En un tiempo insondable un ángel fue hasta donde yacía el Creador y le dijo:
- Oye Dios, mucho te quiero y te respeto, pero mírame, floto como una burbuja. No tengo sombra que me amarre, y tú sabes mejor que yo, sabes que todo tiene sombra.
A lo que Dios respondió:
- A mi no se me olvidó darte sombra. La tuviste desagradecido, en una de tus escapadas a la tierra la perdiste. ¿Recuerdas? Regresaste sin ella y dijiste que en las tinieblas de la noche la habías perdido, de manera que ahora no me vengas con reclamos. Si quieres te doy permiso para que vayas a la tierra a buscarla.
El ángel agradeció a Dios. Brincó y dio contra el techo del cielo, rebotó, rompió el suelo celeste y como una pluma al viento flotó. Fue de oriente a occidente, recorrió todos los continentes y cayó en África, donde necesariamente tenía que encontrarse con algún negro. Por lo que dijo:
- Eres mi sombra, que vaga sola, sin mí, en esta tierra.
Y entonces la amarró a sus pies.
Ahora Carabalí se arrastra por los corredores del cielo. Y Lizet asexuada, descubre entre sus piernitas, rosadas y rollizas, una cosa que no sabe qué es.
Carabalí ha querido hablar con Dios, pero cuando Dios la ve venir, se pierde, corredores del cielo adentro.
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