tanto folclórica.

Preguntando a todo aquel que se sentaba a mi lado, las indicaciones donde debía bajarme para llegar al destino.

Una vez dentro del plantel, se acaba la primera clase y espero que todo sea como en el colegio: escuchar el timbre y que llegue el siguiente profesor pero ¡oh! sorpresa, la gente se para y se va. Y yo me pregunto: - ¿Qué debo hacer? Siento que fue mi primiparada.

 La gente sale afuera a tomar perico. Me pregunto de nuevo: ¿Qué es eso? Bueno me suena a pájaro. Pero no, le dicen al café con leche servido en vaso pequeño. Todo era extraño para mi.

Me tope con gente demasiado adulta que venía de otras universidades, con experiencia.

La vida me cambio de insofacto. De un momento a otro crecí sin proponérmelo, las amistades y las circunstancias me hicieron madurar a la fuerza.  Pase de los juegos y tardes de amigas a preocuparme por rendir el dinero, economizar al máximo y sobre todo enfocarme en el estudio.

 Vivía comparando todo, mientras en una ciudad éramos gentiles, sencillos, serviciales, amigables en la otra eran desconfiados, déspotas y la mayoría gomelos.

Fueron cinco años de experiencias inimaginables. Fueron largos trasnochos tanto estudiando como de farra, porque ingeniero que se respete debía también pegarle al traguito y más estando en una ciudad tan cervecera como Bogotá. Fueron años maravillosos, años de soledad profunda que me enseño la fortaleza, el entusiasmo y el tesón que hoy poseo. Aquella experiencia que empezó como algo impuesto hoy es la razón de mi vida. La periodista que quise ser haciendo crónicas lo veo hecho realidad escribiendo en el curso Palabra mayor.


No hay comentarios:

Publicar un comentario