María Victoria
Zapata
Cayo Suetonio Paulino, gobernador de Britania,
al mando de una legión que tuvo los mejores guerreros en África
y Asia recibió la siniestra misión de acabar con el último reducto de
los druidas, sacerdotes, científicos y magos.
Los romanos
prepararon sus armas. Los celtas al igual que los espartanos eran
preparados desde niños para la guerra, contaban con las mejores espadas y sus muy eficaces carrozas, entrenaron sin
descanso, recibieron instrucción minuciosa sobre los peligros, el reconocimiento de olores, pócimas alucinantes y en
especial a no escuchar a los bardos, poetas que acompañados de liras declamaban
versos que hechizaban, como el canto de las sirenas.
La legión
partió entusiasmada, a su paso asesinó e incendió pueblos, tomó esclavos
jóvenes, robaron, mataron niños y mujeres. Muy fatigada entraron en el bosque
sagrado, donde se encontraron con robles vigorosos que lucían como reyes,
revestidos de muselinas de flores que guardaban los secretos de la naturaleza,
el murmullo de las hojas, el susurro de sus ramas y el crujido de los árboles
unidos al canto de los pájaros, en un ambiente nebuloso y tranquilo, llevó a
los legionarios a dormir por muchas horas. Al despertar el bosque se había
tornado en un peligroso pantano que empezó a tragarse a los más fuertes junto
con los caballos, los que pudieron se las ingeniaron para salir ilesos.
La legión mermada continuo con dificultad, el
camino empezó a elevarse hasta convertirse en rocoso al llegar a la cima,
encontraron un poblado de casas pequeñas de piedra hundidas en la tierra donde
sus habitantes dejaron la mayor parte de sus pertenencias. Los romanos más
curiosos fueron comisionados para buscar, desenterrar los escritos de los magos
y curanderos. Ellos tuvieron que forzar
puertas y cavar los pisos subterráneos para descubrir las fórmulas escondidas;
no encontraron nada, solo anaqueles con plantas secas colgadas y recipientes de
barro de diferentes colores; sedientos hicieron caso omiso de las advertencias,
probaron gran cantidad de brebajes alucinantes, después salieron como zombis
que empezaron a deambular por los bosques sin poder pronunciar palabra.
Suetonio
decidió continuar con la búsqueda, encontraron en un arroyo furioso donde perdieron
las armas que les quedan porque al santuario no podían entrar armados;
caminaron sin descanso, faltaba poco para llegar al templo, pero el ambiente
húmedo, el desasosiego no los dejaba avanzar; las trampas y los lobos
destrozaron sus piernas. Después de dar
vueltas entraron al inmenso círculo de piedra en medio del templo, se
maravillaron al ver el colosal recinto con un enorme altar de sacrificio en el
centro, sobre el que se reflejaba la luz del sol que nubló su visión, de
repente aparecieron mujeres con velos, guirnaldas de flores que bailaron con
frenesí. El muérdago empezó a crecer entre las piedras anunciando el Sacrificio
del Solsticio.
Cayo
Suetonio grito desesperado. ¡Nadie detiene el avance de los romanos,
muestren sus rostros cobardes! No hubo
respuesta, los robles empezaron a moverse y de ellos salieron sus hijos: los
druidas, uno de ellos llevó una lanza larga de los dioses del bosque. Los
bardos lanzaron sus cantos místicos y los furiosos romanos se lanzaron sobre
ellos, lucharon desesperados, los dedos con ganchos de los sacerdotes no les
permitió defenderse, al final casi todos los místicos murieron; el último
druida con la espada sagrada cumplió la tarea; rodaron sobre el altar las
cabezas de Suetonio y sus guerreros. El sol ilumino el altar y devoró la sangre
romana que corría a borbotones, las cabezas romanas fueron empaladas para
completar el sacrifico a los dioses y sus corazones arrancados mientras morían,
fueron carbonizados para adivinar el futuro, solo un romano se salvó y salió
despavorido a contar lo sucedió.
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