Hugo Zapata
Desde cuando nos conocimos en la escuela primaria hemos sido amigas durante sesenta años. Y hoy estoy aquí frente a tu lecho de enferma para que empecemos a recordar de nuevo los caminos que recorrimos juntas. De nuevo, porque lo hicimos muchas veces. Apenas me miras…aprietas mi mano…te abrazo y esbozas una leve sonrisa. Tratas de emitir algunos sonidos, que poco se entienden…
-Bueno amiga, recordemos aquellos pocos días que fuimos amigas en la primaria… ¿qué tan amigas? Lo que recuerdo es que este fue el comienzo de una relación de amistad que perdura a pesar del tiempo, a pesar de nuestras diferencias, a pesar de tu penoso estado.
-¿Por qué te las sabes todas? - Me preguntaste un día al comienzo del año lectivo que ahora cursábamos juntas.
-Porque estoy repitiendo año.- te contesté-.
-¿Y por qué, fue que perdiste el año?
-No, es que en enero me voy a estudiar a Medellín.
-¿Y por qué?- Seguiste preguntando en ese afán que siempre tuviste de saberlo todo-.
-Porque un tío me dará el estudio y en este pueblo no hay colegio superior.
-Yo también me iré el año entrante. Yo también tengo un tío que es como mi papá.
Esta y las pocas veces que hablamos, siempre estabas reprochando mis acciones, mi pensar, mi sentir.
-Y…¿por qué escribís con tinta verde?
-Porque mi tío me regaló este estilógrafo.
-Yo también le diré a mi tío que me regale un estilógrafo de tinta verde.
-¿Es bonito, cierto?
-Vos sos la única niña que escribe con tinta verde. No me gustas. ¡Eres muy indiecita!
Y fue el primer reproche racial que recibí. Pero sin embargo me buscabas para hablarme, como aquél día que propusiste una conversación sobre política.
-¿De qué partido es tu papá?
-Conservador -respondí-.
-¡Los godos son malos!
-No, los malos son los liberales. Por ellos nos tuvimos que venir de nuestro pueblo.
-Pero los godos se llevaron un día a mi tío.
-¿Para dónde?
-No sé, pero ya lo devolvieron.
-¡Entonces, no son tan malos!
Y un día, en el recreo, me propinaste un puñetazo en la cabeza que me hizo llorar. Con rabia me gritaste:
-¡Eso es por goda! ¡No te quiero porque sos goda!
Yo le conté a la profesora y te castigaron. No volvimos a hablar mucho. Nos volvimos enemigas políticas. Cada vez que te miraba y te dabas cuenta, me mostrabas la lengua. Cuando llegó la fecha señalada para mi viaje, fui a la escuela para despedirme de la señorita Martha y de mis compañeras. Estaba llorando, no sólo dejaba la escuela, sino que debía separarme de mi familia. Y cuando te miré me despediste ¡mostrándome la lengua! Y con ese gesto te recordé por mucho tiempo.
Pasaron algunos años, yo vine al pueblo en unas vacaciones y no quise regresar a terminar mis estudios de comercio, le tenía miedo al tío que era como atrevidito. Apenas tenía catorce años y ante la situación económica de mi familia empecé a trabajar. Cuando pregunté por ti me dijeron que estabas interna en un colegio de Buga, estudiando el bachillerato. Algunas veces te vi pasar rauda en tu bicicleta, pero ya no me mostrabas la lengua. Te habías olvidado de nuestra rencilla política, o te habías olvidado de mí. Ahora yo te envidiaba la bicicleta.
Un día hubo un gran revuelo en el pueblo. Los pasajeros de un bus que iban de paseo para los termales, se accidentaron. Todos los vecinos hablaban sobre este suceso y hacían conjeturas. Que heridos, que había un muerto, que se los llevaron a Pereira y a Cartago. Y que la muerta era la señora de la esquina, allí donde venden la leche, y que el hijo va a quedar inválido. Cuando vi que la gente se agolpaba en la casa señalada, quise asomarme y te vi allí, llorando, abrazada a otras mujeres mayores que tú. Una amiga me dijo que la muerta era tu madre. Y que tu hermano estaba delicado en un hospital. Entonces supe que eras hermana de uno de los mejores amigos de mi hermano, pero que vivías en la casa de tus padrinos. Quise manifestarte mi pesar, pero me di cuenta que seguías siendo mi enemiga política, pues aunque no me mostraste la lengua, me ignoraste por completo. Comprendí. No era el momento.
-¿Estás cansada?
No respondes, pero sigues aferrada a mi mano, me miras fijamente y en tus ojos advierto una lágrima. Yo sé que me escuchas y sé que puedes recordar. O mejor, yo quiero que puedas hacerlo. Lo bueno es que no puedes contradecirme. Pero dejemos el resto para otro día. Han traído tu comida.
