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jueves, 27 de septiembre de 2018

Una soledad demasiado ruidosa



 Luz María Gómez 

La obra le rinde un homenaje a los libros.  El narrador personaje Hant, cuenta que hace treinta y cinco años viene elaborando el trabajo de prensar libros y reproducciones pictóricas. Lo narra en presente porque es el tiempo de su muerte. Hant narra su historia de amor con ellos. Como toda historia de amor, destaca lo sublime y lo deplorable. Señala profundos momentos de angustia al comprobar la indiferencia de la humanidad frente al arte y al conocimiento. Hant habla sobre el comportamiento de una educadora durante la visita con los niños a la prensa moderna. La docente desaprovecha la oportunidad que tiene para analizar con ellos su mecanismo; mucho menos asume una postura crítica frente a la destrucción de los libros.

 Es significativa la forma cómo está escrita la obra. Sentimos al leer, un fluir de palabras y de ideas separadas por comas; aparecen de pronto puntos y comas y puntos seguidos que separan pensamientos largos y profundos. En ningún momento encontramos párrafos. Es una escritura de desahogo que no para. Va relacionada con el estado emocional del protagonista, que refleja intensamente la pasión por su trabajo. Al final, lo percibimos alcoholizado cuando describe las diferentes alucinaciones que vive con Lao-Tse y Jesucristo; cuando nos cuenta cómo siente a la prensa con la que trabaja, manifiesta no saber si está soñando o es un estado de locura. Al final, del capítulo séptimo dice: “Tal vez me quedé dormido o soñando o posiblemente el oprobio recibido me abismó en la locura”.
Ante su forma de escribir el lector tiene dos alternativas: lee como lo propone el autor o toma distancia y genera sus propias pausas. Lo más tentador es leer de corrido, sin parar y así sentir identificación con el estado anímico del protagonista que nos va envolviendo con la magia de su prosa y la profundidad de sus pensamientos; si leemos sin parar, terminaremos como el narrador personaje, impactados, conmovidos, afligidos; cuando me percaté como lectora de semejante embrujo, sentí necesidad de parar. Me detuve infinidad de veces, tomé aire, leí y releí los fragmentos que me parecieron más profundos y degusté repetidamente su prosa poética.
Hablando de poesía, la obra en su conjunto es una metáfora. La prensa que atrapa y devora los libros representa la vida de Hant y la de todos los seres humanos. El protagonista insiste en la idea del círculo. Todo vuelve a donde empieza. El movimiento circular lo vive la prensa al hacer su trabajo  Al comienzo del capítulo quinto, Hant dice: “Todo lo que he visto en este mundo está animado simultáneamente por un movimiento de vaivén, todo avanza y retrocede, como el fuelle de una fragua, como el cilindro de mi prensa cuando pulso el botón verde y el rojo, todo va y viene, oscila en su propio contrario y por eso nada en este mundo anda cojo;” y refuerza la  idea del círculo cuando  cita a  LaoTse: “Nacer es salir y morir es entrar”.  Salimos del útero al nacer y retornamos a él, al morir, de manera simbólica. Regresamos a un recinto oscuro, a un espacio cerrado. La forma que Hant escoge para morir lo representa. Observa la prensa y se acomoda en su centro en forma de ovillo, tal como en el útero. Lo leemos al final en el capítulo octavo: “He escogido mi caída que no es sino mi ascensión…”
 La prensa como metáfora de vida la encontramos en la descripción que Hant hace sobre la suciedad con que llegan los libros con residuos de sangre y moscas; los ejércitos de ratones que transitan con regularidad sobre los libros.  La vida social en su trasfondo es suciedad que nos repugna; pero es también sublime, lo que nos maravilla.  Hant no subestima la suciedad. Vive con ella y la valora. De ella sale lo más preciado de su vida: los libros que son su tesoro; la aceptación de la suciedad queda confirmada en su forma de vestir y de vivir y en su relación con las gitanas; mujeres sucias que desempeñan un trabajo similar al de él.
 El significado de la suciedad lo percibimos con intensidad en el instante en que su jefe le informa que le va a cambiar el trabajo porque no ha dado el rendimiento esperado. Hant no resiste, se deprime, bebe y alucina. La tragedia radica en que va a tener que empezar a envolver papel blanco. Lo deja saber en el capítulo sexto: “…donde empezaría la próxima semana y tendría que envolver papel blanco. Sentí náuseas: yo que durante treinta y cinco años había prensado maculatura y libros para reciclar, yo que no podía vivir sin la sorpresa cotidiana de pescar, en cualquier momento, un libro precioso como premio por toda aquella papelería repulsiva, ahora tenía que ir a envolver papel inmaculado, inhumanamente limpio y blanco.”
El título de la obra “Una Soledad Demasiado Ruidosa” es una antítesis. Enfrenta dos ideas en apariencia opuestas:   el silencio y el ruido. El silencio va asociado con el estado emocional muy íntimo de un ser que se siente aislado; pero también con el ruido diario: el estruendo de la máquina que prensa los libros y el de sus pensamientos aplastados por la prensa de su cerebro. Lo anuncia de forma bella con la siguiente metáfora, al comienzo del capítulo octavo “…y tu cerebro no es nada más que un paquete de ideas comprimidas en la prensa mecánica.”   Y en este mismo capítulo, muy cerca de su final, nos refuerza su sentimiento de soledad con una hermosa figura literaria de repetición: “Apoyado en el mostrador de la Cervecería Negra bebo una cerveza y me digo, a partir de ahora estás solo, a solas, solitario, tú solo te tendrás que divertir, chico, hacer comedia contigo mismo…”
Impacta sentir su soledad. La obra es hermosa y triste: amor fallido con los libros y las mujeres. Me imaginé el final. Era de esperarse. Aunque me gustan los finales que sorprenden, anticiparlo no me decepcionó. Guardo en mí un relato dramático y filosófico, expresado en una hermosa prosa poética.
                                                                                  




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