Yolanda de Tenorio
Cuando el fastidioso ring del teléfono la aturdió, Mónica miró el reloj, eran las once y treinta de una oscura y silenciosa noche. Encerrada en su estudio trabaja en su obra “Destinos”. Vive entre la ficción y la realidad. Generalmente no sabe en qué mundo está y es el hambre la que la obliga a aterrizar. El teléfono repiquetea pero sabe que cuando llegue a su recámara en el segundo piso, ya habrán colgado. Siempre ocurre lo mismo…esto lo dirá Mauricio… piensa para sí.
Silencio. Pasan treinta minutos quizás. No encuentra el hilo. Vuelve el desesperante teléfono. Sostuvo la cabeza entre sus manos y no se dejó vencer, no podía perder la concentración, a veces tan esquiva y escribió:
La locura es una caverna incrustada en la mente y en los ojos. Las piedras son panes y los árboles hombres misteriosos. Hay que amarrarse a ellos, volverse su sangre, vestirse con su corteza, beberse su amarga savia. No hay soledad, manos nos desnudan y golpean. Los días que usurpo a la locura me encadenan a otra peor. La cordura, la muerte, luces perennes, una luz de antorchas y palabras. La muerte tiene voz de golondrina y piedra…
El ruido del teléfono la perturba y la saca de su trabajo. Resuelve subir. Eran las doce de la noche.
A Fabiola le gusta bailar y cantar desnuda entre la lluvia, dice cosas tan bellas, que le regalan las imágenes a Mónica para su novela. La última vez que la vio había prendido fuego en sus cabellos.
Hasta que por fin descolgó.
- ¿Haber? - dijo con sequedad –
- …soy yo… - y oyó un llanto sin lágrimas, ahogado…
Reconoció al instante la voz, porque justo en ese momento ella bailaba en su mente con su cabello ardiendo….
- Fabiola ¿por qué lloras? ¿dónde estás? ¿cuándo saliste?
- …nunca volveré a ese lugar. La mujer, esa mujer ¿Sabes cuál? tuvo un hijo y lo baño con cal y le alambró los ojos y la otra dijo esta mañana que ella dormía en una cama fría que olía a muerto y ¿te acordás de la que anda desnuda, la que tiene piedras en los ojos y come hojas blancas? Ahora duerme con una serpiente amarrada a los pies y mi hijo se congeló, dijeron que nació muerto pero yo vi que lloraba lágrimas de cera. …..¿vos sos Mari o Stella?
- No… soy Mónica….Fabiola ¿estás mal? ¿quién fue por ti?
- …sabes Mari…los árboles no son árboles, son ángeles malignos que puso por ahí el diablo para que nos vigilen, tus manos están llenas de raíces y tu cabeza también, algún día estuvimos clavadas, como los árboles…
- Fabiola tranquilízate… dime…dónde estás para ayudarte…
- Todos me han engañado…tengo cien pastas…quiero dormir… pero primero voy a sacudir la noche …ya está ardiendo, pero nadie puede salir, puse clavos y estoy cortando mis raíces….un hombre me probó y dijo que soy amarga, como corteza de limón, otro en medio de la luz de la luna dijo que de mí sale vino que sabe a sangre…y
- Fabiola pásame a Luís…
- ¿Cual Luís? Ah… ¿el que tenía frío? Me dijo que si me había volado tendría que volver a llevarme y se durmió y yo lo arropé, le puse la almohada encima y prendí candela para que se calentara…Luís está dormido y yo voy a dormir con él. ¿Sabes Stella? Las ciudades tienen silencios rotos, amaneceres inconclusos…
Con el alma en la mano voló Mónica por las calles vacías.
Los bomberos encontraron dos cadáveres: uno con las manos mutiladas y otro, el de un hombre, amarrados con alambre de púas.
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