Jesús Emilio Gómez S.
Hace varios años en el Municipio de Yali, vivía un señor de cincuenta años, alto, delgado, desgarbado, que recordaba la imagen del Tío Sam, dueño de fincas ganaderas en las riveras de la quebrada La Cruz, desde donde mantenía un movimiento de compraventa en las ferias anuales vecinas de Yolombó y Maceos. Pero tenía la costumbre que al pasar con sus semovientes por los predios, durante el viaje incorporaba algunas unidades más al lote inicial las cuales comercializaba tranquilo pues por su arrogancia las personas casi nunca reclamaban sus bajas.
El Señor se llamaba Leónidas Bedoya y mantuvo ese trajín muchos años, durante los cuales su prosperidad se hacía más notoria comprando propiedades para incrementar sus dominios y si alguien se hacía renuente a su oferta, iniciaba prácticas de convencimiento por medio de terceros que convencían al propietario de la bondad de hacer la venta para evitar problemas futuros, porque su vecino sí había vendido y él iba a tener un colindante muy delicado para manejar y así con tan sanos concejos obtenía la compra del codiciado inmueble.
Estas tierras estaban situadas en la vertiente norte del cerro del Tetoná; formadas por montañas moderadas en altura y cubiertas por pastos naturales y bosques en todas las cañadas; donde fluyen arroyos copiosos de esplendor y belleza inigualada, que perciben personas visionarias que saben del valor de la naturaleza y tratan de atesorarla. En este escenario ocurrió un hecho sorprendente, en esta área de tranquilidad donde vivía un campesino analfabeta que se llamaba Aldemar Orrego y trabajaba en lo que le resultara como limpieza de potreros, recolección de cosechas, cuidado de casas y arriando ganado para las ferias , fue contratado por don Leónidas y cuando iban llegando a Yali se dieron cuenta que faltaban varias reses circunstancia que enfureció al patrón quien públicamente la emprendió con Aldemar, propinándole varios zurriagasos instándole para que regresara a buscar los terneros embolatados, lo cual hizo Aldemar y se terminó la feria en normalidad.
Quince días después llegó la noticia que el señor Leónidas había aparecido muerto al abrir una puerta en el camino que frecuentaba al recorrer sus propiedades, donde fue atacado con una escopeta cargada con balines y rematado a machetazos en los brazos cabeza y cuello, por alguien que lo esperó varios días en un promontorio que sostenía el marco de la puerta. En ese lugar el prado estaba seco y arruinadas las malezas dejando descubierto el terreno, huelga decir que hasta la fecha no ha sido capturado el responsable del homicidio, solo se siente un ámbito de tranquilidad en esa área campesina y aun en la urbana.
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