Jorge Enrique Villegas M.
- ¡Abandone la oficina!
- Pero profesor, escuche…
- Me oyó bien, ¡salga inmediatamente!
-¿Qué le diré a mi esposo? Todos los días me trae a la universidad.
Cuatro meses atrás, antes de iniciar su curso, el profesor revisó el listado de los estudiantes matriculados. A excepción de uno de ellos, los demás aspiraban a graduarse como ingenieros. Citó a esa persona porque consideró oportuno una conversación antes de iniciar sus clases.
-Profesor, tengo una reunión con usted. Así dice el mensaje que me entregaron. Aquí estoy.
-Si, siga. Por favor tome asiento. Solicité sus informes y se que usted es una estudiante de Humanidades, de Filología. Ya muy pocas personas se deciden por programas de esa naturaleza.
Mientras le hablaba, la observaba. No entendía la causa de la sonrisa.
-¿Y esta muchacha? Qué desfachatez y coquetería, -pensó el profesor y prosiguió-también me di cuenta que usted no ha sido un buen estudiante, está atrasada y la asignatura que ha matriculado conmigo es una habilitación. Señorita Santa sabe que se expone a ser expulsada de la universidad si su rendimiento académico no es el mejor.
Dejó de sonreír.
-Por supuesto.
- ¿Está dispuesta a cumplir con las exigencias y protocolos que demanda el curso?
-Profesor ¿me podría adelantar y decirme cuáles son esas exigencias y protocolos?
-Tres exámenes parciales, informes de lecturas y un trabajo escrito al finalizar el curso. –
-Muy bien profesor. Además serán las mismas exigencias para el resto de mis compañeros, de modo que no veo ningún problema.
- Quiero hacerle claridad sobre su real situación aunque creo que es consciente de esto: su formación académica dista mucho de la preparación que han recibido los estudiantes de ingenierías. Me parece que no ha valorado suficiente su competencia y lo mejor sería que matriculara una asignatura más afín a su perfil. Converse con su Director de Programa. Es mi mejor recomendación.
-Ya he pensado en eso y creo que puedo responder por la materia. Por eso mismo no veo necesario acudir donde él. Gracias por la sugerencia y gracias por su interés.
-Bueno, es su decisión y responsabilidad.
Se retiró de la oficina dejándole como recuerdo su perfume.
Es una mujer bonita, bien alimentada, agradable figura, buena dentadura, blanca y el pelo mojado le cae de bien en el cuello. Sólo espero que sea aplicada en sus compromisos, pensó el profesor.
Al salir la estudiante Santa conjeturó una posibilidad: “le gusto. Nada raro que más adelante me pida que me acueste con él”.
Llegado de las vacaciones, el profesor se hallaba en su cubículo arreglando los documentos que se encontraban en su escritorio, revisaba el calendario y preparaba su agenda. Sabía que tendría muchos compromisos ahora que se aproximaba la fecha de la reunión anual y que vendrían académicos de distintas instituciones. Las vacaciones le ayudaron y preparó mejor su intervención. Reflexionaba mientras tomaba café sobre la discusión que originaría la tesis que propondría. Para eso son estos encuentros, para poner, discutir, aprender y avanzar. En esas estaba cuando escuchó que tocaron la puerta.
-Profesor, ¿me permite unos minutos?
La estudiante Santa, en vaqueros ceñidos y blusa de manga larga, lo miraba. Él la observó un momento, vio preocupación en su rostro y notó que su voz se quebraba un poco.
- Siga.
-Profesor se trata del curso. Vi el listado de las calificaciones. Perdí la asignatura.
-Un momento por favor…
El profesor buscó la carpeta donde guardaba una copia de sus registros.
- Así es. No cumplió con sus obligaciones. No entregó el trabajo final y no se presentó a los dos últimos parciales. Recuerdo que antes de iniciar el período académico, tuve una conversación con usted en esta misma oficina, le hice un conjunto de observaciones y se comprometió en respetarlas. Le pregunto: ¿cuál resultado esperaba? Faltó a clases muchas tardes. Según mis notas, su ausencia fue notoria en el último mes de clases.
-Profesor por eso estoy aquí.
Desde cuando lo conoció ella creyó que le gustaba, juraba que lo atraía. En varios momentos coincidieron en la cafetería de la facultad. En esas ocasiones lo miraba y sonreía. Estaba segura que el profesor la seguía con la mirada y procuraba mover mejor su cadera. Caminar es un arte y en eso soy experta, se repetía.
-Estoy segura que le gusto.
Santa le miró a la cara.
-Le hago una propuesta – continuó - por favor escúchela. Usted es mi salvación profesor. Envíe una carta solicitando que se anule la nota, puede decir que se equivocó o, ya sabrá qué excusa dar, en todo caso algo creíble. Le suplico que lo haga, yo sé que le gusto – repitió - puedo regalarle una tarde inolvidable…
-¡Abandone la oficina! -Así de manera directa le dio la orden.
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