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miércoles, 29 de diciembre de 2010

Lo ajeno quita lo propio


Jesús Emilio Gómez S.

Hace varios años en el Municipio de Yali, vivía un señor  de cincuenta años,  alto, delgado, desgarbado, que recordaba la imagen del Tío Sam, dueño de fincas ganaderas en  las riveras de la quebrada La Cruz,  desde donde mantenía un movimiento  de compraventa en las ferias anuales vecinas de Yolombó y Maceos. Pero  tenía la costumbre que al pasar con sus semovientes por los predios, durante el  viaje incorporaba algunas unidades más al lote inicial las cuales  comercializaba tranquilo pues por su arrogancia las personas casi nunca reclamaban sus bajas.
El Señor se llamaba Leónidas Bedoya y mantuvo ese trajín muchos años, durante los cuales su prosperidad se hacía más notoria comprando propiedades para incrementar sus dominios y si alguien se hacía renuente a su oferta,  iniciaba prácticas de convencimiento por medio de terceros que convencían al propietario de  la bondad de hacer la venta para evitar problemas futuros, porque  su vecino sí había vendido y él  iba a tener  un colindante muy delicado para manejar y  así  con  tan sanos concejos  obtenía la compra del codiciado inmueble.
Estas tierras estaban situadas  en   la vertiente norte del  cerro del Tetoná; formadas por montañas moderadas en  altura y  cubiertas por pastos naturales  y bosques en todas las  cañadas; donde fluyen  arroyos copiosos de esplendor y belleza  inigualada, que perciben personas visionarias que saben del valor de la naturaleza  y tratan de atesorarla. En este escenario ocurrió  un hecho sorprendente, en  esta área de  tranquilidad  donde vivía un campesino analfabeta que se llamaba Aldemar Orrego y trabajaba  en lo que le resultara como  limpieza  de potreros, recolección de cosechas, cuidado de casas y arriando ganado para las ferias , fue contratado por don Leónidas  y cuando iban llegando  a Yali se  dieron cuenta que faltaban varias reses  circunstancia que enfureció  al patrón quien públicamente la emprendió con Aldemar, propinándole varios zurriagasos  instándole  para que regresara a buscar  los terneros embolatados, lo cual hizo  Aldemar  y se terminó la feria en normalidad.
Quince días después  llegó la noticia que el señor Leónidas  había aparecido  muerto al abrir una puerta en el  camino que frecuentaba al  recorrer  sus  propiedades,  donde  fue atacado con una escopeta  cargada con balines y rematado a machetazos en los   brazos cabeza y cuello, por alguien   que lo esperó  varios  días en un promontorio que sostenía  el marco de la puerta. En ese lugar  el  prado estaba seco y arruinadas las malezas dejando descubierto el  terreno, huelga decir que hasta  la fecha no ha  sido capturado el responsable del  homicidio, solo se siente un ámbito de tranquilidad en esa área campesina y aun en la urbana.


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