Yolanda de Tenorio
Estaba celosa. No sabía por qué, pero estaba celosa. Era perceptible el olor que se derramaba en el aire cuando Pablo se encontró con María del Mar, la mulata de más generosas carnes.
Esa tarde Pablo pasó a su lado indiferente y eludió su mirada. No lo retuvieron sus senos desnudos hasta poco antes de que la línea de la blusa llegara a sus pezones. Su talle fino no lo invitó a pasar, pero le brillaron los ojos, un calor moreno le encendió las mejillas.
A Orfa le flotó el cabello en la frente, y a manotazos, con rabia, lo aprisionó entre una peineta. Su esbeltez rutiló en la tarde. Pablo se acercó para despedirse con un desapasionado beso mientras sus miradas - mariposas de colores – se encontraban.
Te espero - musitó Orfa en un susurro -.
Su madre le había enseñado un secreto ancestral: “unta tu vagina con miel y permanecerás estrecha“.
La miel escondió el sabor agridulce del cianuro.
Pablo convulsionó y a las dos horas murió.
Pablo convulsionó y a las dos horas murió.
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