Y volvimos a ser amigas. En las vacaciones siguientes nos encontramos en el parque con otras amigas. Yo estaba de novia con tu primo. Me felicitaste. Ese día las invité a celebrar mi cumpleaños, mis quince años. Nos reunimos en mi casa. También asistieron algunos amigos. Estábamos en vacaciones. Tú no pudiste celebrar los tuyos, ese día falleció tu mamá. Estuvimos charlando un rato y me preguntaste por mi vida, por mis estudios, por mi trabajo y también me contaste de tu vida, de tu internado en Buga.
-¿Por qué trabajas?
-Por nuestra situación económica. -respondí-.
-Ahora puedes estudiar aquí en la Normal, está empezando y es una buena oportunidad.
-Voy a averiguar, si me reciben en segundo y mis padres me apoyan, lo haré.
-Estás todavía muy joven, no deberías estar trabajando.
-Sí, lo sé, eso mismo me ha dicho el novio.
Ese es el mejor consejo que he recibido en la vida. Lo puse en práctica y me hice maestra. Seguimos encontrándonos cuando venías a vacaciones. Asistíamos a reuniones con los amigos, te gustó siempre el baile y lo hacías muy bien. Todos admirábamos esa habilidad para moverte y llevar el ritmo, aún siendo gordita. Y criticabas mi forma de bailar, ahora canto y bailo para ti. Trato de alegrar lo que te queda de vida. Y aprovecho porque ahora no puedes reprocharme lo mal que lo hago, aunque preferiría que siguieras haciéndolo, me duele mucho verte tan inerme, tan alejada del mundo. Nunca podré aceptar que estas cosas te hayan pasado. De nuevo tomas mis manos entre las tuyas con fuerza, tratas de balbucear, yo sé que me quieres decir algo, pero no logro entenderte, aunque hago una traducción a mi amaño. ¿Que te gustó mi canción y mi baile? ¿Qué quieres que sigamos recordando? Bueno, mañana vuelvo, y seguimos recorriendo nuestros caminos andados. Por hoy descansa. Me despido, te repito la oración de la noche, te abrazo. Salgo de tu casa, desconsolada como siempre, dándole gracias a Dios por permitir que te brinde mi compañía.
-¡Hola! ¿Cómo está mi querida amiga?
Apenas me miras. Días antes sonreías, pero ahora ya no puedes hacerlo. Poco a poco has ido perdiendo las pocas facultades que te quedaron. Te ofrezco mis manos y las tomas. Eso lo haces siempre, las tomas con fuerza, ese es tu saludo para mí y yo tengo que conformarme con este ademán.
-A ver… ¿Por dónde íbamos?
Contar lo sucedido durante tantos años se haría muy extenso, y no quiero revelar nuestros secretos. Te pondría es desventaja, porque ¿quién revelaría los míos? Así que sólo diré que nuestra adolescencia y nuestra edad adulta transcurrieron en la mayor normalidad. Nos enamoramos, nos desenamoramos. No faltamos a ninguna fiesta, sufrimos desengaños, los novios nos dejaron a punto de matrimonio. Tú te hiciste bacterióloga y yo abogada, laboramos muchos años en la misma empresa, cada una en su campo. Después iniciaste tu vida hospitalaria. Y yo, aunque un poco tarde, el ejercicio de mi abogacía. Viajaste mucho. Te diste el gusto que quisiste y yo también aunque no de la misma manera. Y cuando mi familia se radicó en la capital, y yo por mi trabajo debí permanecer en el pueblo, ahí estuviste tú, ofreciéndome tu casa, acogiéndome en tu familia. Entonces nuestra amistad se hizo más fuerte. Nos tratábamos casi como hermanas. Compartíamos la vida del pueblo, fiestas, reuniones, comités, visitas, tertulias, apoyo a obras benéficas, sepelios de los amigos, comentarios de nuestras lecturas, de nuestras obras de arte, tus pinturas y mis bordados. Nos pensionamos casi al mismo tiempo. Frecuentamos las mismas amistades. Vivimos la vida de la mejor manera posible. Pero un día, un horroroso día, me llamaron para decirme que te habían llevado grave para la capital, con un diagnóstico fatal, derrame cerebral.
Todo terminó para ti, perdiste el movimiento de tus piernas, hablabas incoherente. Tu deterioro continúa, estás en tu lecho de enferma desde hace tres años. No hay vida, no hablas, no ríes, no respondes, no piensas. La mitad de tu vida se ha ido lejos. Gorda - siempre te llamé así, y así te seguiré llamando - ¿Hasta cuándo?
¡Dios seguimos esperando el milagro!
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